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Revolución egipcia, segunda parte (25 11 11)

Revolución egipcia, segunda parte

por Nelson Gustavo Specchia

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Las concentraciones populares que comenzaron a darle forma a la pueblada que terminaría derrocando al “rais” de Egipto, Hosni Mubarak, a principios de este año, estaban alimentadas por un abanico plural de anhelos y reivindicaciones. Las nuevas generaciones, nacidas ya en el entorno global de la sociedad de la información y las comunicaciones, veían que el antiguo régimen, que había logrado perpetuarse por más de medio siglo en base a la fuerza armada y a un cierto discurso nacionalista-socialista panárabe, no soportaba ya las comparaciones –que ahora podían hacerse en tiempo real y sin censura oficial- con las tendencias políticas contemporáneas. Pero a la cairota explanada de Tahrir, junto a estos jóvenes con ímpetus democratizantes, también llegaron los antiguos militantes religiosos, que durante las largas décadas de dominio de los presidentes-generales habían tenido que vivir en la semiclandestinidad. Los Hermanos Musulmanes, en todas sus múltiples y diferentes ramas y variantes, veían ahora la oportunidad para volver a salir a la luz, superando el laicismo obligatorio impuesto por una élite, que en definitiva es minoritaria respecto a las grandes masas de profesión islámica del país profundo.

En enero y febrero de este año no había diferencias entre estos dos grandes colectivos de manifestantes en Tahrir. La gran plaza los acogía a todos por igual, y sólo en los momentos del rezo islámico preceptivo, se abrían claros en la apretada muchedumbre para permitir que algunos, en ordenadas hileras, se postraran con el rostro hacia la Meca, mientras a su alrededor las consignas por el fin del régimen seguían atronando. Habían sido tantos los años de postergaciones y de limitaciones a los más básicos derechos civiles y políticos, que la revuelta social dejaba a un lado la heterogeneidad de su composición, para mostrarse como una masa compacta de rebeldes.

Y lo lograron, cuando a esos colectivos diferentes (y, según vemos hoy, inclusive antagónicos) se les sumó un nuevo y determinante aliado: el jefe del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, el mariscal Hussein Tantawi. El general se negó a continuar con los planes represivos ordenados por el cada vez más débil y solitario jefe del Poder Ejecutivo, y la revuelta se transformó en revolución. Tras dieciocho días de efervescencia revolucionaria, el “rais” Hosni Mubarak fue trasladado a su residencia veraniega de Sharm el Sheikh, en la península del Sinaí, y entregó el gobierno a su vicepresidente, Omar Suleiman, aunque todos sabían que el poder ya estaba en manos de Tantawi.

En ese momento, mientras en los festejos de Tahrir los sublevados aplaudían a los soldados y a los tanques militares, Tantawi tenía el cerrado apoyo de todos los sectores, laicos e islamistas. Una mínima racionalidad política indicaba que sin su concurso la revolución hubiera fracasado y, peor aún, podría haber terminado ahogada en sangre: por entonces, en Tahrir las concentraciones eran de cientos de miles. Pero superado el primer momento revolucionario, con Mubarak derrocado y preso, y su títere sucesorio también apartado del camino, la compacta masa homogénea de movilizados comenzó a mostrar las costuras. Y la emergencia de esa heterogeneidad interna, que es la que está en la base de los disturbios de estos días, comenzó a evidenciarse a partir de dos señales: a pesar de los reiterados llamados a la desmovilización total, Tahrir nunca terminaba de vaciarse del todo, semana a semana había grupos que permanecían y otros que volvían. La segunda señal fue clara sobre el peso que comenzaba a tener uno de los colectivos integrantes de aquella masa otrora compacta: el día clave de las protestas se estableció en los viernes, día del rezo musulmán. La revolución no había terminado, y la segunda parte se escribiría en clave islámica.

