Archivo mensual: enero 2008

Juan Pantaleón Specchia, notas para una biografía

 

 

Juan Pantaleón Specchia

 

(1933 – 1993)

 

 

 

Juan Pantaleón Specchia nació en Las Breñas el 5 de julio de 1933, en una de esas primeras generaciones de niños nacidos en el pueblo que acababa de cumplir sus primeros diez años de vida. Primogénito del matrimonio de don Nicola Specchia y de doña Luisa Giuditta Perucca, dos años después nacería su hermano menor, Francisco José.

 

Sus padres habían sido de los primeros pobladores de la zona de Las Breñas: don Nicola era un joven oficial de los Versaglieres italianos que se había venido solo a América (“medio a la aventura”, dirían más tarde en la familia), y había llegado –sin un rumbo demasiado fijo- a Las Breñas hacia el año ’21. En cambio, la familia de doña Luisa, originaria de Casale di Monferrato, en la Italia del Norte, estaba en la Argentina desde principios de siglo. Doña Luisa, junto a sus padres y sus tres hermanos menores, habían estado trabajando en campos arrendados en la provincia de Santa Fe, y desde allí llegaron al Chaco, estableciendo su chacra a pocos kilómetros del pueblito recién nacido. Pasados algunos años, los Perucca se trasladaron al pueblo, iniciando una muy próspera actividad comercial en una esquina de la actual Avenida Jones. En la esquina del frente ya tenía don Nicola su propio almacén. Y entre esas dos casas –esquina contra esquina- pasaría la primera niñez de Juan Pantaleón Specchia.

 

Cursó sus estudios primarios en la vieja Escuela Nacional Nº 77, en el largo caserón paralelo a las vias del ferrocarril, que eran –para aquellos años- el auténtico corazón del enclave urbano. De los compañeros de los grados de la escuela primaria saldrían sus amigos de toda la vida: Angel Pértile, Pocholo Albarrán, Tula Sequenzia, Drago Grbavac, Negro Gualtieri, Rubén Cantor, Cesar Añasco, con quienes se reencontraría, a la vuelta de los años, cuando todos ellos volvieran a elegir el pueblo natal para crear sus familias y desarrollar sus actividades profesionales 

 

En el año 1946 sus padres lo trasladan a Resistencia, y lo internan en el gran Colegio Don Bosco, de la misión de los padres salesianos en la capital del Chaco, para continuar los estudios secundarios. El tramo final de esta etapa lo cumple en el Colegio San José, de Rosario, adonde se habían trasladado don Nicola y doña Luisa, para estar cerca de sus hijos durante los años de la Universidad.

 

Ingresó a la Universidad Nacional de Rosario, de cuya Facultad de Odontología egresó el 21 de abril de 1961. No dejó pasar mucho tiempo antes de cumplir una vieja decisión de la que nunca tuvo dudas: volver a Las Breñas. Abrió su consultorio en un salón alquilado a don Domiján, tomando como asistente a doña Rufina Figueroa, quien ya nunca más dejó la casa del Doctor Specchia, hasta el día de hoy, a más de cuarenta años vista.

 

Antes que terminara ese año del ’61, la vida de Juan se completaría definitivamente al encontrar el amor, en la que sería su enamorada compañera: Nelly María Checura.

 

Apenas instalado en el pueblo, Juan Specchia comienza a mostrar una faceta distintiva de lo que sería su vida: el servicio social desde la generación y el apoyo a cuanta iniciativa dirigida al bien común surgiese en el medio comunitario. Prácticamente no hubo proyecto social, político, económico, religioso o cultural, en pro del crecimiento material y espiritual de Las Breñas, que no lo contara entre uno de sus más decididos promotores.

 

Haciendo propia aquella consigna de Schumacher, de que “lo pequeño es hermoso”, entendía que las dimensiones pueblerinas de Las Breñas eran más que suficientes para ser feliz; y declaraba una y otra vez, a quien quisiera escucharlo, que una de sus aspiraciones era “lograr que Las Breñas consolide la importancia que durante muchos años le dieron el trabajo de sus pobladores, y ocupe un lugar de privilegio en el orden provincial.”

 

En 1963 contrajo enlace con Nelly María Checura. El nuevo matrimonio fijó su domicilio en un viejo caserón de la calle Sarmiento (donde también funcionaba la consulta odontológica del Dr. Specchia), mientras construían su casa en el terreno colindante. En este caserón nació el primer hijo de la pareja, Nelson Gustavo, en diciembre de 1964.

 

Para entonces, Juan Specchia ya se había acercado a colaborar en diferentes proyectos de la ascendente vida comunitaria breñense. La por entonces muy activa Caja de Créditos y Ahorros de Las Breñas lo designó Presidente del Consejo de Administración, la Asociación Club Social lo sumó a su Comisión Directiva, ocupando la Secretaría de la institución. La franca amistad y colaboración con don Inco Ivanoff Incoff –que lo consideraba su “discípulo”- hace que permanezca en la Comisión Directiva durante varios años.

 

Esta vocación de servicio es la que lo acerca, desde los primeros tiempos, al Hospital 9 de Julio, que se convertiría en su “segunda casa”, donde mantuvo siempre su consultorio de cirugía dental, y donde ocupó diversas funciones, llegando a cumplir el sueño de dirigirlo en sus últimos días.

 

La familia siguió creciendo: en noviembre de 1967 nació María Gabriela; en noviembre de 1973 Cecilia Andrea, y, finalmente, en abril de 1978, Edgardo Julio Nicolás.

 

El compromiso político de Juan Specchia se canaliza en su participación en la Unión Cívica Radical, que bajo la carismática figura de don Arturo Frondizi, se había dividido en dos partidos: la UCR y la Unión Cívica Radical Intransigente, la UCRI. Juan Specchia permanece en las filas de los intransigentes, reorganiza y preside el partido en Las Breñas, y a nivel provincial junto a su amigo el Dr. Liva. Ocupa diferentes cargos partidarios –en la UCRI y, posteriormente, en el MID que le sucedió- y es candidato a cargos electivos en el Consejo Deliberante de la Municipalidad de Las Breñas, en los breves interregnos democráticos que permitieron los años ‘60-’70. Mantuvo una fluída comunicación epistolar con el ex Presidente de la Nación, don Arturo Frondizi, sobre diversos temas de la realidad nacional y local. Todos estos archivos personales, junto a mucha otra documentación que hubiera sido de suma importancia para comprender nuestra historia breñense, fue secuestrada de su domicilio durante el último gobierno militar, en 1977.

 

En el Hospital de Las Breñas, junto a su gran amigo el Dr. Jorge Zoloff Michoff, y al Dr. Pedro Jiménez, planifica lo que sería la nueva etapa de la Asociación Cooperadora del Hospital 9 de Julio, una sociedad civil que con el correr de los años tendría una importancia determinante en el mantenimiento de esta institución, principalmente en los recurrentes períodos de crisis presupuestaria provincial.

 

El 11 de octubre de 1968 logra reunir a la práctica totalidad de las asociaciones e instituciones del pueblo (Municipalidad, Hospital, Cámara de Comercio, cooperadoras escolares, INTA, gremios, clubes), y funda la Asociación Promocional Comunitaria, con el objetivo de coordinar y promocionar la labor de todas las entidades breñenses, con vistas al logro de objetivos comunes, sin ningún tipo de distinciones de credos o ideologías. La importancia de la Asociación Comunitaria, cuya Presidencia asumió Juan Specchia desde la fundación, fue determinante para la consolidación social y el crecimiento sostenido de Las Breñas. Permitió un conocimiento y sensibilización de los pobladores sobre los beneficios de una acción coordinada, respetuosa y orientada hacia el bienestar general: realizó gestiones diversas ante el Consejo General de Educación para abrir cursos vespertinos en la Escuela de Comercio Nº 5; planificó la modernización y ampliación del tendido de redes de energía eléctrica en el pueblo; generó el proyecto de creación del Instituto de Formación Docente, sobre la base de la Escuela Normal Nº 1, que se convertiría en el futuro en el polo de desarrollo educativo y cultural de toda la región; ideó el estudio, la coordinación y promoción del Plan de Explotación e Industrialización Forestal Regional, que le imprimió una lógica de desarrollo a la explotación del bosque chaqueño; se planificaron y construyeron escuelas rurales, ciclos técnicos, nuevos pabellones en el Hospital, y un largo –largo- etcétera. En esta “pueblada”, estuvieron junto a Juan: don Diotino García, don Matías Gutierrez, Ery Campos, Torres Lara, don Belsky, el señor Zoloff, don Antonio Pujol.

 

Dado el amplio abanico de actividades de la Asociación Comunitaria, el Intendente, Ricardo Marcelo Coustau, nombra al Dr. Specchia asesor permanente de la Municipalidad de Las Breñas.

 

En 1970, próximo a cumplir cincuenta años de vida su pueblo natal, participa en la Comisión Central del Cincuentenario. Y junto a su amigo Emilio Druzianich y a la señora Olinda Montenegro, dinámicos emprendedores de iniciativas comunitarias en forma permanente, editan la “Gran Revista Bodas de Oro”, donde se ofrece una panorámica de la vida breñense a medio siglo de caminar. Juan escribe un detallado informe de las actividades socioeconómicas del pueblo. 

 

Su profunda fe religiosa, amasada también en los largos años del internado escolar con los padres salesianos, encontró una renovación en la acción social-pastoral, promovida por el Padre Marco Chiarucci desde su llegada a Las Breñas en 1971. La sintonía de Juan Pantaleón Specchia con el pensamiento y los proyectos del Padre Marco fue inmediata, y junto a ellos la colaboración permanente de don Delfino Pallaoro. Posteriormente, será convocado por la Hermana María Dolores Ottavini, de quién será asesor permanente en la creación del Hogar para Niños Solos.

 

Forma parte del grupo promotor de la primera institución de formación técnica del pueblo: la Escuela de Formación Profesional. Comienza, además, a ejercer la docencia como profesor en la Escuela de Comercio Nº 5.

 

Participa en la formación de la Comisión de Agua Potable para Las Breñas, y algunos años más tarde, junto a Cesar Añasco, Julio Villa y Alejo Onocko, conforman la Comisión Pro-Teléfonos Públicos para Las Breñas, que consigue instalar el primer container y antena telefónica de la –por entonces- ENTeL.

 

Un sábado de la primavera de 1973, por la tarde, llegó Emilio Druzianich a la casa de Juan Pantaleón Specchia, como tantas veces. Como tantas veces, venía con una idea. Esta se la había acercado don Hosbehel Festa a su escritorio de la Estación Experimental del INTA: pensar en un evento que reuniera nuevamente a todos los integrantes de la comunidad tras un objetivo común. Se quedaron charlando bajo el inmenso palto del jardín de la casa hasta entrada la noche. Cuando los llamaron a cenar, vinieron diciendo que iban a organizar una fiesta grande, que se iba a llamar Fiesta del Inmigrante.

 

Juan ocupó la Secretaría de la Comisión Directiva de la Fiesta Provincial del Inmigrante, y Emilio Druzianich la Presidencia. Las primeras ediciones de la Fiesta constituyeron –tal como lo había previsto don Hosbehel Festa- una auténtica motorización del cuerpo social de Las Breñas. La organización por colectividades y por subcomisiones en los más diversos aspectos: desde la magnífica torta al alojamiento de los artistas invitados al festival, de la construcción de carrozas al embellecimiento edilicio urbano, entre tantas otras que fueron empujando la recuperación de la memoria de Las Breñas como pueblo, y la construcción colectiva de una identidad propia.

