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«Al Qaeda no está detrás de la revuelta libia», entrevista en Cadena 3

«Al Qaeda no está detrás de la revuelta libia»

Entrevista a Nelson G. Specchia en Cadena 3,

por Pablo Rossi

 

 

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nelson.specchia@gmail.com

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Honduras sin rumbo (03 12 09)

Honduras sin rumbo

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por Nelson-Gustavo Specchia

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“Bipolares”, 3 de diciembre de 2009

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Como era de esperarse, el Congreso de Honduras votó ayer en contra de la restitución en el poder del depuesto presidente Manuel Zelaya, fuera del poder tras el golpe de Estado del pasado 28 de junio, y que ya lleva 74 días cercado por el ejército en la Embajada de Brasil en Tegucigalpa.

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Las delegaciones representantes de Zelaya y del gobierno golpista de Roberto Micheletti habían acordado en octubre, en Costa Rica, que sería el Congreso quien habría de decidir sobre el regreso de Zelaya a la presidencia hasta el 27 de enero, fecha en que teóricamente culminaría su mandato constitucional.

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Zelaya, viendo cómo venía la mano, dio por concluido el acuerdo de Costa Rica el 8 de noviembre, pero Micheletti se aferró a él, y tras las elecciones presidenciales del domingo pasado, en las que ganó Porfirio “Pepe” Lobo, el Congreso le daba el carpetazo final a la vuelta de Zelaya.

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Honduras, así, sigue estirando la cuerda, tanto al interior del país como a nivel internacional. Como se vio en la Cumbre Iberoamericana de Estoril, en Portugal, que acaba de concluir, los países latinoamericanos están polarizados, y las posiciones no tienen visos de acercarse. Todos esperaban una declaración de consenso en Portugal, pero los esfuerzos no dieron ningún fruto, y apenas se emitió una declaración en la que se condena el golpe de Estado y se vuelva apoyar la restitución del depuesto presidente constitucional, sin entrar a considerar el resultado de las elecciones, y el reconocimiento –o no- del nuevo gobierno surgido de ellas.

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Además de los Estados Unidos del presidente Obama, en América latina Colombia, Costa Rica, Panamá y Perú defienden la legitimidad de las elecciones, mientras que Argentina, Bolivia, Brasil, Cuba, Ecuador, Guatemala, Nicaragua, Paraguay, Uruguay y Venezuela las consideran ilegítimas, porque vendrían a avalar una interrupción autoritaria de un proceso democrático. (Zelaya, por cierto, fue el único presidente ausente en la Cumbre Iberoamericana, por haber sido víctima de un golpe de Estado; fue representado por la canciller de su gobierno destituido, Patricia Rodas). Fuera de América latina, España –y la Unión Europea- hasta ahora no han reconocido el proceso eleccionario ni los candidatos triunfadores.

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Zelaya ha declarado nulas las elecciones, con el apoyo –además de Chávez y los líderes del ALBA- de Lula de Silva, y aquí viene el nuevo elemento de atención: la cuña entre la posición de Brasil y la de los Estados Unidos.

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La brecha entre Brasil y Estados Unidos no puede agrandarse más, y Honduras será el pato de la boda.

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Brasil no ha resuelto una postura definitiva sobre el tema de las bases colombianas para el uso del ejército norteamericano, y recibió con bombos y platillos la visita en Brasilia del presidente iraní Mahmud Ahmadineyad, precisamente cuando crece las tensiones entre los norteamericanos y los iraníes porque estos últimos se niegan a poner bajo supervisión internacional (o sea, de Occidente) sus desarrollos nucleares. No puede, por eso, jugarse la relación con Obama por Honduras.

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La pequeña Honduras, sin rumbo en su errático destino, en las simpatías y rechazos que ha despertado pone en evidencia el desencuentro internacional de toda la región latinoamericana, un desorden que tuvo su máxima expresión en Portugal, donde ni haciendo equilibrios con las palabras pudo redactarse un comunicado conjunto.

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Honduras ha destapado el tablero real de la política internacional latinoamericana, pero el realismo político terminará jugándole en contra, porque, realizadas las elecciones y habiendo votado el Congreso la no restitución de Zelaya, tras la aceptación del gobierno norteamericano de esta manera de resolver la crisis, la oposición a Micheletti tiene los días contados, como también las posibilidades reales de recomposición de la administración de Zelaya.

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Más temprano que tarde, se acabará aceptando la situación, Honduras tendrá un nuevo gobierno conservador que perpetuará el statu quo, y la democracia latinoamericana habrá perdido una batalla. Cuán importante habrá sido esta batalla perdida para la salud política del futuro de la región, nadie puedo decirlo en estos momentos.

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nelson.specchia@gmail.com

Nuevo mando, algo gris, para Europa (26 11 09)

Nuevo mando, algo gris, para Europa

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por Nelson Gustavo Specchia

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“Bipolares”, 26 de noviembre de 2009

En un mundo donde los altos contrastes, lo blanco frente a lo negro, o lo negro frente a lo blanco, parecen ser las perspectivas que día a día aumentan de calado, de importancia, la introducción de mayores equilibrios, de mayores dosis de mesura, es una esperanza fuerte. El proceso de integración continental de la Unión Europea forma parte de esa esperanza.

Luego de los fracasos del Tratado Constitucional, en 2005, Europa quedó en un compás de espera, en una fase de estancamiento, hasta la reciente firma del Tratado de Lisboa, que intenta recuperar la iniciativa.

En el Tratado de Lisboa, que entrará en vigor el próximo 1 de diciembre, se prevé la elección de un presidente permanente del Consejo Europeo, y de un Alto Representante de la Política Exterior, para que Europa hable con una sola voz en el concierto internacional.

La elección de estos dos cargos se ha realizado esta semana que pasó, y, a pesar de las altas expectativas que habían creado, las designaciones han tenido la particularidad de dejar disconformes a todo el mundo.

