Archivo mensual: febrero 2008

Hillary, Obama, y el resto del mundo (28 02 08)

publicado en HOY DÍA CORDOBA, el 28 de febrero de 2008.

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HILLARY, OBAMA, Y EL RESTO DEL MUNDO

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Por Nelson Gustavo Specchia

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Las elecciones internas en el Partido Demócrata estadounidense se acercan a momentos de definición, luego de una campaña de tensión creciente y llena de sorpresas: se inició con una candidata que daba por segura su nominación presidencial, y ha llegado hasta un virtual empate técnico en la cantidad de delegados a la convención partidaria que tanto Hillary Clinton como Barack Obama han logrado sumar a sus respectivas candidaturas.

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Así, un evento político interno, las elecciones primarias en unos de los dos componentes del bipartidismo norteamericano, se ha convertido en los últimos meses en un tema de agenda internacional, en un marco de análisis de los centros de investigación, y en la página obligada de la sección internacional de todos los medios de la prensa escrita.

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El próximo martes 4 de marzo serán las elecciones internas demócratas en uno de los estados más grandes de la Unión: Texas. Y la definición aquí (y en Ohio, para la misma fecha) puede marcar el fin de la campaña, y la consagración de uno de los dos candidatos.

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Tanto en Texas como en Ohio Hillary Clinton está por encima en la medición de las encuestas preelectorales; un cálculo especialmente determinado por el alto porcentaje de votantes hispanos en el estado sureño (cerca de un cuarto del total). El “voto hispano” es un colectivo social donde la señora Clinton tiene un buen semillero de adherentes: en California, el 65% del voto hispano fue el que le otorgó un cómodo triunfo.

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Pero en ambos estados el “factor Obama” se le acerca a pasos rápidos, y recorta la distancia en los sondeos. Los casi treinta puntos de ventaja que las encuestas mostraban a fines del año pasado, se han reducido a menos de diez. Como ya pasó en oportunidades anteriores de esta campaña, si el candidato afroamericano logra movilizar a los sectores más jóvenes –un colectivo generalmente reacio a la participación- en Texas puede haber una nueva sorpresa, quizá la definitiva.

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Los golpes de sorpresa han sido, precisamente, los que han ido marcando esta campaña, desde el inicio en los “caucuses” de New Hampshire. Aquella elección en un estado rural y de importancia menor en el recuento final, suele imprimir un fuerte carácter simbólico al tono general de la campaña. Y el buen papel desempeñado por Barack Obama fue la primera sorpresa de la lista. Para fines de febrero, la acumulación de sorpresas lo han convertido en una figura mundial: sus diez victorias consecutivas en diferentes circunscripciones han generado un cambio paulatino en la consideración de la opinión pública –tanto la norteamericana como la de otros países-, que ha pasado de remarcar su inexperiencia o supuesta superficialidad discursiva, a hacer centro en el entusiasmo fervoroso que logra aglutinar en torno suyo; una vuelta al viejo sueño del “destino manifiesto” de la América del Norte, a la renovación generacional de las formas y los modos políticos, y a la recuperación de la esperanza, “la esperanza que movió a las mejores generaciones de norteamericanos a proclamar la independencia, a acabar con la esclavitud, o a derrotar el fascismo”, como repite en cada mitín.

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Estos sorpresivos golpes de timón –y de masas- han convertido a Obama en el claro favorito de las primarias, especialmente después de su triunfo en Wisconsin (58%, frente al 41% de Hillary), y los aplastantes cincuenta puntos de diferencia (76% frente al 24% de la señora Clinton) en Hawai. Con estos porcentajes, Obama ha logrado juntar unos 1.319 delegados a la convención que proclamará el candidato a Presidente, superando a los delegados obtenidos por Hillary Clinton (1.245). Para ser nominado, un candidato requiere de la mitad de delegados a la convención partidaria, sobre un total de 4.049. Aún así, y a pesar de esta seguidilla de victorias parciales, Hillary Clinton todavía parece conservar los resortes del aparato del Partido Demócrata. De allí la importancia crucial, prácticamente definitoria, de las elecciones en Texas.

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En este cuerpo a cuerpo mediático, desde el arranque de la campaña Hillary y Obama han debido medirse en unos veinte debates televisivos en vivo. Debates que totalizan más de cuarenta horas de discusión en el aire, repasando en detalle los contenidos programáticos que cada uno defiende, intentando desmarcarse del rival, poniendo el énfasis en lo original de cada propuesta, y criticando –velada o abiertamente- las posturas legislativas que el otro ha asumido en su reciente derrotero político.

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En este vasto y pormenorizado análisis frente a las cámaras –y a millones de posibles votantes- los temas que hacen referencia a la política internacional en general, y a la política exterior de los Estados Unidos en particular, han tenido una importancia muy marginal en el conjunto. Y dentro de esas consideraciones apenas al margen, las que se han centrado en la región latinoamericana han estado claramente subordinadas frente a las referencias a Irak, Irán, Israel, Afganistán, Rusia, y la relación con los socios atlánticos de la Unión Europea.

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Y si estos lugares de preeminencia y marginalidad en un orden jerárquico de atención no sorprenden demasiado, sí lo hace la práctica ausencia de diferencias en las posturas internacionales entre ambos. Todo indica que, independientemente de quién termine quedándose con el premio de la nominación presidencial, la concepción de la relación de la potencia hegemónica con el resto del mundo tendrá muy pocas variaciones, apenas algunas de estilo y de discurso, para el candidato que surja de las primarias demócratas.

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Profesor Titular de Política Internacional. Universidad Católica de Córdoba.

Giuseppe (Capítulo III)

 

giuseppe - Ediciones del Copista

giuseppe - Ediciones del Copista

 

Giuseppe

 

Capítulo III     –     Remigio

 

 Del campo al pueblo

 

 Nosotros, ‘nel 1932, ‘l 8 de julio, pasamos del campo al pueblo. La noche del 8 ya dormimos ‘nel pueblo. Y cerramos la carnicería ‘nel ‘35, pero para esa epoca lo fuerte nuestro ya era ‘l almacén. Ibamos bien, muy bien, de lejos esa era la mejor epoca desde que habíamos vuelto de la Italia, y aprovechamos y nos decidimos abrir un almacén. Hicimos un local grande ahi ‘n la esquina, ‘n la punta de los dos solares que teniamos (no había divisoria, era un solo terreno pero con los dos solares que nos había dáo ‘l gobierno), donde hacía esquina con la calle que entraba al pueblo, la calle que venía de la ruta y entraba hasta la estación del tren, que ‘n todos estos pueblo de las colonias de inmigrante era la calle principal, como si fuera ‘l Stalon allá ‘n Italia, nada más que esta era una calle de tierra, sin veredas, ni cuneta siquiera había ‘nese ‘ntonce. Si cada vez que llovía (¡‘n verano se venían unas tormentas del carajo! ¡cien, doscientos milímetro ‘nuna sola lluvia!) eso se hacía un barrial que no se vea; y é que además coches había poquitos, los colono tenían carros y jardinera, y los gaucho a caballo namás, y para los caballo no importa mucho ‘l barro. Bueno, ‘n la punta de los dos solares hicimos ‘l salón, un galpón inmenso, ¡porque ya teníamos guitita, que diablos!. Lo hicimos ‘nel ‘34, lo construyó un santiagueño, un tal Romero, le pagamos namás cuatrocientos peso por semejante salón, tenía catorce metro a lo largo de la calle de entrada, y diez metro de ancho, con unos tirantes de pinotéa de nueve por seis centímetro a cada metro, ¡una barbaridá!, era una obra enorme pá’quel tiempo. Cuando terminamos ‘l salón, viene mi cuñáo Alfreddo y dice: “- ¿Por qué no ponen almacén ustedes también…?”, ellos tenían su negocio ‘n la esquina del frente, pero a él le convenía porque así pedíamos la mercadería por ferrocarril, alquilábamos un vagón, mitad vagón para cada uno, y así nos salía más barato. Él sólo no podía pedir por vagón, porque era demasiado, y las cosa se le echaban a perder si pedía tanto, ‘n cambio si estuvieramo los dos… total no iba a haber problema de competencia, porque los cliente de él los seguía teniendo. Al contrario: pensaba que iba vender más, porque iba tener más cantidá al traer la mercadería por ferrocarril. Y así hicimos: pusimos también almacén nosotros, y traíamos vagones de azúcar; vagones enteros de harina, comprábamos cinco o seis vagones de harina, ‘nese tiempo pá los negocios grande como los nuestros hacías contrato, te hacían contrato con los molinos, por’jemplo, con Molinos Río de la Plata, o con Boero –que le sabíamos comprar mucho a Tomás Boero-, y ellos se encargaban de todo, te embarcaban la mercadería ‘n las estacione de las ciudades y te mandaban; hacías contrato, por’jemplo, a diez peso la bolsa, y ese contrato lo podías sacar ‘n cuatro o ‘n cinco meses, ‘ntonce si comprabas más cantidá, te hacían mejor precio, así, comprábamos juntos. Y ese é ‘l tema que antes había tantos viajantes, ¡había viajantes a montones!, porque venían a firmar los contrato por todo ‘l año. Al frigorífico La Blanca le comprábamos tonelada (que ahora ya no están más, se fundieron con alguna de las crisis de este país), a esos le comprábamos la carne que venía envasada, venía ‘n latas para conservarse –porque refrigeración no había-, la gente del campo llevaba cajas enteras de latas de carne. Eran los tiempo que la Argentina tenía carne a patadas, que hasta la mandaban ‘n todo ‘l mundo, ‘n Inglaterra por’jemplo, barcos entero enyenados de carne salían del puerto de Buenos Aires, bueno, esas eran las latas de carne de La Blanca. Y estaba también la cuestión de la harina: nosotros traíamos tantas tonelada –varios vagone a veces- porque allí la gente hacían ‘l pan ‘nel campo, cada colono, cada vuelta que venía ‘nel pueblo, se llevaba cuatro, cinco bolsa de harina; y ‘n tiempos de cosecha los colono no hacían pan, porque no les dejaba tiempo la cosecha, pero ‘ntonce ‘nestas campañas, así, cuando venían los cosechero a levantar ‘l algodón, trabajaban mucho las panadería del pueblo: hacían todos galleta, esas galletas redonda así, que entraban justo cinco ‘nun kilo, por eso ni lo pesaban, contaban las bolsa namás, y los colono las cargaban ‘n los carro. Y sal traíamos por vagón, también. Cerveza, alcohol… alcohol puro traíamos trenes completo, por los rusos, los rusos lo llevaban, se llevaban cajone enteros –que traían veinticuatro botellas de medio litro- pá hacer la caña, que era lo que más se parecía a la bebida de ellos, a la vodka, ¡y chupaban todos como condenados!. ‘L viejo don Estanisláo Kurchil, un ucraniano de estos, una vez casi me pega, casi cobro endevera esa vez, porque se me rompió las botellas de alcohol cuando se las llevaba, y si no le llevabas ‘l alcohol ¡se ponía loco!. Y teníamos otro cliente, Volchenko, otro ruso que le comprábamos ‘l algodón, y la cuestión é que si no le llevabas una botella de alcohol ¡no me entregaba ‘l algodón!, qué increíbles que eran los gringo estos, pero no me entregaba ‘l algodón por más que estuviera pagáo y repagáo: sin la botellita de alcohol no había trato. ¡Cómo tomaban!, pero así también é que murieron todos ¿no?, les cocinaba la tripa y la cabeza, porque ellos estaban acostumbrados allá, ‘n Rusia, ‘nel medio de las estepas aquella, que tomaban mucho, pero claro: afuera hacía veintidós grados bajo cero, metidos ‘nel medio de la nieve. Pero allí ‘nel Chaco ¡qué mierda!, con cuarenta y dos grados a la sombra ‘n pleno verano, ese alcohol les cocinaba los sesos. Ellos ponían, así, con medio litro de alcohol hacían un litro de caña, ¡la madonna! ¡era una bebida de cincuenta grados!, le ponían un poquito de cáscara de naranja, otros le ponían azúcar quemada, cada uno al gusto de ellos; pero se chupaba cualquier cantidá, y querían ‘l alcohol “Sliker”, porque no tenía olor, ‘l “Sol” no les gustaba mucho, ‘naquel tiempo esos eran los dos alcohol que había: ‘l “Sliker” y ‘l “Sol”, pero alcohol puro, ‘nesos veranos…

