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El portazo de Cameron (16 12 11)

El portazo de Cameron

por Nelson Gustavo Specchia

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Los ingleses lo han vuelto a hacer. Cuando la tensión de la crisis económica llevó al máximo estiramiento de la cuerda, y todo el proceso de integración de Europa tras un largo medio siglo se puso al borde del abismo, los británicos recurrieron a la flema de su singularidad y el premier conservador David Cameron le pegó un portazo al “Continente” en la última cumbre de emergencia reunida en Bruselas.

Y no hay lugar para los equívocos: no se trata de un berrinche más, apoyado en esa singularidad cultural hipotéticamente alejada de las costumbres del resto de Europa, como la utilización del sombrero bombín por los elegantes hombres de negocios de la City, el manejar por la izquierda, el mantener un sistema de pesas y medidas medieval o hacer del té de las cinco de la tarde un rito pagano.

No, el portazo de Cameron va mucho más allá de las particularidades –ya medio hilarantes- del folk londinense, y se encuadra en una cosmovisión transgeneracional (e inclusive interpartidaria) de la clase política inglesa: aquella que sostiene que una Europa sólidamente unida –ya sea a nivel estructural de las organizaciones, o en el más líquido acuerdo de estrategias comunes- constituye un peligro potencial para las Islas Británicas. Esté abanderada esa ligazón continental por la dinastía de los Habsburgo, por Napoleón Bonaparte o por Adolf Hitler, como alguna vez en el pasado; o bajo la bandera azul con la corona de estrellas doradas de la Unión Europea de hoy.

Y si ese aumento en la integración, estructural o coyuntural, proviene de un plan conjunto franco-alemán, como el nuevo pacto fiscal negociado en la cumbre de Bruselas, el peligro que perciben los ingleses se exacerba.

El portazo de Cameron, al ser el único que queda afuera de los nuevos acuerdos de los países de la eurozona y todos los demás socios comunitarios, es considerado un extremo, ni siquiera la Dama de Hierro, con sus nítidas posturas anti europeas, se había animado a tanto. Pero esto se debe a que también las condiciones que transita el proceso de integración son inéditas.

Mal que les pese a los europeístas “progres”, la conclusión de Herman van Rompuy, el belga presidente permanente del Consejo Europeo, es una dura realidad: en la cumbre de la que Cameron retiró a su país se refundaba la Unión Europea sobre la base del pacto fiscal propuesto por la dupla Ángela Merkel-Nicolás Sarkozy, o se apagaba la luz y se bajaba la cortina.

No hay “plan B” desde el momento en que el liderazgo continental, ya homogéneamente dominado por los partidos y las administraciones conservadoras, decidió atender a las exigencias de los mercados financieros globales y de las agencias calificadoras de riesgo, y optó por políticas de restricción de los gastos públicos, contracción de las economías y achicamiento del Estado.

CABALLITO DE TROYA   

En aquellos tiempos primeros de la organización continental, cuando todavía no se hablaba de Unión Europea sino simplemente de Comunidades Económicas, el viejo general De Gaulle argumentaba que había que dejar afuera a los británicos.

Que siguieran usando sus sombreros bombín y conduciendo por la izquierda entre el humo de Londres (todavía había mucho smog en los años cincuenta, cuando el grueso de la calefacción de la capital británica funcionaba a carbón), decía el líder francés.

Y el peso de su argumento ha sido recordado periódicamente en el último medio siglo: si entran los ingleses, será para frenar la profundización del proceso de integración.

Los acusaba de ser el Caballo de Troya de Washington, ya que la alianza especial de los británicos con su ex colonia de este lado del Atlántico posibilitaría que los lineamientos estratégicos de los norteamericanos –en aquel contexto de división bipolar del mundo y en un clima de guerra fría- entraran a Europa por la puerta londinense.

Y algo de todo eso hubo durante estos años, a múltiples niveles.

De las dos grandes posibilidades de avance del proyecto de integración en el Viejo Continente (el avanzar hacia una confederación de países, o limitarse sólo a un mercado común), cuando los británicos ingresaron –tardíamente, en 1973- siempre empujaron las pesas para que no se llegara a hablar de cesiones de soberanía nacional y los acuerdos quedaran reducidos a la órbita económica.