 

Entre la multiplicidad de tareas y proyectos que Juan Pantaleón Specchia asume para sí en esta nueva organización breñense, destaca su participación en la organización interna de la Colectividad Italiana, no sólo en los aspectos culturales y festivos, sino también en el bienestar de los viejos inmigrantes y sus familias, lo que le valdría posterioremente el reconocimiento diplomático del Estado, al ser designado Consul Honorario de la República Italiana.

 

Por lo demás, se ocupa principalmente de llevar a la Comisión Directiva las voces y las iniciativas de las nuevas generaciones de jóvenes, que pugnaban por introducir ideas y conceptos novedosos para el medio. Así, presenta y defiende el proyecto que inauguraría el cine de producción local, y que llevaría adelante un grupo de breñenses encabezados por Cacho y Rubén Belsky, donde estarían también Roberto y Mabel Moreyra; Necho y Clary Zenoff; José y Choly Forestello; José Luis y Amelia Lizárraga; Jorgito Michoff; Nene Pawlosky. Este grupo de jóvenes, entre los cuales se contaban futuros dirigentes de la comunidad, filma y edita las primeras Películas del Inmigrante.

 

En marzo de 1976, al interrumpirse el gobierno democrático y ser disueltos los Consejos Deliberantes comunales, Las Breñas queda a la espera de la llegada de un interventor militar. Un importante grupo de vecinos dirige entonces una misiva al gobernador designado por la junta militar para la Provincia del Chaco, General Serrano, solicitando sea designado un hijo del pueblo como Comisionado Municipal, entendiendo que en esas difíciles circunstancias lograría captar de manera más acabada que alguien ajeno a la vida breñense las necesidades y aspiraciones comunitarias, al mismo tiempo que se proponía una terna de vecinos para ocupar el cargo. El Gobierno del Chaco accede a la solicitud, y designa al Dr. Juan Specchia como Comisionado Municipal de Las Breñas.

 

Accede a la primera magistratura de su pueblo natal, y escoge a Roberto H. Moreyra como Secretario Municipal. Su discurso como intendente en el acto central de la Fiesta del Inmigrante de ese año fue una encendida defensa de la capacidad de los breñenses de labrar su propio futuro, a pesar de todas las adversidades.

 

Pero el momento histórico nacional profundizaba la división de los argentinos. Juan Pantaleón Specchia toma conocimiento, por diferentes vías, de la creciente violación de los derechos humanos por parte de la administración militar, de los arrestos y desapariciones de personas fuera de todo orden jurídico, que contrastan abiertamente con su fe religiosa, su concepción moral, y su convicción republicana. Eleva diferentes consideraciones a sus superiores jerárquicos, donde deja sentada su posición frente a la profundidad de la crisis social que esa práctica política acarrearía. Inmediatamente es obligado a renunciar al cargo de Comisionado Municipal de Las Breñas. Ese verano, desconocidos allanan su domicilio y secuestran sus archivos personales. El hecho nunca fue investigado.

 

A la práctica marginación a la que Juan se ve reducido durante estos años, se viene a sumar un inesperado golpe de desgracia: Edgardo Julio Nicolás, Tato, el menor de sus hijos, sufre un accidente jugando en una casa vecina, y pierde la vida. Tenía tres años.

La salud y la voluntad de Juan se resienten gravemente. Logra sobreponerse merced a la fortaleza física y espiritual de su esposa, Nelly Checura, columna y cimiento del hogar familiar.

 

El Dr. Specchia cierra su consultorio particular y se dedica tiempo completo a la actividad sanitarista en el Hospital 9 de Julio. Su tiempo libre lo dedica al viejo Club Social, que lo elige su Presidente por varios períodos consecutivos. Durante esta etapa el Club recupera un importante grado de iniciativa, especialmente en el homenaje a los pioneros fundadores de la asociación, como así también en la consolidación de las estructuras del área deportiva. Conciente de la importancia de recuperar –para las futuras generaciones- el trabajo y los proyectos que contribuyeron al bienestar del pueblo, como Presidente propone denominar “Angel Antonio Pértile” a las instalaciones del nuevo estadio cubierto del Club Social. En la misma línea de actuación, propondrá algún tiempo después homenajear, con una placa en la Plaza Sarmiento, la vida de don Celestino García, contitucionalista chaqueño.

 

Nelly prepara la fiesta de cumpleaños número 50 de Juan Pantaleón Specchia, inmensa celebración que lo encuentra rodeado de viejos amigos y de una familia grande, unida y feliz. Dice en las palabras de agradecimiento, esa noche, haber realizado todo lo que soñó en la vida.

 

Pero la vida no le dá respiros, y le niega una vejez calma: camino a Resistencia, una camioneta con un chofer alcoholizado embiste el automóvil que conducía Kuky Pértile, y donde viajaban su esposa, Nelly Checura, y su hija menor, Cecilia Andrea. Todas fallecen en el impacto. Cecilia hubiera cumplido 15 años ese verano.

 

Con la partida de su compañera, Juan pierde no sólo a su esposa, sino también a su razón de vivir. Prácticamente se retira de la vida pública, concentrándose en la administración y en la gestión del Hospital 9 de Julio. El Ministerio de Salud Pública de la Provincia del Chaco lo designa Director.

 

Su salud se desmejora aceleradamente. En la Nochebuena de 1992 reune nuevamente a sus amigos y a sus dos hijos mayores, que ya han finalizado sus carreras universitarias y viven en la ciudad de Córdoba. Esa noche, bendice la mesa en latín, como en los viejos tiempos del internado con los padres salesianos: «Pax Vobis». Es, en realidad, su despedida.

 

El primer día del año 1993 sufre una descompensación y es internado, lo atiende su amigo y médico de siempre, César Añasco, y prácticamente todos los médicos de Las Breñas pasan a su lado. En la larga noche del día primero, después de decirle a sus hijos que se sentía “en paz con Dios y con los hombres”, deja su pueblo y este mundo.

 

 

Lo pequeño es hermoso, y la gran historia es la historia de las pequeñas cosas. Juan Pantaleón Specchia nunca se sintió un hombre extraordinario forjando páginas de libros de historia. Sin embargo, su simple y profunda vida, su testimonio de hombre humilde entregado al hacer por los demás, constituye una piedra cierta en el camino de nuestra historia. La pequeña, la que importa.

 

 

 

 

 

Barcelona, 2002.

 

 

 

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Pequeño gorrión (Cecilia Andrea)

 

 

 

Arráncalo del gajo, viento del norte,

y arenga su vuelo

hacia donde llueve cuando el viejo regresa,

hacia donde las campanas del Padre Marco

llamarán a oración de mediodía,

hacia el cono de sombras donde las cien hambres

del suburbio en que sobrevive Jacinta.

 

Cuídalo del rayo, viento del norte,

y expande su trino

entre el humo de barro sudoroso

que escupen las torres de la quema,

entre los niños de callos y manos

que cuecen ladrillos barníz,

entre los cien llantos de sol amargo

en la desgracia repetida.

 

Sálvalo del frío, viento del norte,

y cuida su nido

de espinas con sangre de algarrobas,

de ejércitos bandidos con honda y balines,

de estrellas sin brillo,

de inviernos con lluvias de noches y días.

 

Peina sus plumas, viento del norte,

y lleva siempre su vuelo libre

libre

libre

hasta donde lleguen mis confines.

 

Canción andaluza de la luna (1980)

 

 

 

 

De la luna temerosa

El aljibe enamoró.

¡Ay de la luna!

Y en un bajal de ternura

Con la roldana cantando

A sus aguas la llamó.

¡Ay!

Su níveo rostro altivo

Por un momento el brocal cruzó.

¡Ay!

Siguió en el cielo negando amores.

¡Ay!

Profundo y negro, sin amor quedó.

 

 

 

 

 

 

 

 

Giuseppe (capítulo I)

giuseppe - diseño de tapa de adrián manavella

giuseppe - diseño de tapa de adrián manavella

GIUSEPPE

CAPÍTULO I  –  LOS GANDOLFO

 

 

A un lado del Atlántico, y al otro

 

 

 

 

Mis hermanos iban a la escuela y yo comencé ir ‘nese jardín de infantes que las monja tenían ‘n la ciudá de Casale d’Monferrato, ‘n la Alta Italia, tenía cuatro años y hacía frío. Yo no conocía la nieve, ‘n la Argentina nunca habíamos tenido nieve, recién allí, cuando llegamos, conocí la nieve. La nieve era como la contaba ‘l Tío Viejo, a la noche, cuando se quejaba de que ‘nel Chaco nos asábamos con cuarenta grados a la sombra. Ahora, ‘n vez de aquel calor, había metros de nieve. ‘N la plaza había los castaños “de Indias”, que son los castaños salvajes (les llamaban “de Indias” porque hacían las castaña iguales a las otras, pero no servían pá comer, eran amargas) y que é una planta enorme, con unas hoja así de grandes y que dá los fruto ‘nel invierno. Yo era travieso, así, atorrante, y una vez, queriendo bajarlas, tiré ‘l canastito con la merienda que llevaba al jardín, al jardín de infantes, y se me quedó engancháo ‘nel árbol. Cuando llegué ‘n casa les dije que se me había caído ‘n las cloacas (era imposible que pasara por allí, las rejas, ‘n la alcantarilla había las rejas, pero eran muy pequeñas), ‘ntonce ‘l abuelito, que vivía con nosotros –era ya mayor, muy viejito, ya estaba solo-, me llevó a la plaza a ver dónde había quedáo ‘l canasto, y cuando llegamos lo vió ahi, colgáo del árbol… todo esto que te cuento entre una nieve de ochenta centímetro de altura, ‘n la nieve hacían los caminos la municipalidad con palas, pá que la gente pudiera transitar, y ‘l nono Giro tiró una piedra, y me bajó ‘l canastito. Creo que esto é lo primero, lo primero que recuerdo, así, de antes, esa nieve, esa nieve y ‘l canastito del jardín ‘nel castaño.

 