  

Y cuando vimos que la cosa con ‘l almacén andaba, cerramos la carnicería, porque era mucho ¡qué diablos!. Si hubiese habido transporte, todavía, pero lo que a nosotros nos reventaba endevera era ir a buscar los animale, ‘nese tiempo los animale había que llevarlos arriando desde tres, cinco, hasta desde ocho leguas hemos traído a veces, y eso te mataba: era vivir arriba del caballo, cruzando con cien o doscientos novillo por ‘l medio de los campos, durmiendo al sereno, comiendo pá la mierda todo ese tiempo, era muy duro todo eso. Pero todo hay que decirlo: nosotros la plata la hicimos con la carnicería, porque ‘n cuatro año ganamo doscientos cincuenta mil peso, ¡amigo! ¡doscientos cincuenta mil peso!, era una fortuna de endevera (por’jemplo, un campo grande como ‘l nuestro, de doscientas hectárea, costaba cincuenta mil peso). La carnicería fue, así, la gran pegada nuestra, pero teníamos ‘l lomo quebráo de tanto laburo y dejamos namás ‘l almacén, pero nos jodimos: fiamo ese año, ¡y no cobramos ni un mango!, vino un año malísimo, ese año del ‘37, una sequía de la gran puta, que casi nos mandó ‘n la quiebra, porque claro: se trabajaba todo con libreta, o sea se fiaba y a pagar a cosecha, pero todos los terrenos de los colonos eran fiscales, no podías embargar nada ‘anque hubieras querido. A’mas, tenían todos muy poco capital ¿no?, los gringos eran pobre, nunca fue fácil ser colono, y ‘nesos primeros tiempo, menos. Despué de esa vez, namás le fiamo a los mejores, a los que más confiábamos o que eran paisano, italianos como nosotros, a todos los demás, al contado o nada, y, ¡carajo!, volvimos levantar cabeza: compramos un Ford A, un forcito ‘31 ¡lindo ‘l cochecito!, y ya ‘nel ‘39 sacamos uno nuevo, cero kilómetro, fuímos ‘n Sáenz Peña y nos trajimos ese Ford 8, flamante, ese fue ‘l primer coche nuevo de mi vida, ¡báh! era ‘l primer coche nuevo que hubo ‘n toda la zona, bueno, había un Pontiac, y había también dos Chevrolet, pero no eran flamantes.

 

‘L almacén se movía mucho, especialmente ‘nel último tiempo, había otros almacenes ‘nel pueblo, almacenes de ramos generales que les llamaban, porque vendían de todo lo que te imagines, pero ninguno estaba puesto, así, como había llegáo a estar ‘l nuestro, fue una pena, una pena ‘nel alma venderlo. Yo no me quería ir, pero ‘l Tío Viejo fue ‘l que insistió, pero ¡qué se yo la enormidá que vendimos ‘l último año!, porque Galfasso, que tenía ‘l otro almacén, había cerráo y se había ido, también se habían ido los Blanco, que tenían otro negocio grande, ‘ntonce nosotros éramos los más poderosos que había ahi, habíamos quedáo como ‘l negocio grande del pueblo; y se vendía mucho, mucho, la cantidá de azúcar, por’jemplo, cada mes traíamos por ‘l ferrocarril cuatrocientas bolsa; vino, vendíamos… ¡qué se yo! ¡cualquier cantidá!, ‘l vino venía ‘n bordalesas de doscientos litro (‘n botellas venía solamente ‘l vino fino), la gente traía ‘l envase –damajuanas de cinco y diez litro- y se la enyenaba de la bordalesa, de la canilla; despué ya pusieron la envasadora, ‘l “Tromba” y ‘l “Toro” fueron los primero, ‘ntonce ya empezó venir ‘n botella. Aún así, se vendía más cerveza que vino.

 

Para ‘l almacén habíamos hecho una sociedá de familia, pero tuvimos problema, y yo aprendí cómo se solucionan los problema. La cuestión era que ‘l Réditos, ‘l recaudador de la Dirección del Réditos no la reconoció, porque no nos reconocía ‘l contrato que habíamos hecho, decía que no tenía sello de escribano (sello del banco sí tenía, pero no de escribano). Nosotros habíamos pensado hacer así, hacer una sociedá de familia, porque entre los cinco que éramos casi que no pagábamos nada de impuesto, así, de ganancia; sin embargo, si ‘l dueño era uno solo, ‘ntonce sí tenía que pagar un montón. Nosotros queríamos que fuese sociedá de familia entre la Mamá, ‘l Tío Viejo, y nosotros tres, Remigio, Margherita, y yo (Giuditta ya no entraba, porque se había casáo, así que ya era “rancho aparte”), y despué ya lo firmó ‘l escribano, y arreglamos de esa manera; y cuando mi hermano Remigio se fue, él renunció, ‘ntonce le dimos su parte del almacén; despué, cuando murió mi Mamá, hicimos la sucesión, y también le dimos a Remigio su parte, su parte a Alfreddo (la que le tocaba a Giuditta), y quedamos Margherita y yo y ‘l Tío Viejo como socios. Pero como había ese problema con ‘l Réditos, ‘l Tío Viejo lo llamó a Yuskevitch, que era muy amigo del jefe del Réditos, y ‘l ruso Yuskevitch le habló y hizo que la reconociera, que fue cuando le regalamos la piel de tigre al jefe. A Las Breñas había venido ‘l subjefe del Réditos, y nos había puesto dos mil doscientos peso de impuesto, que era una barbaridá ‘naquel tiempo, si pagábamos eso no nos quedaba nada, pero Yuskevitch hizo la gestión y ‘l jefe del Réditos, ‘n Resistencia, anuló esa orden del tipo que había venido ahi donde nuestro almacén, anuló los dos mil doscientos peso,  ‘ntonce ‘l ruso sabía que ‘l jefe quería un cuero de tigre, y nosotros teníamos un cliente, un tal Salman Craique, un turco que estaba ‘nel Impenetrable, allá, ‘n plena selva del Chaco, y le dábamos fiado (¡turco de mierda! ¡nos clavó con una punta de peso!), y ‘ntonce finado tío le dice: “- Bueno, turco, te voy seguir fiando, pero me tenés que traer un cuero de tigre, que no tenga agujero, y que sea pelo de invierno”, porque ‘l pelo de invierno é más lindo, é largo, bien lindo, y ¡mierda!, se portó ‘l turco: al tiempo nos trajo un cuero de tigre que de la punta de la cabeza a la cola tenía un metro ochenta, ¡madonna santa ese animal!, debe haber sido un tigre como de cien kilo, por lo menos; y no tenía agujero, porque ‘l cazador que é baquiano le tira aquí, ‘nel pecho, ‘ntonce la bala queda adentro, o si no sale por allá, por ‘l culo, y ‘l cuero así tiene doble valor. Bien estaqueáo lo trajo, lisito, y le dice ‘l turco Craique al Tío Viejo: “- Don Gandolfo, casi me mata este gato, y este cuero, así, vale ciento sesenta peso, ni uno menos.” ‘Naquel tiempo, los cueros de tigre valían treinta o treinta y cinco peso ¿no?, pero bueno, turco desgraciáo, le descontó namás los ciento sesenta peso de la libreta. Y ‘l ruso Yuskevitch lo llevó ‘n Buenos Aires, le hizo poner la cabeza de vidrio, con los ojos, lo hizo curtir bien, ¡qué mierda! ¡’l jefe del Réditos quedó encantáo!, porque él quería uno así, pero no lo podía conseguir, porque allá ‘n la zona de Resistencia era más jodido pá conseguirlo, porque los tigre ya se habían ido lejos. É que cuando empezó llegar la colonia, los inmigrantes gringo, los tigre se mandaron mudar; ‘n cambio ‘l puma no, ‘l puma se quedó, por eso casi lo exterminan al puma, pero al tigre –que los correntinos le decían ‘l yaguareté, así, ‘n lengua de guaraní- no era nada fácil cazarlo, y ‘l cuero del puma no vale nada ¡pué!, tiene ‘l pelo igual que ‘l perro ‘l puma; ‘n cambio ‘l tigre é como la pantera, como ‘l jaguar, é bonito ‘l cuero, muy parecido al leopardo, únicamente que aquí, ‘l tigre americano, é un poquito más grande que ‘l leopardo. Y se acabó ‘l problema: no volvimos pagar impuestos caros ‘n la oficina del Réditos.

