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Marruecos: entre los islamistas y el rey (02 12 11)

Marruecos: entre los islamistas y el rey

por Nelson Gustavo Specchia

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La estrategia diseñada por el monarca marroquí, Mohamed VI, para intentar que los vientos de la “primavera árabe” no lleguen hasta sus costas, está quedando a mitad de camino: a la vista de los resultados electorales del último viernes de noviembre, Marruecos no será una excepción.

La reciente reforma constitucional armada por la monarquía alauíta, se planteó como una (tímida) apertura democrática frente a los alzamientos populares que ya habían tumbado a los regímenes autocráticos en Túnez y en Egipto, y avanzaban por una media docena más de países árabes. Pero, además, las nuevas disposiciones constitucionales perseguían reforzar dos elementos: la barrera al avance del islamismo político, y el poder del propio monarca, que además de jefe efectivo del Estado, pasa en la nueva Constitución a ser también el Comendador de los Creyentes (o sea, el jefe espiritual de los musulmanes marroquíes). Sin embargo, las elecciones del viernes 29 de noviembre han mostrado la debilidad de esta estrategia frente a la fuerza avasalladora de los vientos de cambio. Y la dirección de esos vientos, en las arenas marroquíes, sigue de cerca los huracanes de los vecinos del Magreb.

En Egipto, la plaza de Tahrir vuelve a llenarse de manifestantes que reclaman que los militares no burlen el proceso de apertura iniciado con la caída del régimen de Hosni Mubarak; le están torciendo el brazo al mariscal Hussein Tantawi; y el largo proceso electoral iniciado el lunes de esta semana y que se extenderá hasta enero hace prever una victoria de los islamistas Hermanos Musulmanes por amplia mayoría. Si bien la información oficial de los resultados parciales de las elecciones no se harán públicos hasta la finalización del proceso comicial, trascendidos confiables mencionan porcentajes cercanos al 40 por ciento para los Hermanos Musulmanes, y un elemento sorpresa: tras ellos, el segundo lugar no lo estaría ocupando ninguna opción laica de los partidos tradicionales egipcios, sino las fuerzas salafistas del wahabismo, los musulmanes más radicales, con lo cual en un futuro gobierno los religiosos podrían llegar a tener la mayoría absoluta.

En Túnez, por su parte, las elecciones de fines de octubre dejaron al partido En Nahda (El Renacimiento) con una limpia mayoría de 41,5 por ciento sobre los 217 escaños de la Asamblea Constitucional, que tiene que dar forma al nuevo país tras la larga y corrupta autocracia de Zine el Abidine ben Ali. Estas primeras elecciones libres de la historia tunecina han terminado con la concepción –a un tiempo simplista y totalitaria- de un laicismo mayoritario, que como se ha visto sólo constituía una capa de barniz sobre la realidad sumergida del país verdadero. Y esa realidad muestra ahora que los grandes colectivos populares apuestan por opciones políticas que insertan el factor religioso en la vida institucional.

Aunque los de En Nahda, perseguidos sin piedad por Ben Ali (su principal líder, Rachid Ghanuchi, soportó 22 años de exilio), se apuraron a sostener que un futuro gobierno islamista no implicará una restricción de los derechos y de las libertades en una sociedad plural. Algo parecido dicen los voceros de los Hermanos Musulmanes egipcios, y ese fue el centro del discurso, también, de los islamistas victoriosos en Marruecos esta semana.

MODERACIÓN ACELERADA

La prédica tradicional contra el fantasma del radicalismo islámico ventilada por los autócratas del Norte de África, como un argumento de auto justificación para sostener los recortes de libertades al interior de sus gobiernos, se ha visto potenciada por el propio discurso radical de algunos sectores de los partidos religiosos, que anticipan la aplicación de la “sharia” –el conjunto de leyes y de prescripciones morales y de conducta inspirado en el Corán- en caso de llegar al poder. Sin embargo, los éxitos electorales de estos días están demostrando que la mayor aceptación popular pasa por las tendencias moderadas, aunque los colectivos más extremistas y ortodoxos vayan apenas a la zaga.

Este ha sido el camino seguido también por el Islam político en Marruecos. El partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD) ha transitado, en un tiempo muy breve, el camino que va de la radicalidad a la moderación, y ha edulcorado toda la campaña electoral en un tono de tolerancia y amplitud, que constituye toda una novedad en este sector del arco político.

El principal líder de los islamistas marroquíes, Abdelilah Benkiran, es un ejemplo concreto de este paso: en los años ochenta militó en un grupo musulmán radical signado como organización terrorista, la Juventud Islámica. Si bien la justicia no le adjudicó a él personalmente ninguna participación en hechos de violencia, la agrupación en la que militaba reivindicaba sin objeciones la lucha armada, y sus compañeros de armas asesinaron, entre otros, al dirigente socialista Omar Benjellun en Casablanca en 1975.

Desde aquellos extremos juveniles, Benkiran fue transitando por numerosas asociaciones islamistas, cada vez más moderadas, hasta que ingresó a fines de los ’90 en el PJD. Precisamente esta formación política fue fundada para recibir a los ex islamistas radicales que estuvieran dispuestos a moderar el discurso y las aspiraciones, para desde allí incorporarlos al sistema. Esa estrategia terminó dando sus frutos, ya que en la primera oportunidad real que se ha presentado (las elecciones de esta semana han sido las más libres y democráticas en los 55 años que Marruecos lleva como Estado independiente) ha conseguido el poder.