Ese año de 1920, cuando yo tenía cuatro años, ese otoño habíamos salido de nuestra casa de Arteaga, ‘n la provincia de Santa Fe, toda la familia rumbo a Buenos Aires, al puerto, con todo lo que teníamos. Nos íbamos para no volver, ‘n realidá para ellos, para Papá, para Mamá, para ‘l Tío Viejo, estábamos volviendo, volviendo a Europa, volviendo a casa realmente. Los años ‘n la América pá ellos habían sido transitorios, siempre habían pensado que eran transitorios, que una vez que hubieran ahorráo volverían, y aquel otoño, cuando yo tenía cuatro años, salimos hacia ‘l puerto de Buenos Aires para volver. ‘L día 2 de abril del año ‘20, una mañana que soplaba la sudestada, ‘l viento del Sur que hace crecer al Río de la Plata, porque no deja que ‘l agua se vuelque, que salga ‘nel mar Atlántico, y con un garrotillo muy frío, nos embarcamos ‘nel puerto de Buenos Aires al vapor “Indiana”, rumbo a Génova. Un mes entero estuvimos ‘nel mar Atlántico: llegamos allá, a la Italia, ‘l 1 de mayo de 1920, y por ser ‘l día del trabajo ¡no había transporte!, tuvimos que quedar un día y medio ‘n Genova. Porque ‘nese ‘ntonce ya se festejaba ‘l día del trabajo ‘n Italia, é que estaban los socialistas, ‘l partido socialista, mandaban ellos; por eso é que despué vino ‘l fascismo, porque los socialistas querían mandar a los ingeniero ‘n los altos horno y quedarse ellos ‘nel escritorio, y ahi se vino la podrida. Y bueno, era ‘l día del trabajo, y por eso no había, ni siquiera… ¡má! nada, nada de nada, de Génova a Terranova –que nosotros íbamos a Terranova- quedaba cerquita, apenas una hora de tren, y mi tío Arnaldo, ‘l hermano de mi Papá, vino a buscarme, vino esperarnos al puerto, él era maquinista de tren, y cuando llegamos enseguida dijo: “- Miren, que no hay con qué ir…” ‘naquel tiempo, ‘n los años ‘20, no ibas a agarrar un taxi, porque no había taxis, y tuvimos que quedarnos namás ‘n Génova. Despué nos trasladamos a Terranova, ‘n la provincia de Alessandria, allí compraron mis padres esa casa ‘n la ciudá de Casale d’Monferrato, donde ocupaban la planta alta como vivienda, y ‘n la planta baja pusieron un salón restaurante y bailable. Al negocio lo atendían ellos, Pietro y Margherita, mis padres, y mi tío, ‘l Tío Viejo que le decíamos; y para la parte bailable utilizaban un órgano a cuerda y que funcionaba con moneda. Eso del órgano para mí era graciosísimo, era un bataclán grande como un ropero al que había que darle manija, y pá darle manija tenía que ser uno bien fuerte, tenía una cuerda durísima, con una vuelta –o sea, con una carga de manija, ¿no?- te tocaba cinco o seis pieza, por eso elegían siempre al más fuerte, porque no cualquiera iba a poder con la manija esa. Y era como una moviola, tenía varias piezas adentro, por’jemplo vals, polka, así… y tenía unos botone, movías esos botone y ‘ntonce tocaba esas pieza, debía tener varios tambores con distintas piezas adentro. ‘Anque no eran muchas que digamos: ‘naquel tiempo ‘n Italia lo más que se bailaba era ‘l vals, la polka y… (‘l pasodoble creo que ‘naquel tiempo no andaba), eran esos y la mazurca, y no sé qué varios más. Si no ponían veinte centavos, la máquina no andaba ¡y esa era toda la ganancia!, porque no pagaban entrada ni nada, todo ‘l baile era poner las moneda pá que funcionara la moviola esa, ‘ntonce los chango (las chicas no ponían nada), los varones eran los que invitaban, y ese era ‘l negocio. Además, despué compraron un cine-teatro ‘n la ciudá de Varsella, a sesenta kilómetro de Casale d’Monferrato, pero justamente fue ‘l cambio de política del socialismo al fascismo, y los fascistas metieron ‘l estado del sitio, y se perdió todo aquello.

 

É que cuando ellos vendieron aquí, lo que tenían ‘n la Argentina pá volverse ‘n la Europa, cambiaron todo su capital, todo ‘n plata, y se llevaron tres millón de liras de aquel momento. Ellos escribieron a Italia, a este hermano, al tío Arnaldo, ‘l maquinista de tren, y ellos calculaban ya la plata que llevaban, y ‘l hermano les contestó, les puso ‘nuna carta diciéndoles: “- Ustedes aquí, con tres millón de liras, compran campo…” Pero mientras que ‘l “Indiana” iba, que iba despacio, despacio, porque había todavía las mina ‘nel mar, para la guerra del ‘14 los alemane habían puesto minas, ‘ntonce los barco iban despacio, que tenían que ir viendo de no pisar una, las mina, ¡que si las tocaban volábamos todos!, por eso iban tan despacio y tardamos un mes entero ‘n llegar a Italia, un mes justo; y ‘ntonce, cuando llegaron ya no había forma de comprar campo, nadie vendía, porque ya se venía la inflación, ya se sabía que iba a cambiar gobierno, que ese andaba mal, y ya no pudieron comprar tierra. Ellos querían invertir, porque si no iban a quedar con chalitas namás, y ellos habían sido campesinos, la tierra era… para ellos volver ‘n la Europa era eso, era tener tierra de ellos, lo que no habían tenido nunca, que ‘n definitiva por eso se habían ido, por no tener tierra, porque era de otros. Pero no hubo caso, no pudieron, y por eso compraron ‘l cine.

  

Ellos, ni ‘l Papá ni ‘l Tio Viejo, nunca iban a pensar que iba haber un caso así, ‘l cine ellos lo compraron baratísimo, era un cine-teatro, además de cine daban obras de teatro, tenía tres porteros y… y otra gente más, ‘n total eran veintiún empleáo que trabajaban allí dentro; Varsella era una ciudá más grande que Casale d’Monferrato. Con ese cine, si ellos se hubiesen quedáo dos año más allá ‘n Italia, ¡se hacen una fortuna!, porque unos años despué la cosa cambió. Pero no quisieron, con ‘l fascismo no quisieron saber nada, y ‘ntonce dejaron todo y volvieron empezar, a empezar de nuevo, otra vez, ‘n la Argentina. Supongamos que al cine tuvieran que venderlo, porque no había forma de pagar todos esos empleáo que tenían, pero la casa donde vivíamos, ¡ah…! no solamente era una casa hermosa, de dos plantas, además… despué, unos años despué de la guerra, cuando fueron visitar la Italia mi hermana y mi cuñáo, decían que era una hermosura, estaba ‘nuna gran avenida, con un frente de mármol, y tenía un fondo amplísimo, con una quinta ‘nel fondo, con plantas frutale, ¡tenía de todo, ‘nuna palabra!. Mi hermana Giuditta –ellos fueron de vacaciones con Alfreddo ‘nel año ‘49- dice que estaba sobre la avenida de entrada, sobre ‘l Stalon, y al láo había un cuartel grandísimo, una belleza, una belleza. Ahi, ‘nese cuartel que era vecino, cuando yo era changuito, una vez entré con otros chango, otros má o meno de mi misma edá ¿no?, había un agujerito ‘n la pared y nos metimos adentro a buscar las bolita de la metralla, que eran bolitas de acero, y ¡mierda!, nos cagamos: ‘l milico nos vio y ¡que! ¡casi nos agarran!, ‘l agujerito era namás así de chiquito, y nosotros tendríamos cinco, qué se yo, seis año, también había otros más grandes: “- Vamos buscar, que adentro hay pilas de bolitas…” Ellos sabían que estaban esas, las de metralla, que antes las ponían sueltas, no sé cómo mierda las ponían, pá la guerra del ‘14, no sé cómo las usaban pero ¡lindas las bolita, che!, así que fuímos: uno hacía de campana, y ‘neso de que estábamos llenando los bolsillo con las bolita, ‘l campana dice por ahi: “- ¡Muchachos! ¡Rajemo! ¡que viene ‘l milico pá’quí!”, ¡ah, mierda! ¡por ese agujerito salimos todos como tiro! ¡ni las patita se nos veían!. Yo todavía no tenía cinco años, pero como era ‘n mayo, era la primavera, cerca del verano, no había jardín de infantes ‘nesa época del año. Yo ‘n realidá comencé ir de cinco años, porque allá ‘l frío comienza ‘n setiembre, y resulta que la superiora de ese jardín de monjas, de joven había sido amiga de Mamá, ‘ntonce cuando fueron ellos allí, ‘n Terranova, Mamá enseguida preguntó: “- Y fulana (la superiora esa) ¿dónde está?”, y ahi le dijeron que se había metido de monja, y que estaba muy bien, que se había metido como superiora, ‘nel jardín de Casale d’Monferrato. Había sido un jardín grandísimo, nos daban de comer a las doce, pero había ¡qué se yo! mil quinientos chico, por lo meno, ¡era un edificio!. Casale era una ciudá antigua, grande, hay la plaza, que allí había un caballo de bronce, que ‘n tiempos de la guerra estos desgraciáos lo han, que debía pesar no sé las toneladas, era ‘l rey primero, Carlo Alberto primero, de a caballo ¿no?, quién sabe las tonelada de bronce que tenía, ¡y lo fundieron pá hacer armas pá la guerra!, ¡y lo que valía eso!, antes ‘l bronce era barato, pero unos año despué… Y yo cruzaba esa plaza justo por ahi, que quedaba de casa, habrán sido má o meno cinco cuadras, y al frente estaba ‘l jardín, grandísimo, que no sólo era para chicos, también daban primaria –pero nada más para varones-. Yo me iba a la mañana bien tempranito, a las ocho y media, de día ya era, y tenía una mantita, era una manta como usaban los soldáo, bien abrigado, me tapaba todo. Y claro, la nieve, cuando recién cae, no hace tanto frío, é cuando se hace hielo, despué, ahi sí, ‘ntonce la municipalidá hacía un caminito, ancho como de un metro, a pala, y ‘nel Stalon, ‘n la calle grande pasaban ‘l “diablo” que le llamaban, que era un coso así, que lo tiraban de a caballo (pero los caballo tiraban de atrás, lo manejaban como una máquina espigadora), y que tiraba la nieve de un láo y del otro, los caballos iban empujando porque encima del hielo no hubieran podido, se hundían; así é la nieve, a los techos había que barrerlos rápido rápido despué de una nevada, porque si no se hundían, para que no haga tanta carga había que barrerlo. A vece, despué de una nevada sabía llover, y si le llueve a la nieve ‘ncima, se hace un solo bloque de hielo y ¡púm!, te hunde ‘l techo. Y mis hermanos, por ‘l mismo tiempo, comenzaron ir ‘n la escuela, Margherita iba a una, y Giuditta y Remigio a otra, íbamos los cuatro ‘n lugares diferentes, porque Margherita recién empezaba ‘l primer grado, pero los otros ya iban más adelantáos, porque habían empezáo la escuela ya ‘n la Argentina, ‘anque ellos tuvieron un poco de problemas para seguir allá, por ‘l italiano, por ‘l idioma, que é diferente, porque tiene cinco letras diferente, allá no hay la “y” griega, ni la hache ni la jota. Y ni siquiera deben haber tenido tiempo pá adaptarse del todo, porque toda esta historia no duró namás que un año y medio, porque llegamos ‘l 1 de mayo del año ‘20, y salimos ‘l 5 de setiembre del ‘21, así que ni año y medio. Por eso yo ni alcancé empezar la escuela, ‘l jardín namás, por la diferencia, porque ‘nel medio estaban las estacione, la primavera y ‘l verano ¿no?, y como Casale é al láo de Francia, ‘nel Piamonte (‘n cambio ‘n la Calabria, que é al Sur, casi no cae nieve), pero ‘nel Piamonte, allí donde estábamos nosotros, caía muchísima nieve, ¡la madonna! ¡dicen que hacía mucho que no caía una nevada como la de ese año que estuvimos nosotros!, pero igual: cincuenta, sesenta, setenta centímetro de nieve había casi siempre, pero ese año, no me acuerdo qué mes, hubo más de un metro que llegó, ¡si tuve como ocho días que no fui ‘nel jardín!

  

   Y cuando estábamos instalándonos, por fin, despué de tanta peripecia, vino ‘l fascismo. Que según yo veo, así, mi forma de pensar, ‘l fascismo, ‘nun primer momento Mussolini ha sido un tipo inteligente ¿no?, despué… no sé, se mareó con la puta esa que tenía de hembra o qué mierda fue, o con Alemania, se mareó con ‘l Hitler ese, que si no, fue un tipo que levantó la Italia, hay que decir lo que é. Y mis padres, ellos acostumbraban aquí estar libres, y allá, vos por más plata que tenías, Mussolini puso la tessera: ibas comprar, y tenías que comprar namás medio kilo de pan, tenías la libreta, todo racionáo, (‘anque mis padres conseguían más porque le compraban a otros, a otros que vendían ‘nel mercado negro, que preferían hacer hambre con tal de que les compraran su parte pagando ‘l doble, pero si no, no podían comprar). ¡Que miércole! ¡no les gustaba nada eso!, y despué vieron que‘l cine-teatro ese se les venía abajo, y dijeron: ante de quedarnos sin nada, nos volvemos…, que si hubieran aguantáo un poco más, como le decían ahi los pariente… pero, la desgracia que siempre tuvimos: cuando uno estaba bien, a la miércole, siempre caerse, como una maldicion, como si siempre nos siguiera una maldición.

