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China, el próximo ejército imperial

China, el próximo ejército imperial

Por Nelson Gustavo Specchia

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Desde los primeros momentos del alzamiento popular en el mundo árabe, a mediados de enero pasado, comenzó a advertirse que ese movimiento no se limitaría a Oriente Medio y el Magreb, sino que el envión aperturista podría llegar a otras latitudes. O, con más precisión, tendría capacidad para afectar a otros regímenes, que, como los árabes, han hecho de la cerrazón autocrática y del control la base de sustento y la lógica de permanencia en el poder. Y esto, independientemente de sus características culturales y de su ubicación geográfica. En otras palabras, se instaló la pregunta de cómo haría China para evitar el “efecto contagio” de las puebladas aperturistas provenientes de las riberas del Mediterráneo.

La clase dirigente china, que a pesar de denominarse hoy Comité Central del Partido Comunista de la República Popular de China, sigue manteniendo el carácter elitista del antiguo mandarinato imperial, reaccionó a estas versiones. Los altos burócratas de Pekín negaron enfáticamente que alzamientos como los que están resquebrajando las satrapías árabes pudieran llegar a sus ciudades. La situación interna china es diametralmente diferente, argumentan. El crecimiento del producto interior se mantiene en tasas muy altas; el mercado exportador continúa expandiéndose; el control sobre la economía logró esquivar con éxito los picos más problemáticos de la reciente crisis global; los juegos olímpicos mejoraron la vidriera internacional del régimen; y la tenencia de bonos públicos estadounidenses en las cajas fuertes de los bancos de Shangai y Hong Kong ha logrado acallar hasta las denuncias occidentales por las violaciones a los derechos humanos. Inclusive los conatos de protesta de la Administración Obama por la suave –pero permanente- devaluación del yuan, que mejora la competitividad de los productos chinos pero a costa de los equilibrios en las balanzas comerciales con sus socios en Occidente, quedaron en aguas de borraja.

Todos estos elementos, aducen los nuevos mandarines, abroquelan al sistema político contra posibles contagios. China no será una ficha más de las que tira este inquieto dominó. Pero, a pesar de esta muestra discursiva de seguridad, el gobierno chino ha tomado recientemente dos medidas críticas, que muestran que la confianza real en la posibilidad de que no surjan revueltas internas quizá no sea tan grande: acrecentar el control de la sociedad civil mediante la tecnología, e incrementar –en un auténtico salto cuantitativo- el gasto militar.

CONJURAR TIANANMEN

El actual escenario de alzamientos populares en demanda de más democracia, participación, apertura y transparencia no es la primera situación en que el régimen chino ve cuestionado su manejo cerrado y elitista del poder.

Entre abril y junio de 1989, en la enorme explanada de Tiananmen, en el centro de Pekín, la muerte del líder Hu Yaobang provocó una sorpresiva espiral de concentraciones y protestas, que fueron convocando cada vez a más gente, especialmente a jóvenes y estudiantes universitarios, hartos del control opresivo de la gerontocracia del Partido Comunista Chino. La movilización, que crecía en número pero también en rebeldía con cada día que pasaba, tuvo muchos puntos en común con las que se registraron en Túnez y en Egipto desde principios de este año. Y la forma en que el régimen respondió para sofocarla, no dista demasiado de las vías que el coronel Muhammar el Khaddafi está empleando en estos momentos para reprimir la protesta en Libia.

Los manifestantes de Tiananmen también conformaban un variopinto ejército del descontento, desde intelectuales y profesores universitarios que bregaban por mayor apertura y libertades civiles, pasando por jóvenes militantes de base críticos con el nepotismo corrupto de los “ancianos”, hasta obreros urbanos que se oponían a las nuevas modalidades del capitalismo férreamente controlado por el Estado, impuesto como filosofía política excluyente desde las reformas de Deng Xiaoping a los desmanes colectivistas de Mao Tse Tung.

La clase dirigente, que no había tenido que soportar una contestación opositora desde la constitución de la República Popular, se encontró con la guardia baja. Las divisiones de opiniones sobre cómo enfrentar la protesta llegaron al Comité Central del partido, pero finalmente se impuso la línea dura: se decidió no adoptar ni uno solo de los puntos reclamados por los movilizados, se decretó la ley marcial, y se mandaron los tanques a la plaza. La “masacre de Tiananmen” (cerca de 3.000 muertos, según la Cruz Roja, y más de 10.000 heridos) levantó una ola de condena en todo el mundo, y aisló nuevamente a China.