Aunque a regañadientes, el rey Mohamed VI ha tenido que respetar la Constitución que él mismo ha pergeñado, y nombró ayer primer ministro a Abdelilah Benkiran, en Midelt, una localidad del Atlas.

EL PODER A LOS “BARBUDOS”

La anécdota ha sido rescatada por los medios de prensa en estos días: en 2001, en el Parlamento marroquí, una mujer periodista –Amina Jabad- estaba cubriendo las sesiones, vestida con una remera y pantalones vaqueros; Abdelilah Benkiran (que es diputado desde hace 15 años) le gritó, frente a las cámaras, “¡andá a vestirte!” y la echó del recinto. Sin embargo, la última década y las recientes emergencias populares en el resto del Magreb han forzado a que los “barbudos” tuvieran que ir amoldando sus posturas hacia mayores grados de tolerancia. Un episodio como el de la censura del ahora primer ministro contra la periodista Amina Jabad lo dejaría muy mal parado frente a los electores. De igual manera, las condenas contra los festivales de música, los bebedores de alcohol y los homosexuales, que poblaban antes los discursos religiosos, han desaparecido de la escena.

Este tránsito paulatino hacia mayores niveles de tolerancia social ha sido clave en la victoria de los islamistas marroquíes. Una victoria relativa, por cierto, en porcentajes menores a los obtenidos por los tunecinos y a los que se anticipan para los egipcios. El PJD se ha hecho con el 27 por ciento de los sufragios, y el rey ha tenido que encomendar a su secretario general la formación del nuevo gobierno. Abdelilah Benkiran será el primer ministro más poderoso de cuantos ha tenido Marruecos hasta ahora, ya que la reforma de la Constitución de Mohamed VI supuso un recorte de las atribuciones del monarca –hasta ahora absoluto- en beneficio del jefe del gobierno. A excepción del ministro de Asuntos Religiosos (cuyo nombramiento sigue siendo derecho del Comendador de los Creyentes, el rey), la designación de todas las demás carteras serán ahora atribución del primer ministro.

Pero este avance del Islam moderado no puede ocultar la otra cara de la moneda: como decíamos al principio, muy a la zaga sigue la presencia de las tendencias radicales. En Marruecos, la otra gran corriente religiosa –más dura y ortodoxa- es Justicia y Espiritualidad, que se mantiene en la ilegalidad por negarse a admitir que el monarca sea el gran Comendador de los Creyentes.

Y este partido proscripto es el que alimenta al “Movimiento 20 de Febrero”, que desde esa fecha viene organizando las protestas multitudinarias que alteran, viernes a viernes, todas las grandes ciudades del Reino de Marruecos. Los del 20 de Febrero rechazan la nueva Constitución, y llamaron al boicoteo de estas elecciones. Y el porcentaje de abstención fue alarmante: el 55 por ciento de los electores inscritos no fue a votar. No todos los “barbudos” marroquíes han decidido seguir el camino de la moderación.

 

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Hoy Día Córdoba – Periscopio  – Magazine – viernes 2 de diciembre de 2011

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Túnez, el suave aterrizaje del Islam

Túnez, el suave aterrizaje del Islam

por Nelson Gustavo Specchia

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La pequeña república magrebí de Túnez vuelve a ponerse al frente de los procesos de cambio que vienen moviendo las estructuras políticas del Norte de África y de Oriente Medio, en lo que ya conocemos todos como la “primavera árabe”. En las recientes elecciones, convocadas para conformar una asamblea constituyente que provea al Estado, por primera vez desde su independencia de Francia en 1956, de una Constitución democrática, han vencido claramente las corrientes islamistas. El interrogante que abre este resultado es si con él también Túnez viene a marcar una tendencia en el rumbo de la región.

Porque en Túnez comenzó todo, y no porque la acumulación de corruptelas y equívocos que las dictaduras árabes del Magreb –apoyadas sustantivamente por Occidente- hubieran tenido en este pequeño país de la costa sur del Mediterráneo unas condiciones diferenciales. Quizás solamente la gota que rebalsó el vaso de la paciencia cayó en Túnez, y una vez que el derrame se inició ya fue imparable. Esa gota, dolorosa, fue la radical protesta del joven ingeniero informático –y eventual vendedor callejero de frutas- Mohammed Bouazizi, que el 17 de diciembre del año pasado, ante la brutalidad policial que había destrozado el carrito con que intentaba ganarse la vida después de haberlo intentado todo, en un mercado laboral cerrado a cal y canto y en una sociedad sin horizontes de cambio ninguno, se prendió fuego. Su rebeldía desesperada rebalsó los diques que contenían tantas situaciones similares, en el entorno de un sistema político feudalizado, donde a la “dictadura blanda” de los treinta años de Habib Bourguiba, le había sucedido la dictadura más extrema, familiar y cleptocrática de Zine el Abidine ben Ali y su mujer, Leila Trabelsi.

Las masas tomando las calles, románticamente designaron “revolución de los jazmines” a sus protestas, pero la fuerza real que manifestaban empujó a Ben Ali a subirse a un avión (su esposa Leila lo llenó, previsoramente, de una tonelada y media de oro) y partir hacia el exilio en Arabia Saudita. Entonces comenzó el contagio: Egipto, Yemen, Bahrein, los rebeldes de Libia, los opositores monárquicos de Marruecos. Túnez había marcado el comienzo, y nadie está seguro de marcar todavía el final.

