Crispación coreana
por Nelson Gustavo Specchia
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Pyongyang era, en aquellos juveniles años ‘60, uno de los múltiples nombres de la libertad y de la revolución. Las vueltas de la historia, sin embargo, la han ido relegando hacia los márgenes, hacia esas oscuras trastiendas donde se reservan, como piezas de museo o de feria, los proyectos fallidos. Hoy Pyongyang es la sede de un pobre tirano, bajito y acomplejado, que a pesar de su aislamiento logra que el vetusto régimen que preside llegue a los titulares de los periódicos de todo el mundo.
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Estas emergencias de protagonismo de Kim Jong Il generalmente toman la forma de amenazas. Realiza pruebas nucleares subterráneas; o dispara misiles sobre el cielo de Japón. Aunque, preferentemente, sus desafíos se dirigen hacia el sur de la península. En marzo, un misil hundió una nave militar del sur, y perecieron 46 marineros. La espiral de amenazas a raíz de ese incidente, ha llevado a que el clima belicista entre las dos Coreas se tensione; que Hillary Clinton haya tenido que viajar de urgencia a Seúl para ratificar la alianza de los Estados Unidos con el régimen surcoreano; que las bolsas del mundo agreguen un elemento más de inestabilidad a los del quebradizo panorama en Europa; y a que el presidente Barack Obama vea cercano un nuevo frente de conflicto, adicional a los que en Oriente rebalsan la agenda.
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La tensión entre la República Popular Democrática de Corea (el nombre tributario del “socialismo real” que conserva el Estado comunista del Norte), y la República de Corea, el país occidentalizado y capitalista, es de vieja data. Comenzó con la propia partición, en 1945, tras la capitulación japonesa (Japón, en su expansión colonial, se había anexado la península en 1905). Con la rendición del Japón, las tropas soviéticas entraron a Corea desde Manchuria, mientras las fuerzas norteamericanas se asentaban en Seúl. Los estadounidenses apoyaron al partido nacionalista de Syngman Rhee, y favorecieron el nacimiento, en 1948, del nuevo Estado. Stalin ordenó al Ejército Rojo no moverse de sus posiciones, y aupó a Kim Il Sung, el padre del bajito y belicoso líder norcoreano actual, al poder. Aquel primer Kim intentó reunificar la península e invadió el sur en 1950. La “guerra de Corea” que en Occidente popularizó “MASH”, la película de Robert Altman y la serie de televisión con Alan Alda, se extendió hasta 1953. Desde entonces, el paralelo 38, junto a la zona de 250 kilómetros de largo que lo bordea, ha sido una de las líneas de mayor fricción de Asia, supervisada por unos dos millones de soldados apostados en torres de control, plataformas y atalayas.
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En el solitario apoyo al régimen de los Kim, China ocupó pronto el lugar de los soviéticos. Una alianza que agrega –dado el rol de potencia de los chinos- otro elemento de consideración en los equilibrios en Oriente.
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País pobre, liderazgo enigmático
Al presidente heredero de Corea del Norte, Kim Jong Il, lo describen como un hombre retraído y tímido, que se oculta detrás de lentes oscuros y disimula su baja estatura con plataformas en los zapatos y peinados batidos que le agregan un par de centímetros de cabellera. En Europa se lo describe como un playboy tercermundista, gourmet y catador de vinos añejos, mujeriego (las prefiere rubias, y rusas), cinéfilo (tiene una cinemateca privada de más de 20 mil títulos), coleccionista de trenes en miniatura y de objetos de lujo. Pero más allá de estas notas excéntricas, muy poco es lo que puede saberse en realidad de un liderazgo dictatorial y despiadado, que mantiene a la población sumida en una pobreza rayana en la miseria y, al mismo tiempo, fanáticamente militarizada. Y es poco lo que llega a conocerse del hombre que está al frente del último de los regímenes totalitarios de corte estalinista que quedan en el planeta, porque durante medio siglo los gobiernos de los Kim han cerrado a cal y canto el país entero. Sin ninguna posibilidad de prensa independiente, o de corresponsales extranjeros, las noticias que cruzan el paralelo 38 tienen siempre visos de irrealidad, de literatura.
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Una imagen que profundiza en su dimensión ficticia merced al permanente estado de propaganda gubernamental, a las gigantografías que ocupan todos los espacios públicos ensalzando al régimen, y al extendido culto a la personalidad del jefe supremo, a quien todos los medios oficiales denominan “Sol del Siglo”. La hagiografía de Kim Jong Il es exuberante, comienza afirmando que nació en 1942 en el pico montañoso más alto de toda la península, cuando en el cielo se cruzaban dos arco iris y un cometa con larga cola señalaba la cima. Entre todos sus títulos, prefiere que se dirijan a él llamándolo “amado líder”. Kim Jong Un, el tercero de sus hijos, parece ser el elegido para sucederle.