 

   Habíamos empezáo bien, esa vez empezamos bien, pero la vuelta a la Italia, que ellos habían soñáo todos esos año, duró poco. La cuestión é que tuvieron que vender ‘l cine-teatro, porque si no nos embargaban la casa, no alcanzaba, al cine no iba más nadie, porque había ‘l estado del sitio, y nadie podía salir ‘n la calle más de las nueve de la noche. Estaban los camiones, que salían con los camisa negra con aceite castor, y despué de las nueve de la noche, si encontraban un tipo ‘n la calle, te daban medio litro de aceite castor y te hacían correr cincuenta metro, hasta un litro entero te daban, se te soltaba una cagadera de todos los diablo ¡te cagabas todo encima!; tenías que irte a los santos piques, pasabas un papelón de la gran puta, tenías que irte a lavar, bañarte, cambiarte todo. Los médicos antes decían que si tomabas aceite castor y tomabas aire, te podías morir ¿no?, pero ahi vieron que era mentira, porque no se murió ninguno por cagarse, y media Italia alguna vez tomó aceite castor a la fuerza: é que no buscaban que te mueras, era la humillación lo que buscaban, que quizá é peor. Estos desgraciáos de los fascistas habían agarráo Trípoli, que é ‘n África, y allí se dá la planta del tártago, y éstos habían cosecháo cualquier cantidá de tártago, así que tenían aceite castor a patadas, y como no servía para mucho más, lo usaban pá hacer cagar a la gente, de miedo y de lo otro. Y por todo eso salimos de la Europa, volvimos ‘n la América otra vez.

 

‘L 5 de setiembre del año 1921, con ‘l vapor “Garibaldi”, regresamos a Buenos Aires, ‘n veintidós día. Y como se habían quedáo sin plata, decidieron volver a cosechar ‘n Arteaga, que ya conocían, ahi ‘nel norte de la Argentina, ‘n la provincia de Santa Fe, que era donde ellos habían tenido la chacra antes de intentar volverse. Pero les daba cosa, claro, é que ellos ahi ‘n Arteaga habían sido los “Señores” Gandolfo, habían llegáo a ser estancieros importante, habían tenido una de las chacras más importante de toda la zona: llegaron a tener cinco carros de fletar, de esos carros grande que llevaban doscientas bolsa; los campos donde habían trabajáo ‘n Italia, donde habían sido contadini, eran de cuatro o cinco hectárea, y aquí tenían seiscientas, una chacra de seiscientas hectárea propias (eran socios junto a un tal Fuccio), tenían animale, criadero de cerdos, ¡qué se yo cuánta cosa! Ellos habían entráo allí junto con ‘l siglo, ‘n 1910, que fue ‘l año que la infanta visitó la Argentina, la infanta de España, porque eran los primeros cien años del país, y por aquel tiempo por ahi había poco, muy poco, casi nada, y habían empezáo así, sin nada casi, trabajando todos esos años, hasta que hicieron ‘l capital para volver a su casa ‘n la Italia. Cuando llegaron ‘n la Argentina la primera vez, habían ido a la estancia “Santa Paulina” a trabajar a medias: les daban los bueyes para ‘l arado (se los daban de novillos, y ellos tenían que amansarlos); y mi tío, ‘l Tío Viejo, también trabajaba ‘n la chacra; é que antes, cuando él apenas llegó ‘n la América –que fue ‘l primero ‘n llegar de ellos- estaba trabajando de foguista ‘nel ferrocarril “Central Argentino”, y mi Papá, que vino despué siguiendo al hermano, se puso trabajar de peón. Así estaban y por ahi ‘l Tío Viejo vió ‘nel diario: “… ‘l señor don Alinardo Costaviva, de Arteaga, provincia de Santa Fe, ofrece tierras de monte para ser trabajada a medias, ofrece a los mediero una libreta de almacén por un año y una yunta de novillo pá amansar… ecétera.” ‘Nuna palabra: ‘naquella época, sin plata, vos podías trabajar, podías comenzar, ‘l propietario de la tierra (o a veces ‘l Estado, cuando todo era monte vírgen), te daban pá empezar, te daban las herramienta, y te fiaban la comida, pero eso sí: tenías que amansar los bueye. Entonce, como ‘l Tío Viejo era corajudo (porque éste nunca había visto un novillo ‘n su vida ¿no?), dice: “- ¡Báh!, si los amansan otros, ¿por qué no lo vamos amansar también nosotros…?” Y Pietro, mi Papá, sabía trabajar ‘l campo, que él sí había sido contadino, trabajaban ‘nel campo, eran peones, pero claro: trabajar ‘l campo allá, ‘n la Italia, era que punteaban la tierra, nunca habían tenido que vérselas con animale, ni con novillos para bueye, ¡má! ni siquiera con caballo, que eran cosa de ricos. Pero así y todo, ‘l Tío Viejo dejó ‘l ferrocarril “Central Argentino”, se juntó con ‘l hermano, y salieron para Arteaga. ‘L primer año vieron cómo hacían los otros y fueron aprendiendo, así. Antes, allí, ‘l yugo a los bueye se ponía ‘nel aspa, no como allá ‘nel norte, ‘nel Chaco, que se pone al cogote, allí los colonos los ponían ‘n los cuerno, ‘ntonce ellos los dejaban enyugáos, una vez que se lo ponían los largaban, los dejaban sueltos con yugo y todo, los soltaban ‘nel campo, que se fueran si querían, total siempre volvían por ‘l agua ¿no?, y así los amansaban. También les daban un arado, “torito” que le llamaban, que tenías que ir de a pié atrás del arado, pero ya era de dos rejas, ‘l de “mancera”, que era más viejo, ese tenía namás una reja.

 

   La cuestión é que sembraron ‘l primer año, sembraron maíz, ¡y se hicieron un cosechón! ¡Claro!: tierra nueva, vírgen, gorda. Y ‘ntonce la llamaron a Mamá; ella había quedáo ‘n Europa, esperando, había quedáo ahi ‘n la Alta Italia con ‘l abuelito, con ‘l nono Giro, esperando que éstos hicieran un poco de guitita, al menos pá pagar ‘l pasaje, que para los dos junto, al mismo tiempo, no les llegaba. Mientras tanto, estuvieron separados.

  

Pietro, mi Papá, se había casáo ‘nel 1899, porque justo le tocó la guerra, la guerra de Trípoli, ‘n África, se agarró dos años de guerra. Él había ido hacer ‘l servicio militar, que era larguísimo, y apenas había salido del servicio militar cuando se casó, y ¡no vá que le toca la guerra!. Cuando volvió de la guerra, ¡la puta! se vino rápido ‘n la Argentina, porque hizo cuatro año del servicio militar, que así de largo era ‘n Italia ‘naquel tiempo, y despué dos de guerra, ‘ntonce se vino, no vaya a ser que otra guerra… ¿no?, y Mamá estaba con ‘l abuelito, con ‘l nono Giro, que él era viudo, y cuando éstos aquí hicieron la primer cosecha la mandaron llamar y se vino, ese cosechón que les dió tanto así, de golpe, Papá la trajo y se juntaron de nuevo.

 

Seis años estuvieron allí de medieros, ‘n las tierra de don Alinardo Costaviva, y han hecho buena plata. Entonce este paisano, don Marsilio Fuccio, les hizo la propuesta de alquilar un campo grande, ‘l campo del dotor Asturias, Belarmino Asturias, que era un hombre rico de ahi de Rosario, cuatrocientas cuadra eran, o sea como seiscientas hectárea, y con lo que habían juntado ‘n las cosecha alquilaron, y ahi pusieron hacienda, terneras, criadero de cerdos, ¡qué se yo cuánta cosa! Y claro, también trabajaban la tierra ¿no?, ya compraron caballos, hicieron guita, la verdad que hicieron guita a montones ‘nesos año, porque trabajar ‘nel campo ellos sabían bien;  hicieron una fortuna, ‘nuna palabra. Cuando vendieron todo eso sacaron trescientos mil peso –que cambiaron por tres millón de liras-, mucha, mucha plata para ‘quel tiempo; como sería de fortuna que este socio, este Fuccio les decía: “- Compren doscienta hectárea de campo (que les costaba nada más que cincuenta mil peso) y dejenlás, por si quieren volver…”, si hubiesen hecho lo que ‘l socio les decía, ellos hubieran tenido dónde volver ¿no?, pero como no pensaban, como jamás se hubieran imagináo todo eso del fascismo… No quisieron. Sabían que con esa plata ‘n la Italia compraban tierra, tierra de ellos, compraban campo, que se hacían propietario. Pero esa maldición nuestra, se les dio vuelta de golpe la política.

 

Mi abuelo, de parte de mi Papá, era don Giuseppe Gandolfo, y la abuela era la nona Chiara, pero a ellos yo no llegué a conocer, a ninguno, y por parte de mi Mamá, mi otro abuelo, don Girolamo Magnassi, era ‘l nono Giro, ‘l que me bajó ‘l canastito que yo había tiráo para las castañas “de Indias”; ‘l nono Giro fue ‘l que viajó con nosotros desde Italia cuando volvimos ‘n la Argentina, lo enterramos ‘nel año ’30, está aquí, ‘nel panteón de la familia. La madre de Mamá se llamaba Giuditta Bonagrazia, Giuditta, como mi hermana mayor, y esa abuelita falleció ‘nel 1891, más de un siglo hace ya, le agarró un fiebre de tifus, y ‘naquel tiempo no se salvaba nadie con ‘l tifus, era jovencita cuando le agarró ‘l fiebre, y dicen que era muy linda, una belleza dicen que era, yo siempre escuché hablar de lo hermosa que era esa abuelita. ‘N cambio Mamá no era tan linda, tenía la cara basta y ‘l cuerpo grueso, de mujer de campo. Mamá tenía doce años namás, ‘l tío Tomasso catorce, y once meses su hermanito, ‘l tío Federico, cuando le agarró ‘l tifus a la abuelita, ellos quedaron chiquitos namás con ‘l nono Giro.

