a Nelly María Checura
He recorrido tu infinito cauce
desde el alba hasta
donde muere el verdesiempre,
sin luna
de aquella selva impenetrable,
desde los surcos magros
todavía caminados
escuché el quejido violento
de tu vientre al rotularse.
He nacido en tu esplendor
y vivido tus ocasos
en el cultivo del pan,
en la razón de la sal.
Te he amado siglo a siglo
desde la virginidad montaraz
al sedimento yacente,
atrapado en la impotencia
o la esterilidad.
He besado cada terrón
que cobija
el primer capullo del mes de enero,
y agiganta
la esperanza indecible
de aquellos cuerpos expertos en fatiga:
te ofrecen su aliento
de sol a sol, de otoño a otoño:
¡ay, dolor de plegaria profana!
He encontrado en ti
el misterio
del gérmen de la vida,
estaba rodeado de un hálito fétido
y espeso,
gangrenado de las mil muertes
que nunca dije,
de las muertes que siempre supe.
He visto sudar, morir, gritar.
Huesos
sin calma de siglos,
generaciones de yugo en las espaldas,
de hoja bravía de aceros
quebrando palmas:
jirones de cabellos de plata
y de ojos caoba
nublando la distancia.
He visto nacer sin sueños
y sangrar de rabia.
Licuar un torrente de sol
por cada poro falto de noches,
los cuerpos
caer al alba,
cerrados los labios tristes y fuertes
como si sonaran un alcatraz.
He escuchado de ti
historias de vientos
cortados
por la saña de las siete colas:
borbotéo de carne húmeda
al final del camino.
He escuchado historias de vientres
inyectados
por arrancar del rocío la semilla
vano intento de arrancar
también
la vida.
He enterrado a mis muertos
en tu sombra
tibia, seca de algarrobas y cercas.
He depositado
en ese cauce fértil
que reclama
la dulce ofrenda
que en mi desnudo pecho llevo clavada.
He rondado por el astral
templo de vigilia
donde nuestros padres
los ancianos
guardan su armadura,
esperando el día –siempre esperando-
que la paz
sea un nombre loado.
He avistado en tu vagina
enrojecida
de quebrachos talados
el espectro
de fauces gigantescas que devoran,
en un tiempo sin memoria,
todo cuanto vive.
He recibido en mis venas
el seco
golpe de la raza primigenia,
todo rayo, todo fuego, todo viento.
(¿Dónde lloras, hijo mío,
que tu llanto es sabia
y lluvia
y resina
de este légamo de estío?)
He volado con las fuerzas
de tus plantas,
temple de tu temple salival,
curtiendo mi cuero blando,
volando en el tormento del viento
hasta donde acaba el norte.
Estuve la tarde sin sombra
que descendieron
los hombres
de la borda mugrienta,
con polvos de otros suelos aún en sus plantas
y lo mezclaron
para siempre:
de esa mezcla de tierras yo soy.
Tierra golpe de trueno,
de ti
yo soy.
(de Poemas Montunos, 1985)