Frente a un mundo cada vez más en blanco y negro, Europa no sale de los tímidos grises.

Los jefes de Estado y de Gobierno de los 27 países miembros de la Unión Europea, han elegido al conservador democrata-cristiano belga Herman Van Rompuy como presidente, y a la laborista británica Catherine Ashton, como Alto Representante de Política Exterior y Seguridad (el cargo que desempeñó hasta ahora Javier Solana), y Vicepresidenta de la Comisión Europea.

Van Rompuy, hasta ahora primer ministro belga, parece ser un hombre de consenso, especialmente frente a la complejísima crisis entre valones y flamencos en su país. Pero fuera de Bélgica no lo conoce prácticamente nadie, y ha dejado atrás a candidaturas de aspirantes como Tony Blair, del holandés Jan Peter Balkenende, o del ex presidente del gobierno español, el socialista Felipe González, todos políticos de fuertes personalidades y claros liderazgos.

Y la señora Ashton llega a este cargo, básicamente, por una cuestión de equilibrios: es socialista, y es mujer. Las europarlamentarias ya habían dejado escuchar su voz de protesta –y de advertencia- de que no tolerarían que los nuevos altos cargos de la UE fueran todos para hombres.

La política de equilibrios de Bruselas, además, conduce a que la cartera de Exteriores vaya a parar a un socialista, mientras que la presidencia queda en manos de un conservador, reflejando, de esta manera, la distribución política actual en los gobiernos de los países miembros de la Unión Europea.

Catherine Ashton se pondrá al frente del mayor aparato diplomático del mundo, a partir de 1 de diciembre. Asumirá las atribuciones de presidir el Consejo de Ministros de Asuntos Exteriores de todos los países de la UE, y la “cancillería” de la organización.

Lady Ashton (es baronesa, título nobiliario entregado por Su Majestad, la Reina de Inglaterra) estará al frente de una red diplomática inmensa, con la mayor cantidad de embajadas repartidas por el mundo.

Pero ninguno de estos dos nuevos altos cargos poseen una personalidad como la que se esperaba para estos tiempos. Son unos funcionarios de segunda línea, más grises de lo que podría haberse esperado.

Por eso estas escenas de cambio, que hemos presenciado esta semana, no pueden ocultar una transformación de fondo bastante pobre: Europa sigue sin encontrar un ímpetu avasallador que la ponga en ruta nuevamente con la fuerza de los inicios del proceso de integración, tras la segunda posguerra.

Los nombramientos de Durão Barroso, para un mandato renovado como presidente de la Comisión, y de Von Rumpuy y Lady Ashton, en realidad, parecen haber sido puestos aquí porque molestarán poco a los grandes países y a los grandes líderes personalistas de Europa. Si así fuera, entonces son fruto de la ausencia de voluntad y de objetivos por parte de los grandes actores del proceso europeo.

Todos esperamos que Europa vuelva a recuperar bríos y fuerzas, porque un protagonismo relevante del Viejo Continente equilibraría los tantos a nivel internacional. Pero, sin embargo, y a pesar de las tan altas expectativas que estos nombramientos en la Unión Europea habían significado, la política internacional sigue pasando por otros vectores: Estados Unidos, China, India, Rusia, Irán, Venezuela, y, claramente y cada día más, Brasil.

La Europa gran protagonista sigue siendo una promesa.

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nelson.specchia@gmail.com

España al frente de Europea (05 11 09)

España al frente de Europa

por Nelson Gustavo Specchia

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Nélson Gustavo Specchia - Václav Klaus

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Euroescéptico y terco hasta el final, el presidente checo Václav Klaus, que venía frenando la ratificación del Tratado de Lisboa desde hacía meses, acató el mandato del mayor tribunal de su país, firmó el documento en un salón del castillo de Praga, y con su firma la Unión Europea despeja, por fin, una década de idas y vueltas en torno al futuro de la organización continental.

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Luego de los fallidos plebiscitos de Francia y Holanda en 2005, que tiraron abajo el proyecto de armar una Constitución europea, los líderes se pusieron a diseñar una estrategia alternativa, y gracias al empuje de Ángela Merkel y de Nicolás Sarkozy (cuando Alemania, y luego Francia, ocuparon sus turnos semestrales en la presidencia de la Unión), el Consejo de jefes de gobierno logró alcanzar un acuerdo en Lisboa, el 13 de diciembre de 2007.

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Entonces, de los 27 miembros, sólo quedaron tres díscolos: Irlanda, Polonia, y la República Checa. Los dos primeros se adhirieron tras nuevas negociaciones y concesiones. Los checos resistieron hasta el final, hasta esta misma semana. Encima, tuvieron que comandar la presidencia en el primer semestre de este año: una experiencia desastrosa, con el euroescéptico Klaus como jefe del Estado, un gobierno que se cayó a mitad del semestre, y un ex primer ministro, el conservador Mirek Topolánek, apareciendo en los diarios de todo el mundo desnudo y con su miembro viril enhiesto, a punto de lanzarse sobre una jovencita en una de las bacanales organizadas por Silvio Berlusconi en su mansión de Cerdeña.

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Ahora, con la discreta corona sueca presidiendo la organización continental y el presidente Václav Klaus obligado a firmar, la Unión Europea tiene el camino expedito para adaptar sus órganos de gobierno a las nuevas realidades políticas: un inmenso territorio de 27 Estados-miembros, una única frontera, una moneda común, y a partir de la entrada en vigor de este Tratado de Lisboa el próximo 1 de diciembre, un presidente y un ministro de relaciones exteriores para toda Europa.

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La semana pasada, en Luxemburgo, ya se dieron los inicios de esta nueva presencia y voz unificada de Europa en el concierto internacional, con la constitución de un Servicio Exterior que será el más grande del mundo, con unos 5.000 diplomáticos de carrera (la suma de las legaciones diplomáticas de los 27 países, que hoy funcionan por separado), y un presupuesto de unos 75.000 millones de dólares para sus primeros tres años de funcionamiento. Una auténtica “task force” continental.