LA TUTELA MILITAR

Sería muy difícil llegar a conocer cuáles fueron las variables que determinaron el cambio de rumbo en la casta militar después de haber decidido el fin del régimen. ¿Fue sólo otro golpe de Estado, ahora con apoyo popular? Desde que el general Gamal Abdel Nasser y el Grupo de Oficiales Libres destronaron al rey Faruk en 1952, el papel del Ejército no hizo sino crecer en todos los órdenes, principalmente en el político y en el económico. La tutela del Ejército quedó instituida, y el progresivo control de resortes empresarios en manos de la alta oficialidad castrense les dio un poder determinante. Inclusive las diferencias sobre los rumbos políticos quedaron limitadas al interior del grupo; por ejemplo, nunca terminó de aclararse el rol del propio Hosni Mubarak en el asesinato de su antecesor en la presidencia, el general Anwar el Sadat, en medio de un desfile militar el 6 de octubre de 1981. Oficialmente el magnicidio fue adjudicado a los fundamentalistas islámicos, pero en marzo de este año, tras el derrocamiento del “rais”, la familia de Sadat ha iniciado una nueva demanda judicial acusando al derrocado mandatario de haber estado detrás del asesinato para que su grupo alcance el poder. Con estos antecedentes, es lícito suponer que todo el sector puede estar presionando a Tantawi para que esos privilegios, tanto los políticos como los económicos, se conserven en las disposiciones constitucionales y legislativas del nuevo régimen.

La segunda suposición ventila el viejo fantasma del integrismo: los militares –y sus antiguos aliados de la izquierda laica- tendrían en sus manos encuestas y sondeos que mostrarían que, a pesar del complejo calendario electoral que debería comenzar el próximo 28 de noviembre y que se extendería por varias semanas hasta enero de 2012, la victoria finalmente sería de los sectores islamistas, por porcentajes avasallantes. Y con ella, quedaría abierta la puerta para el ingreso de los sectores wahabíes del salafismo, esa rama musulmana fundamentalista que añora el restablecimiento del Sultanato de Egipto, aquella mítica formación política que defendió al Islam desde el gran país de África desde mediados del siglo XIII hasta entrado en siglo XIX, y que pretenden reinstalar hoy mediante la aplicación de la “sharia”, la legislación y la estricta observancia de la moral musulmana.

El alto mando que rodea a Tantawi duda entre seguir apoyando la apertura democrática, o habilitar una cuestión intermedia, sui generis, donde una democracia de masas coexista con una tutela supraconstitucional por parte del Ejército, que mantendría además su autonomía presupuestaria fuera del control legislativo (el sector de la economía dominado por el Ejército se calcula en un 25 por ciento del PBI egipcio).

Pero no es seguro que, a estas alturas, los revolucionarios de Tahrir estén dispuestos a conformarse con una salida intermedia. Y no sólo los islamistas: como en febrero, nuevamente la masa de gente que por cientos de miles llenó la plaza de El Cairo era una voz homogénea, pidiendo que los militares se salgan del camino y dejen el poder a los civiles, sin trampas ni medias tintas.

LA FUERZA DE LA PLAZA

La segunda parte de la revolución egipcia se dará, entonces, entre estos dos contendientes: el Ejército y los concentrados en Tahrir. La pregunta es quién logrará mantener el pulso, en esta delicada balanza entre fuerza y paciencia. Después de cuatro días muy violentos, una frágil tregua se ha instalado merced a un acuerdo de cúpula entre los militares y la dirigencia de los Hermanos Musulmanes, que temen que las movilizaciones terminen por aplazar un proceso electoral que ya dan por ganado. Pero en Tahrir y en las calles adyacentes se respira una explosión apenas contenida, dicen los cronistas –algunos de ellos amigos personales- que escriben desde el terreno. La comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, y ONG con datos fiables (como Amnistía Internacional) sostienen que el recuento de muertos de la última semana oscila entre 35 y 38, y han condenado la represión de los soldados, que en nada se parece al rol que jugaron en las jornadas de enero.

De este pulso, creo que podremos ver una de tres salidas: un gobierno civil tutelado indirectamente por el Ejército, como fue en su día la república laica que Mustafá Kemal, Ataturk, armó en Turquía sobre las ruinas del Imperio Otomano. Si al pulso lo ganan los Hermanos Musulmanes, en cambio, podría formarse una República Islámica, como la que el ayatollah Khomeini fundó en Irán después de barrer la Persia de los shah, con los militares sujetos al poder teocrático. La tercera posibilidad, la de una democracia plena, constitucional y con equilibrio de poderes, parece por estos días ser la más lejana. Aunque una revolución, en cualquiera de sus partes, es siempre un libro con final abierto.