EL FANTASMA RELIGIOSO

En el discurso de auto justificación de los dictadores que la “primavera árabe” está barriendo, siempre ocupó un lugar importante el considerarse a sí mismos como la última barrera frente al fundamentalismo islámico. Había corrupción, apenas unos barnices de democracia y violaciones a los derechos humanos en sus regímenes, pero todo eso era un precio módico que había que pagar para impedir el mayor de todos los males: que los partidos religiosos llegasen al poder, y con ellos la imposición de la “sharia” (la regulación de las conductas sociales mediante los preceptos coránicos) hacia el interior de las sociedades, y la más que probable enemistad con los países occidentales (con la consecuente suspensión de las exportaciones de hidrocarburos hacia ellos) como principal consecuencia externa.

El argumento de “freno del islamismo radical” comenzó a debilitarse hace ya tiempo, a medida que se conocían detalles sobre el complejo entramado de agrupaciones en que se dividía el Islam político, que el simplismo intencionado de las dictaduras había intentado meter en la misma bolsa. Y también con el resultado de algunas experiencias de partidos islámicos no radicales en el poder, principalmente con el AKP de Recep Tayyip Erdogan y Abdullah Gull en Turquía.

Ahora, en ese universo aparece el islamismo moderado del tunecino En Nahda (El Renacimiento), y arrasa en las elecciones a la convención constituyente, en lo que puede ser una nueva señal del rumbo de los sistemas políticos saneados tras las revueltas de la “primavera árabe”.

CLAVES DE UN RENACIMIENTO

Bajo el régimen de Ben Ali, y como parte de aquel discurso de auto justificación al que acabo de aludir, todo lo que oliese a islamismo estaba proscripto y prohibido. Los principales dirigentes de esos sectores, por lo tanto, llevaban décadas en el exilio, y no había ninguna estructura –no sólo ningún partido político, tampoco ninguna organización no gubernamental- sobre la cual apoyarse para plantear una alternativa. O sea que el nombre del partido tunecino hace referencia concreta a un volver a nacer, a un surgimiento desde la nada, tras casi sesenta años de laicismo obligatorio. Sin embargo, en apenas nueve meses, el movimiento En Nahda ha conseguido estructurar un nuevo discurso, que combina dosis de tradicionalismo con otras de modernidad, y lo ha articulado en una clave de mesura –sin convocatorias a revanchismos ni venganzas- que ha dado en la tecla y empujado a un apoyo social mayoritario.

En las elecciones a la constituyente del pasado 23 de octubre, En Nahda se alzó con el 41,47 por ciento de los votos totales, prácticamente la mitad del padrón, y a casi un 30 por ciento de distancia de la segunda fuerza, el partido Congreso para la República, de centro izquierda. Así, en la futura Asamblea Constituyente, que tendrá 217 escaños, los islamistas de En Nahda ocuparán 90 lugares; el Congreso para la República tendrá 30 asientos; y Ettakatol, la tercera fuerza más votada, 21 escaños.

Y aquí parece haber otro elemento que da una pauta del nuevo comportamiento del electorado: además de la sorpresa de la clara mayoría de En Nahda, las principales fuerzas de oposición son partidos que no hicieron campaña contra el islamismo. En cambio, la oposición tradicional, que sigue repitiendo el viejo argumento de que no hay islamismo moderado posible, y que hay que parar a los religiosos de cualquier manera, porque detrás de ellos vendrán los barbudos a lo talibán y la imposición de la “sharia”, fueron censurados por el voto popular. Las dos principales agrupaciones del frentismo anti islamista, el Partido Democrático Progresista (17 escaños), y el Polo Democrático (5 escaños), han sufrido un castigo en las urnas.

Además de la contundente victoria en las opciones políticas generales –esto es, sobre el rumbo y las formas que debería adoptar el Estado a partir de ahora- los islamistas de En Nahda han demostrado su inserción en todos los estratos sociales, y su llegada a los diferentes agregados geográficos, lo que también termina con el preconcepto de que las ciudades –donde se concentran los sectores más educados de la población- eran laicistas, y que la adhesión a opciones políticas vinculadas a la religión estaba relegada a las zonas rurales, más pobres, tradicionalistas y conservadoras. En Nahda, por el contrario, fue el partido más votado en todas las circunscripciones electorales, incluyendo algunas de la ciudad de Túnez, la cosmopolita capital, que se consideraba el terreno político de la oposición socialdemócrata laica.

Que un partido que proclama claramente su adscripción islámica haya sido la opción elegida por los sectores progresistas, en detrimento de las fuerzas usuales de la centro izquierda, tiene mucho que ver con las maneras en que En Nahda articuló su discurso, en el espacio de poco más de medio año. El hecho de que haya aceptado sin restricciones la imposición de paridad de género en las listas electorales, las referencias permanentes al “modelo turco”; las posturas conciliadoras con los sectores que estuvieron más cerca del régimen de Ben Ali; la seguridad de que el modelo de desarrollo y de que la economía de mercado no serán cuestionados; y una manifiesta relación de cooperación con Occidente; han terminado por alejar el fantasma de los barbudos a lo talibán, y de convencer a la mayoría de tunecinos que la coexistencia entre régimen democrático y republicano moderno, con preceptos religiosos y usos y costumbres que hacen a su identidad, es factible.

Las elecciones de fines de octubre cierran la “revolución de los jazmines”, y abren una nueva etapa, la de transición hacia un sistema democrático en el marco de un Estado de derecho. Si los islamistas moderados tunecinos consiguen conducir ese tránsito, estaremos ante un fenómeno realmente novedoso de la política internacional, y ante todo un nuevo escenario de posibilidades para Medio Oriente y el Magreb.

