La política peruana, tierra de oportunidades
Por Nelson Gustavo Specchia
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En Lima, una sutil y vaporosa capa de niebla cubre casi siempre la ciudad durante las mañanas, con una mezcla de salado aire marino y corrientes frescas que bajan de la sierra. Sin embargo Ramón, el chofer que mis anfitriones de la universidad Ruiz de Montoya han enviado a buscarme al aeropuerto, no habla del tiempo limeño, y aprovecha el largo camino hasta el hotel, en la barriada de Miraflores, para darme una completa lección de política peruana. Cuando llevamos casi una hora en el denso tráfico, Ramón arriesga una afirmación que luego, con otras palabras, también encontraré en las opiniones de los colegas, en la reunión universitaria a la que me han invitado. “En la política peruana”, afirma mi chofer, “nadie se termina de morir del todo. Se van con el rabo entre las piernas, pero al tiempo están tocando de nuevo las puertas de la presidencia.”
Esa percepción popular que escuché apenas descendido del avión que me había llevado hasta Lima, parece constatarse en estos tiempos finales de la gestión de Alan García: quienes se acomodan para disputar el espacio político en las próximas elecciones, el 9 de abril, son todas figuritas repetidas en la historia reciente del Perú.
Los muertos que vos matáis…
Además, la campaña electoral ha entrado en una fase de incertidumbre. En nuestro tiempo, ya es central el lugar que ocupan las mediciones de opinión ante la cercanía de cualquier acto comicial. Pero en las elecciones peruanas esta herramienta de testeo del clima político verá menguada su capacidad. La autoridad con competencia electoral, el Jurado Nacional de Elecciones, ha decidido exigir a las consultoras que consignen los datos personales completos (con DNI, dirección y teléfono) de todos y cada uno de los entrevistados en sus sondeos. En una sociedad donde la sensación de seguridad personal es muy endeble, es poco probable que las encuestadoras consigan voluntarios que se atrevan a responder dejando acreditados y archivados sus datos.
Ante ello, el conocimiento previo de los nombres y de las trayectorias de los dirigentes gravitará aún más en la definición de los primeros puestos de la contienda electoral. En el último sondeo publicado antes de que comenzara a regir la nueva disposición judicial, además, las “figuritas repetidas” están fijas en la primera línea. El presidente Alan García está constitucionalmente limitado para repetir mandato (aunque no ha descartado volver en 2016); pero el ex presidente Alejandro Toledo encabeza las preferencias populares. Y Keiko Fujimori, la hija del ex presidente Alberto Fujimori (1990-2000), le sigue de cerca. En un tercer lugar, está el ex intendente de Lima, Luis Castañeda; y lejos, en un incómodo cuarto puesto, el nacionalista Ollanta Humala, aliado de Evo Morales y de Hugo Chávez.
La vuelta al ruedo de Alejandro Toledo no es la primera que viene a comprobar aquel aserto de mi chofer respecto de la buena salud de los muertos políticos peruanos. El propio Alan García ya había demostrado que el palacio presidencial limeño es una tierra que da segundas oportunidades. García había dejado el poder, en la década de los noventa, con su imagen destruida tras una gestión caótica, en el borde del precipicio social debido a los ataques de la guerrilla maoísta de Sendero Luminoso, y con la economía agotada por los ensayos experimentales del presidente, que intentó seguir el guión antiimperialista teórico del APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana), escrito por su maestro, Víctor Raúl Haya de la Torre.
Los peruanos colocan motes muy llamativos a sus dirigentes. A Fujimori, a pesar de su obvia ascendencia japonesa, lo llaman “el Chino”; a Toledo, “el Indio”; a Ollanta Humala, sin embargo, cuyo nombre tiene connotaciones más indígenas, como fue capitán del ejército le dicen “el Milico”. Y a Alan García, desde aquellos corcoveos erráticos de su primera presidencia, las voces populares lo han designado como “Caballo Loco”. Unas marchas y contramarchas, en todo caso, que hundieron su popularidad bajo mínimos, y que lo llevaron inclusive a salir del país durante algunos años, hasta que los ánimos se asentaran.
Sin embargo “Caballo Loco” volvió, aunque mucho más calmado y reconvertido hacia la centroderecha, la apertura económica, la ortodoxia monetaria, la disciplina fiscal y la convocatoria a la inversión extranjera. Con este nuevo guión liberal, pasó de ser un cadáver político a un rozagante candidato que se hizo con las elecciones en 2006, y volvió al palacio presidencial.
… gozan de buena salud
Siguiendo su ejemplo, “el Indio” Toledo vuelve en estos días a mostrar su buena salud política al encabezar las preferencias para un nuevo mandato. Y también en su caso se trata de un repunte fuerte, porque el ex presidente, tras su gestión entre 2001 y 2006, dejó el poder entre abucheos, con un índice de aceptación que apenas rozaba el 8 por ciento, y con críticas profundas desde todo el arco político peruano.
Sin embargo, la apertura liberalizante que había propuesto durante su mandato, fue la que finalmente terminó de ejecutar Alan García al sucederlo en el gobierno. Y es la que, a la postre, los peruanos parecen reconocerle. Además, durante estos últimos cinco años con el APRA en el poder, Alejandro Toledo se ubicó en un discreto segundo plano de la vida política, concentró su actividad en la faz académica, y saltó sorpresivamente al ruedo recién a finales del año pasado.
Su campaña ha sido rauda, y muy eficiente, según el resultado que las cercenadas encuestas permiten entrever. Los carteles que inundan Lima, “con Toledo, al Perú no lo para nadie”, hacen hincapié en que la actual estabilidad comenzó con él: el ritmo del crecimiento peruano fue del orden del 8,8 por ciento en el 2010, y la inflación logró controlarse en un índice inferior al 2 por ciento. En este contexto de expansión, además, la brecha de desigualdad parece haberse achicado: en las cifras del Banco Mundial, las mediciones de pobreza en Perú han disminuido del 54 al 35 por ciento en los últimos diez años (o sea, durante los gobiernos de Toledo y García).
Y como si esto fuera poco, Toledo se ha permitido, dentro de su liberalismo, asegurar que en un nuevo gobierno impulsará medidas sociales de avanzada, como la regulación del matrimonio igualitario –teniendo como referencia la experiencia de Argentina-, la despenalización del aborto, y hasta discutir en el recinto legislativo una nueva postura frente a la legalización de las drogas, siguiendo las tendencias más innovadoras en ese espinoso tema.
Alejandro Toledo parece haber logrado nuevamente el apoyo mayoritario de los peruanos. En todo caso, la candidata que le sigue, Keiko Fujimori, siempre ha dejado claro que espera llegar al poder para reivindicar la figura de su padre, sacarlo de la cárcel (donde cumple condena de 25 años por ordenar asesinatos en masa), y permitirle ser nuevamente candidato. Si bien la política peruana se muestra como una tierra que da segundas oportunidades, algunas no se me antojan demasiado deseables, especialmente si implican un claro retroceso democrático.
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nelson.specchia@gmail.com
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