giuseppe - Ediciones del Copista
Giuseppe
Capítulo III – Remigio
Del campo al pueblo
Nosotros, ‘nel 1932, ‘l 8 de julio, pasamos del campo al pueblo. La noche del 8 ya dormimos ‘nel pueblo. Y cerramos la carnicería ‘nel ‘35, pero para esa epoca lo fuerte nuestro ya era ‘l almacén. Ibamos bien, muy bien, de lejos esa era la mejor epoca desde que habíamos vuelto de la Italia, y aprovechamos y nos decidimos abrir un almacén. Hicimos un local grande ahi ‘n la esquina, ‘n la punta de los dos solares que teniamos (no había divisoria, era un solo terreno pero con los dos solares que nos había dáo ‘l gobierno), donde hacía esquina con la calle que entraba al pueblo, la calle que venía de la ruta y entraba hasta la estación del tren, que ‘n todos estos pueblo de las colonias de inmigrante era la calle principal, como si fuera ‘l Stalon allá ‘n Italia, nada más que esta era una calle de tierra, sin veredas, ni cuneta siquiera había ‘nese ‘ntonce. Si cada vez que llovía (¡‘n verano se venían unas tormentas del carajo! ¡cien, doscientos milímetro ‘nuna sola lluvia!) eso se hacía un barrial que no se vea; y é que además coches había poquitos, los colono tenían carros y jardinera, y los gaucho a caballo namás, y para los caballo no importa mucho ‘l barro. Bueno, ‘n la punta de los dos solares hicimos ‘l salón, un galpón inmenso, ¡porque ya teníamos guitita, que diablos!. Lo hicimos ‘nel ‘34, lo construyó un santiagueño, un tal Romero, le pagamos namás cuatrocientos peso por semejante salón, tenía catorce metro a lo largo de la calle de entrada, y diez metro de ancho, con unos tirantes de pinotéa de nueve por seis centímetro a cada metro, ¡una barbaridá!, era una obra enorme pá’quel tiempo. Cuando terminamos ‘l salón, viene mi cuñáo Alfreddo y dice: “- ¿Por qué no ponen almacén ustedes también…?”, ellos tenían su negocio ‘n la esquina del frente, pero a él le convenía porque así pedíamos la mercadería por ferrocarril, alquilábamos un vagón, mitad vagón para cada uno, y así nos salía más barato. Él sólo no podía pedir por vagón, porque era demasiado, y las cosa se le echaban a perder si pedía tanto, ‘n cambio si estuvieramo los dos… total no iba a haber problema de competencia, porque los cliente de él los seguía teniendo. Al contrario: pensaba que iba vender más, porque iba tener más cantidá al traer la mercadería por ferrocarril. Y así hicimos: pusimos también almacén nosotros, y traíamos vagones de azúcar; vagones enteros de harina, comprábamos cinco o seis vagones de harina, ‘nese tiempo pá los negocios grande como los nuestros hacías contrato, te hacían contrato con los molinos, por’jemplo, con Molinos Río de la Plata, o con Boero –que le sabíamos comprar mucho a Tomás Boero-, y ellos se encargaban de todo, te embarcaban la mercadería ‘n las estacione de las ciudades y te mandaban; hacías contrato, por’jemplo, a diez peso la bolsa, y ese contrato lo podías sacar ‘n cuatro o ‘n cinco meses, ‘ntonce si comprabas más cantidá, te hacían mejor precio, así, comprábamos juntos. Y ese é ‘l tema que antes había tantos viajantes, ¡había viajantes a montones!, porque venían a firmar los contrato por todo ‘l año. Al frigorífico La Blanca le comprábamos tonelada (que ahora ya no están más, se fundieron con alguna de las crisis de este país), a esos le comprábamos la carne que venía envasada, venía ‘n latas para conservarse –porque refrigeración no había-, la gente del campo llevaba cajas enteras de latas de carne. Eran los tiempo que la Argentina tenía carne a patadas, que hasta la mandaban ‘n todo ‘l mundo, ‘n Inglaterra por’jemplo, barcos entero enyenados de carne salían del puerto de Buenos Aires, bueno, esas eran las latas de carne de La Blanca. Y estaba también la cuestión de la harina: nosotros traíamos tantas tonelada –varios vagone a veces- porque allí la gente hacían ‘l pan ‘nel campo, cada colono, cada vuelta que venía ‘nel pueblo, se llevaba cuatro, cinco bolsa de harina; y ‘n tiempos de cosecha los colono no hacían pan, porque no les dejaba tiempo la cosecha, pero ‘ntonce ‘nestas campañas, así, cuando venían los cosechero a levantar ‘l algodón, trabajaban mucho las panadería del pueblo: hacían todos galleta, esas galletas redonda así, que entraban justo cinco ‘nun kilo, por eso ni lo pesaban, contaban las bolsa namás, y los colono las cargaban ‘n los carro. Y sal traíamos por vagón, también. Cerveza, alcohol… alcohol puro traíamos trenes completo, por los rusos, los rusos lo llevaban, se llevaban cajone enteros –que traían veinticuatro botellas de medio litro- pá hacer la caña, que era lo que más se parecía a la bebida de ellos, a la vodka, ¡y chupaban todos como condenados!. ‘L viejo don Estanisláo Kurchil, un ucraniano de estos, una vez casi me pega, casi cobro endevera esa vez, porque se me rompió las botellas de alcohol cuando se las llevaba, y si no le llevabas ‘l alcohol ¡se ponía loco!. Y teníamos otro cliente, Volchenko, otro ruso que le comprábamos ‘l algodón, y la cuestión é que si no le llevabas una botella de alcohol ¡no me entregaba ‘l algodón!, qué increíbles que eran los gringo estos, pero no me entregaba ‘l algodón por más que estuviera pagáo y repagáo: sin la botellita de alcohol no había trato. ¡Cómo tomaban!, pero así también é que murieron todos ¿no?, les cocinaba la tripa y la cabeza, porque ellos estaban acostumbrados allá, ‘n Rusia, ‘nel medio de las estepas aquella, que tomaban mucho, pero claro: afuera hacía veintidós grados bajo cero, metidos ‘nel medio de la nieve. Pero allí ‘nel Chaco ¡qué mierda!, con cuarenta y dos grados a la sombra ‘n pleno verano, ese alcohol les cocinaba los sesos. Ellos ponían, así, con medio litro de alcohol hacían un litro de caña, ¡la madonna! ¡era una bebida de cincuenta grados!, le ponían un poquito de cáscara de naranja, otros le ponían azúcar quemada, cada uno al gusto de ellos; pero se chupaba cualquier cantidá, y querían ‘l alcohol “Sliker”, porque no tenía olor, ‘l “Sol” no les gustaba mucho, ‘naquel tiempo esos eran los dos alcohol que había: ‘l “Sliker” y ‘l “Sol”, pero alcohol puro, ‘nesos veranos…
Y cuando vimos que la cosa con ‘l almacén andaba, cerramos la carnicería, porque era mucho ¡qué diablos!. Si hubiese habido transporte, todavía, pero lo que a nosotros nos reventaba endevera era ir a buscar los animale, ‘nese tiempo los animale había que llevarlos arriando desde tres, cinco, hasta desde ocho leguas hemos traído a veces, y eso te mataba: era vivir arriba del caballo, cruzando con cien o doscientos novillo por ‘l medio de los campos, durmiendo al sereno, comiendo pá la mierda todo ese tiempo, era muy duro todo eso. Pero todo hay que decirlo: nosotros la plata la hicimos con la carnicería, porque ‘n cuatro año ganamo doscientos cincuenta mil peso, ¡amigo! ¡doscientos cincuenta mil peso!, era una fortuna de endevera (por’jemplo, un campo grande como ‘l nuestro, de doscientas hectárea, costaba cincuenta mil peso). La carnicería fue, así, la gran pegada nuestra, pero teníamos ‘l lomo quebráo de tanto laburo y dejamos namás ‘l almacén, pero nos jodimos: fiamo ese año, ¡y no cobramos ni un mango!, vino un año malísimo, ese año del ‘37, una sequía de la gran puta, que casi nos mandó ‘n la quiebra, porque claro: se trabajaba todo con libreta, o sea se fiaba y a pagar a cosecha, pero todos los terrenos de los colonos eran fiscales, no podías embargar nada ‘anque hubieras querido. A’mas, tenían todos muy poco capital ¿no?, los gringos eran pobre, nunca fue fácil ser colono, y ‘nesos primeros tiempo, menos. Despué de esa vez, namás le fiamo a los mejores, a los que más confiábamos o que eran paisano, italianos como nosotros, a todos los demás, al contado o nada, y, ¡carajo!, volvimos levantar cabeza: compramos un Ford A, un forcito ‘31 ¡lindo ‘l cochecito!, y ya ‘nel ‘39 sacamos uno nuevo, cero kilómetro, fuímos ‘n Sáenz Peña y nos trajimos ese Ford 8, flamante, ese fue ‘l primer coche nuevo de mi vida, ¡báh! era ‘l primer coche nuevo que hubo ‘n toda la zona, bueno, había un Pontiac, y había también dos Chevrolet, pero no eran flamantes.