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[Hoy Día Córdoba – Periscopio  – Magazine – viernes 4 de noviembre de 2011]

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Celebraciones en Palestina

La primera fase de liberación de presos políticos árabes se cumple sin sobresaltos. En Israel se recibe al soldado Shalit con una sensación de derrota. Hamás capitaliza el éxito de la operación.  

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Después de mucho tiempo, reveses diplomáticos y ataques punitorios de la aviación israelí sobre la Franja de Gaza, ayer se instaló un clima de fiesta en la comunidad palestina en general, y en especial en el sector islamista.

La primera fase del intercambio de prisioneros entre los dos contendientes más antiguos de Oriente Medio se cumplió ayer sin inconvenientes, según la planificación acordada entre los mediadores y los buenos oficios de las cancillerías de Alemania y de Egipto.

De los más de mil presos políticos alojados en cárceles israelíes, el gobierno de Benjamín Netanyahu liberó ayer a 477, que fueron puestos a disposición de las autoridades fronterizas egipcias, algunos retornaron a Gaza –donde fueron recibidos por el líder de Hamas, Ismail Haniya- y otros deberán partir al exilio.

Por su parte, Hamas entregó al soldado Gilad Shalit, a quien retenía desde hace más de cinco años, a la Cruz Roja del lado egipcio de la frontera, quien lo condujo de vuelta a Israel.

En principio, y más allá de la complejísima negociación entre ambos equipos, la jornada de ayer se presentó como un día de relajamiento de tensiones políticas y de reencuentros familiares.

Pero las lecturas y las interpretaciones en los medios y en las calles rápidamente se sobreimprimieron con el mensaje oficial, y pudo observarse que la fiesta que se desarrollaba en las barriadas árabes no tenía mucho correlato en las ciudades hebreas, donde el desigual balance del intercambio –1 a cambio de 1.027- pronto comenzó a ser criticado como una claudicación del gobierno de coalición conservadora israelí frente a su enemigo tradicional.

Hamas, por su parte, además de no ocultar su triunfalismo, en ningún momento renegó del mantenimiento de la lucha “contra la potencia ocupante”, sino que reivindicó el secuestro de personal militar judío, en el futuro, como una vía válida de defensa.

Junto al helicóptero que traía al soldado liberado, el premier Netanyahu había ensayado un corto discurso exitista: “Les he devuelto a Gilad, dijo, hoy estamos todos unidos en la alegría”. Pero ante la declaración de los voceros islamistas, Netanyahu debió salir a prometer que seguirá “luchando contra el terrorismo”, apenas unos minutos después de haber recibido a Shalit en la base militar de Tel Nof, próxima a Tel Aviv.

Las manifestaciones verbales de ambas dirigencias dejan claro que el intercambio de prisioneros ha sido un acto más en medio de una guerra vieja, pero que la paz posible entre ambas partes sigue estando igual de lejos que antes.

Acuerdos internos

Las divisiones entre las facciones árabes también han obstaculizado la paz. Al Fatah –heredera de la OLP del mítico Yasser Arafat-, y los islamistas de Hamas llegaron en 2007 incluso a una guerra civil.

Los territorios palestinos se dividieron: Cisjordania para Fatah, bajo el mando de Mahmmoud Abbas, y Gaza con el gobierno de hecho de Hamas, liderados por Ismail Haniya. Ayer, la llegada de los presos liberados escenificó también el acercamiento entre las dos facciones.

En Ramallah, Abbas y el dirigente de Hamas, Hassan Yussef, recibieron juntos a los excarcelados. “Hoy es un gran día para la unidad nacional”, dijo Abbas. Yussef sostuvo que “la reconciliación completa” entre ambos “está próxima”.

Esa sí que sería una auténtica novedad.

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Khaddafi cerca la capital rebelde

Khaddafi recupera Brega y sus hombres se acercan a Bengasi

La superioridad militar del régimen se impone sobre los insurgentes

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Mientras los alzados contra el dictador libio Muhammar el Khaddafi siguen implorando la ayuda internacional, la apabullante superioridad de armamentos que el régimen dispone va día a día desequilibrando la balanza a favor del clan gobernante en Trípoli.

Los rebeldes, que llegaron a ocupar ciudades de los suburbios inmediatos de la capital, ven cómo sus desorganizadas fuerzas, aunadas sólo por el voluntarismo de la revuelta pero sin estrategia coordinada ni preparación de combate, son diezmadas por los tanques, las piezas de artillería pesada, y los bombardeos sistemáticos de la aviación de Khaddafi.

Las potencias occidentales siguen discutiendo la viabilidad de establecer una zona de exclusión aérea que cercene los bombardeos militares sobre la población civil, pero las largas discusiones en los foros multilaterales, tanto de las Naciones Unidas (ONU) como de los ministros de Exteriores de la Unión Europea (UE), terminan jugando a favor del régimen, que aprovecha el tiempo para redoblar el ataque contra la zona oriental del país, epicentro de la revuelta opositora.

Luego que las fuerzas regulares de Khaddafi –aumentadas por los mercenarios subsaharianos contratados- retomaran la ciudad petrolera de Ras Lanuf, durante el fin de semana los medios de comunicación oficiales informaron que el ejército había recuperado también la ciudad de Brega de manos rebeldes, y los tanques se encaminaban hacia Ajdabiya, el último enclave urbano de importancia en la ruta hacia Bengasi, donde los alzados han establecido su capital y la sede del Consejo Nacional.