En los tiempos ultraliberales de la señora Margaret Thatcher, Londres logró doblegar la voluntad integracionista inclusive dentro de estos parámetros puramente económicos, y condicionó la aprobación de los presupuestos de la organización a la devolución del “cheque británico” (el porcentaje de devolución de los aportes realizados por no participar de los beneficios proteccionistas de la Política Agrícola Común).

Como decía arriba, esta actitud hacia Europa atraviesa las generaciones, pero también las gestiones de los diferentes partidos: cuando llegó el turno de la “tercera vía” laborista de Tony Blair, que se declaraba “un europeísta apasionado”, no solo se mantuvo el “cheque británico” tharcheriano, sino que se siguió rechazando el euro para mantener la libra esterlina como moneda nacional. Europeísmo, ma non troppo.

David Cameron, a diferencia de su predecesor laborista, ni siquiera intentó nunca escenificar un amor por Europa que no siente. Además, sabe que al interior de su partido, entre los “tories”, el euroescepticismo es moneda corriente.

El argumento que el premier conservador utiliza para dar otra vez la espalda a Europa es fuerte: preservar a toda costa el poder financiero de la libra esterlina, en un momento en que la moneda común europea sufre el más despiadado ataque de los mercados externos. Además, Cameron dice que el sector financiero inglés (la tan mentada y sacrosanta City) representa un 30 por ciento del producto bruto nacional de las Islas; (esa City representa el 36 por ciento de la industria mayorista de la banca de la Unión Europea, y el 61 por ciento de las exportaciones netas de servicios financieros internacionales).

Cameron ni mencionó, en su defensa ante el pleno de los Comunes, las razones políticas de la antipatía hacia los mayores grados de integración continental, no las necesita: el peso de los argumentos económicos difícilmente encuentre muchos detractores entre los diputados, inclusive entre los de la oposición.

El único que amagó con un tímido gesto de protesta fue su socio en la coalición de gobierno, el liberal-demócrata Nick Clegg. Se retiró de los Comunes y dejó vacío su sitio en el banco verde del oficialismo; al día siguiente afirmó en la prensa que el Reino Unido salía debilitado de la jugada de Cameron en la cumbre europea.

Ya que el socio del primer ministro lo hacía desde el oficialismo, el líder de la oposición y del Partido Laborista, Ed Miliband, también saltó a la palestra y pidió que el gobierno volviera a negociar con los restantes socios de la Unión Europea.

Pero los periódicos del magnate Rupert Murdoch –adalides del euroescepticismo inglés- salieron a respaldar sin fisuras al premier, y a recordarles a sus críticos que el portazo a Bruselas es acorde al sentimiento popular mayoritario. Miliband no ha hecho más declaraciones, y Clegg volvió a su sitio en el banco verde de los Comunes, en Westminster.  

LOS BENEFICIOS DEL TÉ

Pero cuidado, porque la gravedad de la crisis y el estentóreo desplante de Cameron pueden llevar a un equívoco aún mayor: Europa sin Londres nunca estará completa.

El euroescepticismo es una grave enfermedad cultural, que en un pasado para nada remoto llevó a alejamientos y a tensiones para conseguir la supremacía continental. Sin excepciones, y durante siglos, esas tensiones terminaron resolviéndose a cañonazos.

La mayor conquista del proceso de integración ha sido conjurar la explosión guerrera de las rivalidades políticas europeas, que en dos oportunidades durante el siglo XX acarrearon detrás del ellas al resto del mundo.

Y para que ese equilibrio se siga manteniendo, Gran Bretaña no puede alejase definitivamente del centro del proceso de integración.

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[Hoy Día Córdoba – Periscopio  – Magazine – viernes 16 de diciembre de 2011]

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«Murdoch es pirata» (y no es de Belgrano, eh) (13 07 11)

El escándalo por espionaje complica al gobierno inglés

Cameron rectifica y limitará la expansión de los medios de Rupert Murdoch. El ex premier Gordon Brown sostiene que los diarios del grupo utilizaron «criminales» y «piratas»

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El paulatino conocimiento de la pinchadura de teléfonos, hackers de correos electrónicos, contratación de espías y sobornos de funcionarios que practicaron habitualmente los medios de prensa del magnate australiano-estadounidense Rupert Murdoch, está haciendo temblar la vida política británica.