 

   Y Pietro, mi Papá, ellos eran cuatro hermanos, tres varones y una mujer: estaba ‘l que era maquinista, ‘l tío Arnaldo, que nos fue a esperar cuando llegamos ‘n Génova, era ‘l más chico de ellos, ‘l gurrumín, ‘l tío Arnaldo era de 1895; y la mayor de ellos era la mujer, la zia Adda, que había nacido ‘nel 1870, ¡Papá la quería tanto!, con ella, con sus hijos, estuvimos siempre ‘n contacto, la zia Adda murió ‘n 1953, pero seguimos contacto, seguimos escribiéndonos con mis primos –Giuseppe, Giovanni y Alfina-, pero cuando aquí ‘n la Argentina se armó ‘l despelote, cuando pasó todo esto ‘n mi casa, dejamos, perdimos todo contacto, é que ¡má qué se yo!, uno se trastorna, cambia todo. Igual seguro que ellos ya se han muerto todos, ellos se quedaron ‘n Terranova, de donde viene la familia. ‘L tío Arnaldo, ‘l maquinista, tenía un solo hijo, ‘l primito Angelino, que  lo tuvo con la Siciliana, y era inválido, así que esa rama se acabó ahi namás, muy pronto. Y ‘l cuarto de ellos, ‘l otro hermano de Papá era ‘l tío Giuseppe, que era del 1879, le llamábamos ‘l “Tío Viejo”, porque tenía la cabeza blanca, blanca como la nieve propiamente, y desde jovencito, y éste nunca se casó, se quedó soltero, siempre estuvo con nosotros. ‘L Tío Viejo era aventurero, él fue ‘l primero ‘n llegar ‘n la Argentina, él vino de quince año; los menore de edad tenían que venir con un padrino, no podían subir solos ‘nel barco, pá cruzar ‘l Atlántico tenían que tener un padrino, ¡pero ‘l padrino que a él le tocó era un boludo de aquellos! Y ‘l Tío Viejo era así, sin preparación, namás sabía leer y escribir, había ido hasta segundo grado ‘n Italia, pero era vivo, despierto, no le importaba hacer cualquier cosa, él se las arreglaba. Cuando llegaron ‘n la Argentina fue justo un año de miseria, fue ‘nel 1894, había una miseria espantosa y, ¡qué miércole! ¡se morían de hambre!, porque ‘l “padrino” era muy boludo, así que lo largó, no supo nunca más del compañero, y se fueron, junto con otro paisano, a San Nicolás, a Río Seco, ahi ‘n las pampas de la provincia de Buenos Aires. Ahi había papa, se ponían ‘n la recolección de las papa, entre la provincia de Buenos Aires y la de Santa Fe; pué justo ahi había un puente sobre ‘l Río Seco, bueno: abajo de ese puente se instalaron, y de noche iban a robar algunas papas, cocinaban la papa y por lo menos comían, del hambre no se morían, algo é algo. Y parece que al tiempo consiguieron algún trabajito, alguna changa juntando papa. Y despué se fue a Campana, allí tenía un paisano, uno del mismo pueblo, que trabajaba ‘nel ferrocarril Central Argentino, y este paisano lo enganchó ‘nel ferrocarril. Lo emplearon de “limpiamáquina”, pá limpiar las calderas, que buscaban para eso a los muchachitos jóvene, y así hizo carrera: entró de dieciseis o diecisiete años, despué de un tiempo lo pusieron de “ayudante pasa carbón”, despué lo pusieron de “ayudante foguista”, y llegó a ser “maquinista”, que é lo máximo que podían llegar ‘n la carrera. Él era orgulloso de haber llegáo a ser maquinista, porque ‘l maquinista é ‘l “dueño” del tren, no ‘l guarda, sino ‘l maquinista. Ahi, ‘n la máquina, é donde está ‘l gobierno de todo ‘l tren, y ¡amigo! antes no era como ahora, que la máquina é fácil, que todo está hecho, no, era distinto, había que ser muy inteligente, había que tener mucho arte pá manejar ‘l tren a paladas de carbón. Despué, ‘n 1904, ‘anque le daba mucha lástima abandonar la profesión, la carrera que había hecho, abandonó ‘l ferrocarril Central Argentino pá ayudarle al hermano (que por ‘ntonce mi Papá ya había llegáo ‘n la América y andaba de peón), y, como tenía su guitita ahorrada, se fueron ‘n Arteaga, de medieros donde ‘l terrateniente este, don Alinardo Costaviva, daba campo vírgen pá que lo desmonten y trabajen a media.

 

Mi Papá había nacido ‘nel 1872, también ‘n la Alta Italia, ‘n Terranova. Yo tengo la libreta del esponsales de ellos: se casó con mi Mamá ‘n 1899. Y la familia de ella, de mi Mamá, vivían má o meno bien ¿no?, ‘l nono Giro era zapatero; quiero decir, vivían mejor que la familia de mi Papá, porque éstos eran pobre, pobres de verdad, muy pobres, ellos alquilaban ‘l campo. ‘Nesa epoca, ‘nel campo, ‘l único que comía todos los día era ‘l cura, ¡por eso ‘l cura venía gordo! y los demás, bueno… cómo serían de pobres que ‘l Tío Viejo había rayado ‘nuna puerta tres letras “F”, y los viejos ninguno sabían leer o escribir, (antes muy pocos aprendían leer y escribir, y de los viejos, así, de antes de la guerra grande, de esos ninguno, y tampoco había ninguna escuela, la única que había estaba ‘n Casale d’Monferrato, o sea a unos siete kilómetro), y él puso tres letras “F” ‘n la puerta, y con eso quería significar, ‘n dialecto: “Fiú – Fam – Frecce”, o sea: “humo – hambre – frío”, porque la casucha donde vivían no tenía chimenéa, y ‘ntonce prendían ‘l fuego, con esos invierno llenos de nieve y, ¡qué diablos! ¡se enyenaba de una humareda ‘n todos lados, que no dejaba ni verse la mano!, y tampoco tenían mucha puerta: alguna tabla apoyada del láo de adentro, y –como no había querosén ‘naquel tiempo- la luz era a aceite: juntaban una bolsa de nuez, la llevaban ‘nel molino, a moler, a hacer aceite, ponían ‘n la botellita y tenían luz con aceite de nuez, ¿te imaginá que luz más “potente”?, como pá no atropellarse uno con otro, namás. Por eso él había hecho un agujero ‘n la pared, y allí había un farolito ‘n la calle (que también eran a aceite, esos faroles ‘n la calle, pero más grande), y ‘ntonce por ‘l agujero le hacía luz donde él tenía ‘l catre, ¡pero se cagaba de frío!, ¡ah…! ‘l Tío Viejo, ¡era tan inteligente!, siempre él era así, con esas cosas, desde changuito, siempre. Mirá: como ellos eran tan católico –más los pobre que los ricos- todos los domingos la vieja Chiara, su mamma, le daba veinte centésimo (no centavos, centésimos, que era menos que un centavo) pá la iglesia, pá darlo ‘n la misa, pero él, claro, que nunca veía un cobre, ‘n vez de darlo de limosna al cura él se compraba un caramelo, eso era todo: un caramelo por domingo, pero como era muy zorro, para que no se dieran cuenta, cuando pasaba ‘l sacristán por la iglesia, que pasaba juntando las limosna, él le metía una piedrita ‘n la bolsa de la limosna ¿no?, y por un tiempo pasó, pero ‘l sacristán encontraba siempre esa piedrita, y como estos diablos son siempre vivos, los curas, ‘ntonce empezó a mirar bien y lo descubrió ‘l domingo, cuando metía la piedrita ‘n la manga, ¡y le dió con la picana ‘n la cabeza!, ¡qué miércole! Despué le contó al párroco y ‘l cura se fue ‘n la casa de los viejo, ¡qué paliza que se ligó!, hasta cuando viejo se acordaba del palizón de aquel domingo. Y no vá que cuando se iba a venir ‘n la Argentina, la vieja Chiara, la mamma, le dice: “- Antes de salir, vete saludar ‘l cura.” “- ¿Al cura? –dice éste- ¿y por qué tengo que saludar al cura…? a mis tíos sí (porque ellos tenían muchos pariente ‘nel campo), pero al cura… ningún parentezco.” Y ‘ntonce la vieja Chiara se pone a los gritos: “- ¡Pero no…! ¡que te vas a ir ‘nel infierno si no saludás al cura…!”, y así siguió, que de aquí y que de allá, ‘ntonce él le dice, para tranquilizar a la mamma: “- Bueno… ¡má sí!, tranquilizate, que lo voy saludar.”  Pero no fue nada. Decía que se quedó un rato ‘nun rincón de la iglesia, solo, pero ni mierda iba ir a pedirle la bendición al cura chusma.

 

‘N cambio, de la familia de Mamá, eran de mejor condición, ‘anque también pobres, claro, que ‘naquella epoca ‘l único que no era pobre era ‘l patrón. Pero ellos, ya mi bisabuelo había sido zapatero, tenía su tallercito, así, y ‘l nono Giro se quedó con la zapatería cuando se murió ‘l padre, y al hijo de él lo mismo, ‘l tío Federico, ‘l hermanito de Mamá, también le enseñaba ‘l oficio, porque allí era de esa manera: un oficio se aprendía durante toda una vida y quedaba ‘n la familia, de padre a hijo, se pasaba ‘l oficio y ‘l taller. Y mi Mamá, ya cuando falleció su mamma, que ella era pequeñita, se iban a limpiar arroz con otras chica, porque como ‘l arroz lo sembraban ‘nel agua, había que arrancarle los pasto, y hacían eso pá ganarse unos mango. Pero como ‘l nono Giro era zapatero, ‘n invierno trabajaba lo mismo, ‘n vez los que trabajan namás ‘nel campo, ‘n invierno casi que no comían, ¿qué hacés ‘nel campo cuando hay cincuenta, ochenta centímetro, un metro de nieve?, menos mal que allá a los que eran contadini, no les pagaban con plata, les pagaban con arroz, con maíz, así, ‘ntonce guardaban comida pá‘l invierno, eran como las hormiga. ¡Báh!, comida é una forma de decir: comían polenta (sin sal, porque la sal era carísima, como la Italia no tenía sal, tenía que comprarle a Austria, y como con Austria andaba siempre a las patadas, ¡má! se la cobraban un ojo de la cara); grasa… ¡qué iban a poner grasa!, ‘l nono Giro, ‘l zapatero, todo los años carneaba medio chancho, junto con otro paisano, pero ‘n lo de mi Papá nada de eso, ellos iban comprar cinco centavos de tocino, que les daban un pedazo má o meno como la punta del dedo, con eso hacían comida casi para ocho, ¡qué puta de gusto debía tener!, ¿no?. Pero, cuesta creerlo, la gente no se moría de hambre así namás, eran duros esta gente, hoy los chango, la gente de hoy, ¡má! ni se imaginan esa penuria, esos esfuerzo nada más pá vivir, para pasar, resistir hasta ‘l verano que viene. A la mañana café tampoco se acostumbraba, porque Italia no tenía, tuvo recién cuando se robó ese pedazo de Africa, antes no había ni café ni nada, así que dos comidas nada más. Bueno, una sola: a la noche calentaban la polenta del mediodía. Un poco de pan sí tenían, porque como les pagaban con alguna fanega de trigo, lo llevaban ‘nel molino, lo llevaban moler y así tenían harina, pero cuando se acababa ‘l trigo ‘ntonce hacían pan de maíz, ¡qué!, ese pan, al segundo día, si se lo tiraban por la cabeza a alguno ¡lo desmayaba!, una piedra, se pone durísimo, aparte, te imaginá qué divertido comer polenta con pan de maíz…

 

Y así vivían, todo eso nos contaron, nos contaba ‘l Tío Viejo y la Mamá, veces y veces, todo. Mi Mamá se casó jovencita: ella era de 1877 y se casó ‘nel ‘99, mi Papá tenía veintisiete y ella veintidós años; habían estado de novios durante muchos año, pero no se podían casar porque mi Papá estaba ‘nel regimiento. Porque era así: había servicio militar de dos años y de cuatro años: marina, caballería, y no sé qué otra, esos hacían nada más dos años, pero a él le tocó la de los pobre, la de más tiempo, la infantería, y bueno, cuando terminó ‘l servicio militar, se hizo la casita, y dijo: “- Ahora sí, a casarme…”, y ahí fue que lo mandaron pelear otra guerra. Se fue pelear namás, de nuevo ‘nel ejército, pero Papá no dejó pasar ni un año, cuando hubo terminado esa guerra, la guerra ‘n Africa, y se largó de ahi, ya para 1900 estaba aquí, ‘n la Argentina, dejándola a mi Mamá para cuando pudiera juntar para ‘l pasaje. Él pudo venir porque ‘naquel tiempo, ‘nel pueblo, había un tipo que tenía dinero (costaba noventa lira ‘l pasaje pá venir), y como ‘ntonce la gente era, así, puntual, no eran estafadora como hoy, éste les prestaba y, una vez trabajando ‘n la América, todo ‘l mundo le giraba la plata que les había prestado, ¡de decentes namás, porque no tenían ninguna responsabilidá!, si no le giraban, ¿qué le iban a hacer?, pero todo ‘l mundo, apenas ganaba las noventa lira, de vuelta a aquel tipo su plata. Éste les cobraba una comisión, no mucho: creo que a él ‘l pasaje le costaba setenta lira, y les cobraba noventa lira prestándoles la plata y sacándoles ‘l pasaporte y todo, porque si no éstos, que no sabían ni leer ni escribir, ¡qué miércole!, no sabían cómo dirigirse, y los embarcaba pá Buenos Aires.