En una de las apariciones pública, el mandatario arengó a sus seguidores, y prometió que “limpiaría” el país de rebeldes, sofocando la revuelta “casa a casa, calle a calle, hombre a hombre”, al tiempo que volvía a ratificar su decisión de “morir en Libia”. Mensajes que pueden implicar una larga y dura guerra, con una sangrienta represión contra los disidentes en el caso de ganarla.

Medios occidentales daban cuenta en la tarde de ayer, citando testigos presenciales, que los habitantes de la populosa ciudad de Ajdabiya habían comenzado un éxodo, huyendo hacia Bengasi y hacia la fronteriza ciudad de Tobruk, frente a la cercanía de las tropas que responden a Khaddafi.

En el plano regional, mientras europeos y norteamericanos siguen divididos sobre la manera de forzar el retiro del dictador, la iniciativa de establecer una zona de exclusión aérea sobre Libia propuesta por el presidente norteamericano Barack Obama, a la que se sumaron luego dirigentes europeos como el francés Nicolás Sarkozy y el británico David Cameron, recibió el crítico respaldo de la Liga Árabe.

En un comunicado dirigido al secretario general de la ONU, la organización regional, que ya expulsó a Libia de su seno, adhiere a la hipótesis de la Alianza Atlántica (OTAN) para proteger a los civiles de los bombardeos de Khaddafi. El coronel, por su parte, adelantó que considerará esa medida como una declaración formal de guerra.

Más protestas en Marruecos

Las declaraciones del monarca marroquí Mohamed VI, asegurando que promovería una reforma constitucional que aumentará los grados de democracia del país, no han sido suficientes para parar la protesta social que se viene incubando en el primer país del Magreb norafricano. Ayer, la policía antidisturbios del régimen monárquico embistió duramente contra las manifestaciones pacíficas de fuerzas progresistas y de islamistas moderados en Casablanca.

Los movilizados, que pedían “una constitución democrática y una monarquía parlamentaria”, fueron reprimidos frente a la sede del Partido Socialista, con un saldo de más de 130 heridos.

En Yemen, por otra parte, la oposición al presidente Ali Abdullah Saleh, que pide su renuncia tras más de tres décadas en el poder, sigue activa. Nuevas movilizaciones fueron reprimidas por las fuerzas policiales en la Universidad de Saná, en la capital del país, y en la ciudad de Aden y Mukalla, en el sur. Hasta ayer, la prensa local había informado de ocho muertos (entre ellos un niño de 12 años) y decenas de heridos como resultado.

Por último, en el vecino sultanato de Omán, el sultán Qabus ibn Said, que gobierna el país desde hace 41 años por decreto, anunció reformas tras el arribo de la revuelta árabe al país.

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El “renacimiento” árabe y el modelo turco (05 03 11)

El “renacimiento” árabe y el modelo turco

Por Nelson Gustavo Specchia

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Con los primeros días de este año 2.011 comenzó un proceso político que –a estas alturas ya parece claro- viene a transformar todo el mapa geopolítico mundial en una nueva dirección. La caída de la autocracia tunecina de Zine el Abidine ben Ali, el pequeño gran disparador de toda la revuelta, y la velocísima desestructura del régimen egipcio de Hosni Mubarak, sentaron las bases de una ola que, con una fuerza expansiva inaudita y un alcance largo, ha comenzado a mover todas las fichas del tablero árabe, esa larga línea de 8.000 kilómetros de costas, desde Marruecos hasta Omán, cruzando todo el norte de África y englobando el Oriente Medio asiático.

La insurrección de Libia contra Muhammar el Khaddafi, una revuelta que asciende en espiral en estos días, es el último coletazo de este sismo regional, que a cada paso demuestra su buena salud y su ímpetu: lejos de agotarse en Trípoli, es capaz de extenderse, con la velocidad y la profundidad manifestada en los primeros días de enero, hacia las sociedades vecinas, diferentes todas en su especificidad, pero también emparentadas todas por la lengua y la obediencia al Profeta.

Pienso que, con propiedad, podemos hablar ya de un “renacimiento” árabe, asemejándolo con aquel proceso vivido por Europa hacia fines del siglo XV, después de los mil años largos en que el viejo continente transitó la calma medieval tutelada por la iglesia católica y la cercanía entre verdad religiosa y normas políticas.

Las distancias a salvar entre ambos procesos son tan grandes que, claro está, mi afirmación sólo intenta ser referencial. Pero remarco que uno de los elementos que habilitaban hasta ahora el apoyo estratégico de los países occidentales (concretamente, de la Unión Europea y los Estados Unidos de Norteamérica) a regímenes fuertes en el mundo árabe, haciendo caso omiso de los déficit democráticos vergonzantes y de las sistemáticas violaciones a los derechos humanos, era la argumentación que estos gobiernos pseudo dictatoriales eran la única garantía ante la posibilidad del avance del radicalismo islámico y el yihadismo. Con un tono menos enfático, también se admitía que los autócratas eran los mejores socios al momento de asegurar la provisión de petróleo.

Pero, sin embargo, en las plazas tunecinas como en los históricos 18 días de la plaza Tahrir de El Cairo, se coreaban consignas en pro de la libertad política, de la dignidad, de la participación y la democracia, de apertura y de transparencia. En definitiva, mutatis mutandis, de algo muy parecido a aquello que llevó a la modernidad renacentista en las ciudades europeas.