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Twitter:  @nspecchia

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[ Columna «Periscopio» –  Suplemento Magazine – Hoy Día Córdoba, viernes 25 de noviembre de 2011 ]
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El (des)concierto europeo frente al Magreb

El (des)concierto europeo frente al Magreb

Por Nelson Gustavo Specchia

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Desde los primeros momentos de generación del proceso de integración europea, en la segunda posguerra mundial, los “padres fundadores” pusieron muchos esfuerzos en que se notara que la nueva organización que estaban creando tendría, en las relaciones entre los socios y entre éstos y los demás países, un basamento diferente al de la cosmovisión realista de las relaciones internacionales. El realismo, aquella escuela de teoría política que venía dando sustento a la política internacional desde la creación de los Estados Nacionales, con su lógica de poder y del interés supremo del Estado, tenía mucho que ver, decían los patriarcas europeos, con las debacles bélicas en que había terminado hundiéndose el siglo XX. Frente a aquellos teóricos “duros” del realismo, la nueva elite, acompañada con lecturas neofuncionalistas de pensadores como Ernst Haas y León Lindberg, propusieron un quiebre: en lugar de competencia, cooperación. El lugar de guerra, comercio. En vez de desangrarse tratando de dominar al vecino, proponer estructuras supranacionales con intereses que superen los límites –a veces tan estrechos- del puro interés nacional.

Así, los gestores de las Comunidades Europeas (primero del carbón y del acero, luego de la energía atómica, para decantar finalmente en la UE tal como la conocemos hoy) generaron la “buena vecindad”. Cuando cayó el Muro de Berlín, este concepto facilitó la incorporación de toda la Europa del Este al seno del proceso de integración. Otras latitudes, como el territorio latinoamericano, también recibieron un trato privilegiado por la misma concepción de la política internacional, desde la cooperación económica como desde los foros de encuentro al máximo nivel, especialmente por parte de la corona española, la vieja metrópoli.

Sin embargo, este programa político parece haber fracasado estrepitosamente respecto del primer cordón de vecindad, la tierra “otra” más próxima al Viejo Continente: la costa sur del mar Mediterráneo, la línea de Estados que conforman el Magreb africano y el Oriente Medio. Durante los 50 largos años que los europeos vienen amasando la integración continental, la cercanía de esos vecinos moros ó negros, árabes, musulmanes, pobres, subdesarrollados, con estructuras sociales y políticas desarticuladas por los procesos coloniales que los europeos mismos habían protagonizado, les causaron siempre un problema de difícil solución. Un problema frente al cual las teorías neofuncionalistas en boga, y el substrato idealista que exportaban al resto del mundo como “poder blando”, como ejemplo a imitar, se quebraba una y otra vez los dientes.

Felipe González, el ex presidente socialista del gobierno español, fue uno de los pocos que intentó seriamente tomar el toro por las astas. En 1995 auspició el Proceso de Barcelona, un proyecto geopolítico lanzado en la capital catalana con ocasión de la Cumbre Euromediterránea, que intentó sentar en la misma mesa a los líderes europeos, los del Magreb y los de Medio Oriente, en torno al desarrollo económico, la democracia, y la universalización del respeto por los derechos humanos. Pero tras el lanzamiento, pasaron años y no se avanzó nada. En una fecha tan cercana como 2008, Nicolás Sarkozy, en su turno al frente del Consejo Europeo, relanzo la iniciativa, ahora denominada Unión por el Mediterráneo: 43 países, más de 756 millones de ciudadanos, todos los Estados miembros de la Unión Europea, todo el Magreb, muchos de los árabes de Oriente Próximo, Turquía, Israel… y no pasó nada. Los europeos, tan imaginativos para crear fórmulas novedosas de intervención política, seguían sin saber qué hacer con los vecinos de la costa pobre del “mare nostrum”.

Por eso, cuando llegó la revuelta tunecina que tumbó a Zine el Abidine ben Ali, y contagió a las movilizaciones egipcias que acorralaron al hasta entonces estable y confiable régimen del “rais” Hosni Mubarak, la Unión Europea se encontró atónita, sin saber qué hacer ni qué partido tomar. Una de las experiencias políticas más interesantes de nuestros días le explotaba a pocas millas de sus costas meridionales, y las cancillerías no tenían un sólo libreto creíble para intervenir. Desde el estallido de la protesta en Túnez hasta la primera declaración de lady Catherine Ashton, la alta representante europea para la política exterior, pasó una semana entera de confusión y de silencio.