 

Mi Mamá tendría que haber venido ‘n la Argentina con ‘l “Silvio”, que se hundió y que se ahogaron casi todos, se hundió ‘l 4 de agosto de 1904; pero como resulta que la fiesta del pueblo de ella, de Terranova, era a finales del mes de julio, ‘ntonce un pariente que ella tenía, que era patrón de varios campos allí, que tenía algo de dinero ¿no?, estaba bien, pero era muy viejito, ‘ntonce le dijo: “- Yo te cambio ‘l pasaje, y quedate pá la fiesta del pueblo, que yo no te voy a ver más…” Y ‘ntonce mi Mamá se cambió, cambió pasaje para venirse ‘nel “Bologna”, que salía cuatro día despué que’l “Silvio”; si cuando ellos pasaron le vieron todavía la punta del “Silvio” que sobresalía del agua. Porque resulta que ‘n Génova, ‘naquel tiempo, había una montaña subterránea, que, cuando ‘l mar era alto, podían pasar derecho, y si no tenían que hacer una curva como de cincuenta kilómetro más pá no agarrarla, y al capitán le pareció que ‘l mar era alto, y que pasaban derecho, pero cuando estaban ‘nel medio, ¡púm! se clavó la punta ‘n la piedra y se hundió la cola: mitad barco fue bajo ‘l agua. Estaba lleno de tiburones allí, y, claro, los muchachos joven, la mayoría se salvaron, porque se prendían de los palos (‘l barco quedó ahi claváo, no se fueron a pique), pero toda la parte de atrás, que é donde están los dormitorios, quedó pá los tiburones: las mujeres no se salvaron ninguna, y mi Mamá se hubiera muerto también, o sea que nació de nuevo al cambiar pasaje, si no, ¡má! ¡nada!, ¡si de los mil cuatrocientos pasajeros que traía ‘l “Silvio” creo que se salvaron algo así como trescientos o meno!. Para colmo, era de noche, y ‘nesos tiempos no había radio pá que llamaran ‘l auxilio, ‘l primer barco que vino fue casi la madrugada, por señal de luz que hacían ¿no?, y también que tenían miedo de arrimarse, porque sabían que allí les agarraba la piedra: tenían que esperar, porque ‘l mar seis horas crece y seis horas baja, tuvieron que esperar que cuando ‘l mar se levantara, mientras tanto seguía muriendo gente. Sí, y menos mal que ‘l mar no estaba muy frío, que ya casi era verano, porque é al revés que aquí, si no ninguno contaba ‘l cuento.

 

Y ‘n Buenos Aires había la migración, ahi ‘nel puerto estaba la migración, que ahi mi Mamá estuvo tres días ahi. Era un coso redondo, un edificio enorme, como la carpa de un circo, estaba ahi ‘n Retiro, y tenía camas todo a la redonda, cientos de camastros, todo alrededor del edificio ese, ¡cómo sería la olla donde hacían la sopa que la sacaban de una canilla!, pero claro, adentro le encajaban doscientos kilo de carne, ¡qué se yo!, puchero ¿no?, porque les daban de comer carne, eso sí, y de dormir, todo gratis, ahi no pagaban nada, eso era del gobierno, era de la migración. Como ‘l gobierno quería que vinieran, que vinieran ‘n la Argentina los inmigrante de todas partes, cuando llegaban los barco, que venían docenas, cientos, los barco cargados de gente, los alojaban ahi ‘n la migración, y les daban de comer bien, hasta que éstos se iban repartiendo por las colonia. Entonce cuando ella llegó, finado Papá la fue buscar a Buenos Aires, se volvieron juntar ahi ‘n la migración, despué de todos esos año separados, y se fueron a Arteaga, donde estaban con ‘l Tío Viejo. Arteaga quedaba cerca, pué, apenas cuatrocientos kilómetro, y había ferrocarril, ya había ‘naquel tiempo. Y ahi ‘n la estancia “Santa Paulina” al tiempo nació mi hermana mayor, Giuditta, pero la anotaron ‘n Cruz Alta, que é ‘n la provincia de Córdoba, porque la estancia quedaba ‘n la provincia de Córdoba, ‘anque ellos iban siempre a Arteaga, que les quedaba más cerca; ‘l arroyo La Mojarra, que está a tres kilómetro de ahi, de Cruz Alta, divide la provincia de Santa Fe con Córdoba, pero salvo la parte legal, todo se hacía ‘n Arteaga. También é que allí vivía ‘l socio de ellos, ‘n Arteaga era donde tenían la libreta, que tenían ‘l crédito del almacén pá las cosas de la comida, les daba este Alinardo Costaviva la libreta para un año, ¡que tenían de todo!, era tienda, almacén, ferretería, de todo, ‘nuna palabra: sin un mango, vos podías vivir, trabajar, hacerte tu propio capitalcito, era la manera de hacer como tendrían que hacer ahora, pá que se pueblen esos campo, todos estos campo de aquí, donde no hay, ¡qué se yo!, hay millones de hectárea aquí sin trabajo, sin trabajarla, pero ahora la gente son tan malo, tan mal, tan, así, informales, que son capaz de clavarte con todo, como esos que agarraban las casas de los barrios, que les daban casas para que vivan, y éstos las desmantelaban, vendían las canillas, los inodoros. Ahora no son como antes, que tenían la gente otra mentalidá, venían pá poder vivir, pá ganar platita, porque allá han hecho una vida de mierda, una vida de miseria; ‘n vez éstos, éstos aquí antes vivían mucho mejor, ¡porque vivían del cuento!, y ahora se han venido abajo, y é diferente, porque vos de estar mal a ir bien, cuidás, pero si de estar bien te venís abajo, ahi está la cagada, ¿no?.

 

Y ante de que naciera mi hermana Giuditta mi Mamá perdió, creo, como tres chico, tres embarazo, porque laburaba mucho, no sé bien esas cosas de mujere, por ahi, ¡qué se yo!, por eso la diferencia de años desde que llegó hasta que nosotros comenzamos nacer. Sacando cuenta, que ella llegó acá, ‘n la Argentina, ‘nel 1904, y mi hermana Giuditta nació cuatro años despué: ‘l 23 de enero de 1908, despué de tres hijos que perdiera: los que tendrían que haber nacido ‘nel año ‘5,  ‘nel ‘6, y ‘nel año ‘7 ¿no?, porque antes, así era, un crío por año. Pero no había médico ‘nel pueblo, para un médico había que ir varios días, una semana o así, ‘n la jardinera, hasta la ciudá. Ahi, donde las colonia nuevas, donde llegaban estos gringo, ‘nesos tiempos era así namás, se arreglaban como podían, con algún paisano que entendiera algo, una comadrona, entre ellos mismos iban apechugando como podían. Despué, vino uno, un médico que mandaba ‘l gobierno, que mandaba para ver a toda esta nueva gente que se instalaba ahi, ‘n las colonia, este médico pasaba revisando así, medio por arriba namás, pero le dijo que cuando ella estuviera embarazada, que estuviera ‘n estado, no tenía que hacer fuerzas, tenía que quedarse quieta, reposando, porque si hacía actividá lo perdía. Y bueno, así hizo y desde allí no perdió más: ‘nel año ‘8 nació Giuditta; ‘l 10 de julio de 1909 nació Remigio; mi hermana Margherita –que le pusieron como Mamá-, ‘l 26 de abril del año ‘13, y yo –‘l gurrumín-  ‘l 10 de julio de 1915. Giuditta y Remigio nacieron ‘n la chacra donde ellos estaban de medieros, y mi hermana Margherita y yo ya nacimos ‘n la estancia, que habíamos ido ‘nel año ’10. Yo ya nací ‘n “cuna de oro”, ¡ellos ya eran unos potenciarios!, que allí é donde este Fuccio, don Marsilio Fuccio, se asoció con ellos, ‘n la estancia, y aparte de socios se hicieron compadres, compadres y amigos, tal que cuando volvimos de nuevo, cuando tuvieron que escapar del fascismo, este Marsilio Fuccio les quiso dar campo, una chacra y qué se yo cuántas cosa, pero ellos, les habían salido tan mal las cosa, haber trabajáo tanto, haber llegáo a tener tanto, y, así, a los pocos año, estar otra vez sin un cobre, con una mano atrás y otra delante, y como mi tío era un hombre que había quedáo tan, así, tan resentido, que quiso ir lejos. No por orgulloso, digo yo, sino porque allí le iba a dar pena, porque ‘nel mismo lugar empezar de nuevo…

 