Esta semana, la coalición de gobierno se partió, al separarse los liberal-demócratas socios del primer ministro conservador David Cameron, y votar junto a la oposición laborista una demanda al gobierno para que agilice una investigación a fondo sobre la operatoria de los medios de Murdoch para conseguir datos privados –e inclusive información calificada de gobierno-, y para que frene la adquisición de la principal señal de cable inglesa, BSkyB, un negocio que contó con la aprobación preliminar de Downing Street.

Murdoch, a quien se conoce en Inglaterra como el “gran elector”, por su capacidad de influir mediante las líneas de opinión de sus periódicos y su relacionamiento personal con el poder, en los candidatos a jefes de gobierno desde hace décadas, había reaccionado al escándalo cerrando el semanario News of the World, una de las cabeceras de su grupo con mayor tirada, pero donde se habían centrado las denuncias de espionajes y sobornos.

El cierre del tabloide, sin embargo, no había frenado sus intenciones de adquirir el canal de cable británico; pero en la víspera el ex premier laborista Gordon Brown se sumó a las acusaciones, afirmando que estos medios de prensa habían contratado “criminales” para sustraer información confidencial sobre su familia y sus finanzas cuando estaba al frente del Ejecutivo. El hijo de Brown, Frazer, tiene una enfermedad compleja (fibrosis quística), y uno de los diarios del grupo –The Sun- publicó la noticia en exclusiva en 2006. El dato se había obtenido por contratación de espías.

Muchos otros personajes famosos, funcionarios, soldados y hasta miembros de la familia real británica fueron espiados de igual manera.

El gobierno de David Cameron decidió ceder a la presión social, y apoyará el freno de la operación de compra del canal satelital BSkyB en la sesión de la Cámara de los Comunes de hoy.

¿Espías en América?

La política de globalización de negocios ha sido una de las claves del éxito empresario de Rupert Murdoch. Sus medios de prensa, televisión, cine, edición de libros y publicidad, están prácticamente en todo el mundo.

Pero esa ventaja puede convertirse ahora en una amenaza, porque el escándalo surgido en Inglaterra podría cruzar el Atlántico.

Ya hay presentaciones ante la justicia norteamericana, donde asociaciones de ciudadanos solicitan se investigue si las prácticas de espionaje y soborno puestas en práctica por los medios del grupo en Gran Bretaña, también se dieron en América.

En los Estados Unidos se concentra la mayor cantidad de medios de Murdoch, entre ellos algunas de las principales cabeceras internacionales, como el canal televisivo Fox News, los diarios Wall Street Journal y The New York Post, y la productora cinematográfica 20th. Century Fox.

El espionaje practicado en Inglaterra, inclusive, podría ser un grave delito en Estados Unidos.

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¿Quién le pone el cascabel a Murdoch? (12 07 11)

La política inglesa escandalizada por las escuchas de la prensa

El gobierno creará un nuevo órgano independiente para que regule los medios        

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Una inédita crisis política se ha desatado en Gran Bretaña por la revelación de los métodos ilegales de obtención de información de los medios del millonario Rupert Murdoch.

Lo que comenzó la semana pasada como un nuevo escándalo habitual en la prensa sensacionalista, ha terminado por impactar en el gobierno e inclusive en el Palacio de Westminster, donde hasta el príncipe Guillermo, sucesor del trono, y su esposa, Kate Middleton, fueron espiados.

El centro del escándalo gira en torno News of the World, uno de los medios de mayor tirada del imperio informativo de Murdoch, que factura, en conjunto, más de 23.000 millones de dólares por año. El grupo (que integran medios como Fox News, National Geographic Channel, The Wall Street Journal, The Times, The New York Post, y el gigante editorial Harper Collins, entre otros) estaba realizando gestiones para adquirir también el canal británico BSkyB.