Pero los mandarines han aprendido de aquella experiencia, y los pasos de estos días parecen querer conjurar una nueva Tiananmen que llegue con los aires mediterráneos desde el mundo árabe. El gobierno admitió que está probando un sistema informático, que comenzará a operar en los próximos meses, mediante el cual podrá localizar en cualquier momento a todos los poseedores de teléfonos celulares en Pekín (que son, por cierto, casi todos los habitantes). La experiencia comenzará con la prestadora China Mobile, que posee un 70 por ciento del mercado, pero seguirá luego con China Unicom y con China Telecom, con lo cual podría llegar a controlar a cerca del 95 por ciento de los 24 millones de ciudadanos que pueblan la capital china, durante las 24 horas del día. Se podrá saber en qué lugar está cada quien en cada momento: en el baño de su casa, en el comedor, o yendo a una concentración popular en una plaza de la ciudad. Y, claro está, en este último caso se podrá intervenir policialmente con el tiempo suficiente como para abortarla, antes de que pase a mayores.

LOS SOLDADOS IMPERIALES

Pero la noticia que mayores suspicacias ha despertado en los centros de análisis de política internacional no ha sido la del aumento del control social interno, sino el anuncio de que China pegará un salto en las partidas presupuestarias destinadas al gasto militar durante el presente ejercicio. A pesar de lo que el discurso oficial esté dispuesto a admitir, el aumento de la cuenta de defensa no está disociado del clima de revueltas que sacude a los regímenes autocráticos. Pero en este caso las implicancias regionales con unos vecinos (India, Taiwán, Corea) con quienes las relaciones no siempre han sido fáciles, y las lecturas globales en cuanto a balances de capacidad de fuego, adquieren otras dimensiones.

Pekín ha admitido esta semana que el gasto de defensa chino alcanzará los 601.100 millones de yuanes (unos 70.000 millones de dólares) en 2011, lo que implicaría un aumento de más de un 10 por ciento respecto del gasto del año anterior; un presupuesto militar que supone un 6 por ciento del total de las erogaciones del país.

Pero aquella cerrazón informativa y falta de transparencia que los jóvenes ya reclamaban en la plaza de Tiananmen hace más de veinte años, se agudiza en los temas militares. Observatorios externos, como el Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI), calculan montos sustantivamente mayores; e inclusive la inteligencia norteamericana ha dejado trascender que el gasto militar chino es –cuando menos- el doble de lo que admite el gobierno.

En todo caso, los burócratas de Pekín relativizan estas suspicacias, comparando su partida con los 553.000 millones de dólares que el Pentágono norteamericano presentó en su previsión presupuestaria para 2012 (y ese monto record, sin incluir los costos de las guerras en Irak y Afganistán).

No hay manera de compararse con la potencia militar hegemónica del globo, claro está, pero China parece encaminada a reconstruir el viejo ejército imperial de Oriente, a tono con su creciente supremacía demográfica, política y económica.

Y eso no es una buena noticia.

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Khaddafi recupera terreno (01 03 11)

El ejército avanza sobre las zonas ocupadas por los rebeldes. China y Rusia se oponen a una intervención militar directa.

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El líder libio, Muhammar el Khaddafi, volvió a aparecer ayer en las cadenas oficiales de televisión del convulso país norafricano, en una actitud exultante y realizando gestos de victoria, luego de que se difundiera por los mismos medios que las tropas que responden al régimen habían logrado un avance decisivo sobre los enclaves ocupados por la insurgencia opositora cercanos a Trípoli.

En su nueva aparición pública, Khaddafi volvió a insistir en el discurso que mantiene desde el estallido de la crisis el 15 de febrero pasado, sosteniendo que la red fundamentalista islámica de Al Qaeda está detrás del alzamiento civil.

Osama ben Laden y el yihadismo sunnita tiene intenciones de “sembar el caos” en todo África, sostuvo el coronel que ocupa el poder hace 42 años, con las intenciones de instalar un califato religioso en todo el Magreb, la larga línea de países musulmanes de la costa mediterránea del Continente Negro.

Sin embargo, en el mismo discurso Khaddafi amenazó con una hipotética alianza con Ben Laden, “mañana mismo podríamos reunirnos y llegar a un acuerdo con él”, dijo, para hacer frente al “intervencionismo occidental”. Su gobierno sostiene –según lo expresó el ministro de Exteriores Mussa Kusa- que quienes sostienen a los opositores en Bengasi son los gobiernos de EE.UU., Inglaterra y Francia, en un intento “colonialista” de apropiarse de los recursos petroleros. La producción de petróleo de Libia alcanza los 1,69 millones de barriles diarios, y un 80 por ciento de ellos se exportan a Europa.