¡La verdá é que ‘l Tío Viejo era todo un “personaje”!, era un tipo reconocido ‘n la zona, además de toda la estancia que ellos habían tenido ahi, mi tío había sido mayordomo de la estancia “Santa Virgilia”, que era del famoso dotor Venancio del Agua. Cómo será que era todo un “personaje”, ¡que la fama le había llegáo hasta ‘n la Italia!, ¡má! si cuando salimos escapando de los fascista, ‘l cónsul allá era Carlo Brebbia, era cónsul argentino ‘n Turín, y pá volver ‘n la América tenían preferencia los que habían ido de voluntarios a la guerra grande, y de acá, de l’Argentina, habían ido más de treinta y cinco mil voluntarios pá la guerra europea, la guerra mundial, si ‘nel puerto de Buenos Aires llegó un momento ‘n que había más de veinte mil italiano, ¡esperando barco para irse de voluntarios!. Mi otro tío -‘l tío Tomasso, hermano de Mamá- fue así, de voluntario ‘n la guerra grande, y se salvó y todo. ¿Qué pasaba?: que iban porque le tenían mucha bronca a Austria, porque Austria, antes, siempre los hacía cagar, y esta vez sabían que le iban a ganar, porque Norteamérica les ayudaba; Austria tenía cinco millón de habitantes, por’jemplo, contra la Italia que tenía como veinte millón, pero eran más guerrero los austríacos, eran más inteligentes pá pelear, y estaban más organizado. ‘N cambio los italiano eran, ¡qué se yo!, así, porque la Italia la hizo Cavour, Italia entera, si no eran todas… allá mandaba un conde, allá mandaba un marqués, ‘nel centro mandaba ‘l papa, la Iglesia ¿no?, Nápole era bajo ‘l rey de España, y así. Era toda dividida, y no había escuela, había mucho analfabeto antes. Y claro, por eso, ‘n la guerra anterior, los austríacos casi llegaron ‘n Roma, si no era que no sé qué rey había ‘n Roma que los atajó, ¡se agarraban toda Italia!. ‘N realidá no fue gracias al rey, fue gracias a un tipo que estaba dentro de un canal, porque él cuidaba las compuertas de ese canal, que estaba seco, y cuando vio que los austríaco estaban cruzando ‘l canal, les abrió las compuerta y ¡la madonna!, allí como eran muy quebradas las montaña, y era invierno, ¡mató miles de austríaco, los hizo mierda todos!, ‘ntonce los italiano aprovecharon hacerlos ir pá’trás. Pero al rey no le gustó, ‘l tipo éste que había abierto las compuerta le fue pedir una medalla al rey, pero ‘l rey lo sacó pitando, le dice: “- Eso é un crímen lo que has hecho…”, porque antes ‘l honor y todo eso ¿no?, pero le hizo ganar la guerra. Y bueno, ‘ntonce, cuando fuimos nosotros a buscar ‘l pasaporte, a Turín, pá volvernos ‘n la Argentina, nos dicen: “- ¡Má! ¡ni siquiera de aquí ‘n cinco años van a conseguir!”, porque eso, era que justo habían abierto los pasajes para salir de Italia (que antes no se podía salir, si no mi Papá y nosotros hubiéramos venido antes, pero no se podía), cuando abrieron los pasaje, todos los que habían ido de voluntarios, tenían gratis ‘l pasaje, con preferencia pá salir ‘n los primeros barco, y cinco lira por día hasta que llegaran ‘n Buenos Aires, les daban eso por haber hecho la guerra. Pero como ‘l Tío Viejo era todo un “personaje”, y sabía que Carlo Brebbia era cónsul argentino (este Carlo Brebbia había estado unos años antes ‘n la estancia nuestra a comer, porque era muy amigo del socio de ellos, de don Marsilio Fuccio, y ‘n la estancia se habían conocido bien con ‘l Tío Viejo), ‘ntonce sacó una tarjetita suya, y le dice a un pulicía que había por ahi: “- ¿Sería tan amable de llevarle esta tarjetita al señor cónsul?” “- ¡No…! –le dice ‘l pulicía- nosotros somos prohibidos de ir”; bueno, lo dejó a este y siguió mirando. Por ahi había un cabo (¡los cabos siempre tienen un hambre encima!), sacó cincuenta lira y le pide al cabo, ¡qué! ¡salió corriendo ‘l cabito!. Menos mal, porque no se podía arrimar, si había como diez mil personas ahi, ‘n la plaza de Turín, tratando de entrar ‘nel consulado pá’l pasaporte. Y cuando Carlo Brebbia lee la tarjetita, lo manda urgente al cabo para que nos lleve dentro, nos lleve a su oficina, y cuando lo vio al Tío Viejo, lo abrazó calurosamente, le dice: “- ¿Querés volverte ‘n la Argentina?, bueno, venite mañana y salís con tu familia ‘nel vapor ‘Garibaldi’.” Y le hizo namás ‘l pasaporte pá ellos, para ‘l Tío Viejo, la Mamá y ‘l Papá, y como mis hermanos y yo eramos argentino, nacidos aquí, a nosotros tuvieron que hacernos un pasaporte aparte, que firmó mi hermana Giuditta, como ella era la mayor, por nosotros cuatro; esto era ‘l 5 de setiembre de 1921. ‘L cónsul argentino era una persona muy importante ‘naquel tiempo, no solamente daba ‘l pasaporte a los argentino, sino que les daba también a los propio italiano, y junto al pasaporte te entregaba ‘l pasaje ‘nel barco hasta Buenos Aires, todo ‘nuna sola operación. Un hombre buenísimo, don Carlo. No vé que tenía, muchos años despué, una joyería ‘n Casilda, ahi ‘n la provincia de Santa Fe, y seguimos siendo amigos ‘anque mi Papá se hayan ido, al volver ‘n la Argentina, se hayan ido ‘nel Chaco, ¡si hasta cuando yo me casé compré los anillos ‘n la joyería de él, ‘n Casilda!; sí, ‘l Tío Viejo era todo un “personaje”, ¡cómo no!.        

 

Para mí, toda esta época, fue hermosa, realmente, é de lo más lindo que me acuerdo ‘n mi memoria, la Italia y ‘l mar; de los recuerdos más lindo que tengo, de todo ese tiempo, fueron los viajes, cruzar ‘l mar para allá y despué, volverlo a cruzar, y a más que yo era chiquilín, de todas las cosas de, así, las preocupacione, todo eso de la gente grande, ni me enteraba mucho todavía. Dejar la Italia me dio lástima, porque me gustaba la nieve, ¡era tan linda la nieve!, pero saber que iba a pasar de nuevo un montón de días ‘nel barco estaba bien, muy bien. Me imagino que para mí esos días, cruzar ‘l mar era como una aventura, me acuerdo de todos los detalle de los viaje, del primero, cuando volvíamos a la casa de ellos, de mis padres, cuando volvíamos ‘n Europa, ‘nel vapor “Indiana” había dos salones: uno, grandísimo, pá los varones, y otro pá las mujere –no se podían juntar-, eran todas camas de aspeto militar, ni un camarote había; y los chango menore de cinco años iban con la madre, los mayores de cinco ya tenían que ir con los demás hombre ¿no?, y a los más chiquitos, hasta los cuatro año, todas las noches les daban una taza de leche, y ‘nel “Indiana” yo también la agarraba a esa taza, porque recién ‘n julio cumplía los cinco, así que justo, justo. Y despué la comida: la ibas a buscar, te daban los plato, eran todos platos de lata, y fuentes, y vos ibas ‘n la cocina y buscabas la comida, y comían ‘n cubierta, no había mesa pá comer, había tablones, unos tablones larguísimos, todo lo largo de la cubierta, todo ahi, y despué tenías que llevar los plato lavados, como ‘n los campins, ahi tenían los lavaderos con agua caliente y todo, y lavabas los plato y se los llevabas de vuelta ‘n la cocina. Y ‘n cubierta también había pá sentarse, pero cuando había marejadas, así, que ‘l mar se ponía grueso, o que venía tormenta, los mandaban todos abajo y cerraban, cerraban la cubierta para que no… ¿no?. Ya ‘l “Garibaldi”, con ‘l que dejamos Génova rumbo a la América de nuevo, era un poquito más, así, más moderno, pero igual, tenía todavía los salones “completos”, y divididos por sexos, así fue que de ida dormíamos mi Mamá, Giuditta, Margherita y yo ‘nun salón, y mi hermano Remigio, ‘l Tío Viejo, y Pietro, mi Papá, ‘nel otro salón. Pero ‘nel “Garibaldi” ya me cambiaron a mi de salón, porque ya era más grande, así veníamos ya todos los hombres juntos, y estaba también ‘l abuelito, (que nos traíamos también al nono Giro); aparte se nos había agregáo un tal Pacífico Forzani, que era menor, (tenía quince años, era un sobrino de don Marsilio, del socio de ellos aquí, y lo traían apadrináo), y como no podían ser más de seis personas por cada grupo pá comer, comíamos los cuatro nosotros con Papá y Mamá por un lado, y ‘l Tío Viejo, ‘l nono Giro, y ‘l Forzani este comían ‘n otro grupo, y como éste era ‘l más jovencito, le hacían siempre lavar los plato, y si se quería rebelar un poco ‘l nono Giro –que era tremendo ‘l viejito- le metía una puteada ‘n piamontés o le mandaba con ‘l bastón ‘n la cabeza, ¡la cuestión é que ‘l Forzani siempre salía corriendo!

Los surcos del frío

 

 

 

Cuando los cuernos acaricien

el cuarto creciente

y las bajas de los ríos develen

la proximidad del frío,

llegaremos al cauce que llora

y derrama hacia el sur el delirio;

y cuando las brisas se derrochen

y la caída al sepulcro

tiña el manto que cobija los surcos,

estaremos en el tiempo de las grasas

colmando tinajas;

y cuando el brillo que truena

se haya ocultado

hasta el futuro hastío de aguas,

será el momento del leño que libra

y de la olla negra que ruje y estalla:

el ancho letargo está cerca.

 

 

 

(de Poemas Montunos, primera edición, 1985)

 

 

 

 

 

 

 

El factor Obama (10 01 2008)

Publicado en HOY DÍA CÓRDOBA, el 10 de enero de 2008.

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EL FACTOR OBAMA

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Por Nelson Gustavo Specchia

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En México, me decía hace poco el colega Erick Lobo, del ITESO (la universidad que los jesuitas tienen en Guadalajara), que Barack Obama tendría muy pocas chances de llegar a las primeras líneas de la competencia electoral estadounidense, y no solamente por ser negro, sino también porque su nombre tiene negativas connotaciones para el imaginario colectivo norteamericano de nuestros días: “Barack” suena demasiado parecido a “Irak”, el gran lastre de la política internacional de la administración Bush. “Obama”, por otra parte, se escucha casi igual que “Osama”: ese nombre que se ha convertido en el primer enemigo de los Estados Unidos, desde que consiguiera atacar su suelo por sorpresa, y burlar durante años los rastreos de sus servicios de inteligencia.

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Sin embargo, y a pesar del estigma político que hoy pueden implicar sus nombres (por lo demás, tan africanos), a pesar de su juventud (46 años), y a pesar de ser un negro que aspira a la Presidencia de un país definido sociológica y culturalmente como “WASP” (white, anglo-saxon, and protestant), Barack Obama ha dado la gran sorpresa en la campana de largada de la carrera por la nominación de la candidatura presidencial del Partido Demócrata. Una candidatura, además, que tendrá que competir en una campaña electoral que se presenta como la más apretada de la historia política reciente en los Estados Unidos. Dada la repercusión directa de la política interna de la potencia hegemónica en el escenario mundial, el “factor Obama” ya se ha convertido en un tema de análisis de la agenda internacional.

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La sorpresa de este arranque del largo año electoral hasta los comicios del próximo noviembre ha calado hondo. Uno de los sectores más afectados ha sido el de las consultoras de campaña y de análisis preelectoral. Hasta Iowa el discurso de Obama era calificado de “bucólico”, la mayoría de las consultoras afirmaban que su énfasis en el relevo generacional y en el programa de cambio no tendría auditorio fértil en las primarias. Frente al magnicidio de Benazir Bhutto, que obligó a ajustar las estrategias políticas en todas las latitudes, un estudio del influyente The Wall Street Journal hacía constar que un 40% de los norteamericanos preferiría ver a una mujer como comandante en jefe de su ejército, mientras que sólo un 29% aceptaría a un afroamericano en esa responsabilidad que conlleva la Presidencia.

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Ganar en las primarias de Iowa no es garantía de nada. Es un estado relativamente pequeño en cuanto a cantidad de electores, y el proceso norteamericano de definición de candidaturas es arduo y complejo. Pero Iowa, a pesar de su tónica rural y conservadora, es una referencia: suele imprimir un importante peso simbólico al resto del proceso, con cierto contagio de tendencias y, como en este caso, de lanzamiento de posiciones inesperadas. Una victoria en esta primera campana de largada pone al candidato en perspectiva nacional: desde el 3 de enero Barack Obama es el personaje de moda, está en todas las portadas, y ocupa un lugar central en todo el aparato mediático norteamericano.

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La victoria de Hillary Clinton en el segundo peldaño electoral, en New Hampshire, era más previsible. El estado del noreste tiene una tradición más liberal, y el discurso de la ex primera dama, centrado en su experiencia y capacidad, está más ajustado a este escenario. Un discurso que puede ser muy efectivo también en los grandes estados de New York y Florida, aunque no tanto en California.

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Sin embargo, si se mantienen las tendencias que estos primeros pasos van marcando, en la puja por la candidatura presidencial los valedores de la señora Clinton serán las mujeres de más de 40 años, y los ancianos (podría decirse: los colectivos más “conservadores” entre los demócratas), y Obama captará principalmente a los jóvenes (de ambos sexos, entre los 20 y los 45 años), y a los diversos agregados de independientes (no enrolados formalmente en ninguno de los dos grandes partidos del sistema norteamericano). Para la definición, entonces, de la puja entre ambos postulantes, será decisiva la cantidad de electores de estos colectivos que se acerquen voluntariamente a las mesas de las primarias.