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El paso siguiente, que presenciaremos durante este mes de noviembre, será la definición del líder que asumirá el nuevo cargo de presidente de Europa. Afortunadamente, la candidatura del ex primer ministro británico Tony Blair, que parecía tan firme, ha perdido fuerza los últimos días. A mi criterio, Blair no aportaría nada a la Europa política, y ahondaría la vía de libre comercio, que sólo concibe a la organización continental como un gran supermercado. El holandés Jan Peter Balkenende se mantiene en carrera, pero mi favorito –y el de todos aquellos, creo, que aspiran a una profundización del proceso político en la vieja Europa, y de que la Unión se convierta en una referencia de los procesos de integración en otras latitudes- es el primer ministro luxemburgués, Jean-Claude Juncker.

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La presidencia española

El Tratado de Lisboa, en todo caso, comenzará su andadura con la presidencia semestral rotatoria de España, que asumirá por cuarta vez este rol a partir del próximo 1 de enero, el año en que varios países sudamericanos –el nuestro entre ellos- comenzarán a festejar el bicentenario de las independencias de la “madre patria”.

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Precisamente la relación privilegiada de España con América latina es uno de los activos más potente que presenta la península, y que genera expectativas desde estas costas del Atlántico. Los americanos ven en la presidencia española una buena oportunidad para acercar posiciones con la organización continental.

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El canciller español, Miguel Ángel Moratinos, acaba de realizar una larga visita a Cuba, donde –presumiblemente- le trasladó a Raúl Castro varios mensajes del presidente Barack Obama. España pretende ser la bisagra de interlocución entre el régimen de la isla, la administración norteamericana, y lograr un «respeto mutuo» entre Cuba y la Unión Europea.

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Pero no lo va a tener fácil. Raúl Castro dejó claro que para hablar con Obama no necesita mensajeros. Y tanto los países del Este europeo, de la vieja órbita soviética, como los nórdicos, no son proclives a normalizar relaciones antes de que Cuba avance en su propia  democratización interna.

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Los latinoamericanos, además, esperan que el semestre de la presidencia española sea la oportunidad de flexibilizar las posturas de la Unión Europea frente a la inmigración y al empleo de los connacionales, que a pesar de aportar su fuerza de trabajo –y sus muchos hijos, en un continente envejecido- siguen siendo discriminados.

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Pero tampoco España tendrá fácil este capítulo, a pesar de ser la puerta de Europa para América latina, y de presentar en el tema de la inmigración extracomunitaria una cara más amable que sus colegas, más enfocados al control que a la integración. Pero es que la propia España está en la cabeza de la desocupación de toda la organización continental (con índices superiores al 20 por ciento de desocupados); es uno de los últimos países en innovación, desarrollo y competitividad; y está lejísimo de cumplir los objetivos de Kioto, de reducción de gases de efecto invernadero mediante tecnologías limpias.

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Habrá que ver si, con tamañas deudas internas, a España le quedará espacio en la agenda europea para las demandas de sus viejas y jóvenes colonias americanas.

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[publicado en HOY DÍA CÓRDOBA, suplemento Magazine, portada, viernes 6 de noviembre de 2009]

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nelson.specchia@gmail.com

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Honduras en punto muerto (22 10 09)

HONDURAS EN PUNTO MUERTO

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por Nelson Gustavo Specchia

“Bipolares”, FM Shopping, jueves 22 de octubre de 2009

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Nelson G. Specchia - Zelaya - cartel

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Buen día, Daniel.

Hemos estado las últimas semanas recorriendo, desde esta tribuna de análisis internacional, distintas y distantes latitudes, donde la realidad mundial de repente saca a la superficie una punta de iceberg, una muestra –a veces violenta, a veces sorpresivamente feliz, siempre frágil y fugaz para los titulares de los diarios y de los periódicos del mundo-, una pequeña muestra, digo, de esas inmensas realidades enterradas que son las características culturales y sociales específicas de cada pueblo.

Y en este recorrido semanal de los jueves, no habíamos vuelto a poner los ojos en Honduras, en ese pequeño país hermano de centroamérica, de una importancia relativa tan marginal, tan asilada en el concierto internacional, y que se ha colocado en los últimos tiempos en el centro del candelero.

Recuerdo, hace algunos años, cuando estuve trabajando en Tegucigalpa, en Honduras, para unas misiones de consultoría del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, el PNUD, y en aquellos días uno de nuestros temas recurrentes, sobre los que volvíamos una y otra vez con los colegas, discurrían sobre las estrategias para colocar a Honduras, de alguna manera, en la atención de las agencias internacionales. Quién me iba a decir que algunos años más tarde los hondureños encontrarían la manera, lamentablemente tan costosa, de estar en el centro de las noticias.

Y ¿cómo analizar este momento, este impasse hondureño que, como coinciden tantos analistas, tendrá efectos que no se limitarán a quedar encerrados dentro de las fronteras del pequeño país centroamericano, sino que de una manera o de otra impactarán en la marcha democrática del resto de la región?

Ayer, 21 de octubre, se cumplió un mes de la sorpresiva vuelta de “Mel” Zelaya y de su atrincheramiento en la embajada brasileña en Tegucigalpa. Dentro de un mes más, por su parte, están previstas las elecciones que supuestamente vendrían a destrabar el conflicto político, pero que toda la comunidad internacional ya ha advertido que no reconocerá si no está el presidente democrático sentado en su sitial al momento de realizarse el acto electoral.