 

   Con ‘l almacén estuvimos hasta ‘l año ‘48, ‘n septiembre del ‘48 cerramos, habíamos llegáo a Las Breñas, al pueblo, ‘nel ‘32, y salimos dieciseis años despué. Pero hicimos una cagada, la más grande, ‘l haber vendido ‘l almacén allí. Igual que Alfreddo y Giuditta –que nosotros los seguimos a ellos-, vendimos todos ‘n muy mal momento. Alfreddo se fue un año antes que nosotros, ‘nel ‘47, para irse de viaje ‘n Italia, pero igual hicieron una cagada, casi se quedan sin nada lo mismo; toda la vida fue así, una maldición de la familia digo yo: romperse ‘l lomo laburando, y cuando estábamos bien, ¡a la mierda!. No deberíamos haber vendido, no deberíamos, si nosotros, cuando decidimos cerrar allí, ‘l almacén, teníamos mil bolsa de azúcar ¡mil bolsas!, se las tuvimos que vender todas a la cooperativa agropecuaria, pá liquidar, porque necesitábamos ‘l dinero enseguida. Se las vendimos a precio de costo, se las dejamos a veintiocho peso cada una, y a los seis meses ‘l azúcar estaba a setenta peso la bolsa, ¡había aumentado tres veces!, porque así, ‘neste país, la economía no se puede confiar, después de años de estabilidá, que los precios eran casi los mismos un año que otro, de golpe llegó la inflación. Teníamos ocho tonelada de yerba, toneladas, no kilo, toneladas, ¡qué se yo…!, había veinte cultivadore para ‘l campo, por poner ejemplo de lo más grande ¿no?, porque de lo pequeño, ¡qué mierda!, arroz, aceite había como ochenta o noventa toneles, quedaban como doscientos catre, setecientas rejas de arado, bulones, herramienta, de todo, un capital impresionante. Se lo dejamos todo a la cooperativa, haciendo número redondos, ‘n total, juntamos como cincuenta mil peso, creíamos que era ‘l gran negocio, pero fue un desastre, un desastre económico pá nosotros, otro más.

 

La vida del pueblo, ‘naquella epoca, ‘n los año ‘30 y ‘40, ya era bien movida para nosotros, pá la juventud ¿no?, ya estaba ‘l Club Social, que se había inauguráo ‘l 20 de septiembre de 1928, me acuerdo bien porque ‘l 20 de septiembre era la fiesta de los italiano, y al Club lo construyó Picilli, y había muchos italiano, pero muchos de endevera. Y antes todavía que’l Club, ya estaba la Escuela Alemana, ¡ahi se mandaban unas fiesta!, y como nosotros teníamos muchos clientes alemane, y ‘nesos años ‘n Europa era medio aliado Alemania con la Italia, nos invitaban siempre. Pero a nosotros namás, porque los alemane eran ellos solos, muy cerrada era la sociedá, los colonos, hablaban ‘nel idioma, hacían la comida de ellos, las pastas dulce, así, las torta, unos dulce riquísimos; y ponían la bandera, la bandera de Alemania ‘nesa epoca era la bandera de Hitler, roja con la cruz gamada, y la ponían ‘n la Escuela Alemana. No é que fueran nazis, así, como pasó despué ‘n Europa, ‘nese momento, antes de la guerra, Hitler era ‘l tipo que había levantáo Alemania, y éstos aquí ‘n los pueblos, ‘n las colonias, eran orgullosos de eso, ponían la bandera con la cruz gamada y levantaban ‘l brazo ‘nel saludo. Pero a nosotros, a los Brillada, a Pocholo Limbertti –que era ‘l hijo del jefe de correos-, a los que éramos italiano importantes digamo, nos invitaban, y no pagábamos nada ahi, ellos no pagaban entrada: era exclusivo pá los socios. Los alemane tenían su propia orquesta, era una orquesta de vientos, una orquesta con clarinete, trombón, todo eso, ellos tenían, era de ellos, de los colonos, y hacían unas fiesta que empezaban a las cuatro o las cinco de la tarde, y terminaba al otro día, ¡hasta las nueve o las diez de la mañana del otro día!; hacían comida, de todo, hacían chukrut ¡te largabas cada pedo ahi adentro!; así, toda la noche. Y ahi era familiar, iban las familias entera, ‘l colono no tenía muchas diversione, no había televisión, ni siquiera radio había muchas ‘nese ‘ntonce, y por eso hacían estas fiesta los gringo; ellos, los alemane, eran muy organizados, y se juntaban las familia. ‘L Pocholo Limbertti –que éramos de la patota de changos, que andábamos siempre juntos- una vez se llevó como veinte alfileres, estos alfileres de gancho, y estaban todas las mujeres ahi sentadas ‘nel banco, y éste, despacito –ya medio ‘n pedo, que deben de haber sido como las cuatro de la mañana-, le ponía los alfilere por atrás, atándolas una a la otra, hasta que las enganchó a todas, y por ahi tocan ‘l valse (‘naquel tiempo ninguna alemana se quedaba sin bailar ‘l valse) y se levantan todas al mismo tiempo, ¡eh! ¡un griterío!, ¡tirones por todos lados!, y todos preguntaban quién había mandáo esa porquería, pero ninguno, sólo nosotros sabíamos, nosotros lo tapábamos a él, íbamos por detrás para que no lo vean los otros, los alemane que eran medio novios de las chicas, ¡porque si no lo matan!, porque eso sí: eran medio brutos estos gringo.

 

Mi barra de aquella época, la verdad, era bien brava, todos chango de más o meno la misma edá: estaba Brugnoli, Alberto Brugnoli; despué Domiján, ‘l yugoslavo; Guillermo Blanco; Pocholo Limbertti; Serassi; los Brillada; y los judíos, los Molodevsky, que estaban allí, y ‘naquel tiempo estaba jodido ‘l tema de los judíos ‘n Europa, que eran contreras de los alemane, que ya se sabía que los estaban persiguiendo y todo eso, pero este Pascual Molodevsky, que era tremendo, era más metido que la gran puta, y cuando íbamos ‘n la Escuela Alemana se ponía ‘n medio, con nosotros, ¡y adentro! ¡a bailar ‘l valse también él!; con ellos, con ‘l ruso Molodevsky sí que éramos como hermanos, hermanos de endevera. Y las chicas alemana eran muy lindas, había una chica, Singer se llamaba, ¡a mí cómo me gustaba!, era una belleza propiamente, pero ‘nesas cosas los alemane eran muy cerrados, andaban entre ellos namás. ‘N cambio, ‘nel Club Social la cosa se puso más mezclada, allí estaban los italiano –que eran la mayoría- y los españoles, los gallegos también eran muchos, los búlgaros, ucraniano, polacos, los otros gringo, y hasta los criollos (no muchos, pero había), y hacían bailes, no tanto fiesta familiare como ‘n la Escuela Alemana, pero sí había bailes seguido, con orquesta, ¡pué!.

 

Al tiempo ‘l gallego Iñigo (que no era gallego de endevera, de Galicia, pero ahi le decían gallego a todos los españole), había puesto un salón inmenso ‘n la calle principal, y puso cine allá por ‘l año ‘37; ya empezaron traer películas a veces, y también hacía bailes, sacaba todas las butacas a la mierda y hacía bailes, y cuando llegaba alguna película, ¡má! ponía las butaca de nuevo, y ‘l salón de baile era cine otra vez. Atrás del cine despué hizo ‘l frontón, la cancha de frontón, de pelota vasca, que se jugaba mucho ‘ntonce, y ahi organizaba bailes ‘nel verano, al aire libre. Y también cuando hubo la escuela segundaria, cerca del año ‘40, ellos tomaron la costumbre de que todos los años hacían ‘l baile, para recaudar pá la sala de primeros auxilios y… pá otras cosas, que las escuelas siempre andan con necesidá de recaudar unas monedita. Esas eran las fiestas del pueblo, los lugares donde era permitido hacer bailes, y, ¡mierda! ¡la cantidá de gente que se amontonaba!, é que no eran muy seguidas; por ahi, ‘nel Club Social también la gente solía ir bailar con la vitrola, pero era más raro. A’más que dependía de la estación, de la epoca del año, porque ‘n tiempos de cosecha había más plata: la Escuela Alemana, pá las cosechas hacían fiesta una vez por mes, despué, ‘nel verano, a veces pasaba tres o cuatro mese que no hacía nada. Pero nosotros salíamos igual, igual sin baile, salíamos mucho con mi barra, íbamos ‘n los bares, a jugar al billar, ‘n la esquina de la estación del ferrocarril había un billar, tenía dos mesas, lindas, con tapete bueno. Yo jugaba bastante bien, una vez gané un campeonato (de segunda, porque no había campeonato de primera), jugábamos con Brugnoli, con Zenoff –porque tenía que ser medio parejo ‘l equipo-, con mi amigo ‘l Ernesto Funce, Brillada, Guillermo Blanco; despué los otros, como Domiján, esos eran de primera, esos jugaban con ‘l jefe de la estación, con Gutiérrez, con los grande, digamos, ellos jugaban mucho más. También nos juntábamos jugar mucho a los naipes, ‘ntonce todos jugaban los naipes, todos los hombres, hacíamo mesas de loba, de monte inglés, (también se jugaba al truco, pero menos, eso era más bien naipe de la peonada). Hacíamo mesas ahi ‘nel Club Social, o ‘n los sótanos del gallego Iñigo, porque Iñigo había hecho unos sótanos allá adelante, ‘n la punta del escenario, tenía dos saloncitos abajo, y allí se jugaba a los naipe, son como para los vestuarios, que ‘l cine también era teatro a veces, de esas compañía radiales de teatro que ‘nesos años salían andar por los pueblo, ¿no?. Pero ahi ‘n los sótanos se jugaba más escondido, se jugaba por plata fuerte.