Mientras tanto, en los foros multilaterales se sigue discutiendo la conveniencia de forzar una zona de exclusión aérea que proteja a los civiles de los bombardeos de la aviación.

Luego de que el presidente estadounidense, Barack Obama, impulsara el martes los planes de la Alianza Atlántica (OTAN) en la planificación de una intervención militar directa en Libia, ayer voceros del gobierno chino hicieron pública la postura del gobierno de Pekín, sosteniendo que cualquier acción debe “respetar la soberanía y la integridad territorial” de Libia.

Unas horas después, un comunicado desde Moscú hizo saber que Rusia respalda la posición de China. Ambos países disponen de poder de veto en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (ONU).

Apoyado en este relativo respaldo de dos grandes potencias mundiales, y en el avance que registraron las tropas leales sobre las posiciones defendidas por las fuerzas irregulares de la oposición, Muhammar el Khaddafi parece haber lanzado ayer una ofensiva diplomática para quebrar el frente externo contra su régimen.

Dos aviones con mediadores salieron de Trípoli, según sostenían los cables filtrados por la agencia qatarí Al Jazeera en la tarde de ayer, uno tendría como destino Bruselas, para negociar con los funcionarios de la Unión Europea, mientras que otro jet habría transportado al general Abdel Rahman ben Ali el Said al Sawi, como enviado personal de Khaddafi, hasta El Cairo, con un mensaje del líder libio a la junta militar que gobierno Egipto.

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Sudán, desgarrado y dividido

Sudán, desgarrado y dividido

por Nelson Gustavo Specchia

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En el corazón del África oriental, una gigante extensión de tierra, feraz en gran parte, desértica por tramos, abrumadoramente pobre en cada rincón y víctima de esa violencia primigenia que se despierta cuando los viejos odios se encuentran con armas automáticas en la mano, se extiende a un lado y al otro de los brazos nacientes del río Nilo.

El río no es aquí el inmenso caudal que baña los valles de Egipto, cuando se apresta a desembocar en el Mediterráneo, sino dos cursos más discretos –aunque este adjetivo es conjetural, siendo los tamaños en África tan excesivos- que toman el nombre de los colores del amanecer: el Nilo Azul, que los locales pronuncian Abbai Wenz, que viene desde las fuentes etíopes del Lago Tana; y el Nilo Blanco (en árabe: al-Nahr al-Abyad), que hunde sus raíces en las entrañas del continente y se une con el otro brazo en el centro de Sudán. Allí, en esa confluencia de aguas míticas, se levanta la capital de ese inmenso país, el más grande de todo el continente africano: Khartum, la “trompa de elefante”.

Esta ciudad dejará de ser desde esta semana la capital del país más grande de África, porque el país mismo habrá desaparecido, si todo sale como se espera que salga, y el plebiscito que se ha desarrollado termina imponiendo la partición.

La división del Estado en dos nuevas unidades políticas, dejando de lado las artificiales líneas coloniales que marcaron las fronteras durante la “rebatiña de África”, y reagrupándose según criterios raciales, de ascendencia tribal y de confesión religiosa. También, y este puede ser el elemento que venga a golpear el tablero a últimos momento, en dos zonas de desiguales reservas de recursos naturales.

CONDICIONES PARA LA PAZ

Las divisiones de unidades políticas mediante secesiones de regiones internas nunca son buenas noticias a priori. Cuando se arguyen motivos de raza o religión, la noticia no mejora, sino, al contrario, agrava las consideraciones sobre los motivos que llevaron al fracaso de la convivencia.

Y cuando existen fundadas sospechas de intereses extranjeros y apetitos por los recursos naturales, la mala noticia se convierte en pésima. Ver África saltando en pequeños trozos tribales sería una catástrofe.

Pero estas consideraciones generales, que hemos sostenido en el pasado en referencia a la secesión de Kosovo de Serbia fundada en razones étnicas; o de la soberanía española sobre las ciudades marroquíes de Ceuta o Melilla; o inclusive sobre las pretensiones de separación de sus países de los enclaves de Gibraltar o de las Islas Malvinas por parte de Gran Bretaña, estas consideraciones generales, digo, deben prudentemente balancearse cuando la crisis interna de coexistencia atenta contra la vida y la integridad de sus habitantes. O sea, cuando la separación es la última condición para alcanzar y mantener la paz social.