El gobierno de facto de Roberto Micheletti, sacudido del statu quo en que había decidido esperar las elecciones, ha perdido la iniciativa política. A pesar de ello y de estar cada día más aislado internacionalmente, ha aceptado las formas del diálogo con los representantes de Zelaya. Pero sólo las formas, porque en las maratónicas reuniones entre ambas partes, que comenzaron el 7 de octubre, el gobierno de facto no se ha movido un ápice. Micheletti juega al gato y al ratón, mientras gana tiempo: aceptó derogar el estado de sitio que decretó cuando Zelaya volvió y lo tomó por sorpresa, pero aún no lo ha hecho; afirmó que castigaría al responsable militar de haber sacado al presidente constitucional en pijama y a punta de fusiles, pero el general Romeo Vásquez sigue siendo el comandante del Ejército; afirma que sus negociadores tienen plenos poderes para pactar con los de Zelaya, pero los desautoriza al final de cada reunión. Micheletti parece decidido a resistir, en soledad, hasta el 29 de noviembre y la instalación de un nuevo gobierno.

En este juego donde se muestran unas cartas pero las intenciones y los objetivos reales permanecen bien cubiertos y alejados de la mesa de negociaciones, hay que analizar dos elementos de fondo: la posibilidad cierta de una guerra civil, y la legalidad incierta de unas elecciones presidenciales.

En el primer caso, es evidente que un fracaso rotundo de la mesa de diálogo entre ambas partes podría conducir, sin demasiadas dilaciones, a que el conflicto político se asuma como un enfrentamiento civil violento, en las calles, con consecuencias desgarradoras. Y hay que evitar un derramamiento de sangre. Así como el liderazgo latinoamericano está poniendo su empeño en proteger la legitimidad del presidente Zelaya y su reinstalación en el poder, debe hacerse hincapié en evitar la posibilidad de revertir el golpe de Estado mediante la movilización violenta de los partidarios del presidente depuesto. En un movimiento en ese sentido, y dada la práctica ocupación militar del país, las mayores bajas estarán del lado del pueblo desarmado.

Por eso declaraciones como las de Daniel Ortega y Hugo Chávez, reunidos en la cumbre del ALBA en Cochabamba el 17 de octubre pasado, no aportan ninguna tranquilidad. Ortega anunció que la resistencia hondureña está buscando armas y campos de entrenamiento en Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Y Chávez apoyó esta tesis: “que nadie se sorprenda –dijo- si surge un movimiento armado en Honduras.” Estas posturas deben ser descalificadas, por insensatas y alarmistas.

En segundo término, creo que hay que considerar más a fondo el tema de la legalidad política de las elecciones del mes que viene. La comunidad internacional se niega a reconocer de plano el resultado de estas elecciones, si el presidente Zelaya no ha sido repuesto en su cargo con anterioridad. Esta es la postura más lógica desde la legitimidad constitucional y democrática, pero puede que sea también el punto de negociación, si –abandonando las posturas maximalistas- todos estuvieran dispuestos a ceder algo.

En estos días, el ex canciller mexicano Jorge Castañeda recordaba que en los últimos tiempos todos los conflictos políticos que han encontrado una vía de salida democrática lo han hecho desde procesos electorales organizados por un gobierno de facto. Por definición, dice Castañeda, el proceso fundacional de un régimen democrático que sustituye a uno autoritario proviene de elecciones organizadas por una dictadura o su equivalente, con mayores o menores niveles de negociación, supervisión internacional o unilateralidad del régimen saliente. Y cita a la España posfranquista de 1977, la Argentina de 1983, el Chile de 1988, o la larga lista de países ex comunistas de Europa del Este, donde las elecciones que llevarían a las transiciones democráticas se organizaron gobernando los regímenes autoritarios salientes. Y este podría ser ahora el caso de Honduras.

Sería deseable, creo, que la comunidad internacional, y muy especialmente los líderes latinoamericanos, se avinieran a negociar un llamado a elecciones organizadas por el gobierno de facto pero fiscalizadas por veedores de la ONU, luego de las cuales el presidente Manuel Zelaya debería recuperar el ejercicio del Poder Ejecutivo, y traspasar el poder a un gobierno de transición, con legitimidad de origen, que ponga paños fríos y reconduzca el proceso político. De lo contrario, la guerra civil será algo más que una hipótesis de trabajo.

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nelson.specchia@gmail.com

Berlusconi ante los jueces (08 10 09)

BERLUSCONI  ANTE  LOS  JUECES

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por Nelson Gustavo Specchia

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«Bipolares», FM Shopping, 8 de octubre, 2009

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Nelson Gustavo Specchia - Berlusconi ante los jueces

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La semana pasada, en una reunión académica en Buenos Aires, en la FLACSO – Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, discutíamos sobre la imagen pública de la Argentina de nuestros días, y qué tan cierto es eso de que hoy “no es noticia” para el mundo. Uno de los ejemplos que ilustraban estas conversaciones, era –recurrentemente- el de Silvio Berlusconi, primer ministro de Italia. Y a raíz de eso, nos preguntábamos hasta qué punto es interesante que un país esté en la primera plana de las noticias internacionales todos los días, cuando los contenidos de esas noticias, como en el caso de la Italia de Berlusconi, son los que son.

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En estos días Berlusconi ha vuelto a los titulares, aunque esta vez con un poco más de dignidad, especialmente para el sistema judicial italiano. Aunque el multimillonario mediático y primer ministro ha sido investigado e imputado en numerosas causas judiciales, el hombre más rico de Italia siempre se las ha apañado para salir inmune. Esta semana algo, al menos, ha cambiado. El Tribunal Constitucional ha derogado la Ley Alfano, con la que Silvio Berlusconi confiaba sellar su inmunidad frente a las leyes, y escapar a la acción de la justicia.

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En un Estado democrático, en un Estado de derecho (es lamentable tener que estar recordándolo), los funcionarios superiores, inclusive el Jefe del Estado, no están por encima de las leyes. Tampoco los jueces, como bien lo remarcaba el doctor Armando Andruet, vocal del Superior Tribunal de Justicia de Córdoba, en una nota de opinión en La Voz del Interior, esta misma semana.