 

Nosotros, con ‘l almacén, también trabajábamos con los baile, pero más con los baile ‘nel campo, esos nos dejaban más ganancia que los del pueblo, porque a las fiesta ‘nel campo nosotros llevábamos todo, éramos los que armábamos la fiesta, ‘nuna palabra. Estaban muy bien los baile que se organizaban ‘n lo de Gármaz –que estaba a veinte kilómetro del pueblo, allá ‘n la Pampa Mitre- hacían algunos viernes, eran fiestas pá’l paisanaje; los viernes a la tarde le llevábamos ciento setenta y cinco sillas y mesas, esas de hierro, que eran de la Cervecería Argentina, de la “Cerveza Mayo”, unas mesitas hermosa, redondas, de hierro plegable, las sillas también plegables. Subíamos todo al camioncito, y llevábamos trescientos, trescientos cincuenta cajone de cerveza, cinco o seis de vermú, cajas de caramelos, de pastillas… eso era a la tarde, y quedábamos toda la noche. A la madrugada se terminaba ‘l baile a eso de las cinco de la mañana, ya con las primeras luces; cargábamos de vuelta lo que había sobráo (no sobraba mucho, que ya lo teníamos má o meno calculáo), y nos volvíamos ‘n casa. ¡Ah! ¡se juntaba mucha gente!, y tomaban mucho, como tomaban la bebida al natural, toman más cantidá que fría, y eso. ¡No había otra diversión pá’l paisanaje!, ‘nel campo se hacía la carpa, ahi Gármaz ya tenía la suya instalada, báh, los palos ¿no?, uno alto al medio y los otros ‘n redondo, como ‘nun corral, y de ahi se prendía la alpiyera, y las mesitas ‘n redondo, al redondo de la pista, pá servir. Se hacían una vez por mes, eran casi todas las cooperadoras de los colegio, de las escuela de campo las que laburaban, ¡y cómo laburaban!, a veces eran ‘n la escuela de Dorila, pero no lo hacían ‘nel terreno de la escuela, lo hacían ‘n lo de Carlos Siger; otras tantas veces lo supieron hacer ‘n la chacra nuestra (que nosotros ya no estábamos, estaban los mediero), y así. Otras veces hasta llegábamos al Cuero Quemado, ahi hacían pá la escuela esa que quedaba cerca de Sgariglia, ahi, ‘nel Cuero Quemado, muchas noches hemos organizáo ‘l baile. O si no, cuando ponían ellos la mercadería, llevábamos nosotros los músico con ‘l coche, lo llevábamo a Tonino por’jemplo, que era de las orquestas más populares ‘nese ‘ntonce. Una noche, era invierno ¡había una helada! ¡una helada de mil demonios!, y como era una orquesta grandecita, eran muchos, mi hermano Remigio los llevó ‘nel camioncito, porque no cabían ‘nel auto, los llevó ‘nel Ford A. Ahi cabían diez o doce ¿no?, bueno, ‘l guitarrero venía con la mujer, y la cabina era chiquita adelante, ‘ntonce se metió ‘l gruitarrero con la mujer ‘n la cabina y los otros tuvieron que venir atrás, y a la vuelta, ¡pobres tipos!, no sabían si tirarse abajo o qué, porque estaban duros, ¡qué miércole!, a las cuatro de la mañana, venir de veinte kilómetro ‘nese camioncito, ‘nel Ford A, que iba despacito, camino de tierra, con varios grados bajo cero, ¡esos no tocaron por un tiempo largo! Y Remigio los llevaba porque muchas alternativas de transporte no había, que nosotros eramos de los pocos que teníamos coche ‘nese ‘ntonce. Aparte que Remigio no se perdía fiesta, ni del pueblo ni del campo: mi hermano era bien pintón, tenía buena facha de endevera, era espigáo, alto, bien plantáo, hacía furor entre las changa. ¡Y era tan buen bailarín! ¡sabía bailar muy bien!, pero, tuvo mala suerte, tuvo dos o tres novia y no, no anduvo la cosa; una, la primer novia que él tuvo, era hija de Ludovico Zonni, que era paisano y muy amigo de la familia, parece que lo quería y andaban bien, la Mamá había dáo su aprobación, y quizá se hubiesen casado, pero esta chica se vá a pasear ‘n lo de la hermana, ‘n Santa Fe, y allá quedó embarazada de un cuñáo o algo así, ya se quedó allá, se quedó y se casó con ‘l otro tipo, no vino más. Se hizo novio despué con otra chica, una que había tomáo la comunión conmigo, que también eran paisanos, la Rina Pasetti, linda chica era, linda, pero viene que se enferma y se muere, no sé qué mierda, las dos hermanas, la Rina, que tenía dieciocho años, y la otra que tenía quince, ‘n ocho días una y la otra. ¡Má qué!, si los médicos ‘naquel tiempo no sabían un pepino, esa é la verdá. Un tiempo despué él se había comprometido con la prima, con la Gugliermina Magnassi, la hija del hermano de Mamá, y ahi también, ya tenían anillo de compromiso y todo y… se acabó eso. Al final, ahora de viejo, creo que nos equivocamos todos. É que uno piensa que siempre vá haber tiempo pá arreglar las cosa, pero ‘l tiempo pasa sin que lo notemos, y no hay más oportunidades ya. Remigio ya se murió hace tiempo, y a mí no me falta mucho. ¡Cómo me hubiera gustado poder pedirle perdón!: él fue ‘l mejor amigo que yo tuve ‘n mi vida, y lo perdí, ¡báh! lo perdimos todos, por una estupidez propiamente. Porque despué de todas esas chicas, vino la Gitana.

 

   Como él era así, tan pintón, había siempre un montón de changas que andaban detrás de él, y un buen día viene y se presenta con esta chica, esta que al final fue su mujer toda la vida. Linda era ella, pero criolla. No era una chica hija de paisanos de ellos, de la Mamá y del tío, no era europea. Entonce ellos le dijeron que no, que con esa no podía ser, ‘l Tío Viejo tampoco quería, le decía: “- ¡Pucha, Remigio! ¡cómo no te vas agarrar otra mujer…!” É que era criolla, y también la gente decía que ésta era medio, así, vagoneta ¿no?, que le gustaba mucho la farra, y había andáo con otros changos ya, ellos querían para él una chica mejor, que fuera europea, como nosotros… pero bueno, al final Remigio habló con ‘l Tío Viejo, hablaron entre ellos, y al final parecía que finado tío se iba convenciendo, y le dijo: “- Bueno, voy hablar con la vieja (con mi Mamá ¿no?), a ver qué dice ella.” Pero la Mamá –que era tan dura ella- se puso firme: “- Esa no entra ‘nesta casa –dice ella-,  y si sigue con esa, no entra más él tampoco.” Y nosotros no sabíamos qué hacer, porque una vez que la Mamá decía, así, que tomaba una decisión, ¡má ni siquiera…!, nadie decía otra cosa, era así. Las cosa estaban caliente, y una mañana (ni me acuerdo por qué tontera que fue) se armó una discusión entre ellos, y Remigio se enojó, pegó una trompada ‘n la mesa, se levantó y dice: “- ¡Se acabó! ¡yo me voy!” Eso fue todo lo que dijo, no quiso hablar más con nadie de nosotros. Yo, que éramos tan amigo entre nosotros, casi llorando, porque yo nunca había visto nadie que le dijera que no a mi Mamá, fui y le dije: “- ¿Te vas a ir endevera, Remigio, te vas a llevar la Gitana? (porque le decían la ‘Gitana’ a ella, era criolla, santiagueña, pero le decían la ‘Gitana’, y la verdá que parecía un poco gitana ella: era linda y alta, morena) ¿te vas a ir con ella? ¿te vas a ir para siempre?”, “- Si, Pepito (que él me decía ‘Pepito’, que tanto cariño me tenía), me voy pá siempre con ella”. Entonce ‘l Tío Viejo le preguntó si quería llevar su parte –porque estaría cabrero pero eso sí: era más derecho que la mierda ‘l viejo ¿no?-, fueron ‘n Charata, donde ‘l escribano, hicieron un trato ahi y le dio, le dio su parte, y Remigio se fue con la Gitana. A mí me dolió, me dolió muchísimo, porque nosotros éramos muy, muy compañero, éramos hermanos, pero más compañero: no salíamos un domingo si no salíamos juntos, con ‘l coche, al baile, al campo, siempre juntos. Yo, mientras él estuvo, jamás salí solo, y él tampoco. Y yo le hablé mucho, yo no quería que él se fuese, yo no tenía problema con la Gitana ¿no?, era la Mamá, ella sí, porque mientras ella viviera él no hubiera podido, pero la Mamá ya estaba enferma, ya se veía que mucho tiempo no iba vivir, si él esperaba un poquito… yo le hablé y le hablé, pero ahi no me hizo caso mi hermano. ¡Yo no sé si éstas le habían dáo algo, o no sé qué mierda!, ‘n la noche, cuando él ya estaba con ella, que no podía venir ‘n la casa, porque la Mamá lo había prohibido pá la casa, él venía ‘n la noche para verme, pobrecito mi hermano. É que la Mamá era de ese modo medio a la antígua, era dura, rígida ¿no?, tenía ese modo con la familia, no é que te pusiera problemas: nosotros salíamos, veníamos a las tres de la mañana, no nos decía nada; pero ella quería como antes, elegir a las chica que nosotros nos pusiéramos de novio. Si a María, ‘n definitiva, ellos me la eligieron para mí. Y sin su consentimiento no se podía, ¡qué ibas a poder! ¡ni ‘n joda!, y Remigio se le opuso, le llevó la contra, y ella terminó por prohibirlo, eso era lo que pasaba. Por’jemplo ella a Alfreddo lo apreciaba mucho, porque era paisano, italiano como nosotros, y cuando Remigio anduvo con las otras chicas, esas que estuvo de novio, la Mamá andaba muy contenta, con la Gugliermina, la prima, ella andaba de acuerdo, todas eran paisanas, eran de la misma raza, ahora con ésta no, no hubo arreglo. 