‘L almacén se movía mucho, especialmente ‘nel último tiempo, había otros almacenes ‘nel pueblo, almacenes de ramos generales que les llamaban, porque vendían de todo lo que te imagines, pero ninguno estaba puesto, así, como había llegáo a estar ‘l nuestro, fue una pena, una pena ‘nel alma venderlo. Yo no me quería ir, pero ‘l Tío Viejo fue ‘l que insistió, pero ¡qué se yo la enormidá que vendimos ‘l último año!, porque Galfasso, que tenía ‘l otro almacén, había cerráo y se había ido, también se habían ido los Blanco, que tenían otro negocio grande, ‘ntonce nosotros éramos los más poderosos que había ahi, habíamos quedáo como ‘l negocio grande del pueblo; y se vendía mucho, mucho, la cantidá de azúcar, por’jemplo, cada mes traíamos por ‘l ferrocarril cuatrocientas bolsa; vino, vendíamos… ¡qué se yo! ¡cualquier cantidá!, ‘l vino venía ‘n bordalesas de doscientos litro (‘n botellas venía solamente ‘l vino fino), la gente traía ‘l envase –damajuanas de cinco y diez litro- y se la enyenaba de la bordalesa, de la canilla; despué ya pusieron la envasadora, ‘l “Tromba” y ‘l “Toro” fueron los primero, ‘ntonce ya empezó venir ‘n botella. Aún así, se vendía más cerveza que vino.
Para ‘l almacén habíamos hecho una sociedá de familia, pero tuvimos problema, y yo aprendí cómo se solucionan los problema. La cuestión era que ‘l Réditos, ‘l recaudador de la Dirección del Réditos no la reconoció, porque no nos reconocía ‘l contrato que habíamos hecho, decía que no tenía sello de escribano (sello del banco sí tenía, pero no de escribano). Nosotros habíamos pensado hacer así, hacer una sociedá de familia, porque entre los cinco que éramos casi que no pagábamos nada de impuesto, así, de ganancia; sin embargo, si ‘l dueño era uno solo, ‘ntonce sí tenía que pagar un montón. Nosotros queríamos que fuese sociedá de familia entre la Mamá, ‘l Tío Viejo, y nosotros tres, Remigio, Margherita, y yo (Giuditta ya no entraba, porque se había casáo, así que ya era “rancho aparte”), y despué ya lo firmó ‘l escribano, y arreglamos de esa manera; y cuando mi hermano Remigio se fue, él renunció, ‘ntonce le dimos su parte del almacén; despué, cuando murió mi Mamá, hicimos la sucesión, y también le dimos a Remigio su parte, su parte a Alfreddo (la que le tocaba a Giuditta), y quedamos Margherita y yo y ‘l Tío Viejo como socios. Pero como había ese problema con ‘l Réditos, ‘l Tío Viejo lo llamó a Yuskevitch, que era muy amigo del jefe del Réditos, y ‘l ruso Yuskevitch le habló y hizo que la reconociera, que fue cuando le regalamos la piel de tigre al jefe. A Las Breñas había venido ‘l subjefe del Réditos, y nos había puesto dos mil doscientos peso de impuesto, que era una barbaridá ‘naquel tiempo, si pagábamos eso no nos quedaba nada, pero Yuskevitch hizo la gestión y ‘l jefe del Réditos, ‘n Resistencia, anuló esa orden del tipo que había venido ahi donde nuestro almacén, anuló los dos mil doscientos peso, ‘ntonce ‘l ruso sabía que ‘l jefe quería un cuero de tigre, y nosotros teníamos un cliente, un tal Salman Craique, un turco que estaba ‘nel Impenetrable, allá, ‘n plena selva del Chaco, y le dábamos fiado (¡turco de mierda! ¡nos clavó con una punta de peso!), y ‘ntonce finado tío le dice: “- Bueno, turco, te voy seguir fiando, pero me tenés que traer un cuero de tigre, que no tenga agujero, y que sea pelo de invierno”, porque ‘l pelo de invierno é más lindo, é largo, bien lindo, y ¡mierda!, se portó ‘l turco: al tiempo nos trajo un cuero de tigre que de la punta de la cabeza a la cola tenía un metro ochenta, ¡madonna santa ese animal!, debe haber sido un tigre como de cien kilo, por lo menos; y no tenía agujero, porque ‘l cazador que é baquiano le tira aquí, ‘nel pecho, ‘ntonce la bala queda adentro, o si no sale por allá, por ‘l culo, y ‘l cuero así tiene doble valor. Bien estaqueáo lo trajo, lisito, y le dice ‘l turco Craique al Tío Viejo: “- Don Gandolfo, casi me mata este gato, y este cuero, así, vale ciento sesenta peso, ni uno menos.” ‘Naquel tiempo, los cueros de tigre valían treinta o treinta y cinco peso ¿no?, pero bueno, turco desgraciáo, le descontó namás los ciento sesenta peso de la libreta. Y ‘l ruso Yuskevitch lo llevó ‘n Buenos Aires, le hizo poner la cabeza de vidrio, con los ojos, lo hizo curtir bien, ¡qué mierda! ¡’l jefe del Réditos quedó encantáo!, porque él quería uno así, pero no lo podía conseguir, porque allá ‘n la zona de Resistencia era más jodido pá conseguirlo, porque los tigre ya se habían ido lejos. É que cuando empezó llegar la colonia, los inmigrantes gringo, los tigre se mandaron mudar; ‘n cambio ‘l puma no, ‘l puma se quedó, por eso casi lo exterminan al puma, pero al tigre –que los correntinos le decían ‘l yaguareté, así, ‘n lengua de guaraní- no era nada fácil cazarlo, y ‘l cuero del puma no vale nada ¡pué!, tiene ‘l pelo igual que ‘l perro ‘l puma; ‘n cambio ‘l tigre é como la pantera, como ‘l jaguar, é bonito ‘l cuero, muy parecido al leopardo, únicamente que aquí, ‘l tigre americano, é un poquito más grande que ‘l leopardo. Y se acabó ‘l problema: no volvimos pagar impuestos caros ‘n la oficina del Réditos.