Y tanto en Túnez y Egipto ayer; como en la insurrección en Libia hoy; y quizá en Bahrein, Yemen, Marruecos, Algeria, Jordania, Líbano, Siria o Palestina mañana, la experiencia política que se mira con más atención es la de Turquía.

El fantasma de los ayatollahs

Acostumbrados al discurso de la contención del islamismo, dominante en la política internacional hacia la región durante el siglo XX, los primeros análisis sobre la revuelta en Túnez y Egipto miraron hacia Irán. La revolución de 1979 que derrocó a los Pahlevi también tuvo unos orígenes heterogéneos, donde los diferentes colectivos marchaban juntos, aunque los objetivos de unos tuvieran poco que ver con los de los otros. En esa efervescencia, los grupos laicos llegaron a tomar la conducción de Teherán. Pero entre las diferencias que separan el proceso persa del que hoy vive el mundo árabe, resalta que en aquel había una figura que concentraba el pulso revolucionario, el ayatollah Ruhollah Khomeini. Astuto y dueño de una fina inteligencia política, Khomeini se percató del espíritu laicista que predominaba en el alzamiento popular, y en lugar de ocupar él u otro clérigo el centro del proceso, promovió a un laico para encabezar el gobierno de transición. Pero sólo le permitió una corta estancia, a los siete meses el Comité Revolucionario, bajo su férula personal, establecía la República Islámica, teocrática y conservadora.

Hoy, no sólo que ninguna figura comparable a un Khomeini asoma entre los partidos islamistas que lentamente comienzan a asomar la cabeza a la superficie, luego de décadas de censura y proscripción. Sino que el énfasis no es teocrático, ni pasa por la defensa de la ley religiosa, la sharia, en la regulación de la vida social. El modelo es otro, el camino es el que siguieron los turcos.

La vía turca

Aunque sí es cierto que, en los tiempos de la descolonización, con los movimientos nacionalistas, socialistas y panarabistas campeando a sus anchas, el sentimiento religioso buscó sus propios causes. Los Hermanos Musulmanes, fundados por Hassan al Banna en Egipto, se convirtieron en un primer momento, junto al wahabismo saudí, en el útero desde el cual nacieron los movimientos yihadistas radicales. De hecho, el lugarteniente de Osama ben Laden, Aymman al Zawahiri, ideólogo de Al Qaeda, proviene del núcleo originario de los Hermanos Musulmanes egipcios.

Sin embargo, además de esta línea que optó por las reivindicaciones violentas, otra corriente, en vez de mirar hacia el wahabismo de Arabia Saudita, se siente mucho más cómoda con la Turquía actual. Allí, donde después de un proceso de desgarro con el califato imperial otomano (que, como en la edad media europea, acercaba peligrosamente la fe y la política) y de una secularización a rajatabla impuesta por Mustafá Kemal, Atatürk, hoy se está logrando un nuevo equilibrio. Una combinación original entre principios republicanos y democráticos, y práctica religiosa musulmana, de la mano del partido islamista moderado que conduce el premier Recep Tayyip Erdogan: la modernidad, las libertades políticas, y el respeto cultural a la especificidad religiosa musulmana, todo junto,

Además de la profundidad del cambio cultural que implicará en el futuro próximo el reordenamiento de todo el mapa geopolítico árabe, si llega a primar la vía turca en la salida de las revueltas de este nuevo “renacimiento” árabe, esa opción enviará un mensaje potentísimo: la democracia representativa, la libertad y la organización institucional republicana no es patrimonio exclusivo de las sociedades modernas, cristianas y secularizadas, de Occidente.

Y este mensaje general, para la Unión Europea tendrá también una posdata particular: no fue una buena idea poner tantos palos en la rueda del ingreso de Turquía a la organización continental. Ahora quizá ya ni quiera entrar, ocupada como estará en gestionar su ascendencia en la marcha de un proceso regional extensísimo y multitudinario, que podría llegar a abarcar una superficie de trece millones de kilómetros cuadrados (más grande que los Estados Unidos, que Europa, y aún que la gigante China), asentada sobre un mar de petróleo, y habitada por unos doscientos millones de almas. Así de importante.

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Esperando la caída del faraón

Esperando la caída del faraón

Cientos de miles acampan en la plaza Tahrir, Mubarak se queda solo

 

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Mujeres de Egipto (foto ® Leil-Zahra Mortada)

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Las versiones sobre el número de personas movilizadas hasta la céntrica plaza Tahrir de El Cairo fluctúan entre los cien mil y los dos millones, según quién respalde la noticia; pero más allá del exacto conteo de la concurrencia, Egipto vive desde ayer la más multitudinaria concentración popular de su historia reciente, reunida para pedir la renuncia del presidente, el general Hosni Mubarak, de 82 años, 30 de los cuales ha permanecido en el poder.

Desde muy temprano las calles cairotas comenzaron a poblarse de manifestantes en columnas que convergían en la enorme explanada, que se saltaban el toque de queda impuesto por las autoridades en el octavo día de una rebelión popular, que estalló al hilo de las protestas en el Magreb luego de que en Túnez se iniciara una insurrección que tumbó al presidente Zine el Abidine ben Ali.

La revuelta egipcia, que intentó ser reprimida por las secciones antimotines de la policía en un primer momento, tomó fuerza al ocupar el ejército las calles.

La cúpula de las fuerzas armadas, una institución que goza del respeto popular en Egipto, declaró que los motivos de los manifestantes eran “legítimos”, por lo cual los militares defenderían “la libertad de expresión”, esto es, no reprimirían violentamente a los ciudadanos movilizados.