Responsabilidades personales

Las teorías neofuncionalistas, en todo caso, ya lo habían advertido: la plataforma idealista operaría en tanto y en cuanto la identificación de las elites con la integración y la buena vecindad fuera asumida como compromiso, o sea, como responsabilidad individual por parte de las personas que en ese momento estuvieran ejerciendo el rol dirigente. Durante los años que Javier Solana tuvo a su cargo la política exterior de la UE, no dejó foro sin intervenir ni espacio sin ocupar. Pero una cosa es Solana, y otra cosa es Ashton, una figura de segunda línea, sin experiencia en la gestión internacional, y que accedió al cargo porque en la repartija entre los Estados ese puesto le correspondía a Gran Bretaña, a los laboristas, y a una mujer.

Pero lady Ashton apenas si tiene preparada una esquelita, siempre con el mismo mensaje, en el que cambia el nombre del destinatario y la hace pública tarde y mal. Así, cuando la protesta ya incendiaba los cimientos del régimen de Mubarak, Ashton decidió sacar su esquelita, en la que manifestaba, como casi siempre, su “interés y preocupación” por la revolución que estallaba en África del Norte, al tiempo que repetía su “petición a las partes de actuar con control y calma”, cuando ya hasta Naciones Unidas admitía que los muertos por la represión sumaban centenas.

Mientras la Alta Representante mostraba, con la blandura y pusilanimidad de su esquelita la realidad de que la propia Unión Europea no tenía postura ninguna, la ministra de Exteriores de Nicolás Sarkozy, Michèle Alliot-Marie, ofrecía a Ben Ali enviarle más material antidisturbios 48 horas antes de que el autócrata huyese del país, mostrando la verdadera cara: ningún gobierno europeo miraba realmente con simpatía la revuelta en el Magreb.

Europa tiene muchas más razones que los Estados Unidos para tomar en cuenta a sus vecinos del sur. No sólo por proximidad geográfica, sino también por ancianas deudas históricas, por relaciones culturales, por intercambio demográfico. Sin embargo, aunque al gobierno de Barack Obama también la protesta lo encontró un tanto descolocado, la reacción del Departamento de Estado fue rápida, y la decisión de acompañar las protestas se tomó en cuestión de horas:  Jeffrey Feltman, el secretario de Estado adjunto para Oriente Próximo, fue el primer diplomático extranjero que viajó a Túnez tras el derrocamiento de Ben Ali.

Estruendoso silencio

El proceso de transformaciones iniciado en los países árabes del Magreb no tiene retorno, y terminará impactando, más temprano que tarde, toda la arquitectura regional, fija desde la descolonización mediante la imposición de gobiernos autocráticos que reprimieran los alzamientos populares (y, entre ellos, supuestamente también los del fundamentalismo islámico) y aseguraran la provisión de petróleo y gas. Ese esquema ya es historia.

A pesar de todos los intentos de los “padres fundadores” de la Unión Europea, de mostrar una imagen alternativa de hacer política internacional basada en la cooperación y el respeto, en la integración y la buena vecindad en lugar de la pura y dura lógica del poder, los hombres y las mujeres –éstas cada vez más visibles y participativas- de los países africanos y árabes de las cercanías miran con escepticismo a la “vieja” Europa (como despreciativamente la denominaba Donald Runsfeld, el ministro de Defensa de George W. Bush durante la invasión a Irak).

Las sociedades y los gobiernos europeos, a pesar de su énfasis en la democracia y los derechos humanos, han preferido durante las últimas décadas apoyar el statu quo de las autocracias en el Magreb, como garantía de estabilidad y seguridad regional. Con esta postura, se alejaron de los ciudadanos concretos de esos países, apostando, en cambio, por sus intereses nacionales internos (qué contradicción: en la más cruda tradición realista…)

Si en esta ocasión vuelven a perder la oportunidad histórica, y con los silencios y las medias palabras inocuas a lo Ashton no se ubican claramente del lado de un pueblo que reclama su derecho a la libertad y a la democracia, que no se sorprendan luego si otras opciones, como la del radicalismo fundamentalista, va a llamar a sus puertas.

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Egipto, ¿transición tutelada? (07 02 11)

Transición tutelada en Egipto

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Después de un fin de semana de tensión e incertidumbre, el régimen egipcio parece haber encausado las movilizaciones de protesta hacia una transición tutelada, aunque aún no está claro si el proceso propuesto por el oficialismo –y que según fuentes internacionales contaría con el visto bueno de Washington- mantendría al frente del Ejecutivo al presidente Hosni Mubarak, o si ese cargo sería ocupado por el actual hombre fuerte del gobierno, el vicepresidente Osman Suleiman.