 

Ellos, entre ‘l Tío Viejo y la Mamá, no llegaron a peliar cuando Remigio decidió irse, porque la Mamá era muy dura, y ‘l tío respetaba su autoridá, lo que ella decidía. Mientras ella vivió, la que mandó siempre ‘n la casa fue ella, y además que él era un hombre demasiado bueno, nunca le daba lugar pá discutir, por’jemplo él, ‘n joda, decía: “- Yo, acá, ¡soy ‘l patrón!”, y ella le contestaba, nerviosa: “- ¡Vó só ‘l patrón de los soretes!”. Pero Remigio sí, él ‘n verdá fue ‘l único de nosotros, ‘l único que discutió con la Mamá. Y ella no se lo perdonó: no volvieron a verse nunca más, ‘anque él vino a verla una vez, cuando ya estaba muy enferma, los últimos tiempos, él vino de Buenos Aires, solo, a verla, pero ella igual no lo perdonó, no lo recibió pá despedirse ¡y eso que se estaba muriendo!. ‘N cambio la Gitana no vino nunca, porque no la habíamos aceptáo, pero también porque Remigio no la trajo nunca, ella no pisó la casa. Una vez, cuando la nenita, la hija de ellos, de Remigio, estaba enferma, vino él a ver si podía llevar ‘l coche pá ir a buscar ‘l dotor, pero vino a pedírmelo a mí, y yo, como un boludo, le digo: “- Andá a pedírselo al tío, o a la Mamá, ¿cómo me pedís a mi?”, pero él no iba a ir, era orgulloso. Entonce fui yo, fui y le dije al Tío Viejo, y me mandó con la respuesta: “- Llevalo, ahora y todas las veces que lo necesités”. É que ‘n realidá Remigio era un tipo tan, ¡yo no sé!, tan buenísimo, tenía seis año más que yo y parecía que era menor, menor que yo parecía, era así, inocente, y para mí que no lo comprendían; ellos, esa gente de antes tenía, así, otra forma de ser. Si cuando la Mamá, cuando se enteró que le habíamos prestáo ‘l coche, rezongó: “- ¡Má!, ¡cómo le das ‘l camión pá que lleve a esa negra de mierda!”, yo traté de explicarle, de explicarle la situación, no le gustó mucho, pero al menos no me castigó por eso.

 

 

La rueda del son

 

 

 

 

Shashá Orixá sin cabeza:

¡mala cabeza está!

 

Negro pelo, negro malo,

Orixá tumtum: tambor de viento de piel.

 

Orurá, negro malo quiere bailá,

Orixá sin cabeza

tumtum: tambor de negro libertá.

 

Pedra negras, negro malo,

¡túm! azul rojo verde negro

¡túm túm! salta pá tras negrá.

 

Baila tambor de piel pedrada:

negro malo quiere bailá.

 

 

 

 

 

 

 

 

Madrigal 1

 

 

 

 

Un ventevéo me llama

Desde la seca hojarasca del viejo pino

Abandono la tierra

En que remuevo un croto amarillo y rojo

Amarillo como el pecho del pequeño ventevéo

Respondo imitando su canto

Pero mi voz ha perdido

El tinte limpísimo

Y lo espanto

Deja el viejo pino

Flotando arrastrado por la brisa y el canto

Una hoja de croto

Cruzando mi patio.

 

 

 

 

(de Poemas Montunos, 1985)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

TANGO AZUL, de David González (Prólogo)

Prefacio

 

 

a “Tango azul”, de David González

 

 

(De puño y letra, Serie Calíope, número 8, Córdoba, 2005)

 

 

 

 

 

Nelly María Checura solía repetirme que la relación entre poesía y poeta transcurría en la vida, y sólo a veces, tambien en la escritura. Lo importante es ser uno cuando se vive (definiría Roberto Santoro para sí, un tiempo antes de que los Ford Falcon de la última dictadura lo desaparecieran, junto a su poesía, para siempre): lo más importante –decía de sí Santoro- es ser uno cuando se vive y ser el mismo cuando se escribe.

 

 

Estas intuiciones de dos poetas argentinos sobre el frágil y siempre inestable maridaje entre poesía y biografía, sostienen aquí el proemio de los versos de David González, asturiano de Gijón, más precisamente de San Andrés de los Tacones, aunque el progreso haya encharcado su aldea: luego, construyeron el embalse,/ y las aguas/ anegaron el río,/ derribaron el hórreo/ y empodrecieron las manzanas. Su poesía –como el muro sobreviviente de San Andrés de los Tacones- tiene mucho de semilla.

 

 

Historia personal y poema son en David carne y uña. Y con los misterios y la maestría de permutar en alas de colores las crisálidas pardas, sus versos emergen bellos y puros, cualquiera haya sido el barro genital del que partieron. De nada se reniega (porque ya sabemos que es un suplicio ser hombre), de nada se huye: ni de la cárcel, ni de la enfermedad, ni de los días vacíos. Se mira la vida a los ojos, al fondo, con un dejo de desafío –a veces de ironía, siempre de ternura- y mediante la mutación del poema se la redime (porque también sospechamos que somos luz), se la perdona, y se la goza: y lo que es mejor todavía:/ por esta vez,/ y sin que sirva de precedente,/ tengo ganas, muchas, muchas ganas/ de/ soñar.

 

 

David González nació algo así como medio siglo después que Blas de Otero, pero no puedo dejar de escuchar cierta reverberancia de éste cuando leo sus poemas, y me repito entera aquella cuarteta: Humanamente hablado, es un suplicio/ ser hombre y soportarlo hasta las heces/ saber que somos luz, y sufrir frio,/ humanamente esclavos de la muerte.

 

 

La generosa obra de David González (extensa, premiada, traducida, leída y leída) es una provocación a veces sólo disimulada a medias. Estos poemas –una selección que hemos hecho a dos bandas, entre Gijón y Córdoba, entre su casa y la mía- son una insinuación, una invitación a destilar cada momento, a quitar la sabia de las historias mínimas, y a beber de ellas a morro. Que estas historias, nuestras mínimas biografías, quizá sean, en definitiva, las únicas que cuentan.

 

 

 

 

N. G. S.

 

Universidad Católica de Córdoba, 2005

 

 

 

 

 

 

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Simple imagen de la mañana (1983)

 

 

 

 

Simple imagen de la mañana

 

 

 

 

Un colibrí se ha posado

en el naranjo siempre verde

de mi ventana.

 

Aún hay rocío

y se nota fresca y pálida

la mañana.

 

Una flor se despereza

despidiendo sin prisa

a la noche pasada.

 

No trina

no se mueve

no bate sus alas,

 

sin embargo al despegar

deja un poco menos verde

al naranjo de mi ventana.

 

 

Madrigal 9

 

 

Madrigal 9

 

 

 

 

Ni ayer ni en el pasado

Fueron más vida tan sólo dos brazos

Como hoy los tuyos

En el vaivén de este barco;

Ni otro sol desagüó más límpido

Como el que ahora saludan los gallos;

Ni mi verde naranjo

Jamás perfumó el aire

Tan aire como esta mañana.

Ríen tus labios dormidos

A una palma de los míos;

Nunca hubo tanta vida

En dos labios dormidos.

 

 

 

(de Poemas Montunos, primera edición, 1985)

Violeta Parra

 

 

Violeta Parra

 

 

 

El humo mañanero

despierta a diez cigarras,

y entre ellas canta

la más dulce

(como cansada y muy bajita).

Entre las tortas de pan

da gracias por la vida

Violeta, la cigarra.

 

Su voz dice del Pacífico

una tonada en salitre,

o de una piel de cobre

alquilada en la mina.

Mientras se levantan los tordos

y el amor se le arrebata,

perfuma el cante los bosques

de la flor que por cantar

prefirió ser cigarra.

 

Nuestra india dulce,

Violeta, la cigarra.

 

 

 

Giuseppe (Capítulo II)

 

giuseppe - diseño de tapa de adrián manavella

giuseppe - diseño de tapa de adrián manavella

 

 GIUSEPPE

 

CAPÍTULO II    –    EL TÍO VIEJO

  

Pioneros

 

 

 Cuando llegamos ‘n la Argentina ya no pasamos por ese edificio de la migración, yo creo que no estaba más ya, pero nosotros rápido rápido salimos de Buenos Aires (‘anque ya no había tanta miseria como antes, pero ellos querían trabajar la tierra, no había nada que hacer ‘n Buenos Aires), además, ya teníamos documentos y todo eso, así que namás llegar pasamos del puerto a la estación de Retiro, que está ahi namás, al frente del puerto de Buenos Aires. Nos fuimos ‘n tren a la provincia de Santa Fe, a la chacra de don Marsilio Fuccio, le llevamos al sobrino (al Pacífico Forzani, que se había pasáo todo ‘l viaje lavando los plato del nono Giro), y nos quedamos un tiempo ahi, mientras ‘l Tio Viejo y mi Papá solicitaban tierras al gobierno, que te daban tierras, tierra fiscales, donde no había nada ¡pero nada de nada!, indios namás había. Y cada vez te las daban más al norte, ahi ‘n Santa Fe ya no quedaban tierra fiscales, ya eran todas propiedá pá’quel tiempo, porque se habían colonizáo antes, ya habían talado los montes y casi todas las tierra ya eran de cultivo; así que los que recién llegaban tenían que irse más lejos si querían tierras del gobierno. Había que ir poblar ‘l Chaco, que ‘nese ‘ntonce era puro monte, ni siquiera era provincia todavía, era namás “territorio nacional”, eran todos esos montes que les llamaban “El Impenetrable”, de tan cerráo que era ‘l monte mirá vos, y que llegaban hasta ‘l Paraguay y hasta ‘l Brasil llegaban, era todo una sola selva. Y bué, solicitaron tierras allá, don Marsilio no quería que se fueran, les ofreció tierras de él, que volvieran ser socios… pero ‘l Tío Viejo no quiso, nos quedamos namás ‘l tiempo para preparar ‘l viaje, comprar la jardinera (¡que era un carro más viejo que la peste, la jardinera esa, estaba floja por todos los láos!), y ‘l arado, ¡y nada más!, ‘l arado y las cuatro mulas que compraron ‘n Arteaga. Los más grandes iban a ir ‘n la jardinera, y los más chicos, con mi Mamá ‘nel tren. Cuando salíamos, don Marsilio le regaló al Tío Viejo un perro, ‘l perro más inteligente que he visto ‘n mi vida, le faltaba hablar namás a ese perro –se llamaba “Bayito”-, y salimos pá’l Chaco. 