La revelación de que el periódico The News of the World pinchó teléfonos y realizó escuchas ilegales violando la privacidad de unos 4.000 famosos, políticos, víctimas de atentados y delitos, así como familiares de soldados muertos en Afganistán e Irak, ha paralizado la operación de compra del nuevo canal por parte del magnate, y ha terminado salpicando al gobierno de David Cameron. Sus socios liberal-demócratas se unieron a la oposición laborista para exigir límites a la injerencia de la prensa y una investigación del espionaje.

Murdoch, desde su residencia en Estados Unidos, decidió cerrar el semanario para frenar la censura social, pero no renuncia a comprar el BSkyB.

Para frenar el golpe contra su Administración, el primer ministro ha anunciado la creación de un nuevo ente, formado por técnicos independientes, que se encargará de iniciar una investigación para conocer los reales alcances de los métodos de espionaje, y que luego permanecerá como organismo encargado de regular el funcionamiento de los medios de prensa y sus intenciones monopólicas. Una medida insólita en el contexto político británico, y más aun impulsada por un gobierno conservador.

El cerco político al multimillonario, en todo caso, deberá probar su eficacia, ya que Rupert Murdoch ha sido en las últimas décadas uno de los más influyentes decisores en la política inglesa, tanto por el poder de su imperio mediático para imponer opiniones, como por su afinidad personal con la primera plana del poder: apoyó a Margaret Thatcher; cortó la carrera del laborista Neil Kinnock; más tarde decidió apoyar a Tony Blair; y luego ayudó a encumbrar al actual premier Cameron.

Habrá que ver de qué manera el gobierno logra ponerle límites a semejante lobby.

 

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Londres en huelga (01 07 11)

Multitudinaria huelga contra el ajuste económico en Inglaterra

Los trabajadores ingleses se suman a la protesta griega, y vienen los italianos        

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LONDRES.- Desde los días de Margaret Thatcher, cuando la líder conservadora cerró las minas de carbón, Londres no vivía una protesta como la de ayer, que ocupó la City financiera, Whitehall –donde se ubican los ministerios- y la zona de la residencia del primer ministro, Downing Street.

Las columnas apoyaban la huelga general contra la reforma jubilatoria del premier David Cameron.

Los principales sindicatos de empleados públicos, y los gremios de maestros y profesores, estuvieron a la cabeza de la convocatoria, y lograron reunir a más de 700.000 personas. Las concentraciones en la capital fueron multitudinarias, pero también se replicaron en las principales ciudades del interior, como Cardiff y Liverpool. En Escocia el índice de acatamiento fue levemente menor.

La huelga intenta poner palos en la rueda del temerario plan de recortes al gasto público diseñado por el gobierno, donde uno de los principales capítulos apunta a las jubilaciones y los seguros de retiro. Cameron planea elevar la edad jubilatoria, y recalcular las asignaciones, que implicará mayores aportes y que los futuros jubilados cobrarán montos menores, a valores constantes, que la actual clase pasiva.

El premier conservador, que ya ha tenido que dar marcha atrás en otros planes liberalizantes que traía en cartera, como la reforma educativa y la del sistema judicial, declaró ayer que las negociaciones para adecuar las jubilaciones a las nuevas condiciones que impone la crisis económica no están cerradas, y que existe margen de maniobra; por lo que juzgó “precipitada” la medida de fuerza gremial.

Sin embargo, a renglón seguido sostuvo también, como lo vienen haciendo los dirigentes de los distintos países europeos, que “no hay alternativas” a un ajuste del gasto público, y que “el sistema de pensiones está en peligro de quebrar”.

Por su parte, el premier italiano Silvio Berlusconi intenta aprobar por decreto un ajuste de 47 millones de euros en el presupuesto, supuestamente para blindar a la península de un probable contagio de la crisis que vive Grecia.

Los líderes sindicales ya anticiparon su oposición al proyecto del mandatario, con lo cual las huelgas volverán a la ribera sur del Mediterráneo.

 

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Enterrar a Blair (01 10 10)

Enterrar a Blair

por Nelson Gustavo Specchia

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Esta semana, el congreso del Partido Laborista británico generó una de las novedades internacionales menos previsibles, al pegar un golpe de timón hacia la izquierda, recuperando un discurso y una perspectiva política que habían sido desplazados durante más de una década del escenario ideológico inglés, tras la irrupción de Tony Blair y su pragmático “Nuevo Laborismo”.

