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AL QAEDA
UNA RED ADAPTABLE
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por Nelson Gustavo Specchia
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Por estos días de septiembre, la prensa y los análisis políticos internacionales se han ocupado largamente de recordar los ataques a las Torres Gemelas, en Nueva York, que se constituyeron en la gran puerta de entrada del terrorismo de base islamista en la escena mundial. Desde el 11 de septiembre de 2001, están indisociablemente vinculadas a este trágico suceso las figuras de Osama bin Laden, y del movimiento –ignoto hasta entonces- que surge de su inspiración, Al Qaeda. Más allá del recuerdo doloroso de los ataques a los Estados Unidos, la naturaleza y los alcances de la organización de Bin Laden, y el rol que ella viene ocupando en la construcción y el desarrollo de un movimiento yihadista internacional, están aún en discusión.
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La reacción de los Estados Unidos al ataque terrorista en su suelo fue la intervención militar contra el régimen talibán de Afganistán, (a quienes había apoyado en el pasado, contra la ocupación soviética), y la persecución de los dirigentes del radicalismo islámico en prácticamente todos los países del mundo árabe. Se calcula que casi dos tercios de la antigua cúpula de Al Qaeda han sido desarticulados, pero la organización ha conseguido resistir el embate militar de tácticas tradicionales, adaptando y regenerando su estructura para mantener la capacidad ofensiva, e incluso aumentarla.
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En cuanto a los máximos dirigentes, tanto Osama bin Laden (que acaba de aparecer en un nuevo video en internet, más viejo y demacrado, pero con la barba teñida de negro, y llamando a sus seguidores a no cejar en la lucha “contra el imperialismo”, al tiempo que invitando a los Estados Unidos a la conversión al islam), como su lugarteniente, Ayman al Zawahiri, siguen vivos y libres, inspirando –desde algún lugar de las montañas entre Afganistán y Pakistán- la continuación de la yihad global. Y en cuanto a la propia organización, ha adaptado su estructura, flexibilizándose, de manera tal de absorber en su entorno a una amplia variedad de células insurgentes de prácticamente todo el abanico del radicalismo islámico. Con grupos afiliados ha acrecentado su presencia en Indonesia, en el Golfo Pérsico, en Oriente Próximo, en África subsahariana, y en el Magreb. Y, mediante redes de base, en el corazón de Europa: España, Gran Bretaña, Holanda, Alemania.
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Por otro lado, la ofensiva de los Estados Unidos –con participación de fuerzas aliadas de la OTAN- en Afganistán, y la instalación de un gobierno afín a Occidente, débil y poco representativo, no ha terminado con la presencia tabilán. Por el contrario: la incapacidad del gobierno instalado para controlar a las regiones tribales lindantes con Pakistán, que se corresponde con la incapacidad del gobierno pakistaní del general Parvez Musharraf para hacer lo propio con esa zona fronteriza (Waziristán), ha permitido un rearme de los talibán afganos, con los cuales Al Qaeda ha logrado una renovación de su propia estructura, y de sus cuadros dirigentes.
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Este nuevo liderazgo, del que se conoce muy poco a nivel público, rondaría los 30 años, se habría formado en las “madrazas” (escuelas coránicas) de Waziristán, protegidos por las tribus locales, y con experiencia militar (en Afganistán y en Chechenia). El origen de este nuevo liderazgo también se ha ampliado: mientras que en el 2001 la conducción de Al Qaeda provenía principalmente de Arabia Saudí (país de Bin Laden) y de Egipto, los jóvenes dirigentes parecen haber llegado del vecino Pakistán, del Irak ocupado, y de los países musulmanes del norte de África. El grueso de este nuevo núcleo de conducción proviene de las milicias entrenadas por los talibán antes de la intervención norteamericana. Se calcula que setenta mil yihadistas recibieron instrucción militar en las madrazas Deobandi por entonces.
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Básicamente, los analistas coinciden en que la “nueva” Al Qaeda se está regenerando en torno a tres modalidades operativas: 1) la estructura global, con agentes individuales dispersos por el mundo, encargados de constituir, organizar y dirigir células terroristas locales, ejecutando con ellas actos de agresión planificados por las máximas instancias de conducción; 2) organizaciones afiliadas, que mantienen la independencia de funcionamiento, pero que aspiran a que sus actos se encuadren en la estrategia general de la organización, al tiempo que recibir de ella financiamiento material para la ejecución; y 3) redes de base, sin relación orgánica con Al Qaeda, pero que adscriben a los objetivos mantenidos por la organización, y difundidos por ella mediante las redes de comunicación global de internet.
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Esta última modalidad operativa ha de ser la de mayor cuidado para Occidente en el corto plazo. No sólo apunta a la consolidación de una nueva generación de soldados yihadistas internacionales, sino que la organización propicie la formación espontánea de grupos pequeños, prácticamente independientes, no vinculados con formación doctrinaria en países árabes, no fichados por los servicios de inteligencia, nativos y educados en el propio sistema nacional, o bien integrantes de las masas de migrantes, y con capacidad para causar daños de grandes magnitudes con relativamente pocos fondos materiales de financiamiento, dan una idea del riesgo que la modalidad supone para la seguridad de los países declarados como objetivos estratégicos de Al Qaeda.
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Esta organización así reestructurada, no sólo ha logrado resistir al asedio militar de tácticas convencionales, sino que ha acrecentado su presencia en la escena política internacional, al lograr liderar cerca de veinte organizaciones de radicalismo islámico radicadas en los países musulmanes. Y desde el 11 de septiembre de hace seis años, los grupos afiliados a Al Qaeda se han atribuido la mayor parte de los ataques terroristas en todo el mundo. Tan sólo en un año, en 2006, se produjeron 14.338 atentados, que causaron, en suma, más de 20.000 muertos en todo el globo.
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Hoy, las redes yihadistas de Al Qaeda suponen la principal amenaza para la seguridad europea (solamente en Gran Bretaña, Scotland Yard ha desactivado más de treinta tentativas de atentados de grandes dimensiones, similares al que afectó a las redes de subterráneos). Y la extensión de la amenaza al resto de Occidente sólo es cuestión de tiempo. Frente a ello, la respuesta militar ya ha demostrado su poco éxito. Deben trabajarse, a nivel social, las causas de la desintegración de una parte importante de la población, la marginalidad, la exclusión, las fallas en el sistema de oportunidades, de acceso real a los sistemas de formación, de trabajo, y de promoción social. El conflicto que supone la yihad no es religioso, aunque así intente presentarse por la cúpula de Al Qaeda, sino de ideas y de convivencia en una sociedad plural. Ese debe ser el punto a trabajar.
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Profesor de Política Internacional, Universidad Católica de Córdoba.