Luego de este viraje en la postura de los uniformados, que provocaron escenas de solidaridad de hombres y mujeres en los tanques y camiones del ejército en medio de las protestas, comenzó a dibujarse un panorama real de cambio en la estructura de gobierno, ya que nadie puede suponer que Mubarak vaya a seguir aferrado al poder sin el respaldo crítico de las fuerzas armadas, auténticas valedoras y sostenedoras de todo el sistema, desde que el Movimiento de Oficiales Libres derrocara al rey Faruk y a la monarquía, en 1952.

A pesar de la contundencia de la marcha de la víspera, y de que algunos medios occidentales presentes en la capital egipcia informasen de que muchos manifestantes estaban instalando tiendas, para permanecer toda la noche en la explanada a pesar del toque de queda, el gobierno permanecía –hasta el cierre de esta edición- intentando algunas medidas para sortear el planteo multitudinario.

Los usuarios de las redes sociales de Facebook y Twitter ofrecen canales alternativos para que los egipcios puedan acceder a la Internet, ya que el servicio de la web, así como el de los teléfonos celulares, sigue restringido. La televisión estatal, muy controlada, apenas si ha mostrado alguna imagen de las protestas. Y algunas versiones sostenían que se estarían preparando contra-manifestaciones de apoyo a Mubarak, lo que podría provocar enfrentamientos con la multitud acampada.

Hasta el momento, y a pesar de que las organizaciones humanitarias cifran en cerca de 300 las víctimas mortales de los disturbios, la violencia masiva no ha estallado en la revuelta; ayer, eran los propios manifestantes los que controlaban el ingreso a la plaza, para que no se introdujesen armas u objetos que alteraran ese clima pacífico.

Si bien la revuelta sigue sin un liderazgo claro, los diversos sectores opositores (incluidos los islamistas de los Hermanos Musulmanes) han coincidido en nombrar al científico Mohammed el Baradei como el interlocutor ante el gobierno.

El Baradei, sin embargo, ha dicho que no dialogará mientras Mubarak no renuncie. Frente a la muchedumbre agolpada en la plaza, El Baradei dijo ayer que Mubarak debería dejar el gobierno y abandonar el país antes del viernes, para permitir una transición ordenada.

Un comunicado oficial anunció que el presidente se dirigirá a la Nación en algún momento del final de la jornada.

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Túnez, un gobierno de 24 horas (18 01 11)

El gobierno de transición se cae en Túnez empujado por la protesta

La movilización popular exige que los cambios políticos sean reales

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TÚNEZ.- La clase política tunecina ha intentado una cierta continuidad al interior de ella misma, después de que la semana pasada huyera el ex presidente Zine al Abidine ben Ali, pero estos cambios de maquillaje han sido rechazados.

El primer ministro del régimen de Ben Ali desde 1999, Mohammed Ghannuchi, se hizo cargo del Ejecutivo inmediatamente, pero no pudo jurar como nuevo jede de Estado, se impuso el presidente del Parlamento, Fued Mebaaza.

De esta manera, se preservaban las formas de la sucesión, pero en el fondo el partido político Ben Ali, que ha retenido el poder los últimos 23 años, seguía manejando las riendas del gobierno: a ese partido –la Asamblea Constitucional Democrática, ACD- pertenecen tanto Mebaaza como Ghannuchi.

Además, cuando se formó el gobierno “de unidad nacional” para la transición, los ministerios principales fueron ocupados por políticos pertenecientes a este mismo partido.

El presidente Mebaza, junto al primer ministro Ghannuchi anunciaron de inmediato que todos los partidos proscriptos serían legalizados, los presos políticos liberados, y se convocaría a elecciones en seis meses.

Pero la movilización popular no les cree, y considera que debe disolverse el “partido del régimen” para que los cambios no sean sólo cosméticos y alcancen transformaciones reales.

Ayer, apenas constituido el nuevo Ejecutivo, cayó por la presión de las protestas. Tres ministros relacionados con la central obrera UGTT renunciaron (Anuar Ben Geddur, de Transporte; Hussine Dimassi, de Trabajo; y Abdeljelil Bedoui) y también el ministro de Salud, Mustapha Ben Jaafar.

Para frenar la crisis, Mubaaza y Gannuchi anunciaron que abandonarán su afiliación al partido de Ben Ali, en medio de nuevas protestas contra la permanencia de hombres de confianza del presidente derrocado, “se ha ido Alí Babá, ahora deben irse los 40 ladrones”, coreaban ayer en las movilizaciones.

Por otra parte, la expansión regional de la crisis de Túnez se agrava, y sectores opositores están intentando introducir una movilización similar en Egipto, para terminar con los 30 años de autocracia de Hosni Mubarak, que con 82 años ha anunciado que se presentará nuevamente en las próximas “elecciones” de septiembre.

Los hombres que se prenden fuego, emulando el sacrificio de Mohammed Buazizi en Túnez, son la punta de lanza de la protesta social. Ayer un joven abogado desocupado, Ahmad Hashem, murió en Alejandría, tras rociarse de gasolina y prenderse fuego.

Otros dos bonzos se incendiaron en El Cairo y un cuarto en Ismailiya. Las cuatro inmolaciones, y los casos similares de Mauritania y Argelia, mantienen un estado de crispación popular que puede cambiar toda la estructura política de los países de África del Norte.