La aparición de Blair –joven, carismático, de sonrisa perpetua- recuperó el poder para los laboristas en 1997, tras los largos y duros años de ajuste estructural en la economía británica implementados por los conservadores “tory” al comando de Margaret Thatcher. Pero precisamente la herencia de ese tiempo de ajustes, alineación a las “reaganomics” norteamericanas, cierre de minas de carbón en el interior de las Islas y privatización de los servicios públicos, con su impacto tan fuerte en las clases medias, hicieron que Tony Blair concibiera una estrategia de llegada al poder mediante un corrimiento del laborismo al centro del espectro ideológico, dejando a un lado las grandes aspiraciones sociales, las reivindicaciones de los sindicatos obreros, y los ideales igualitaristas del viejo partido de la izquierda inglesa.

PAX ET BONUN

El “Nuevo Laborismo” consistió en eso, en un viaje al centro mediante la renuncia –a veces insinuada, a veces expresa, o simplemente soslayada- a las maximalistas reivindicaciones económicas y sociales del partido. Como una consigna franciscana (el primer ministro, efectivamente, se terminaría convirtiendo en secreto al catolicismo) el giro en el discurso de Tony Blair tuvo un efecto sedante, fue un “paz y bien” aplicado a una sociedad muy maltratada y a la que se le había exigido un esfuerzo grande durante veinte años.

Así, tras aquella contundente victoria de 1997 sobre el “tory” John Major, Blair comienza el viraje al centro abriendo dos frentes: la recuperación de la armonía social, con iniciativas concretas para terminar con la violencia nacionalista y separatista –regional, lingüística y religiosa-; y un conjunto de reformas denominadas de “nueva economía”, supuestamente destinadas a paliar los efectos más devastadores de los ajustes neoliberales del thatcherismo, pero que muy rara vez lograron traspasar el plano del mero discurso.

En el escenario del mejoramiento de las condiciones para la paz social es donde el “Nuevo Laborismo” tuvo sus aciertos más sonados, con la adecuación y la delegación de facultades legislativas y administrativas a los colegios parlamentarios regionales de Gales, en el sur, y de Escocia. En este camino, lo que parecía impensable apenas unos años antes, se hizo realidad en 1998, cuando los católicos del Ejército Republicano Irlandés (IRA) y los protestantes irlandeses unionistas, celebraron, bajo la batuta de Tony Blair, los Acuerdos de Viernes Santo con que terminó la guerrilla separatista y comenzó una cohabitación entre ambas facciones, que sigue siendo al día de hoy un ejemplo de política internacional a imitar.

Estos primeros pasos le dieron al “Nuevo Laborismo” una segunda victoria, en 2001, e inclusive una tercera, en 2005, aunque ya para entonces no estaba tan claro cuál era el rumbo de un gobierno supuestamente progresista, que no había llevado adelante las promesas de una “nueva economía” anunciadas originalmente; que no se había acercado a la Unión Europea –aunque el premier se declarara un “europeísta convencido”- más de lo que lo había hecho la euroescéptica (y ahora baronesa) Lady Thatcher; que había impuesto una reforma sanitaria que impactaba fuertemente en los colectivos más vulnerables y que, a nivel global, se acercaba cada día más acríticamente, al gobierno de derechas estadounidense del republicano George Bush (junior).

NADA NUEVO BAJO EL SOL

Y entonces llegó la invasión a Irak decidida por Bush (junior) al margen de las Naciones Unidas y contra la opinión pública internacional –especialmente la europea, que generó las manifestaciones populares más multitudinarias de los últimos tiempos- y Tony Blair dio el paso en falso que le costaría el gobierno y el liderazgo del laborismo. Al llamado del presidente norteamericano, se reunió con él en la Cumbre de las Azores, en soledad (salvo la previsible presencia del conservador español José María Aznar) y en contra de toda la trayectoria histórica del Partido Laborista.