 

‘Nel año 1923 llegamos a las tierras que les había dáo ‘l gobierno, cerca de la estación de Las Breñas. ¡Ay! ¡si vieras lo que era eso!; ellos siempre habían querido tierra, tener tierra, esa era la única manera que se imaginaban para no ser pobres: tener tierra, pero cuando llegamos allá al Norte ¡eso era la selva!, no había ni un pedacito limpio, nada, era monte virgen… Y bueno, ‘n la jardinera, tapando las cosa, habían lleváo una lona, y de noche hacíamos un toldito y allí dormíamos, igual que los indios que estaban ahi cerquita, namás un par de leguas. Claro que todos estaban má o meno igual que nosotros ¿no?, todos llegaban así, sin casi nada, y se iban instalando despacito, amén que ‘nesos tiempos la gente se ayudaba, se prestaban cosas, así, se echaban una mano entre ellos, y se buscaban los que eran paisanos, ¡al menos pá tener alguien con quien hablar, que miércole!, porque estos gringo, la mayoría no hablaba la castilla. Claro que hablar la castilla tampoco te servía de mucho, porque ahi había de todos láos, igual tenías un ruso de un láo, un búlgaro del otro, un polaco más alla, y así, yo no sé cómo, pero lograban entenderse. Como será que ahi, ‘nel medio del monte chaqueño, mi Papá vá y se encuentra con su mejor amigo, su camarada de armas, ¡un tipo con ‘l que habían hecho la guerra de Africa juntos veinticinco años antes!. Fue ‘n los primeros días que estábamos allí, y viene este vecino, este español, Saavedra –un gallego comedido como él solo ‘l Angel Saavedra- y le dice a mi Papá: “- Che, gringo, vení, que aquí seis kilómetro hay un italiano, paisano tuyo, con él quizá puedan hablar”. La cuestión é que van, y cuando llegó allí ‘l finado Papá lo miró, ‘l otro estaba canoso, porque era bien blanco de canas este Ferrero (‘n cambio finado Papá no era tan canoso todavía), y se quedaron un rato, así, un rato como demasiado largo, mirándose ‘n los ojos, nadie entendía nada que estos dos paisanos se emocionaran tanto namás de verse, y ‘ntonce, despué de un rato se pudieron mover de nuevo, dieron un salto y se abrazaron. ¡Ay! ¡si lloraban como dos chico!, y despué de toda la emoción y las explicaciones, esa misma noche desarmamos ‘l toldito de lona y nos fuímos donde la casa de este Ferrero. Desde ahi –como solo quedaba a una legua del predio que ‘l fisco había dáo-, fueron poblando ‘l campo, tirando los quebrachos, cortando ‘l pasto y arando las primeras hectárea. Toda tierra vírgen era, y lo único que tenían pá empezar eran las cuatro mula y ‘l arado, viejo como él sólo era ese arado, que lo habían desarmáo y lo habían traído atado abajo de la jardinera; esas eran todas las herramienta y todo ‘l capital: las cuatro mula, ‘l arado de dos rejas, la jardinera, ‘l toldito y nada más ¡pero nada más!, así se colonizaba. Y se lo dice fácil, pero qué duro, qué duro era todo eso.

 

Al nono Giro, al final, le quedaron los dos hijos aquí ‘n la Argentina, a don Girolamo Magnassi: una era mi Mamá, y ‘l otro ‘l tío Federico, Federico Magnassi, que ‘l pobre murió ‘n Arteaga, de treinta y nueve años, de papera se murió, ¡cómo era ‘naquel tiempo!, fue ‘n octubre del ‘29, seis meses despué que mi Papá falleciera, ¡ay, qué año ese ‘29!. Pero ahi ‘n la provincia de Santa Fe quedaron los hijos del tío Federico, quedaron esos primos, y teníamos una relación bastante buena con esos primos, porque cuando mi Papá y nosotros intentamos volver ‘n Italia, ‘l dotor Venancio del Agua, que era ‘l dueño de la estancia “Santa Virgilia”, que ‘l Tío Viejo era mayordomo ahi, le dice a mi tío: “- Bueno, ya que te vas a ir, buscame a alguno que sea de tu confianza, para que te suplante.” Y al Tío Viejo se le ocurrió, le dice: “- Mirá, te dejo a Magnassi, que de mí no é nada, pero é ‘l cuñáo de mi hermano, buen tipo sí sé que é, ecétera, ecétera”, ‘nuna palabra: que fue ‘l Tío Viejo ‘l que los puso ahi, ‘nesa tremenda estancia, que tenía mucho campo y que trabajaba con varios colonos, y ahi se hicieron de plata esos primos, y ‘l padre de ellos se les murió ‘l mismo año que mi Papá. É que también, ‘naquellos años, no había con qué saber nada lo que le pasaba a la gente, porque si fuera hoy mi Papá tampoco se moría ¿no?, porque hasta ‘l día de hoy no sabemos de qué se murió: él estaba un poco debilitado por la guerra, pero no era tanto por eso, a él le agarró como un bronquitis, un asma, tenía asma al corazón, y bueno, comenzó a venir flaco, despué vino un médico al pueblo, un médico italiano, que era médico de allá, había hecho la guerra como dotor ‘nel frente, (que fue ‘l primero que ‘n la zona empezó a operar y a salvar gente del apéndice, porque cuando te agarraba un ataque, antes de que él estuviera, tenían que ir con un carro ochenta kilómetro, hasta Sáenz Peña, que era ´l médico más cerca que tenían, así que si te agarraba al apéndice estabas frito, pero desde que vino él no murió más ninguno, operaba diestra y siniestra), y como era italiano, paisano, se habían hecho amigos, venía todos los domingo ahi ‘n casa, lo venía siempre a ver a mi Papá, él sabía –como era ‘n contacto con otros médico-, y un día dice: “- Tal día viene ‘n Resistencia un profesor muy bueno de esto, un dotor que é profesor ‘n la escuela de medicina”, ‘ntonce fueron ellos a Resistencia y éste profesor lo vio y todo, pero… no mejoró.

 

Papá no sería de salud muy fuerte, pero también la cosa é que trabajaban mucho, porque eso sí: laburar, laburaban ¿he?; trabajando de noche sacando tronco, con la luna, nada más que los cuatro burritos… la cuestión é que al primer año se aró once hectárea de tierra, y les vino un maíz hermoso. Cuando llegaron ahi ‘nel Chaco, traían cincuenta peso, y ¡miércole, compañero!, ¡cincuenta peso!, eso era todo lo que les había quedáo; bueno, hicieron un potrerito pá los mulo, primero de todo hicieron ‘l pozo, cuando habían llegáo ‘nel agua, a la napa, vino una noche que llovió doscientos milímetro, se les enyenó de agua, ¡a la mierda ‘l pozo! ¡abajo todo!, tuvieron que ponerse cavar de nuevo. Y tenían seis chapas de cinc que les había prestáo ‘l amigo, hacharon unos quebracho y, así, les pusieron las chapas encima, hicieron ‘l ranchito, y esa fue nuestra casa ‘nun principio, ahi abajo estábamos entre siete, bueno, ‘n realidá más de siete, porque también estaba ‘l “Bayito” que –pobrecito- también él quería su lugar. Era un perro medio cruza de buldó, ¡pero era fabuloso!, como será que, estábamos cagáos de hambre ¿no?, y un puestero le quiso dar a finado Papá dos vacas lechera por ‘l perro, y ‘l Tío Viejo dice: “- ¡No…! ¡Ni loco le damos al ‘Bayito’!”, porque era un perro inteligente a más no poder, que se mataba las yarará y todas las vívoras, ¡má! ¡no dejaba ni uno solo! Ahi ‘nel ranchito dormíamos ‘nel suelo, pero ‘l Tío Viejo había limpiáo todo alrededor ‘l “pasto amargo” que había de un metro y medio de alto, y ‘l “Bayito”, de noche, no se dormía: cuidaba ahi todo, y así logramos sobrevivir. Una noche se vino un puma, y ‘l “Bayito” lo corrió, ‘l puma lo hizo frente, pero éste se le paraba. Se levantó finado tío –que tenía una pistola automática- pero era oscuro, linterna no había, y no veía un carajo, perro vé de noche, pero… ‘ntonce tiró tres tiro así, al aire, para no pegarle al “Bayito”, y ‘l puma salió rajando; ‘l puma no enfrenta a la gente si no está herido.

 

Ahi había de todo ‘nesos tiempos: pumas, y hasta tigres, ¡si era completamente selva!, estaban los indios, también allí, ‘n la zona de La Leona estaban, pasaban todos los días cerca nuestro, pero los indio eran mansos. Los indio estuvieron hasta ‘l año ‘22, o hasta ‘l ‘24 creo, que recién se fueron de allí, pero eran mansos, no te hacían nada, y ‘l cacique hablaba un poco la castilla, ‘l Tío Viejo siempre hablaba con él cuando pasaban cerca del ranchito; ellos hacían su vida, no se metían con los blanco, cazaban su mulita, ‘l tatú mulita –que ‘nesos tiempos era plaga: ¡había por cientos!-, esas cosas, sembraban un poco de zapallo; yo digo que no deberían haberlos llevado ‘n la redución, porque no eran ningún peligro pá nadie, no te hacían nada, ‘nuna palabra. Ahi ‘n La Leona estaba esta tribu, que no eran muchos, habrán sido como doscientos, dosciento cincuenta a lo sumo, más no había, y despué se fueron hacia Charata, allí donde estuvieron hasta hace algunos año atrás, ‘n la redución, que ‘l gobierno los puso allí, si queda alguno deben de estar ahi todavía. Cuando hicimos un año las elecciones –que yo ya estaba viviendo ‘n Charata con mi familia-, ‘n la redución esa había setecientos cincuenta indio varones, (había más ‘n realidá, pero esos eran los que estaban censados, los que tenían la libreta de enrolamiento, que podían votar), y nosotros los radicales les dimos cinco mil peso, pá que nos votaran, cinco mil peso cada uno, y los otros, estos desgraciáos de Frondizi, les dieron diez mil a cada uno; nosotros los fuímos buscar a la redución con los camiones, les dimos tres novillos pá que carnearan y comieran… y despué, ‘nel recuento, nos empezamos dar cuenta, porque casi todos eran “Pérez”, “Gómez”, así, porque cuando les dieron la libreta de enrolamiento, les dieron la preferencia de que eligieran ‘l apellido que querían (porque los indio, claro, no tenían apellido), pero ellos eligieron así, todos fácil, como “Pérez”, “García”, “Sosa”, así, y ahi ‘n la colonia, con los apellidos difíciles que había, que eran todos checoslovaco, ucranianos, búlgaros, italiano, todos europeos, nosotros nos comenzamos dar cuenta por los padrones: pocos votos. Y los de la UCRI de Frondizi tenían muchísimos y seguían acumulando, ¡hijos de puta, nos dimos cuenta!, ¡qué! de vuelta no los llevamos nada a la redución ¡qué mierda!, se quedaron ahi, los tuvieron que llevar los otros, ‘anque de comer sí les dimos, porque como comieron a las doce, todavía no sabíamos los resultados, pero de vuelta no, que se vayan de a pie ¡qué carajo!, por estafarnos. Y era lejos la redución, había como treinta kilómetro, casi treinta y cinco, é cerca de la India Muerta, y está todavía ahi, porque ‘l gobierno les dio setecientas hectárea ahi, para ellos; pero, ya cuando estábamos nosotros ‘n Charata, ya había muchos que se venían pá’l pueblo, y también los muchachos, como aprendían leer y escribir, se iban ‘n Buenos Aires, se agarraban ‘l tren y se iban ‘n la ciudá, allí trabajaban de cualquier cosa, se metían ‘nesas villas que hay montones alrededor de la ciudá, y ya no volvían más, seguro que estaban allá peor que ahi ‘nel campo, seguro, pero ‘n la redución fueron quedando todos los viejo namás.