En principio, el disímil arco opositor, incluyendo al sector islamista de los Hermanos Musulmanes (hasta ahora proscriptos), aceptó concurrir a una mesa de diálogo convocada por Suleiman, de la cual surgió un comité que se abocará a estudiar las diferentes alternativas de reforma del régimen, comenzando por una transformación de la Constitución, y con el horizonte de un llamado a elecciones libres en un plazo acotado.

Hasta el viernes pasado, cuando una manifestación multitudinaria desafió a los cuadros progubernamentales que habían copado las calles, y volvió a llenar la plaza Tahrir del centro de El Cairo, en la que fue llamada la marcha del “Día de la Despedida” de Mubarak, la oposición había manifestado que no concurriría a ninguna convocatoria de diálogo con el gobierno mientras el presidente, que ha ocupado el Ejecutivo durante las últimas tres décadas, se mantuviese en el cargo.

Sin embargo, las gestiones realizadas por el entorno del vicepresidente –un hombre que proviene de los críticos servicios de inteligencia-, a los que se habría un guiño favorable desde el Departamento de Estado norteamericano, hizo que varios dirigentes de la oposición concurrieran a la cita, que se desarrolló en las oficinas gubernamentales y bajo un gran retrato del presidente Mubarak.

Desde Múnich, adonde asistió a una Conferencia de Seguridad con los aliados europeos, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, afirmó que “es importante avanzar en el proceso de transición anunciado por el gobierno egipcio, que está presidido de hecho por el vicepresidente Omar Suleiman”.

Las primeras repercusiones en la tarde de ayer, sin embargo, indicaban que los Hermanos Musulmanes calificaban de “insuficientes” las iniciativas propugnadas desde el gobierno para llevar adelante una “transición ordenada, del poder, de manera pacífica y de acuerdo con la Constitución”, hasta las elecciones de septiembre próximo.

Según trascendió a la prensa, los dirigentes exigieron al vicepresidente que el comité recién creado acepte la limitación de los mandatos presidenciales (reducirlos a dos periodos consecutivos), y flexibilice los requisitos para poder presentarse a las elecciones, ya que la complejidad de este trámite en la actualidad prácticamente funciona como un impedimento de facto para cualquiera otra agrupación distinta del hegemónico Partido Nacional Democrático (PND).

La televisión egipcia, por su parte, anunció que el grupo de expertos reunidos en torno al vicepresidente analizará la eliminación de la Ley de Emergencia, que otorga poderes extraordinarios al jefe del Ejecutivo, y que ha sido el principal instrumento utilizado por Hosni Mubarak desde 1981, en que la disposición supuestamente extraordinaria entró en vigencia, tras el asesinato del presidente Anwar el Sadat y el acceso de Mubarak al poder.

Mientras tanto, los manifestantes siguen ocupando la plaza Tahrir y empeñados en la protesta, “hasta que Mubarak caiga”, según las consignas.

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El «rais» provoca una batalla en las calles (03 02 11)

Batalla campal luego de que Mubarak anunciara su continuidad

Tres muerto y centenares de heridos en enfrentamientos en las calles de El Cairo

 

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La revuelta que sacude a Egipto cambió ayer de dirección, dejando de lado los modos pacíficos y pasando a una batalla campal entre opositores y supuestos seguidores del gobierno, que ya ha costado una víctima fatal y más de medio millar de heridos.

La tensión estalló en la tarde de ayer, luego de que el presidente Hosni Mubarak se dirigiera al país por la televisión oficial, y anunciara su continuidad en el ejercicio del Ejecutivo, aunque, como una concesión a las movilizaciones de los últimos diez días, también comunicó que no volverá a presentarse para un nuevo período presidencial.

Las palabras de Mubarak y su intención de tutelar una transición cosmética hasta las próximas elecciones enardecieron a la multitud que colmaba la céntrica plaza Tahrir, una aglomeración que la cadena de televisión árabe Al Jazeera calculó en dos millones de personas (aunque las cifras oficiales sólo mencionaban unas doscientas mil).