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La Ley Alfano permitía excluir del alcance del sistema judicial, e inclusive de las instancias de averiguación policial, a cuatro funcionarios: al presidente de la República, a los titulares de las cámaras legislativas, y al primer ministro, de forma que no se podía emprender ninguna acción en su contra mientras ocuparan sus respectivos cargos. Pero aunque mencionaba a los cuatro, en realidad fue elaborada a la medida de Berlusconi, que es el único de estos funcionarios que tiene causas pendientes, y una sarta de investigaciones a la espera de iniciarse por supuestas actividades irregulares.

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Así como la Ley Alfano, Berlusconi ya ha logrado un conjunto de leyes específicas para evitar su procesamiento judicial, todas violentando el principio de la igualdad de los ciudadanos ante la ley: ha hecho aprobar normas para impedir las comisiones rogatorias en el extranjero destinadas a investigar sus actividades, aprobó la amnistía para las construcciones ilegales de las “mafias del ladrillo”, despenalizó las falsedades contables y la limitación de las escuchas telefónicas para casos de corrupción. Llegó inclusive a hacer aprobar una ley ad hoc que consagra su monopolio televisivo.

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Ahora, la sentencia del Tribunal Constitucional permite la reapertura de dos de los cuatro procesos en su contra, que estaban frenados por la Ley Alfano, uno por soborno y otro por irregularidades financieras en la corporación televisiva que maneja y controla.

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Por eso, la decisión del Tribunal Constitucional constituye una derrota política para Silvio Berlusconi pero, fundamentalmente, una victoria jurídica para la solidez del Estado de derecho.

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nelson.specchia@gmail.com

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Voces de muerte en Honduras (24 09 09)

VOCES DE MUERTE EN HONDURAS

Por Nelson Gustavo Specchia

“Bipolares”, FM Shopping,  24 09 2009

Nelson G. Specchia - Zelaya en Honduras

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En días como estos, Daniel, necesitaríamos quizá más de una columna internacional para dar cuenta del mundo. Quizá porque las distancias entre política externa y política, así, sin adjetivos, se va haciendo cada vez más corta, más pequeña.

La gran cita internacional está en Nueva York, en la 64º Asamblea General de las Naciones Unidas, ese foro donde todos tienen un lugar y unos minutos de micrófono. También estuvo nuestra Presidenta, y usó de ellos. A pesar del extremo aislamiento internacional que vive la Argentina en estos días, Cristina Fernández logró ratificar los puntos más fuertes de la agenda externa del Gobierno: volvió sobre Malvinas, dejó sentada su protesta contra Irán por el tema de los atentados contra la AMIA y la Embajada de Israel, y se unió a la larga seguidilla de líderes latinoamericanos que han vuelto a condenar al gobierno golpista de Honduras y reclaman el cumplimiento del Acuerdo de San José, redactado en hace tres meses por el presidente costarricense Oscar Arias, y que implica la reubicación de Manuel Zelaya en el sillón presidencial.

Y esta, la Asamblea General de las Naciones Unidas hubiera sido el titular internacional de la semana, si el imprevisible Mel Zelaya no hubiera dado la sorpresa, cumpliendo su palabra, y volviendo a Tegucigalpa entre gallos y medianoche.

Con este golpe de mano, Zelaya ha atrapado para sí algunos reflectores del globo, en un momento propicio (con los líderes reunidos en la ONU), y quitándole la iniciativa al régimen golpista, que ya había apostado a que la relativamente larga ausencia de Zelaya era –día a día- un paso hacia la consolidación de un statu quo, y con ello llegar a las elecciones presidenciales de fines de noviembre.

Ahora, el golpe de mano de Zelaya no sólo le ha quitado la iniciativa, sino que, a raíz de los disturbios provocados por la presencia física del presidente legítimo en la capital hondureña, hasta la ONU ha quitado a sus observadores, lo que hará prácticamente inviable mantener la convocatoria a las elecciones generales.

Mientras tanto, una Honduras sellada a cal y canto, por tierra, mar y aire, tomado por la policía y el ejército, con los aeropuertos cerrados y cientos de controles en las fronteras terrestres, es prácticamente un país tomado, donde el toque de queda se renueva cada seis horas paralizando toda actividad, hasta los intercambios comerciales más elementales, y la posibilidad cierta de un baño de sangre crece a cada minuto.

Con la prolongación del toque de queda, Honduras presentaba un aspecto fantasmal, propio de una mala novela de realismo mágico, cerrada y a oscuras. En la Embajada de Brasil, sin luz eléctrica y sin agua corriente (cosa que también pasa, según denunció la presidenta, en la Embajada de Argentina) Zelaya resiste –hoy ya por tercer día consecutivo- con un grupo de allegados, y asediado tras los muros diplomáticos por un fuerte contingente militar. Además de vigilar estrechamente la embajada brasilera, el régimen de facto desplegó fuerzas militares en cada rincón de los accesos de entrada a la ciudad, en las avenidas y en los principales edificios gubernamentales. No quedó ni un cadete dentro de los cuarteles, todo el Ejército parece estar en las calles.

Con este panorama, sólo queda esperar un gesto de último momento, para que la mecha no se prenda. Los resultados de una confrontación, dada esta disposición de fuerzas, tendrían un costo humano terrible.

Junto a Cristina Fernández, un conjunto importante de líderes regionales abogaron en la ONU por la restitución de Manuel Zelaya. El primero de ellos fue Lula da Silva, que brinda asilo político a Zelaya, y que reafirma con ello su vocación de poder regional. Lula llegó a proyectar una sombra hacia adelante: «A menos de que exista voluntad política, vamos a presenciar otros golpes como este», advirtió el brasilero. Y en esa línea siguieron Tabaré Vázquez, Michelle Bachelet, y –profundizándola en adjetivos, según su costumbre- el venezolano Hugo Chávez a su llegada a Nueva York.