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Barack Obama ha logrado motivar al reacio sector juvenil, y duplicó el número de electores que concurrieron a los “caucuses” de Iowa. A ellos se dirigió esa noche: “ustedes han permitido que ocurra lo que los cínicos decían que jamás ocurriría en este país”, dijo, y entró en la historia como el primer negro en ganar unas primarias en los Estados Unidos.

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Queda por ver si ese empuje le aguanta la larga cuesta del año electoral que aquí comienza. De ser así, el “factor Obama” bien puede alterar algunos supuestos estructurales en la relación de los Estados Unidos con el orden internacional.

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Profesor de Política Internacional. Universidad Católica de Córdoba.

Giuseppe, según AINHOA EIGUREN

GIUSEPPE

 

según Ainhoa Eiguren

 

 

La historia de José es una historia dividida, escindida entre dos orillas, dos continentes, dos culturas que modelan la lengua y la vida del narrador, escindido también él desde su propio nombre (a veces Giuseppe, a veces José), tironeado por esas fuerzas –a veces europeas, a veces americanas- presentes en las formas sociales argentinas.

José vive, al compás de su generación, algunos de los hitos centrales de la historia argentina del siglo XX: la experiencia del cruce del Atlántico desde una Europa pobre y hambrienta, con los sueños del hacer la América en todas las maletas.

También los del retorno a casa, claro.

La colonización de espacios vírgenes, la cohabitación con el indígena y con los otros gringos del aluvión inmigratorio, el lento y trabajoso ascenso social –de la agricultura al comercio, del campo a la ciudad-, para finalizar la historia, ya “a este lado de la vida”, pasando la amarga página de la dictadura y los años negros del terror.

Specchia logra, a lo largo de esta emocionante y audaz novela, mantener la cercanía, la intimidad del relato en primera persona, la cadencia oral que nos permite –literalmente- escuchar a José; sin hacer en ningún momento concesiones ideológicas ni edulcorar los altibajos de una vida recapitulada desde el borde.

Por la boca de José habla, muchas veces, uno de los personajes más frecuentemente ignorados con que podemos toparnos a diario: el del simple abuelo, el viejo del banco de la plaza, el jubilado de bastón y mirada gris. El que siempre saca a colación su pasado. El que nadie escucha. Y su historia, como la de José, es fascinante.

                                                                     AINHOA EIGUREN

 

 

 

(Texto de contratapa de la primera edición de la novela «Giuseppe», Barcelona, Galaxia Babel, 2001)

 

 

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Giuseppe (índice)

  GIUSEPPE

 

 

Índice

 

 

 

I

LOS GANDOLFO

A un lado del Atlántico, y al otro ………………………….

 

 

 

 

II

EL TIO VIEJO

Pioneros ……………………………………………………………

 

 

 

 

III

REMIGIO

Del campo al pueblo …………………………………………..

 

 

 

 

IV

MARIA

Empresarios, gente de sociedad ……………………………

 

 

 

 

V

GIUDITTA

El refugio de los afectos ………………………………………

 

 

 

 

VI

MARGHERITA

La decadencia ……………………………………………………

 

 

 

 

VII

ANGEL Y ANY

A este lado de la vida ………………………………………….

 

 

 

 

 

 

Benazir (03 01 2008)

publicado en HOY DÍA CÓRDOBA, el 3 de enero de 2008

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BENAZIR

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Por Nelson Gustavo Specchia

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Benazir Bhutto ha caído. El chal blanco sobre la cabeza de esta mujer temeraria y valiente se había transformado, durante un breve lapso de tiempo, en una esperanza de transición hacia algún tipo de estabilidad y paz social en la región más conflictiva del planeta. El magnicidio de su muerte, el 27 de diciembre en Rawalpindi, fuerza a desechar ese atisbo de esperanza, y abre este nuevo año con una perspectiva sombría para la agenda de seguridad y de avance democrático en el orden internacional.

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La historia de los procesos políticos en el Asia meridional ha estado signada por la violencia. Una violencia que no ha hecho sino aumentar progresivamente desde la transformación de sus sociedades premodernas –basadas en códigos étnico-religiosos y en estructuras tribales- hacia los modelos de Estados republicanos según el canon occidental. La historia contemporánea de Pakistán se ajusta a esa tesis: la guerra interna, los conflictos interétnicos, y la irrupción de golpes militares que originaron sucesivos períodos dictatoriales, dibujan su breve derrotero como república independiente, de apenas sesenta años, desde que se desgajara de la India en marzo de 1947. Los atentados, el asesinato, y la ejecución de líderes, han sido una constante desde entonces. Solamente en el año que acaba de terminar, se han contabilizado más de 800 muertes violentas por motivos políticos.

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Teniendo estos condicionantes de largo plazo como telón de fondo (las “cuentas largas de la historia”, como decía Octavio Paz), los tres tiros en la cabeza y la explosión de un hombre-bomba que acabaron con Benazir Bhutto pueden ser analizados como parte de una metodología, de una perversa manera de participar en la arena política. Condenable y conflictiva, pero parte estructural de las formas y los modos en que se desenvuelve la lucha por el poder en la región.

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Pero desde otro ángulo, el de las “cuentas cortas” de este momento histórico, la muerte de Benazir es un tremendo paso atrás en, al menos, tres dimensiones: en la seguridad global, en el avance democrático de derechos y libertades, y en la igualdad de género –especialmente en un contexto cultural cerradamente masculinizante y opresor.

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Porque a Benazir la mataron por ser mujer. No solamente, pero “también” por ser mujer. Una mujer, además, bella, libre y culta; educada en las universidades de Harvard y de Oxford, con una fuerte apuesta por la transición ordenada hacia una democracia secular en Pakistán, con importantes reformas de los servicios públicos a nivel de la asistencia social (de los 165 millones de pakistaníes, el 74 % vive con menos de un dólar diario), de la educación (en las áreas tribales, el analfabetismo promedio es del 70,5 %, y en las mujeres trepa hasta un 97 %), y de la salubridad. Y, muy especialmente, con una agenda concreta y de avanzada para enfrentar la discriminación social de las mujeres en todos los órdenes.

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Una mujer con este programa en la conducción de un país –y de sus fuerzas armadas- mayoritariamente musulmán, resultó intolerable para los colectivos fundamentalistas enraizados tanto en la oposición como en el propio régimen autocrático del presidente Pervez Musharraf. Esa es la razón de su muerte violenta, independientemente de quién o quiénes hayan sido los autores materiales del magnicidio.

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En cuanto a la seguridad global, Benazir Bhutto había asegurado que perseguiría al fundamentalismo islámico asociado a las redes de Al Qaeda y a los talibán. Estos sectores –y los grupos rebeldes e islamizados del ejército pakistaní- se le aparecían como los responsables de la inestabilidad interna, y de que el país se estuviera convirtiendo –aceleradamente- en el polvorín de toda Asia meridional, con las esperables proyecciones hacia Medio Oriente, la península arábiga, y el África del Norte.

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Este cambio de rumbo en su percepción hacia los sectores islamistas, a los que había favorecido abiertamente en sus dos períodos como Primera Ministra (1988-1990 y 1993-1996), en una estrategia de afianzamiento de su país, tanto sobre la India (con el contencioso de Cachemira) como sobre Afganistán. Sin embargo, desde el exilio británico afirmó que cuando volviera a gobernar permitiría el ingreso de tropas de la OTAN para perseguir a Al Qaeda en los “santuarios” montañosos del noroeste pakistaní, así como del Organismo Internacional de Energía Atómica para inspeccionar un arsenal calculado en un centenar de bombas nucleares.

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Hubieran sido dos pasos importantes en el camino, cada vez más arduo, de la estabilidad y el orden mundial. Su muerte deja la agenda internacional abierta en un signo de interrogación. Con mayúsculas.

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* Profesor de Política Internacional. Universidad Católica de Córdoba.

Poemas Montunos – Prólogo de OLINDA MONTENEGRO

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Poemas Montunos

(Segunda edición, Barcelona, 2001)

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Prólogo

por Olinda Montenegro

 

 

 

Dice Ernesto sábato en su libro El escritor y sus fantasmas, que el gran tema de la literatura «no es ya la aventura del hombre lanzado a la conquista del mundo externo, sino la aventura del hombre que explora los abismos y cuevas de su propia alma.» Y esta es la aventura que Nelson Gustavo Specchia inicia en su adolescencia, con la frescura de sus años nuevos y con lumbraradas de su propio yo, llamado a cumplir un destino que no tiene bordes ni estatura: ser poeta.

Sol e inocencia. De allí, desde la frescura de su pueblo de pastos, poleos y de pájaros, desde la luz de la risa de quienes lo amaron y lo aman desde otras dimensiones, desde allí crece y se nutre el poeta breñense y planetario.

Era un niño prodigioso: cuestionador, lúcido. Defensor de compañeros en conflicto. Inventor de historias increíbles. Dirigente lírico de grupos. Centro de atención de fiestas y reuniones. Generoso. Romántico. Siempre rodeado de sus libros, adelantado para su tiempo, para su pueblo de cigarras y pólenes. Su familia era un cuenco de cariño donde arrebujarse siempre. Su casa, un jazminero. Su pueblo, Las Breñas, pueblo de inmigrantes al norte de mi patria, le dio todas sus lunas, toda la simpleza de su gente, todo el cielo de sus noches estrelladas, todos los luceros que él ripitió en sus ojos, todo el perfume de sus pastos, de sus brotes. Le dio el temblor de los pájaros y la alegría de remotas lluvias, de siestas polvorientas. Todo lo dio para encender en su alma una filigrana de vigilias, de poemas, de utopías e ilusiones infinitas para que aquel adolescente gestara estos Poemas montunos.

La dimensión filosófica que se apoderó muy pronto del joven poeta, se trasunta en sus actitudes, en su obrar, en la finura de su alma, en esa postura transparente, vertical e inclaudicable como profesional de las ciencias políticas, en defensa del hombre, del amor, la libertad y la justicia.

Esta obra, estos Poemas montunos, reedición de su primer libro que saliera a la luz hace dieciseis años, escrito por un autor-niño-adolescente. Por eso el amor preside, con galanura, sus versos. El subtítulo declara contundentemente Cantos a la tierra mía, y si bien su añorada tierra natal es Las Breñas, su poesía excede la abstracción de las fronteras para instalarse no sólo en otras geografías, sino en el corazón de quienes se adentren en su obra.

La tragedia que golpeó su vida fue posterior a la primera edición de los Poemas montunos. Pero estimo que los dolores que lo abrumaron tempranamente afogatan más su empecinada vocación, y entre dolores y ausencias logra, constantemente, que su palabra tenga el perfil americano que dibuja su sangre en cada metáfora, desde el costado más añil que tienen las nostalgias.

El talento y la creatividad que distinguen la poesía de Nelson Gustavo Specchia, lo impulsan a profundizar, a indagar en las formas de ser de otros suelos, y se abre paso más allá de su tierra para escudriñar desde otras perspectivas, desde otros amaneceres, quizá desde cenites y nadires, las dimensiones de su mundo primero, la tibieza del terruño ancestral… y como prospector empedernido que es, desgarra la noche con su poesía en ristre.

 

 

Olinda Montenegro
Las Breñas, Chaco, Argentina,
Otoño, 2001

 

 

(Prólogo a Poemas Montunos, Galaxia Babel, Barcelona, 2001, páginas 9-13)

 

 

 

 

 

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