 

Y nosotros estuvimos ‘nel campo, ahi ‘n Las Breñas, hasta ‘l año 1932. Cuando nosotros llegamos a la zona todos esos terreno eran fiscos; ‘nel año ‘24 vino ‘l ingeniero Venturini y midieron, midieron todo ‘l Chaco (esa zona del sur ‘n realidá, porque ya Saenz Peña habían medido un año antes); ‘ntonce midieron y hicieron ‘l pueblo, hasta ese momento ‘nel pueblo, cada uno tenía la casa donde quería namás, despué midieron. Todavía ‘l Chaco no era provincia, namás era territorio nacional, provincia se hizo recién ‘n tiempos de Perón; cuando nosotros pasamos del campo al pueblo, ‘n Las Breñas ya había algunas familias, había luz eléctrica… Pasamos al pueblo ‘l 8 de junio de 1932, ‘n la chacra quedó un muchacho, un matrimonio que quedaron de medieros, o sea ellos trabajaban y íbamos a media ‘n las ganancia. Nosotros vinimos ‘nel pueblo a poner la carnicería, pué, vinimos todos juntos, (salvo mi Papá, que ya había fallecido), bueno, mi hermana mayor, Giuditta, se había casado ya, ya hacía un mes que vivía ‘nel pueblo, se habían ido vivir con mi cuñáo Alfreddo ahi ‘n la esquina, justo ‘n frente de la esquina donde nosotros pusimos la carnicería. Ya Alfreddo tenía un negocio allí de soltero, y vivía ahi, ‘n dos pieza, ¡y justo antes de casarse por esas dos pieza estuvo preso ocho días!. Resulta que él había construído dos piecita ¿no?, y había alquiláo una a un tal Fappiano, y ‘ntonce, cuando quiso casarse, quería que’l inquilino se vaya, pero Fappiano no se quería ir… ¡má! este gringo, que era fuerte como él solo, agarró la cama y los pocos muebles del inquilino y se lo tiró todo ‘n la calle, ¡y ahi fue que lo metieron ‘n cana!; y claro, faltaban veinte días para casarse, ‘ntonce nos vienen avisar ‘n la chacra que Alfreddo estaba preso, que vayen uno para cuidarle ‘l negocio, y fue mi hermano Remigio (no abría, pero al menos dormía allí). Y ‘l Tío Viejo, que claro, ya era un “personaje” también allí,  fue a ver al comisario, y ‘l comisario le dice: “- Y… pero é una cosa grave don Gandolfo, ¿cómo le vá a tirar ‘l catre así?”, ‘l milico se hacía ‘l serio namás porque quería una coima, que estos son todos iguales, igual antes que ahora ¿no?, pero como al final eran amigos entre ‘l tío y ‘l comisario, le tiró algunos peso y Alfreddo salió. Claro: lo que ellos no querían era que lo pasaran a la penitenciaría de Sáenz Peña, porque allí ya iba a ser más jodido, al final lo dejaron suelto y se casaron con Giuditta.

 

Yo justo cumplía diecisiete años cuando nos fuímos ‘nel pueblo, yo y mi hermano, porque cumplíamos juntos ‘l mismo día: yo diecisiete y él veintitrés; mi hermana Margherita tenía diecinueve años. Remigio ya andaba de novio con una chica que despué se murió, pobrecita, amás tuvo otras novias, anduvo con la hija de Bravo, también con nuestra prima, la Gugliermina, ya ahi se habían comprometido, con la Gugliermina Magnassi, pero al final la cosa no anduvo. Nosotros habíamos ido haciendo la casa mientras estábamos ‘nel campo, la construyó Doménico, ‘l tano Doménico, habíamos hecho las dos pieza y la carnicería, la cocina, una galería grande; porque teníamos dos solares, uno pegado al otro. Ahi la tierra era del gobierno, que te la entregaba y despué, cuando vos pagabas, te daba ‘l título; ‘ntonce la Mamá había solicitado uno y ‘l Tío Viejo ‘l otro ¿no?, te daban diez años pá pagar la tierra, pero para que te déan ‘l título tenías que tener: una pieza, una cocina y un baño (un escusado ‘n realidá, que ‘nese tiempo nadie tenía baño instaláo), y ‘l pozo –o un aljibe-, sin las mejoras no te daban ‘l título de propiedá.

 

Y la carnicería, al principio, la manteníamos con nuestros propios animale, que habíamos llegáo a tener ciento veinte animal vacuno, y también comprábamos. Le comprábamos, por’jemplo, a don Palavecino, una vez le compramos doscientos novillo a diez peso cada uno, novillos de doscientos veinte kilos de carne, (pesaban casi doscientos noventa kilo vivos); a don Ruiz, que estaba cerca de Hermoso Campo, le compramos una vez doscientas vacas, y así, despué le comprábamos a la gente de ahi, de los alrededor. ¡Carneábamos mucho!, ‘n tiempos de cosecha carneábamos hasta cinco animal por día, ni siquiera hoy un carnicero ‘nel pueblo ha de carnear cinco animal por día. Lo que pasa é que nosotros lo repartíamos ‘nel campo; hicimos así: primero y segundo año faenábamos ‘n la misma chacra, traíamos ‘l animal al pueblo y allí lo serruchábamos, con sierras de mano ¿he?, no había todavía de las otras, eléctricas, de esas sierras sinfín que vinieron despué, las costillas las sacábamos gruesas así, las costeletas tenían como un kilo cada una, ¡qué mierda! ¡lo que costaba serruchar una vaca a mano! ‘L primer año lo teníamos a Amata, un santiagueño, despué, tres años seguidos, a Torquiaggione, un napolitano grandote, las espaldas como un ropero de endevera tenía, un urso más fuerte que la mierda, y Toquiaggione ya había trabajáo antes un tiempo ‘nuna carnicería, así que la cosa iba más rápido; cuando llegó ‘n casa era un muchachito, tenía diecisiete años ¡y se ponía esas media reses de como cien kilo como si nada ‘n la espalda!, y, amigo: había que caminar casi una cuadra desde donde carneábamos al galpón… Nos levantábamos a la una de la mañana: mientras uno lo descuartizaba al animal, ‘l otro lo iba serruchando, mi hermano Remigio pesaba los trozos, y yo iba enganchando la carne, y la cargábamos ‘n la camioneta Ford T que teníamos: le poníamos quinientos kilo de carne, tenía dos bolsas ‘n los guardabarros delantero, pá que no se levantara tanto (‘anque tenía atrás la rueda de Chevrolet ya, que eran más grande las cubierta). Yo ponía la carne toda bien apiladita ‘nel Ford T, y a las cuatro y media, a las cinco más tardar, ya salíamos a repartir. Realmente laburábamos como bestia, porque volvíamos del reparto –cuando no llovía- entre las diez y media, las once de la mañana casi, ya a esa hora estábamos de vuelta, comíamos mientras que anotábamos todas las cuentas de la carne: ‘l Tío Viejo anotaba mientras yo le dictaba, porque yo llevaba todas las cuentas del día ‘n la memoria. Yo siempre tuve, así, muy buena memoria, hasta hoy no se me ha ido, puedo decir cuantos kilo compraba cada uno, bueno, má o meno. Despué, los otros changos acomodaban los cuchillos, afilaban algo, ya dejaban todo listo para carnear, hacíamo un poco de siesta, y a las cuatro de la tarde ya salíamos pá’l campo, a carnear. Cuando llegábamos allá, había que agarrar los animale, traerlos con los caballos, matarlos, cuerearlos (se los cuereaba ‘nel suelo namás, no se los colgaba), cortarlos ‘n la mitad, y cargarlos a la camionetita, así que volvíamos ‘nel pueblo que ya era de noche, a las nueve o las diez de la noche, y cenábamos algo, nos acostábamos un rato, y a la una de la mañana de nuevo ‘n pie.

 