De lo que se trata en esta hora, creemos, es de evitar el derramamiento de sangre. Así como los líderes latinoamericanos están poniendo su empeño en proteger la legitimidad del presidente Zelaya, y la legalidad de su reinstalación en el poder, deben, en este mismo momento, condenar y evitar por todos los medios que se revierta el golpe de Estado de Micheletti con la violencia civil de los partidarios del presidente depuesto, porque allí las muertes y las mayores bajas no estarán del lado del Ejército sino, precisamente, del lado del pueblo desarmado.

En Honduras no hay alternativa realista a la vuelta, por los canales que sean, a las negociaciones y a la mediación internacional. La coincidencia de posturas de los presidentes en la ONU podría dar ese marco. Micheletti debe dejar el gobierno, Zelaya debe recuperarlo, llamar a elecciones fiscalizadas por veedores de la ONU, no presentarse en ellas como candidato, y habilitar a un gobierno de transición, con legitimidad de origen, que vuelva a poner paños fríos y reconduzca el proceso político en el castigado país centroamericano.

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La prueba de Afganistán (28 08 09)

Hamid Karzai

LA PRUEBA DE AFGANISTÁN



por Nelson-Gustavo Specchia

Catedrático “Jean Monnet” de la Universidad Católica de Córdoba

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En una coyuntura de alta densidad en la política internacional, otras latitudes, que pueden parecernos muy lejanas en una primera mirada, reclaman el análisis, porque lo que allí se discute puede impactar en nuestra realidad más inmediata.

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Me refiero a ese largo, lento y engorroso proceso electoral que la semana que pasó ha vivido Afganistán, y que puede ser una lucecita –todavía pequeña y muy débil, pero esperanzadora al fin- sobre las maneras de resolución de un conflicto central en el mantenimiento de la paz internacional.

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Afganistán, en plena guerra, en un estado de calamitosa necesidad, con una sociedad prácticamente desestructurada desde el punto de vista legal e institucional, ha convocado a elecciones democráticas para elegir Presidente, con el apoyo y el financiamiento de la sociedad internacional. Y estas elecciones se han efectuado, a pesar de la amenaza talibán de que las ahogarían en un baño de sangre. De lo que se trata ahora es ver si los resultados de este acto eleccionario podrán trasladarse al camino de la normalización política, en este país de Asia central que tanto tiene que ver con la estabilidad mundial.

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La caótica situación en Afganistán, en definitiva, es producto de una doble vertiente de razones: por un lado, los talibán, que llegaron a tomar el poder y desde allí aplicaron su visión rigurosa del Corán en todos los niveles de la vida social y política, restringiendo y prohibiendo casi todo, desde el cine a los libros, desde la vestimenta femenina que descubriera un centímetro de piel del cuerpo hasta la celebración familiar de un simple cumpleaños.

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Pero hay otra vertiente de razones en los antecedentes de la actual desestructuración afgana, y en ella tienen mucho que ver los países desarrollados: los británicos y los rusos tuvieron esta tierra bajo su política colonial en el pasado, y, en las postrimerías de la Unión Soviética, los rusos volvieron a intentar hacerse cargo de este vasto territorio de montañas y desiertos, con la invasión militar de hace apenas 30 años.

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La reacción tribal contra el imperialismo británico primero, y contra la invasión soviética después, terminó reafirmando el poder de la tradición frente a la ley, reafirmando a los “señores de la guerra” frente a cualquier tipo de andamiaje institucional, y empujando a las interpretaciones más cerradas del Islam político frente a la visión republicana propugnada por la mayoría de la sociedad internacional contemporánea.

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Así, Al Qaeda encontró en estas condiciones sociopolíticas el lugar ideal para sentar sus cuarteles generales, desde los cuales proponer, por la vía del terrorismo fundamentalista a gran escala, una alternativa a la expansión de la modernidad occidental.

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Frente a ello, y luego del evidente fracaso de la alternativa puramente militar tras treinta años de guerras, el presidente Barack Obama anunció, en marzo pasado, una nueva estrategia asentada en tres pilares: (1) mantener y aumentar la presión militar internacional (o sea, vía la OTAN) sobre los talibán; (2) invertir en desarrollo económico, y (3) apoyar el desarrollo institucional. Sólo así, entiende el presidente norteamericano, el conflicto afgano dejará de ser potencialmente una bomba que puede estallar en cualquier ciudad del mundo.

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La infraestructura planteada por Obama resulta vital, porque en este país la mitad de su población –que quizá se acerque a los 40 millones- vive en la pobreza absoluta; la débil administración interina instalada tras la expulsión de los talibán es una de las más corruptas del mundo (Transparency International la ubica en el puesto 176 de 180); Afganistán está en los últimos puestos del desarrollo mundial (171 de 173 en la lista de la ONU); la mujer no tiene prácticamente ningún derecho (el “burka” es la metáfora más representativa de esta “invisibilidad”); no hay censo; la tradición es la única ley; la luz y el agua son objetos de lujo; y el 50% de los hombres y el 90% de las mujeres son analfabetos.

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La comunidad internacional ha invertido más de 200 millones de dólares para que se celebraran elecciones en un entramado social de esas características, con la mirada puesta en que se conviertan en una barrera al retorno talibán, siempre presente (de hecho, diez provincias del noreste siguen bajo su control).

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Los recuentos de votos, por una comisión internacional independiente, serán muy lerdos. Los datos hasta ahora confirman, por una leve diferencia, al actual presidente Hamid Karzai, pero seguido de cerca por su ex ministro de exteriores, Abdulá Abdulá, quien ya ha hecho referencia al masivo fraude orquestado por Karzai.

