Incendios forestales
y otros poemas
(Buenos Aires, Ediciones del Caminante, 1998)
01.
Quiero decir de esa nada tan temida
Quiero decir de esa nada tan temida
de esa noche frenada de oídos por rincones abiertos
en un alarido burlar la mansa palabra
con aquella risa de antorcha
hasta que pueda
enajenar el canto recuperarlo en un giro
sin mochila ni lastres echarlo a correr
y llamar a aquellos que estarán conmigo
atentos y cercanos
desobedientes a ese luto cobarde de falsa comparsa
que dejarán rozar mi piel de pétalo marchito
por las arterias de sus palmas
serán quienes en última instancia
reirán sin mí cuando mi risa no pueda
se acodarán en la pupila yerta
celebrando esa victoria menor de habernos parado
a gastar el tiempo de todas las esquinas
quiero de la muerte decir en voz alta
su frustrado tránsito de sol apagado
y ocupar con garganta mayúscula
aquellos espacios insinuados a su espalda.
02.
Mi casa ha quedado lejos
Mi casa ha quedado lejos.
Los recovecos de la humedad, las grietas en la pintura.
Lejos.
Se fue desplazando precisa, en línea recta y a la luz del día.
Todos festejaron los pasos del inicio
sus avances permanentes,
esa gracia particular en ir sobornando lo árido del suelo.
Pasó pendientes y pasó barrancas, y cada invierno estuvo más lejos
la puerta de hierro de la salamandra.
Y el palto estiró los primeros años las ramas
(comí de ese palto estando en la Cordillera,
más tarde en la Malasia)
pero después -ya en los tiempos de Trafalgar Square-
hasta el palto aceptó que la huerta, naturalmente, también se desplazara.
En el rincón de los libros y en el chiffonier de los zapatos
fueron abriéndose claros a cada paso
por préstamos olvidados o por aumentar la talla;
(otras pérdidas seguras,
como la vajilla de loza o el satén de las frazadas
no son aplicables al aumento de la distancia)
sí, por cierto, la soledad de la Nana
que vive el trayecto aferrada para siempre a las ventanas,
o el desquicio de las hormigas,
o el vacío de las salas,
o el silencio de ollas en la cocina,
o el frío viejo inseparable de las camas.
Cada tanto la persigo,
voy en pos de esos alféizares con malvones rojos,
de los edredones,
de la mesa para veinticuatro,
de la galería soleada;
pero siempre, irremediablemente
algo me distrae en una esquina impensada
me detiene en mitad del regreso
mientras mi casa sigue camino, sin extrañarme,
viajando hacia la nada.
03.
El Soñador (Pantaleón y las máscaras)
Congregó los ardientes documentos de su memoria
para fraguar su sueño.
Borges
Lo ví partir sin máscara, a cara limpia
caminando en una lenta madrugada.
Sabía de antemano los malabares:
cada estoque,
cada palabra.
En este mismo sitio y bajo esta lámpara
dejó decir las noches
(sentía los días de arena como murallas).
Frente a la clara carpeta de lino
sentado en la mesa amplia
intuyo que revisó -los brazos en jarra-
cada abrazo ciego,
cada mano entornada.
Estuve en ese sueño calmo y desesperado,
(escenario de artificio creado bajo la lámpara).
De paciencia o de tedio
la espera,
prefiero imaginar una causa:
sentado en la mesa amplia
recorrer de nuevo cada palmo
del silencio escuchar cada centímetro
deletreando el finito número de las gargantas.
Hasta que rehizo el conjunto de la esfera trizada
Y sólo entonces partió,
archivando hasta nunca las máscaras.
04.
Incendios Forestales
Los modos en que te enciendes en mí a cada tanto:
en el ombligo remoto
en el talón descascarado
en la mata rala del hueco bajo el brazo
en la pupila móvil del sueño
en el lóbulo la rótula la tetilla izquierda
en el humo claro del cigarro
te desvaneces en diciembre con un viento manso
y la laguna de la saliva se aquieta después de hartarse
en la espuma de evocar tu canto
y desapareces con el morral de hilos de luz
se borran de cada célula
el grueso aliento de las mañanas
la estera al borde de tus piernas
el aleteo de pájaro del pelo
es mentira la amenaza del frío circular y repitente
en la fragua
volverás con una chispa
hoy pensaba en eso:
un calor aislado estuvo tomando forma en el vello superfluo.
05.
Colofón
Y hasta aquí.
¿y a qué más?
a desdecirse de cuanto hemos hasta aquí callado
a abrir de escalofríos sin culpas
las borrachas moradas de la mentira
y las compuertas de sol liso en el deseo.
Desbarrancar una a una las osamentas,
buscar el lugar, buscar la agonía si es preciso.
Y la Gracia. A pie firme
buscar.
Y hasta aquí,
hasta el silencio.
¿y a qué más?
intentar este tránsito,
probar en agosto las alacenas cargadas de aliento,
mi tráfico peatonal de tinta verde,
la súbita ronda de cuatro contornos
y esta manía casi voraz de andar recogiendo fragmentos sagrados.
Y hasta aquí.
Todo lo demás será razón del delirio.