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Bonzos en el Magreb (17 01 11)

Los sacrificios individuales encienden las revueltas en el Magreb

El caso tunecino de transición a la democracia genera entusiasmo popular

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TÚNEZ.- El inaudito proceso político abierto el viernes de la semana pasada, con la huída del ex presidente de Túnez, Zine al Abidine ben Ali, continúa profundizándose e impactando cada vez más fuerte en la región.

La transición política parece avanzar hacia una democratización real del sistema, lo que la convertiría en la primera experiencia exitosa de un movimiento surgido de la sociedad civil en la colectividad de naciones árabes.

Los primeros pasos dados por el gobierno de transición apuntan a desbloquear la participación política de los sectores marginados por la autocracia impuesta durante 23 años por Ben Ali.

En la víspera se anunció que tres destacados líderes de la oposición, hasta ahora censurados, entrarán a formar parte del nuevo gabinete. Se trata de Mustafá Ben Jaafar, del Frente Democrático por el Trabajo y las Libertades, Ahmed Ibrahim, del partido Ettajdid, y de Najib Chebbi, del Partido Democrático Progresista.

En la misma línea, se anunció la desaparición del ministerio de Información, sede de la virtual policía ideológica del régimen. A pesar de las buenas perspectivas para la transición democrática que este tipo de políticas anuncian, la movilización popular no ha disminuido.

Observadores occidentales adjudicaban la responsabilidad de algunas acciones violentas, como el saqueo e incendio de supermercados, a cuerpos de policía afines al depuesto presidente.

Luego de un intento de continuidad del régimen en los primeros momentos tras la huída de Ben Ali, el Parlamento forzó la toma de posesión, de manera interina, del dirigente legislativo Fuad Mebaza.

Mebaza, junto al primer ministro, Mohammed Ghanuchi, aseguraron que todos los partidos políticos hasta hoy proscriptos serán legalizados y podrán concurrir libremente a las elecciones que se convocarán en seis meses, y antes de las elecciones todos los presos de conciencia serán liberados de las prisiones.

Mebaza y Ghanuchi aseguraron, además, que comenzará un proceso de investigación de las denuncias de corrupción. Por otra parte, la revuelta tunecina no deja de expandirse hacia los demás países del norte de África, que comparten muchas de las características que incendiaron la mecha en el pequeño país del Magreb.

En Egipto, a pesar de las consideraciones despectivas del presidente Hosni Mubarak acerca del nulo “peligro de contagio”, ayer un hombre se prendió fuego al estilo bonzo en las puertas del Parlamento, en protesta contra una medida del gobierno sobre el pan subsidiado.

Gestos que emulan el sacrificio del joven Mohammed Buazizi, con el que comenzó la revuelta en Túnez, también se registraron en Argelia y en Mauritania.

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Túnez, la novedad africana (16 01 11)

El Norte de África se convulsiona tras la revuelta popular en Túnez

No cesan los disturbios luego de la huída del presidente Ben Ali a Arabia

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TÚNEZ.- La primera revuelta social espontánea que vive un país árabe desde los procesos de independencia ya impacta en la región del Magreb, el conjunto de países apenas formalmente democráticos de la costa sur del Mediterráneo.

El viernes, acorralado por las protestas, el presidente de Túnez, Zine al Abidine ben Ali, y su esposa Leila, del influyente clan Trabulsi, huyeron en un avión. Francia e Italia les negaron asilo, tampoco encontraron aceptación en Qatar, y finalmente lograron aterrizar en Arabia, donde Ben Ali conserva buenas relaciones con la familia Saud, propietaria del país.

Su huída, sin embargo, no ha frenado las movilizaciones y protestas. La revuelta estalló hace un mes, el 17 de diciembre pasado, cuando un joven informático, Mohammed Buazizi, se prendió fuego en protesta por la brutalidad policial, que le había derribado su carrito de verduras, a lo que se dedicaba empujado por la desocupación.

La inmolación de Mohammed prendió la mecha social, tras lo cual el colectivo de “hackers” de la red Anonymous hizo colapsar las webs del régimen, aumentando su aislamiento.

El presidente, que ocupó el poder durante 23 años, había dado una imagen internacional de equilibrio y bienestar, por lo que la revuelta dejó descolocados a los organismos multilaterales, especialmente a la Unión Europa (UE), que lo apoyaba sin fisuras, y al Fondo Monetario Internacional (FMI), que ofrecía el ejemplo de Túnez como un modelo a seguir en los países del Magreb.

La movilización ha develado otra realidad, un país sometido y empobrecido, controlado por un aparato de policía ideológica, con un gobernante autocrático y cooptado por el entorno megalómano del clan familiar de su esposa.

Las características de esta revolución democrática, inédita en todo el mundo árabe, pueden derivar en una ampliación democrática real.

En la región, donde los vecinos de Túnez comparten muchos de los elementos que terminaron desencadenando la movilización social que tumbó al régimen, ha comenzado una serie de protestas similares.

En la vecina Argelia un hombre desempleado se prendió fuego, siguiendo el extremo recurso del joven Mohammed Buazizi, y las manifestaciones que siguieron han sido sofocadas por la policía, de momento.

El gobierno libio de Muhammar el Khadaffi cerró los accesos a internet, especialmente a los videos de YouTube donde pueden verse imágenes de la revuelta tunecina.

En Yemen y en Jordania también hubo movilizaciones de estudiantes y sindicalistas, mientras el gobierno de Egipto indicó, significativamente, que no hay “temores de contagio” de la protesta social procedente de Túnez.

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