El escándalo de Irak, el ahorcamiento de Saddam Hussein, las supuestas armas atómicas que nunca aparecieron, la condena de la comunidad internacional, el aislamiento británico en el seno de la Unión Europea, los atentados islamistas en el metro de Londres, la “nueva economía” que no aparecía por ningún lado, la inflación incontenible, y el aumento constante del desempleo, avejentaron de golpe a un Blair que parecía haber perdido el carisma y, finalmente, también aquella sonrisa perpetua.

Con el carácter agriado, entregó el gobierno a su ministro de Economía, Gordon Brown, y renunció a la conducción del laborismo, al que ya nadie –salvo en tono irónico- denominaba “New Labour”.

RECUPERAR LA MÍSTICA

El tecnócrata Brown no era el hombre indicado para invitar a los británicos a volver a soñar. La economía era su fuerte, y tampoco pudo con ella. En la primera cita electoral que tuvo que enfrentar, los conservadores “tory”, con David Cameron al frente, le arrebataron la mayoría, y el pasado 10 de mayo Gordon Brown presentaba su renuncia a la reina Isabel II en el Palacio de Buckingham.

Desde mayo, los laboristas vienen fraguando una crisis de identidad que podría resumirse en la pregunta ¿cuál es el rol de la izquierda británica en el contexto de una crisis económica mundial que ha homogeneizado las respuestas políticas europeas en clave conservadora?

Esta semana, los delegados al congreso laborista parecen haber llegado a una respuesta a esa pregunta: enterrar a Tony Blair y a la fracasada experiencia de ubicar al Partido Laborista en el difuso centro ideológico, y recuperar el discurso y la mística tradicional del viejo laborismo: socialista, crítico, protector de los trabajadores y de las clases medias, estatalista, redistribuidor de la riqueza y sólidamente apoyado en las bases sindicales.

Ha sido el voto de los sindicatos, precisamente, el que el fin de semana pasado consagró a Ed Miliband en el liderazgo laborista, en una lucha mano a mano contra su hermano mayor, David, que fuera ministro en los gabinetes de Blair. Las crónicas y los analistas presentan al más chico de los Miliband (Londres, 1969) como un socialista simpático, de carácter afable, componedor y dialoguista; pero al mismo tiempo como un “duro” ideológicamente, dispuesto a terminar con las medias tintas de la década de la experiencia blairista.

Hijo del filósofo marxista Ralph Miliband, un judío belga que llegó a Gran Bretaña huyendo de la locura nazi, y de la politóloga Marion Kozak, el joven Ed ha crecido rodeado de la flor y nata de la intelectualidad de la izquierda inglesa. Por sus orígenes familiares, por su formación, por su experiencia en la administración, así como por su ascendencia en la clase media y en las formaciones sindicales, el nuevo líder del Partido Laborista parece ser la figura indicada para enterrar aquel pragmatismo del que todos quieren alejarse como de la peste. A partir de ahora, además, habrá que ver si estas condiciones le alcanzan para convencer al racional electorado de las Islas que es tiempo de volver a soñar con la igualdad y la justicia social.

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Merkel, la dama de hojalata (02 07 10)

MERKEL, LA DAMA DE HOJALATA .
por Nelson Gustavo Specchia

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En aquellos grises años ochenta, Margaret Thatcher, con su peinado lleno de spray y su cartera negra apretada bajo el brazo, cerraba minas de carbón, anulaba una buena parte de los derechos sociales y aplicaba un ajuste ortodoxo a la economía británica. De este lado del Atlántico, un antiguo actor de westerns hacía lo mismo, y por el tamaño de la economía norteamericana ese ajuste hiperliberal recibió el nombre del antiguo cowboy: “Reaganomics”. Thatcher no imprimió su apellido a la ola rigorista, pero su determinación conservadora le valió el rótulo de “Dama de Hierro”, que lució siempre con indisimulado orgullo, inclusive cuando la Reina la nombró baronesa y sus seguidores comenzaron a referirse a ella como lady Thatcher.