El ejército, que se había mantenido neutral frente a las columnas de movilizados que violaban el toque de queda en la concentración, y que inclusive había dado algún signo de afinidad con la población civil al reconocerle “legitimidad” a las razones esgrimidas por la revuelta, tras el discurso del primer mandatario llamó a la gente a desmovilizarse y abandonar las calles para “volver a la normalidad”.

La respuesta espontánea de los concentrados, que ya habían levantado tiendas improvisadas para pasar la noche en la plaza, fue seguir resistiendo, mientras coreaban consignas como “Si Mubarak no se va, nosotros tampoco”.

En ese momento cambió el cariz de la situación, cuando ordenadas columnas de hombres comenzaron a dirigirse a la plaza, en respaldo del presidente del gobierno, y cuando estuvieron frente a frente estalló la violencia.

A los palos y las piedras, al llegar la tarde de ayer también se sumaron bengalas y “cócteles molotov”. Las comunicaciones telefónicas y por internet volvían a censurarse, para dificultar la carga de videos de los enfrentamientos en páginas como la de YouTube; algunos periodistas extranjeros también denunciaron que los manifestantes progubernamentales les quitaron las cámaras de video y de fotos con las que registraban el enfrentamiento, los corresponsales se refugiaron en el hotel Hilton.

Mientras tanto, el arco opositor, que había consensuado la representación de todos en la persona del científico Mohammed al Baradei, ratificó que no acudirá a dialogar con el gobierno mientras Mubarak permanezca.

Ayer, la respuesta fue que la oposición tampoco sería convocada hasta que no detenga la protesta y los ciudadanos vuelvan a sus casas, según informó el vicepresidente, el ex titular de los servicios de inteligencia Omar Suleimán.

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Líbano: gana el Hezbollah (26 01 11)

Tensión en Líbano por el acceso de un gobierno cercano a Irán

La milicia chiíta de Hezbollah impone su candidato al frente del Ejecutivo

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La complejísima vida institucional libanesa vuelve a tensarse con el acceso de Najib Mikati a la conducción del gobierno.

La elección de Mikati debería cerrar la crisis de gobernabilidad abierta el pasado 12 de enero, cuando renunciaron todos los ministros del bloque opositor, que responden al partido-milicia chiíta Hezbollah, de fuertes nexos con el gobierno iraní de Mahmmoud Ahmadinejad.

La retirada opositora obedeció, según las declaraciones del máximo jefe de la milicia, el jeque Hassan Nasrallah, al rechazo al Tribunal Especial de Naciones Unidas que investiga la muerte de Rafik Hariri, padre del hasta ahora cabeza del Ejecutivo.

Nasrallah y el Hezbollah aducen que el ya ex primer ministro sunnita Saad Hariri ha armado el proceso judicial en connivencia con los servicios secretos israelíes y la anuencia del gobierno norteamericano, para culpar a los chiítas del asesinato en 2005 de su padre, Rafik, un sunnita amigo de Estados Unidos, que empujó a las tropas sirias a que abandonen el suelo libanés.

Ante la crisis de gabinete forzada por el retiro de los ministros de la oposición, el presidente del Líbano, el cristiano maronita Michel Suleiman nombró a Najib Mikati y le encargó que forme gobierno.

Mikati también es sunnita –como los Hariri- pero llega al poder con el apoyo del Hezbollah, lo que implica un éxito para la facción más dura de la sociedad política libanesa, que enfrenta con mayor fuerza la vecindad con Israel (a quien ha vencido en la última contienda bélica) y acerca más al inestable país de Oriente Medio a las políticas regionales de Teherán.

Najib Mikati, un millonario dueño de empresas de telecomunicaciones que afirma querer “mediar entre los enemistados bandos políticos libaneses”, apenas recibió el nombramiento de parte del presidente Suleiman afirmó que su mano “está tendida a todo el mundo”, en una clara referencia a los sunnitas, que habían comenzado ayer con marchas de repudio al nuevo gobierno en Beirut y en Trípoli.

La reacción del gobierno estadounidense fue cauta, pero refleja el aumento de tensión; la secretaria de Estado, Hillary Clinton, admitió que el cambio afectará a las relaciones con Líbano. El gobierno de Obama mantiene al Hezbollah en la lista de organizaciones calificadas como “terroristas”.

La inestabilidad libanesa viene a sumarse a un estado conflictivo a nivel regional, donde la revuelta tunecina no amaina, y el contagio de las protestas hacia Egipto ya se hace sentir con fuerza.

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