Con ‘l almacén estuvimos hasta ‘l año ‘48, ‘n septiembre del ‘48 cerramos, habíamos llegáo a Las Breñas, al pueblo, ‘nel ‘32, y salimos dieciseis años despué. Pero hicimos una cagada, la más grande, ‘l haber vendido ‘l almacén allí. Igual que Alfreddo y Giuditta –que nosotros los seguimos a ellos-, vendimos todos ‘n muy mal momento. Alfreddo se fue un año antes que nosotros, ‘nel ‘47, para irse de viaje ‘n Italia, pero igual hicieron una cagada, casi se quedan sin nada lo mismo; toda la vida fue así, una maldición de la familia digo yo: romperse ‘l lomo laburando, y cuando estábamos bien, ¡a la mierda!. No deberíamos haber vendido, no deberíamos, si nosotros, cuando decidimos cerrar allí, ‘l almacén, teníamos mil bolsa de azúcar ¡mil bolsas!, se las tuvimos que vender todas a la cooperativa agropecuaria, pá liquidar, porque necesitábamos ‘l dinero enseguida. Se las vendimos a precio de costo, se las dejamos a veintiocho peso cada una, y a los seis meses ‘l azúcar estaba a setenta peso la bolsa, ¡había aumentado tres veces!, porque así, ‘neste país, la economía no se puede confiar, después de años de estabilidá, que los precios eran casi los mismos un año que otro, de golpe llegó la inflación. Teníamos ocho tonelada de yerba, toneladas, no kilo, toneladas, ¡qué se yo…!, había veinte cultivadore para ‘l campo, por poner ejemplo de lo más grande ¿no?, porque de lo pequeño, ¡qué mierda!, arroz, aceite había como ochenta o noventa toneles, quedaban como doscientos catre, setecientas rejas de arado, bulones, herramienta, de todo, un capital impresionante. Se lo dejamos todo a la cooperativa, haciendo número redondos, ‘n total, juntamos como cincuenta mil peso, creíamos que era ‘l gran negocio, pero fue un desastre, un desastre económico pá nosotros, otro más.
La vida del pueblo, ‘naquella epoca, ‘n los año ‘30 y ‘40, ya era bien movida para nosotros, pá la juventud ¿no?, ya estaba ‘l Club Social, que se había inauguráo ‘l 20 de septiembre de 1928, me acuerdo bien porque ‘l 20 de septiembre era la fiesta de los italiano, y al Club lo construyó Picilli, y había muchos italiano, pero muchos de endevera. Y antes todavía que’l Club, ya estaba la Escuela Alemana, ¡ahi se mandaban unas fiesta!, y como nosotros teníamos muchos clientes alemane, y ‘nesos años ‘n Europa era medio aliado Alemania con la Italia, nos invitaban siempre. Pero a nosotros namás, porque los alemane eran ellos solos, muy cerrada era la sociedá, los colonos, hablaban ‘nel idioma, hacían la comida de ellos, las pastas dulce, así, las torta, unos dulce riquísimos; y ponían la bandera, la bandera de Alemania ‘nesa epoca era la bandera de Hitler, roja con la cruz gamada, y la ponían ‘n la Escuela Alemana. No é que fueran nazis, así, como pasó despué ‘n Europa, ‘nese momento, antes de la guerra, Hitler era ‘l tipo que había levantáo Alemania, y éstos aquí ‘n los pueblos, ‘n las colonias, eran orgullosos de eso, ponían la bandera con la cruz gamada y levantaban ‘l brazo ‘nel saludo. Pero a nosotros, a los