Desde los grises años de Ronald Reagan y Margaret Thatcher los conservadores europeos venían esperando un nuevo liderazgo, y Ángela Merkel pareció ofrecerles esa oportunidad. La prensa financiera fue la primera en anunciarlo, aunque los primeros tiempos de Merkel tuvieron necesariamente que ser muy cautos. La victoria sobre la socialdemocracia había sido mínima, y el ex canciller Gerhard Schröder intentaba mantenerse en el cargo. Los demócratas cristianos de la CDU liderados por Merkel sólo habían logrado un punto de diferencia sobre los socialdemócratas del SPD. Con este escenario, ninguna de las alianzas consideradas “naturales” era posible, ni la de centroizquierda del SPD con los verdes, ni la de centroderecha de la CDU con los liberales de la FDP. A Merkel no le quedó otra alternativa que negociar una “gran coalición” entre ambos partidos mayoritarios (CDU junto a SPD), aunque armar un gobierno con los socialistas como socios fuera a atarle un tanto las manos. A pesar de los saludos iniciales de la prensa financiera, la emergencia de una nueva campeona del neoliberalismo debería esperar todavía un tiempo.

Fue un período extraño, donde la canciller manifiestamente quería hacer una cosa y su gobierno terminaba adoptando un punto medio, siempre consensuado con sus socios en la “gran coalición”, hasta las elecciones del año pasado. En 2009 los demócrata cristianos ganaron con mayor diferencia, y la canciller abandonó la coexistencia tan desagradable con los socios de izquierda y formó gobierno con los liberales de la FDP. Ahora sí, se anunció en la prensa especializada, una nueva Dama de Hierro ha surgido.

LA CHICA DEL ESTE

Ángela Dorothea Merkel nació en Hamburgo en 1954, creció –en coincidencia con los años más fríos de la guerra fría- del lado oriental del Muro, y fue una comunista militante. Su padre era pastor de la iglesia protestante, pero ella se afilió a la Juventud Comunista en la Universidad, en la que se doctoró en física. Ingresó como investigadora en la Academia de Ciencias de la denominada República Democrática Alemana (RDA), y fue beneficiaria de subsidios y becas financiadas con los rublos soviéticos que Moscú giraba sistemáticamente a su avanzada política en el centro de Europa.

No descubrió su vocación de liderazgo hasta la gran movilización democrática de la Glasnot de Mijail Gorvachov que terminó por disolver la RDA e hizo trizas el Muro. Pero su despertar a la política fue también una conversión: rompió su carnet de afiliación comunista, se pasó a la derecha, se entusiasmó con la economía de libre mercado y empezó a hacer carrera en la CDU a la sombra del viejo canciller de la reunificación, Helmut Kohl, que la llamaba “mi chica del Este”. Maratónica carrera, por cierto: lanzada en 1989, cuando el Bundestag la elevó a la Cancillería en 2005, la profesora de física de la antigua RDA comunista se convirtió en la primera mujer en gobernar Alemania desde los tiempos de la emperatriz Teófana Skleraina, en el año mil de nuestra era.

PROGRAMA DE HIERRO

Pero por más que lo intenta, la nueva líder de la derecha europea no encuentra las condiciones suficientes para llevar adelante un programa liberalizador a rajatabla, como su precursora inglesa, lady Thatcher. La reducción del tamaño de la primera economía europea (teóricamente, la “locomotora de Europa”), la obvia concentración de la renta en pocas manos, la disminución de la solidaridad trasfronteriza –como quedó evidente en la renuencia de Merkel en asistir a Grecia en el estallido de la crisis-, y el debilitamiento del proceso de integración continental al hacer tan fuerte hincapié en la faz exclusivamente económica de la organización, están abriendo aguas por varios costados. Y el golpe recibido por la canciller y su partido esta semana, con ocasión de las votaciones para designar presidente de la República Federal, demuestran que el apoyo interno de la jefa de gobierno también se ha cuarteado, y su imagen positiva se ha precipitado a mínimos.