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Tras tan rutilante comienzo, el particular liderazgo comunista hereditario del segundo Kim se convirtió en tiranía frente a la falta de libertades, que encerraron a los casi 25 millones de norcoreanos dentro de las fronteras, y en virtual estado de aislamiento internacional. Para equilibrar la miseria y el hambre, Kim se volcó a la militarización extrema del país. Se calcula que la fuerza militar de Corea del Norte asciende al millón y medio de efectivos, y ese ejército insume el 90 por ciento del presupuesto del Estado.
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Bush incluyó a Corea del Norte en el “eje del mal”, básicamente por la resistencia de Pyongyang a resignar sus planes de desarrollo nuclear con fines bélicos. Merced a estas investigaciones y a las pruebas atómicas que realiza de tanto en tanto, Kim ha generado un circuito de ayudas e intercambios internacionales con sus vecinos, que se parece demasiado a un chantaje liso y llano.
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Un torpedo de más
Desde el armisticio de 1953, la estrategia de Pyongyang ha sido la misma, de diferentes maneras. Amenazar, agredir discursivamente, gestos de desafíos en la zona fronteriza, pruebas atómicas, maniobras militares en las aguas jurisdiccionales. Pero siempre se han detenido en el último borde, antes de que la provocación pudiera ser considerada acto de guerra y no hubiese vuelta atrás.
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El 26 de marzo de este año, sin embargo, se atravesó esa delicada línea. Un torpedo alcanzó a la corbeta surcoreana “Cheonan” en aguas del Mar Amarillo, la hundió y 46 marinos de su tripulación perecieron. Seúl denunció inmediatamente al régimen del Norte, que negó la versión. Las Naciones Unidas se hicieron cargo de la investigación, y acaban de concluir que poseen evidencias que inculpan a la marina de guerra norcoreana.
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Siguiendo con la escalada, la República de Corea anunció la suspensión de los vínculos comerciales con el Norte, y las relaciones diplomáticas se rompieron. El Norte comenzó a expulsar a trabajadores del Sur y a enviar mayores dotaciones de efectivos a la frontera. El armisticio de 1953 puso fin a las hostilidades, pero la paz entre el Norte y el Sur no se firmó nunca, técnicamente ambos Estados permanecen en situación de guerra.
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Luego de que la ONU le impusiera sanciones económicas a Pyongyang por haber realizado una prueba nuclear el año pasado, Kim lo consideró una nueva declaración de guerra, y anunció que podría abandonar el armisticio si las sanciones proseguían. Esto es, que podría atacar militarmente al Sur.
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La secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, llegó de urgencia a Seúl esta semana, para intentar frenar una escalada que, con muy poco esfuerzo, puede llevar a incendiar el polvorín del lejano Oriente. Hillary reafirmó los lazos de amistad y alianza militar con Corea del Sur, y dijo que trabajarán juntos en el Consejo de Seguridad de la ONU para definir una respuesta a la beligerancia de Kim Jong Il.
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Clinton consideró probada la implicación de Pyongyang en el hundimiento del “Cheonan”, y aprovechó la censura al Norte para recordar que su gobierno no está dispuesto a tolerar más avances nucleares.
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China y las balanzas
Hace sólo unos días, y frente a la delicada mediación de Lula da Silva y del primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan en el conflicto nuclear iraní, China, que tradicionalmente se había negado a apoyar las sanciones del Consejo de Seguridad de la ONU al gobierno de Mahmmoud Ahmadinejad, cambio las fichas, desautorizó la mediación de Brasil y Turquía, y se encolumnó tras la iniciativa estadounidense de las sanciones. ¿Cuál será ahora su rol frente a la espiral de la crispación coreana? ¿Mantendrá su apoyo –tan incondicional como inexplicable- al régimen de Pyongyang, o se avendrá a discutir sanciones en el marco multilateral de las Naciones Unidas?
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Si la ONU finalmente avanza con las sanciones, y ellas logran frenar la escalada militar en torno al paralelo 38, y si China se abstiene de seguir brindándole garrafas de oxígeno, posiblemente el “Sol del Siglo” coreano tenga que enfrentarse a su crepúsculo.
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La alternativa, si acaso, puede ser otra guerra.
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nelson.specchia@gmail.com
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