Colombia: un futuro del color del café
por Nelson Gustavo Specchia
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El ex ministro de Defensa Juan Manuel Santos, largó montado en el caballo del comisario. Pero entre la reaparición de algunos cabecillas de las fuerzas paramilitares; la divulgación de la utilización de los grupos paramilitares por parte del gobierno; las pruebas de la connivencia entre militares, fuerzas de seguridad, y paramilitares en una red mafiosa orientada hacia objetivos políticos; y el hecho de que informes internacionales muy confiables afirmen que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) siguen activas y hasta hayan incrementado su poder en los últimos años, ha colmado el vaso. La sumatoria de escándalos ha descabalgado al candidato elegido por Uribe para sucederlo, y ha hecho ascender a otros personajes, como Antanas Mockus, que de golpe aparece como favorito en las encuestas. Una patada al tablero del poder conservador en Colombia, y la apertura de una campaña con final incierto.
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La construcción del “uribismo”
La transformación de un futuro promisorio en un frente negro para la derecha comenzó cuando el propio presidente Álvaro Uribe Vélez fue derrotado por los jueces. Uribe pretendía utilizar la alta tasa de aceptación popular para forzar un tercer mandato; había llegado incluso a apelaciones místicas, se refería a la posibilidad de presentarse nuevamente como candidato como la “encrucijada de su alma”, que confiaba Dios le ayudaría a resolver. Si Dios lo ayudó, fue negándole tal posibilidad, a través de un dictamen judicial. Por 7 votos contra 2, la Corte Constitucional cerró el último viernes de febrero un año de incertidumbre y medias tintas. Uribe no podría llamar a una consulta popular para presentarse a un tercer mandato. La derrota impuesta por los tribunales obligó al uribismo a definir rápidamente un candidato de sucesión.
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Álvaro Uribe, hijo de un dirigente conservador presuntamente asesinado por las FARC, concentrado en un discurso fuerte en la seguridad ciudadana y contra la insurgencia revolucionaria, se convirtió en presidente de Colombia en 2002. No era un improvisado en la vida política nacional: desde la municipalidad de Medellín, a comienzos de los años ochenta, hizo un largo cursus honorum (dos veces alcalde, concejal, senador y gobernador de Antioquía) hasta llegar a Bogotá. Y uno de sus primeros actos de gobierno fue reformar la Constitución, en 2004, para abrir las puertas a la reelección. Pero en aquel momento se conformó con una.
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Así, Uribe obtuvo un segundo período en 2006, ganando en primera vuelta, e incluso aumentando su caudal de apoyo al 62 por ciento. Los colombianos estaban hartos de violencia e inseguridad, y el presidente les aseguró que terminaría con las FARC, como había terminado con los paramilitares de extrema derecha de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC).
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Mantuvo ese alto nivel de aceptación, e incluso por momentos se superó a sí mismo, como cuando las FARC liberaron a Ingrid Betancourt, hace dos años. Los colombianos parecían aceptar su estrategia de mano dura, denominada “seguridad democrática”. Apoyado en esos altos índices de popularidad, Uribe confió hasta último momento que la encrucijada del alma terminaría, naturalmente, decantándose por el camino corto de una nueva reelección. El fallo del Tribunal Constitucional le cerró esa alternativa. Y, además, comenzaron los escándalos.
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Una historia poco clara
En el convencimiento de que la lucha contra las FARC justificaba los métodos, inclusive los arriesgados, Uribe ordenó a su entonces ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, el bombardeo de un campamento guerrillero ubicado en suelo ecuatoriano. La violación de la soberanía enardeció al gobierno –nada amigable con Uribe, por otra parte- de Rafael Correa, y el venezolano Hugo Chávez vio la posibilidad de alimentar con hechos justificados su discurso belicista contra el colombiano. En su programa televisivo “Aló, presidente”, Chávez ordenó en cámara la movilización de tanques a la frontera con Colombia. Para completar el distanciamiento con sus pares latinoamericanos, Uribe puso a disposición del ejército norteamericano la utilización de bases en territorio colombiano. Además, dejó de ir a las cumbres regionales; concurrió a Bariloche –por la solicitud expresa de la presidenta argentina Cristina Fernández- sólo para escenificar en directo, por la televisión, su fría relación con los demás jefes de Estado.