Trabajábamos como bestias, sí, pero hemos hecho plata. También porque ‘naquel tiempo, nada se desaprovechaba de la carnicería: a los cueros, por’jemplo, los salábamos, teníamos la pileta ahi, ‘nel fondo del solar, ahora ya seguro que así no se usa, pero nosotros poníamo los cuero estiráos ‘n la pileta, era una pileta cuadrada, entraban justo cuatro cuero de vaca, bien estiráos, uno al láo del otro, por cada capa, ¡era una pileta grande!, y le poníamo media bolsa de sal sobre cada cuero; unos tres metro de profundidá tenía esa pileta, estaba un poco enterrada ‘nel suelo, y era alta casi como ‘l techo de una casa, y cuando se juntaban ahi doscientos ó trescientos cuero, los vendíamos a Resistencia. Y así con todo: los hueso, las guampa, ‘l triperío, todo. Y dormir, ‘n realidá dormíamos muy poco, ¡y eso si no nos agarraba la lluvia!, porque nosotros, llueva a o no llueva, no fallábamos: le poníamo cadenas al forcito y tá-tá-tá…, ‘l forcito andaba bien, no nos dejaba así namás, y si se empantanábamos, teníamos ‘l hacha, machete, palanca larga… así que llegar llegábamo siempre. ¡Hacíamo una vuelta impresionante con ese Ford T!: salíamo un día como quien vá a Villa Angela –ya estaba ‘l camino niveláo ‘naquella epoca-, y al día siguiente hacíamo la vuelta al revés, entrábamos por ‘l otro láo, ‘l primer cliente que agarrábamos era este donde estaba Castelli, de allí entrábamo ‘n la escuela de Dorila, despué, bueno, despué no podíamo seguir por allí, porque ahi estaba Cantón, estaba la gran estancia de Cantón, y que él no dejaba entrar nadie todavía, que estaban los “cantoneros”, que si alguien entraba ‘n la estancia ¡les metían un tiro ‘n la cabeza! (despué vino ‘l ejército, y la gente ya pudo entrar). Entonce despué estaban los Kotulevitch, los Fosternack, Metrojovich, los Kalika; y agarrábamos la vuelta, y ahi estaba Juan Iacoff, entrábamos ‘n los Luzzi, a Nicola Olivello, Natalio Longo, Domingo Longo, y ya estábamos ‘n la curva del camino, la que llaman la Curva de Novoa. Ahi teníamos de clientes a todos estos ucranianos, estaban los Maluk, Alejandro Pikaluk, ‘l Juan Semeniuk, y despué nos metíamos derecho, más adelante, pá’l láo de los Rampinni, al Marcelo Churlis, don Pedro Rehak, todos los Bestanca, ¡que eran como una docena!, y Daniel Pugliessi, que nos quedaba ‘n la punta del camino; ‘ntonce ya era media mañana y pegábamos la vuelta: veníamos visitando a los gallegos, esa zona, españoles todos eran, estaban primero los González, los Figueroa, todos los García, era una colonia grande esa, se agrupaban entre ellos, pero ahi también habían unos búlgaros. Y ya de allí veníamos bajando, agarrando a Simón Pikaluk, Luchessi, Gastaldi (¡éste desgraciáo nos quedó debiendo como cuarenta kilos de carne!), Cossio, Lavefatto que tenía lo que le llaman ‘l “Campo General”, porque ‘l general Jones era muy amigo de la familia Cantón, ‘n Buenos Aires, ‘ntonce cuando Cantón puso la gran estancia allí, le dijo al general Jones que se viniera también, que había mucho campo del bueno. Y se vino namás este general, buen hombre era, de esos generales buenos de antes, que hicieron ‘l país ¿no?, y puso allí la estancia, tres o cuatro leguas eran al principio, pero despué empezaron venir los colonos, y le decían: “- ¡Pucha, mi general! ¿no me dejaría poner una chacrita aquí…?”, y como ‘l Jones este era de los bueno, los dejaba, primero a uno, despué a otro gringo que le venía pedir, despué a un amigo de ese, y cuando se dio cuenta, de las diez mil hectárea que había acaparáo, le quedaban namás ciento cincuenta, ‘ntonce vendió la hacienda y se volvió ‘n Buenos Aires. Por eso le llamaban ‘l “Campo General” a esa zona, y Lavefatto estaba ahi, había también todos los García, que eran una montonera. Y bueno, cuando terminábamos con todas estas chacras de los gallegos nos veníamos ‘n casa.

  

Era muy gracioso esto, porque pasar de una zona a la otra, a no más una legua de distancia quizá, y cambiaba ‘l idioma, pasabas del ruso al alemán, del italiano al búlgaro, porque los colono trataban de vivir medio juntos ¿no?, así, medio por colectividá, porque tenían má o meno las mismas costumbre, por’jemplo, la mayoría de los viejos no hablaban la castilla, ‘ntonce al estar todos ‘n la misma zona, podían hablar entre ellos la lengua, ‘l dialeto de la tierra de donde eran. A’más, cuando uno se establecía un poco, ya llamaba a un pariente, a un compadre, a un amigo, y así é que iban poblando por zonas, nosotros teníamos ‘l ochenta por cien de nuestros clientes que eran polacos, ucranianos o rusos, ¡esos se mezclaban un poco todos!, ‘nese tiempo que ellos llegaban ahi ‘nel Chaco, allá ‘n Europa había unos líos tremendos y las fronteras se cambiaban todos los días, pero uno rápido se da cuenta por los nombres: Pasternak, Solchenko, Kotulevitch, Metrojovich, Churlis, Kalika, Bestanca, Kolesnik, Rehak, Semeniuk, Picaluk, Maluk…

 

Pué, la cuestión é que ‘n total hacíamo como unos setenta kilómetro todos los días, esa era nuestra vuelta. Y ‘l forcito iba a veinticinco kilómetro por hora si la ruta estaba ‘n condiciones. Y no podíamos faltar: teníamo que ir hasta tan lejos porque llevábamos carne pá los peones, ‘n tiempos de cosecha, era una enorme cantidá de peones que se juntaban, y como no había heladera, teníamos que ir día por medio, por eso un día salíamos pá un láo, y al día siguiente pá’l otro. Y por este otro láo estaban los alemane: Himpel, Sigel, Smit, Hildembrandt, Lukas Sauer; despué agarrábamos ‘l Campo Redonda que le llamaban, ya ahi entrábamos ‘n la chacra del otro Sauer, Koster, y ‘n la vuelta estaba Alegre, los Checura, despué entrábamos donde la casa de Albarrán, al láo entrábamos ‘n Albarrán chico, que era ‘l otro hermano. Y Mariscal (al Mariscal este al final lo dejamos, porque andaba mal con Albarrán chico: una mañana apareció con una escopeta, apuntándonos, y nos dice: “- Si le seguí llevando carne pá Albarrán chico, ¡te largo dos tiro!”, tenía una escopeta del .16, de dos caño, ¡qué mierda! le aseguramos que no le llevábamo más nada, ¡qué íbamos saber que estos dos gallegos andaban tan a las patada!, pero ‘n vez lo dejamos a él, al Mariscal). Estos gallegos eran así, medio testarudos ¿no?, medio porfiados, y como uno andaba mal con ‘l otro, no quería que le lleváramos carne, y ¡la madonna!, no decía de mentira, no, era capaz de tirar endevera, ‘anque yo, ‘nel forcito siempre llevaba revólver, un .38 largo –no tanto porque ‘l camino fuese peligroso, sino porque era la costumbre, todo ‘l mundo llevaba revólver ‘nesa epoca-, así que yo siempre agarraba la caja de cincuenta bala y ‘l revólver (¡si valía tres peso la caja de bala!), por ahi si algún día habíamos hecho la vuelta rápido, parábamos cerca de un quebracho lindo y ¡tám! ¡tám! ¡tám!, pegábamos unos tiros. Era lindo ese .38 largo, y yo lo tiré, la puta que lo parió… cuando ‘l asunto de mi hijo, cuando ‘l asunto del Angel lo tiré ‘nun río. Ahora sólo tengo un .32 largo del Smith & Wesson, que saqué hace poco, todos estos años lo tuve enterráo ‘nel jardín, ahi, al pie del limonero de atrás, cuando ‘l asunto del Angelito lo envolví bien ‘nunas bolsa de naylon y lo metí ahi, hice un pozo hondo y lo enterré, y hace poco, de casualidá casi, me acordé y fui buscarlo, lo limpié bien pero quién sabe si sirve, un poco de humedá le entró, claro, ¡si estuvo ahi casi veinte años!. Pero ‘l que era lindo endevera era ‘l Colt que tenía mi cuñáo Alfreddo, un .44 de los grandes, que había sido de Sebastiano Rodríguez, un correntino de por ahi, que les compraba ‘nel negocio de Alfreddo y de mi hermana Giuditta, y les debía una ponchada de peso ¿no?, y como no tenía para pagar, le dice a Alfreddo: “- Mirá, chamigo, te vendo mi revólver, ¡lindo caño!, a cuenta de lo que te debo”, y como Alfreddo no tenía arma, le aceptó ‘l trato. Era muy buen revólver, ¡la puta si era bueno!: los correntinos, ‘nesa epoca, casi todos usaban .44, porque ‘l .44 donde te pega ‘nel cuerpo (salvo que te pegue ‘nun brazo, por’jemplo) no vivís, porque donde te pega ‘nel cuerpo te hace un agujero así de grande, é que la bala é mocha, por eso ‘l plomo se abre, y como tiene una potencia bárbara ¡no queda ninguno ‘n pie!, por más fuerte que sea lo tira al suelo, ‘l .44 é más fuerte, mucho más poderoso que una escopeta, ¡é la misma bala del Winchester, pué!

 

Y esa era la vuelta que hacíamos, repartiendo carne, y mientras nosotros andábamos ‘nel campo, mi hermano Remigio atendía, vendía carne ‘nel pueblo, vendía todos los días ciento cincuenta, doscientos kilo de carne; estaba también ‘l Tío Viejo con él, junto a Remigio, pero ellos dos venían cuando íbamos ‘nel campo a buscar los animale, (como seguíamos teniendo la chacra –que eran doscientas hectárea- metíamos muchos animale) y, ‘n tiempos de cosecha, si hacían falta más, teníamos siempre algún baquiano, como por’jemplo teníamos al viejo Saravia, un santiagueño que llegó a vivir un siglo, se murió hace poco, ‘l viejo era nuestro arriero cuando nos faltaban animale por la cosecha. ¡Toda una leyenda ‘l viejo Saravia!, no era precisamente un matón, ‘anque algunas historias yo oí que anduvieron circulando, sino que era un tipo que se hacía respetar: a la pulicía, cuando le decían “Saravia anda ‘n pedo por allí”, los canas salían por acá, pá’l láo contrario, porque ‘l tipo era capaz ¿no?, era un gaucho fiel, eso sí. Con él fuímos a buscar, a cinco leguas, unos doscientos novillo, fuimos Saravia y otro –un tal Acuña, otro santiagueño-, y yo, ¡madonna santa!: ‘n los tres días que tardamos ‘n traer los novillo, ¡este Saravia no se durmió ni una sola noche!, era un excelente baquiano pá la hacienda, él se dedicaba a eso namás, y se quedaba despierto porque ‘l novillo, de noche, si se despierta se vá de vuelta, ‘ntonce él los cuidaba, porque por más oscuro que estéa, ‘anque no haya nada de luz artificial, llegás a ver de noche; ahora aquí ‘n la ciudá ya no, porque uno está acostumbráo, pero allá ‘nel monte, si te acostumbrás al oscuro-oscuro, ves más: si yo iba a las tres de la mañana a buscar los animale, a buscar al boyero, y no había luz, iba igual si no había luna o si estaba nubláo, y no te ibas a tropezar contra ‘l alambráo, seguro.

 

 

 

 

 

 

Memento

 

Memento

 

 

 

 

 

Borracho de la resina

Que enmelaza y discurre

La poesía sin fin.

 

Soberbio del poder

Que permite quitar a la rosa

De su cuello de espinas.

 

Cansado de cuidar el rostro

En el espejo ominoso

De la opinión ajena.

 

Regocijado de aprender a reir

Con la gracia profunda

De la franqueza del niño.

 

Hastiado de repetir

En cada tarde

Los sonidos que forman tu nombre.