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Si el liderazgo afgano, especialmente estos dos principales actores: Karzai (de la mayoritaria etnia pastún) y Abdulá (de sangre mixta, pero visto como representante de la etnia tayiko), no llegan a un pacto de respeto por los resultados de las elecciones, la situación afgana, a pesar de los 100.000 soldados extranjeros presentes en su suelo, podría lanzarse por un tobogán de caída hacia ningún lugar.

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Es lo que están esperando los talibán, y lo que más se teme en todas las cancillerías occidentales.

nelson.specchia@gmail.com

Cumbres del norte, cumbres del sur (14 08 09)

Cumbres del Norte, cumbres del Sur

por Nelson Gustavo Specchia

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El lunes de esta semana América estuvo inmersa en un “tiempo de cumbres”: mientras en Guadalajara el presidente mexicano, Felipe Calderón, oficiaba de anfitrión frente a sus dos colegas del Nafta, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, Barack Obama y el canadiense Stephen Harper, algunos kilómetros al sur, en Quito, Rafael Correa recibía a los presidentes de los países integrantes de la Unasur, la Unión Sudamericana de Naciones. Y en la capital ecuatoriana eran tan importantes las presencias de los líderes latinoamericanos, como la ausencia de uno de ellos: Álvaro Uribe, presidente de Colombia.

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Una ausencia no sólo significativa, sino que además determinante, y para ambas Cumbres. Porque explícitamente en la del Sur, pero también –implícitamente- en la del Norte, en el centro de las agendas planeaba el tema “estrella” de la política internacional a nivel continental: la instalación –o no- de unidades del ejército norteamericano en bases colombianas.

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En Guadalajara, Calderón enfrentaba, como podía, la reunión con sus pares: su principal objetivo era que no lo sacaran del Nafta, aunque la diferencia de escalas entre la economía mexicana y las otras dos sea abismal, lo que convierte al acuerdo entre dos gigantes y un enano en uno de los tratados de libre comercio más desequilibrados de la historia. En segundo lugar, Calderón esperaba que los cien millones de dólares que Obama le ha prometido para luchar contra el narcotráfico ya estuvieran en la mesa, pero estas partidas siguen detenidas en las comisiones del Congreso norteamericano, que no ve muy claro los métodos mexicanos para llevar adelante esa guerra interna. Stephen Harper, por lo demás, le dio la gota fría al mexicano con la reimplantación del visado para viajar a Canadá. Ante la falta de buenas nuevas de relevancia, el tema de las bases en Colombia fue tratado extensamente.

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El mismo tema nucleaba la reunión de Quito. Evo Morales pedía, en nombre del bloque del Alba, una condena a Colombia. Y Hugo Chávez volvía a anunciar el supuesto riesgo de una confrontación armada en suelo sudamericano si las bases se vuelven operativas para los “marines” de los Estados Unidos. Uribe, en su mini gira de la semana pasada por varios países integrantes de la Unasur no cosechó grandes éxitos, pero, a la vista de lo sucedido en Quito, logró neutralizar en parte la andanada. No hubo condena, como pedía Evo, y se programó una nueva reunión de emergencia de la organización, esta vez con la presencia del presidente colombiano. En estas dos resoluciones, sorprendió el protagonismo y las posturas de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.

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Tradicionalmente, la Presidenta se siente más cómoda cerca de las posiciones del grupo chavista, pero el lunes puso las notas moderadas de la reunión de Quito: se opuso a la condena solicitada por Morales, reprendió a Chávez por su belicosidad y tremendismo, y ofreció el suelo argentino para una nueva reunión, en la que estuviera Uribe. Cristina Fernández consultó con el presidente colombiano, éste no puso ningún reparo para asistir a una convocatoria liderada por ella, y la reunión de emergencia, según se supo ayer, se llevará a cabo en Bariloche, con el espectacular marco del lago Nahuel Huapi en invierno, y dentro de pocos días: se ha fijado para el próximo viernes 28 de agosto.

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Estructuralmente, a pesar del llamado de atención de la presidenta argentina al venezolano, las cosas no han cambiado demasiado, y la alianza estratégica entre ambos no sólo se mantiene, sino que se profundiza: desde Quito, Cristina voló a Caracas, firmó con Hugo Chávez una nueva serie de acuerdos bilaterales de comercio por más de 1.000 millones de dólares, y reemplazó a Colombia como proveedora de productos de exportación hacia Venezuela, desde alimentos, pasando por automóviles, y hasta maquinaria pesada. Así, el empresariado argentino es, hasta el momento, el sector más favorecido por el conflicto de las discutidas bases colombianas.

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Si todo hubiera ocurrido con el previsible guión con que se venía interpretando la partitura de la política exterior latinoamericana, ese rol le hubiera correspondido al presidente brasilero Luiz Inácio da Silva, Lula, que desde hace tiempo viene bregando para que la preeminencia natural de su personalidad, y el peso específico de su país en el contexto regional, supongan su papel de árbitro entre la “pro-yanqui” Colombia y los gobiernos progresistas que la rodean. Y desde ese papel de réferi, de “primus inter pares”, proponer al mundo un polo de poder latinoamericano, cuya titularidad, claro está, habría de ejercer el propio Lula.

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Pero el lunes pasado, en Quito, todos se salieron del guión. La presidenta Cristina esta vez le ha arrebatado –y por sorpresa- el protagonismo y la iniciativa. Álvaro Uribe ha dejado claro que la única alianza estratégica que le interesa es la norteamericana. Y Barack Obama, a pesar de ser tan políticamente correcto, no puede rechazar –por mucho que truene Chávez- el ofrecimiento de siete puntos de defensa militar servidos en bandeja.

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Quizá la primera baja en el conflicto de las bases colombianas sea, precisamente, el proyecto de liderazgo regional del carismático Lula da Silva.