Brillada, a Pocholo Limbertti –que era ‘l hijo del jefe de correos-, a los que éramos italiano importantes digamo, nos invitaban, y no pagábamos nada ahi, ellos no pagaban entrada: era exclusivo pá los socios. Los alemane tenían su propia orquesta, era una orquesta de vientos, una orquesta con clarinete, trombón, todo eso, ellos tenían, era de ellos, de los colonos, y hacían unas fiesta que empezaban a las cuatro o las cinco de la tarde, y terminaba al otro día, ¡hasta las nueve o las diez de la mañana del otro día!; hacían comida, de todo, hacían chukrut ¡te largabas cada pedo ahi adentro!; así, toda la noche. Y ahi era familiar, iban las familias entera, ‘l colono no tenía muchas diversione, no había televisión, ni siquiera radio había muchas ‘nese ‘ntonce, y por eso hacían estas fiesta los gringo; ellos, los alemane, eran muy organizados, y se juntaban las familia. ‘L Pocholo Limbertti –que éramos de la patota de changos, que andábamos siempre juntos- una vez se llevó como veinte alfileres, estos alfileres de gancho, y estaban todas las mujeres ahi sentadas ‘nel banco, y éste, despacito –ya medio ‘n pedo, que deben de haber sido como las cuatro de la mañana-, le ponía los alfilere por atrás, atándolas una a la otra, hasta que las enganchó a todas, y por ahi tocan ‘l valse (‘naquel tiempo ninguna alemana se quedaba sin bailar ‘l valse) y se levantan todas al mismo tiempo, ¡eh! ¡un griterío!, ¡tirones por todos lados!, y todos preguntaban quién había mandáo esa porquería, pero ninguno, sólo nosotros sabíamos, nosotros lo tapábamos a él, íbamos por detrás para que no lo vean los otros, los alemane que eran medio novios de las chicas, ¡porque si no lo matan!, porque eso sí: eran medio brutos estos gringo.
Mi barra de aquella época, la verdad, era bien brava, todos chango de más o meno la misma edá: estaba Brugnoli, Alberto Brugnoli; despué Domiján, ‘l yugoslavo; Guillermo Blanco; Pocholo Limbertti; Serassi; los Brillada; y los judíos, los Molodevsky, que estaban allí, y ‘naquel tiempo estaba jodido ‘l tema de los judíos ‘n Europa, que eran contreras de los alemane, que ya se sabía que los estaban persiguiendo y todo eso, pero este Pascual Molodevsky, que era tremendo, era más metido que la gran puta, y cuando íbamos ‘n la Escuela Alemana se ponía ‘n medio, con nosotros, ¡y adentro! ¡a bailar ‘l valse también él!; con ellos, con ‘l ruso Molodevsky sí que éramos como hermanos, hermanos de endevera. Y las chicas alemana eran muy lindas, había una chica, Singer se llamaba, ¡a mí cómo me gustaba!, era una belleza propiamente, pero ‘nesas cosas los alemane eran muy cerrados, andaban entre ellos namás. ‘N cambio, ‘nel Club Social la cosa se puso más mezclada, allí estaban los italiano –que eran la mayoría- y los españoles, los gallegos también eran muchos, los búlgaros, ucraniano, polacos, los otros gringo, y hasta los criollos (no muchos, pero había), y hacían bailes, no tanto fiesta familiare como ‘n la Escuela Alemana, pero sí había bailes seguido, con orquesta, ¡pué!.