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Al enfrentamiento internacional con los vecinos, que puso a la región peligrosamente cerca de un nuevo conflicto armado, comenzaron a sumársele noticias de un derrotero poco claro en el ámbito interno. Escandalizó la publicación de las relaciones entre funcionarios gubernamentales con los paramilitares supuestamente desmovilizados, conocida como la “parapolítica”, que mostraban un lado para nada transparente de la totalidad de la gestión de Álvaro Uribe.
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Y en los últimos días, ya nominado Juan Manuel Santos como el hombre designado por el presidente para sucederlo en el Palacio de Nariño, esta espiral de escándalos no ha hecho sino extenderse en todos los sentidos. Los espías del servicio secreto dependiente de la presidencia (el Departamento Administrativo de Seguridad, DAS) fueron descubiertos pinchando teléfono (“chuzando”, dicen en Bogotá) de políticos opositores, de periodistas y hasta de jueces. Las escuchas telefónicas, que hoy investiga la Fiscalía, habrían servido para filtrar datos hacia los paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia, que, según parece, permanecen en activo y al servicio del poder. El vínculo estrecho entre fuerzas de seguridad y paramilitares irregulares fue confirmado por el ex dirigente de las AUC Salvatore Mancuso, desde una cárcel norteamericana. Mancuso, además de lanzar una nueva bomba contra el candidato de Uribe (dijo que Santos le había propuesto encabezar un golpe de Estado contra el ex presidente Ernesto Samper), afirmó que la alianza entre las AUC, el ejército y los espías del DAS es estrecha y continua.
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Las palabras de Mancuso tienen, lamentablemente, asidero: el gobierno de Uribe afirma que ha desmovilizado a las AUC a través de las negociaciones de paz, sin embargo la OEA sostiene que de los 31.000 paramilitares desmovilizados, más de 7.000 han regresado a las armas, al narcotráfico, a la extorsión, y otras buenas ocupaciones relacionadas. El Comité Internacional de la Cruz Roja, por su parte, acaba de publicar que la guerrilla insurgente de las FARC tampoco ha sido desactivada, como repite Uribe en cada tribuna, sino que sigue siendo un polo activo orientado a la lucha política, e inclusive que se habría fortalecido en el último año.
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Y llega Mockus
Y cuando esta confluencia de escándalos arrincona al gobierno y a su principal candidato, aparece Antanas Mockus y se convierte en personaje y en suceso. Un “tsunami verde”, dice la prensa. Académico, profesor, pensador, filósofo y matemático, con sus lentes de estudiar mucho, su pelo blanco y su andar descuidado, Mockus aparece como la antítesis de los envarados y conservadores dirigentes de la derecha gubernamental. Esta semana, tras los primeros debates televisivos, el cruce entre los escándalos del oficialismo y la novedad de su imagen lo han catapultado al primer lugar en las encuestas de preferencia de voto, un sitial de donde nadie esperaba que fuera a moverse Juan Manuel Santos.
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Ex rector de la Universidad de Colombia, Antanas Mockus, descendiente de lituanos, acumuló experiencia política en sus dos períodos como intendente de Bogotá. Su discurso, sin embargo, no es el del político tradicional, sino una mezcla de profesor que explica todo y activista de organizaciones de base. Y no tiene demasiados complejos, ya es una anécdota recurrida su respuesta a una protesta estudiantil que no le permitía dictar una conferencia: se bajó los pantalones y les mostró su retaguardia. Logró callarlos, aunque le costó el puesto de rector.
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Más allá de estas notas de exotismo, Mockus parece haber sido un buen gobernante en la ciudad capital de Colombia. Su postura es la del respeto por las reglas de juego, la transparencia, y el fin de la mano dura. Con el Partido Verde por fuera de las tradicionales divisiones del escenario político colombiano, su propuesta de un gobierno de legalidad democrática, con fuerza ética y diálogo, podría ser el bálsamo que Colombia, uno de los países históricamente más violentos de toda América latina, esté necesitando.
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nelson.specchia@gmail.com
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