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(publicado en HOY DIA CORDOBA, suplemento Magazine, viernes 14 de agosto de 2009)

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USA, China, y un nuevo mundo bipolar (310709)

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Estados Unidos, China, y un nuevo mundo bipolar

por Nelson Gustavo Specchia

Cuando el viejo mundo del siglo XX terminó –esa distribución del planeta en dos realidades políticas antagónicas que hoy percibimos ya como historia antigua, como si el Muro de Berlín hubiera caído hace siglos- los entusiastas del “mundo libre” anunciaron con bombos y platillos el nacimiento de un nuevo orden, en el cual los Estados Unidos de América serían la incontestable potencia hegemónica.

Recuerdo, en los primeros años ‘90, recorriendo una librería Barnes & Noble de Manhattan, la página con que un autor de libros de divulgación política abría su volumen: “Este libro está dedicado a Ronald Wilson Reagan, 40º Presidente de los Estados Unidos de América, triunfador de la Guerra Fría y fundador del nuevo orden internacional”. Pero los breves años transcurridos desde la disolución de la Unión Soviética y del polo socialista están demostrando que el sueño del mundo unipolar no era más que eso, un sueño. Y que nuevos actores con vocación de potencias están ocupando sus posiciones, preparándose para ejercer un rol de liderazgo internacional en breve. El primer lugar en estas candidaturas, claro, lo ocupa China.

La buena noticia, si acaso, es que este momento histórico, cuando el viejo gigante milenario está acomodando el cuerpo para jugar los roles que le tocarán en un futuro muy próximo, del otro lado del mundo, en el sillón de la Casa Blanca se sienta el negro Obama, que no se ve a sí mismo como un “triunfador de la Guerra Fría”, y que parece tener claro que el liderazgo norteamericano tiene que ser, necesariamente, compartido en algunas áreas vitales. Barack Obama entiende que la alternativa es la cooperación y la preeminencia parcialmente compartida, o bien una aceleración en el declive y en la soledad del poder.

Tanto la desastrosa intervención en Irak y los dolores de cabeza que está dando la salida de allí; ó la imposibilidad de cazar a un pastor de cabras escondido en unas montañas heladas por parte del ejército que insume la mitad del gasto militar de todo el planeta; ó el desbarajuste de un sistema financiero en caída libre y sin red, son algunos de los últimos ejemplos de que los Estados Unidos ya no pueden solos, y que en algunos capítulos de la agenda internacional han de abrir el juego y sentarse a la mesa, de igual a igual, con los otros grandes.

Esta semana, a esa mesa se sentó China, y su silla va a ser permanente. En Washington el lunes 27 se abrió una instancia de diálogo que va a sostenerse como herramienta de consulta estable, orientada a distribuirse y monitorear una remodelación del mundo según las prioridades estratégicas de ambos gigantes. En la apertura de las sesiones, el presidente Obama no dejó lugar a dudas: “Las relaciones entre Estados Unidos y China –dijo- determinarán el siglo XXI.” Así de claro.

El abanico de temas de las delegaciones presididas por funcionarios de máximo nivel (la secretaria de Estado, Hillary Clinton, y el primer viceministro chino, Wang Qishán) comprende muy diferentes puntos, desde el terrorismo fundamentalista como amenaza de primer orden, a la cuestión atómica (el Tratado de No Proliferación se renegocia el año que viene); desde el calentamiento del planeta (tanto los Estados Unidos como China son los principales contaminantes del mundo, cada uno libera a la atmósfera 5 mil millones de toneladas de CO2 por año), a la crisis económica global.

Pero no todo será cooperación y entendimiento. Los dos son adversarios comerciales crecientes, y se disputan cuotas y parcelas de mercado a lo largo y a lo ancho del globo. La política de expansión china hacia zonas de reservas energéticas es arrolladora, tanto hacia África como hacia América latina. Y Estados Unidos no puede desentenderse de la seguridad de sus aliados en Asia, inclusive en las propias fronteras chinas. Tampoco de su prédica por la democracia, las libertades individuales, y el respeto por los derechos humanos, capítulos en los que China acumula deudas y carencias insalvables. Ahí está la reciente matanza de uigures en la región de Xinjian para ratificarlas.

Y, por último, en esta primera mesa vís-a-vís, también estuvo presente el tema de Corea del Norte. Estados Unidos insiste que las provocaciones nucleares del régimen de Pyongyang son un riesgo de desequilibrio para todos, y que la llave de ese asunto la tiene China en sus manos.

Para complicar aún más este juego de poderes, China se ha convertido ya en el primer financista de la deuda externa norteamericana. Más de 800 mil millones de dólares en títulos del Tesoro norteamericano se encuentran en manos del gobierno chino. Además, China exporta hacia EE.UU. productos por un monto anual de 340 mil millones de dólares, es su principal cliente en el mundo. Y estas compras norteamericanas son las que financian, en buena medida, el sostenido crecimiento del producto bruto chino. Pero de este gran comprador, el viejo imperio celeste sólo recibe importaciones por unos 70 mil millones, una balanza muy desequilibrada.

Hoy China es la tercera economía del mundo, pero de mantenerse los actuales índices de crecimiento y expansión, será la primera antes de mediar el siglo. Y su modelo político, con un capitalismo fuertemente exportador y férreamente controlado por el Estado y el partido único, el que habrá conducido al país al primer lugar. Interesante: éticamente objetable, pero objetivamente exitoso.

Muchos temas, muchas aristas. Demasiadas como para no darse cuenta de que el foro inaugurado en Washington no ha sido un evento diplomático más, sino el síntoma de un cambio en las condiciones del liderazgo internacional.

Posiblemente, también haya sido la partida de nacimiento de una nueva bipolaridad. Si así fuera, la esperanza pasa por que esta relación entre las superpotencias permanezca en un marco de pacífica racionalidad. Sería una cláusula de garantía de estabilidad mundial, lo que, en estos tiempos, no es poco decir.

En La Voz del Interior:
http://www.lavoz.com.ar/nota.asp?nota_id=538449

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