Al tiempo ‘l gallego Iñigo (que no era gallego de endevera, de Galicia, pero ahi le decían gallego a todos los españole), había puesto un salón inmenso ‘n la calle principal, y puso cine allá por ‘l año ‘37; ya empezaron traer películas a veces, y también hacía bailes, sacaba todas las butacas a la mierda y hacía bailes, y cuando llegaba alguna película, ¡má! ponía las butaca de nuevo, y ‘l salón de baile era cine otra vez. Atrás del cine despué hizo ‘l frontón, la cancha de frontón, de pelota vasca, que se jugaba mucho ‘ntonce, y ahi organizaba bailes ‘nel verano, al aire libre. Y también cuando hubo la escuela segundaria, cerca del año ‘40, ellos tomaron la costumbre de que todos los años hacían ‘l baile, para recaudar pá la sala de primeros auxilios y… pá otras cosas, que las escuelas siempre andan con necesidá de recaudar unas monedita. Esas eran las fiestas del pueblo, los lugares donde era permitido hacer bailes, y, ¡mierda! ¡la cantidá de gente que se amontonaba!, é que no eran muy seguidas; por ahi, ‘nel Club Social también la gente solía ir bailar con la vitrola, pero era más raro. A’más que dependía de la estación, de la epoca del año, porque ‘n tiempos de cosecha había más plata: la Escuela Alemana, pá las cosechas hacían fiesta una vez por mes, despué, ‘nel verano, a veces pasaba tres o cuatro mese que no hacía nada. Pero nosotros salíamos igual, igual sin baile, salíamos mucho con mi barra, íbamos ‘n los bares, a jugar al billar, ‘n la esquina de la estación del ferrocarril había un billar, tenía dos mesas, lindas, con tapete bueno. Yo jugaba bastante bien, una vez gané un campeonato (de segunda, porque no había campeonato de primera), jugábamos con Brugnoli, con Zenoff –porque tenía que ser medio parejo ‘l equipo-, con mi amigo ‘l Ernesto Funce, Brillada, Guillermo Blanco; despué los otros, como Domiján, esos eran de primera, esos jugaban con ‘l jefe de la estación, con Gutiérrez, con los grande, digamos, ellos jugaban mucho más. También nos juntábamos jugar mucho a los naipes, ‘ntonce todos jugaban los naipes, todos los hombres, hacíamo mesas de loba, de monte inglés, (también se jugaba al truco, pero menos, eso era más bien naipe de la peonada). Hacíamo mesas ahi ‘nel Club Social, o ‘n los sótanos del gallego Iñigo, porque Iñigo había hecho unos sótanos allá adelante, ‘n la punta del escenario, tenía dos saloncitos abajo, y allí se jugaba a los naipe, son como para los vestuarios, que ‘l cine también era teatro a veces, de esas compañía radiales de teatro que ‘nesos años salían andar por los pueblo, ¿no?. Pero ahi ‘n los sótanos se jugaba más escondido, se jugaba por plata fuerte.
Nosotros, con ‘l almacén, también trabajábamos con los baile, pero más con los baile ‘nel campo, esos nos dejaban más ganancia que los del pueblo, porque a las fiesta ‘nel campo nosotros llevábamos todo, éramos los que armábamos la fiesta, ‘nuna palabra. Estaban muy bien los baile que se organizaban ‘n lo de Gármaz –que estaba a veinte kilómetro del pueblo, allá ‘n la Pampa Mitre- hacían algunos viernes, eran fiestas pá’l paisanaje; los viernes a la tarde le llevábamos ciento setenta y cinco sillas y mesas, esas de hierro, que eran de la Cervecería Argentina, de la “Cerveza Mayo”, unas mesitas hermosa, redondas, de hierro plegable, las sillas también plegables. Subíamos todo al camioncito, y llevábamos trescientos, trescientos cincuenta cajone de cerveza, cinco o seis de vermú, cajas de caramelos, de pastillas… eso era a la tarde, y quedábamos toda la noche. A la madrugada se terminaba ‘l baile a eso de las cinco de la mañana, ya con las primeras luces; cargábamos de vuelta lo que había sobráo (no sobraba mucho, que ya lo teníamos má o meno calculáo), y nos volvíamos ‘n casa. ¡Ah! ¡se juntaba mucha gente!, y tomaban mucho, como tomaban la bebida al natural, toman más cantidá que fría, y eso. ¡No había otra diversión pá’l paisanaje!, ‘nel campo se hacía la carpa, ahi Gármaz ya tenía la suya instalada, báh, los palos ¿no?, uno alto al medio y los otros ‘n redondo, como ‘nun corral, y de ahi se prendía la alpiyera, y las mesitas ‘n redondo, al redondo de la pista, pá servir. Se hacían una vez por mes, eran casi todas las cooperadoras de los colegio, de las escuela de campo las que laburaban, ¡y cómo laburaban!, a veces eran ‘n la escuela de Dorila, pero no lo hacían ‘nel terreno de la escuela, lo hacían ‘n lo de Carlos Siger; otras tantas