El guión de Merkel intentaba ser previsible, nada original, pero sólido: valores cristianos para un programa conservador. Defensa de la familia como unidad social, oposición al aborto, a la muerte asistida, y a la experimentación en clonación de embriones; control a la inmigración (especialmente a los turcos, y a los provenientes de sociedades musulmanas); restricción de derechos sociales (como la reducción de la edad jubilatoria); alianza estratégica con los norteamericanos y veto a la entrada de Turquía a la Unión Europea. En síntesis, podría definirse su estrategia como un “volver a casa”. Merkel siente que Alemania ha estado condicionada durante medio siglo por el fuerte sentimiento de culpa tras las dos guerras mundiales que la tuvieron como protagonista desencadenante, y tras el Holocausto judío de la locura nazi. Durante toda la segunda mitad del siglo XX la fuerza alemana ha estado puesta en el “afuera”, en la reconstrucción de Europa, en el resarcimiento a los judíos mediante el apoyo al Estado de Israel, en la conversión del marco en el euro (y del Bundesbank en el Banco Central Europeo), en el giro de divisas para que los países menos desarrollados del continente se pusieran a un nivel más acorde a las grandes economías.

Merkel dice, de varias maneras, que durante todos estos años Alemania ha trabajado, se ha esforzado, ha ahorrado, ha sido respetuosa de la transparencia en las cuentas públicas y en el control de los bancos, mientras otros derrochaban, gastaban por encima de sus posibilidades, y opacaban voluntariamente las cuentas gubernamentales para seguir obteniendo créditos blandos. Es tiempo, sostiene la canciller, que Alemania vuelva a mirar hacia dentro, y que se ocupe de su casa. Sus nuevos socios del Partido Liberal – FDP no pueden estar más de acuerdo.

MIRADAS CORTAS

Pero Ángela Merkel, a diferencia de todos los cancilleres que la han precedido, nació después de la guerra. De todas las guerras. La elección de volver la mirada hacia las realidades nacionales supone relegar objetivamente la perspectiva que trajo la paz a una Europa destrozada tras dos conflagraciones mundiales, pero también con una carga de viejas guerras en toda su larga historia. Esa larga y dura historia es la que logró quebrarse con el proyecto de una Europa unida, donde los intereses nacionales fueran paulatinamente dejando lugar a un espacio común. Un proyecto, además, que requiere que las decisiones económicas se pongan al servicio de las estrategias políticas. Esa fue la opción de los padres fundadores de la actual Unión Europea, y esa es la alternativa que Merkel está cuestionando en el fondo. Le han dado el Premio Carlomagno por su espíritu europeísta, pero sus porturas políticas no dejan de poner en duda la fortaleza de ese espíritu continental.

Esta semana, sus propios electores le han mostrado una señal de advertencia sobre el suelo resbaladizo que está transitando. La presidencia de la República Federal, la jefatura formal del Estado, la ocupaba el economista Horst Kohler, que decidió imprevistamente renunciar, molesto por los remilgos del gobierno de Merkel para salir al rescate de la economía griega en el estallido de la crisis. Para suplir a Kohler, la CDU propuso la candidatura de Christian Wulff, hasta ahora el democristiano gobernador de Baja Sajonia, con la confianza de que los porcentajes de apoyo popular se trasladarían a las votaciones en el Bundestag. Pero se necesitaron tres rondas de votos para que la canciller pudiera imponer su candidato a la presidencia.

La inflexibilidad de hierro de sus posturas liberales no están siendo bien recibidas por los alemanes. Ángela Merkel, además, ha utilizado la supremacía de su cargo al frente de la primera potencia europea para extender sus opciones a los demás países del continente: todos, sin excepción, han abrazado la vía del achicamiento de los déficit y de la deuda pública, a pesar de la protesta social creciente y de las advertencias sobre los riesgos de caer masivamente en un período recesivo aún más pronunciado. Y es más: ha sido Merkel y la fuerza conjunta de los europeos la que ha marcado la agenda de la reciente cumbre del Grupo de los 20, donde las viejas recetas neoconservadoras han vuelto a obtener patente de corso.

Pero casi el 90 por ciento de los alemanes, según un muy confiable sondeo público, están disconformes con la gestión de su canciller. Si hoy hubiese elecciones anticipadas (y puede haberlas), sería muy poco probable que Ángela Merkel lograse mantener la jefatura del gobierno. Esperaban una nueva Dama de Hierro, pero apenas era de hojalata.

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