veces lo supieron hacer ‘n la chacra nuestra (que nosotros ya no estábamos, estaban los mediero), y así. Otras veces hasta llegábamos al Cuero Quemado, ahi hacían pá la escuela esa que quedaba cerca de Sgariglia, ahi, ‘nel Cuero Quemado, muchas noches hemos organizáo ‘l baile. O si no, cuando ponían ellos la mercadería, llevábamos nosotros los músico con ‘l coche, lo llevábamo a Tonino por’jemplo, que era de las orquestas más populares ‘nese ‘ntonce. Una noche, era invierno ¡había una helada! ¡una helada de mil demonios!, y como era una orquesta grandecita, eran muchos, mi hermano Remigio los llevó ‘nel camioncito, porque no cabían ‘nel auto, los llevó ‘nel Ford A. Ahi cabían diez o doce ¿no?, bueno, ‘l guitarrero venía con la mujer, y la cabina era chiquita adelante, ‘ntonce se metió ‘l gruitarrero con la mujer ‘n la cabina y los otros tuvieron que venir atrás, y a la vuelta, ¡pobres tipos!, no sabían si tirarse abajo o qué, porque estaban duros, ¡qué miércole!, a las cuatro de la mañana, venir de veinte kilómetro ‘nese camioncito, ‘nel Ford A, que iba despacito, camino de tierra, con varios grados bajo cero, ¡esos no tocaron por un tiempo largo! Y Remigio los llevaba porque muchas alternativas de transporte no había, que nosotros eramos de los pocos que teníamos coche ‘nese ‘ntonce. Aparte que Remigio no se perdía fiesta, ni del pueblo ni del campo: mi hermano era bien pintón, tenía buena facha de endevera, era espigáo, alto, bien plantáo, hacía furor entre las changa. ¡Y era tan buen bailarín! ¡sabía bailar muy bien!, pero, tuvo mala suerte, tuvo dos o tres novia y no, no anduvo la cosa; una, la primer novia que él tuvo, era hija de Ludovico Zonni, que era paisano y muy amigo de la familia, parece que lo quería y andaban bien, la Mamá había dáo su aprobación, y quizá se hubiesen casado, pero esta chica se vá a pasear ‘n lo de la hermana, ‘n Santa Fe, y allá quedó embarazada de un cuñáo o algo así, ya se quedó allá, se quedó y se casó con ‘l otro tipo, no vino más. Se hizo novio despué con otra chica, una que había tomáo la comunión conmigo, que también eran paisanos, la Rina Pasetti, linda chica era, linda, pero viene que se enferma y se muere, no sé qué mierda, las dos hermanas, la Rina, que tenía dieciocho años, y la otra que tenía quince, ‘n ocho días una y la otra. ¡Má qué!, si los médicos ‘naquel tiempo no sabían un pepino, esa é la verdá. Un tiempo despué él se había comprometido con la prima, con la Gugliermina Magnassi, la hija del hermano de Mamá, y ahi también, ya tenían anillo de compromiso y todo y… se acabó eso. Al final, ahora de viejo, creo que nos equivocamos todos. É que uno piensa que siempre vá haber tiempo pá arreglar las cosa, pero ‘l tiempo pasa sin que lo notemos, y no hay más oportunidades ya. Remigio ya se murió hace tiempo, y a mí no me falta mucho. ¡Cómo me hubiera gustado poder pedirle perdón!: él fue ‘l mejor amigo que yo tuve ‘n mi vida, y lo perdí, ¡báh! lo perdimos todos, por una estupidez propiamente. Porque despué de todas esas chicas, vino la Gitana.
Como él era así, tan pintón, había siempre un montón de changas que andaban detrás de él, y un buen día viene y se presenta con esta chica, esta que al final fue su mujer toda la vida. Linda era ella, pero criolla. No era una chica hija de paisanos de ellos, de la Mamá y del tío, no era europea. Entonce ellos le dijeron que no, que con esa no podía ser, ‘l Tío Viejo tampoco quería, le decía: “- ¡Pucha, Remigio! ¡cómo no te vas agarrar otra mujer…!” É que era criolla, y también la gente decía que ésta era medio, así, vagoneta ¿no?, que le gustaba mucho la farra, y había andáo con otros changos ya, ellos querían para él una chica mejor, que fuera europea, como nosotros… pero bueno, al final Remigio habló con ‘l Tío Viejo, hablaron entre ellos, y al final parecía que finado tío se iba convenciendo, y le dijo: “- Bueno, voy hablar con la vieja (con mi Mamá ¿no?), a ver qué dice ella.” Pero la Mamá –que era tan dura ella- se puso firme: “- Esa no entra ‘nesta casa –dice ella-, y si sigue con esa, no entra más él tampoco.” Y nosotros no sabíamos qué hacer, porque una vez que la Mamá decía, así, que tomaba una decisión, ¡má ni siquiera…!, nadie decía otra cosa, era así. Las cosa estaban caliente, y una mañana (ni me acuerdo por qué tontera que fue) se armó una discusión entre ellos, y Remigio se enojó, pegó una trompada ‘n la mesa, se levantó y dice: “- ¡Se acabó! ¡yo me voy!” Eso fue todo lo que dijo, no quiso hablar más con nadie de nosotros. Yo, que éramos tan amigo entre nosotros, casi llorando, porque yo nunca había visto nadie que le dijera que no a mi Mamá, fui y le dije: “- ¿Te vas a ir endevera, Remigio, te vas a llevar la Gitana? (porque le decían la ‘Gitana’ a ella, era criolla, santiagueña, pero le decían la ‘Gitana’, y la verdá que parecía un poco gitana ella: era linda y alta, morena) ¿te vas a ir con ella? ¿te vas a ir para siempre?”, “- Si, Pepito (que él me decía ‘Pepito’, que tanto cariño me tenía), me voy pá siempre con ella”. Entonce ‘l Tío Viejo le preguntó si quería llevar su parte –porque estaría cabrero pero eso sí: era más derecho que la mierda ‘l viejo ¿no?-, fueron ‘n Charata, donde ‘l escribano, hicieron un trato ahi y le dio, le dio su parte, y Remigio se fue con la Gitana. A mí me dolió, me dolió muchísimo, porque nosotros éramos muy, muy compañero, éramos hermanos, pero más compañero: no salíamos un domingo si no salíamos juntos, con ‘l coche, al baile, al campo, siempre juntos. Yo, mientras él estuvo, jamás salí solo, y él tampoco. Y yo le hablé mucho, yo no quería que él se fuese, yo no tenía problema con la Gitana ¿no?, era la Mamá, ella sí, porque mientras ella viviera él no hubiera podido, pero la Mamá ya estaba enferma, ya se veía que mucho tiempo no iba vivir, si él esperaba un poquito… yo le hablé y le hablé, pero ahi no me hizo caso mi hermano. ¡Yo no sé si éstas le habían dáo algo, o no sé qué mierda!, ‘n la noche, cuando él ya estaba con ella, que no podía venir ‘n la casa, porque la Mamá lo había prohibido pá la casa, él venía ‘n la noche para verme, pobrecito mi hermano. É que la Mamá era de ese modo medio a la antígua, era dura, rígida ¿no?, tenía ese modo con la familia, no é que te pusiera problemas: nosotros salíamos, veníamos a las tres de la mañana, no nos decía nada; pero ella quería como antes, elegir a las chica que nosotros nos pusiéramos de novio. Si a María, ‘n definitiva, ellos me la eligieron para mí. Y sin su consentimiento no se podía, ¡qué ibas a poder! ¡ni ‘n joda!, y Remigio se le opuso, le llevó la contra, y ella terminó por prohibirlo, eso era lo que pasaba. Por’jemplo ella a Alfreddo lo apreciaba mucho, porque era paisano, italiano como nosotros, y cuando Remigio anduvo con las otras chicas, esas que estuvo de novio, la Mamá andaba muy contenta, con la Gugliermina, la prima, ella andaba de acuerdo, todas eran paisanas, eran de la misma raza, ahora con ésta no, no hubo arreglo.
Ellos, entre ‘l Tío Viejo y la Mamá, no llegaron a peliar cuando Remigio decidió irse, porque la Mamá era muy dura, y ‘l tío respetaba su autoridá, lo que ella decidía. Mientras ella vivió, la que mandó siempre ‘n la casa fue ella, y además que él era un hombre demasiado bueno, nunca le daba lugar pá discutir, por’jemplo él, ‘n joda, decía: “- Yo, acá, ¡soy ‘l patrón!”, y ella le contestaba, nerviosa: “- ¡Vó só ‘l patrón de los soretes!”. Pero Remigio sí, él ‘n verdá fue ‘l único de nosotros, ‘l único que discutió con la Mamá. Y ella no se lo perdonó: no volvieron a verse nunca más, ‘anque él vino a verla una vez, cuando ya estaba muy enferma, los últimos tiempos, él vino de Buenos Aires, solo, a verla, pero ella igual no lo perdonó, no lo recibió pá despedirse ¡y eso que se estaba muriendo!. ‘N cambio la Gitana no vino nunca, porque no la habíamos aceptáo, pero también porque Remigio no la trajo nunca, ella no pisó la casa. Una vez, cuando la nenita, la hija de ellos, de Remigio, estaba enferma, vino él a ver si podía llevar ‘l coche pá ir a buscar ‘l dotor, pero vino a pedírmelo a mí, y yo, como un boludo, le digo: “- Andá a pedírselo al tío, o a la Mamá, ¿cómo me pedís a mi?”, pero él no iba a ir, era orgulloso. Entonce fui yo, fui y le dije al Tío Viejo, y me mandó con la respuesta: “- Llevalo, ahora y todas las veces que lo necesités”. É que ‘n realidá Remigio era un tipo tan, ¡yo no sé!, tan buenísimo, tenía seis año más que yo y parecía que era menor, menor que yo parecía, era así, inocente, y para mí que no lo comprendían; ellos, esa gente de antes tenía, así, otra forma de ser. Si cuando la Mamá, cuando se enteró que le habíamos prestáo ‘l coche, rezongó: “- ¡Má!, ¡cómo le das ‘l camión pá que lleve a esa negra de mierda!”, yo traté de explicarle, de explicarle la situación, no le gustó mucho, pero al menos no me castigó por eso.