HISTORIA DE SANGRE

Lograr y mantener la paz en una equilibrada vecindad parece ser el objetivo. Allí la diferenciación, rivalidad y enfrentamiento entre el Norte y el Sur encontrarían alivio después de una historia que nunca fue fácil, desde que las potencias coloniales europeas impusieron sus criterios.

El Sudán tuvo su independencia, impulsada por el proceso de descolonización de las Naciones Unidas, y se separó de la metrópoli colonial británica en 1956. Los administradores coloniales ingleses habían tenido tradicionalmente un trato diferenciado con ambas regiones, en un virtual reconocimiento de que el Norte y el Sur constituían entidades políticas y sociales distintas.

Sin embargo, hacia 1940 cambiaron caprichosamente de criterio y decidieron unirlos. El centro colonial había estado en “la trompa de elefante”, Khartum, por lo que el Norte terminó, en el nuevo país independiente, imponiéndose al Sur, e intentó generalizar la “sharia” (ley religiosa islámica). El Sur se rebeló.

Dos elementos destacaban en esa radical diferenciación. Las poblaciones del Norte –desértico y arenoso- estaban integradas por colectivos sociales de ascendencia egipcia y árabe, y habían sido culturizados en la religión islámica desde la gran expansión mahometana del siglo VII.

Por su parte, el Sur –tropical y boscoso- era mayoritariamente negro (unas 150 tribus diferentes), y conservaba la fe cristiana desde los antiquísimos tiempos del Reino de Nubia (mediados del siglo IV), o bien los rituales animistas de las tribus selváticas. O una desigual mezcla sincrética de ambos.

La forzada convivencia entre los dos pueblos decantó en una larga y sangrienta guerra civil, que estalló apenas los ingleses abandonaron Khartum y se alargó, con pocos años de pausa, hasta 2005.

Aunque es muy difícil calcular las bajas que tan extenso conflicto puede haber causado en una región tan vasta y tan lejana, se asume que la guerra entre el Norte musulmán y el Sur cristiano dejó un saldo de más de dos millones de muertos y cerca de tres millones de desplazados.

Más allá de los muertos, la historia contemporánea ha dejado un territorio desolado: en el Sur, el 90 por ciento de los cerca de nueve millones de habitantes sobrevive con menos de un dólar al día, el 85 por ciento de la sociedad es analfabeta, y un tercio de ella sufre de hambre crónica, según las cifras de la ONU.

LOS NUEVOS AMOS

Tras esa desgarrada historia de un desencuentro fatal, la pregunta que flotó durante toda esta semana del referéndum independentista es cuán independientes podrán ser los sudaneses del Sur, con una de las mayores reservas petrolíferas en su subsuelo y sin prácticamente ningún recurso en ahorros o en infraestructura para extraerlo, refinarlo y comercializarlo.

En Khartum, el presidente Omar al Bachir, un paracaidista formado en Egipto, que combatió en la guerra del Yon Kippur contra Israel y que ocupa el poder tras el golpe de Estado islamista de 1989, acaba de ser acusado por el fiscal de la Corte Penal Internacional, Luis Moreno Ocampo, de desviar unos 9.000 millones de dólares procedentes de las regalías petroleras hacia sus cuentas en bancos británicos.

La Corte también lo busca por genocidio y crímenes de lesa humanidad cometidos en Darfur; y Al Bachir ha asegurado que respetará el referéndum, pero que si los del Sur se quieren quedar con el petróleo de la región de Abyei, la guerra podría volver.

Las instituciones multilaterales, la Unión Europea, la ONU, y –fundamentalmente- el presidente Barack Obama, respaldan la consulta plebiscitaria y, por elevación, la separación de Sudán del Sur en un nuevo Estado. Obama declaró, a mediados de diciembre pasado, que Sudán era una de las prioridades de su gobierno en materia de política exterior, y así se lo hizo saber a los mandatarios de Egipto, Libia, Nigeria y Sudáfrica, que pueden tener una voz determinante en la región.

Y entre tanto ruido y tantas declaraciones, Pekín guarda silencio. China tiene en África la meta de mayor calado de toda su estrategia exterior: de aquí pueden venir los ingentes recursos que necesita para seguir creciendo al ritmo vertiginoso que lo ha hecho en la última década.

Las inversiones chinas son múltiples y variadas, casi no dejan rubro sin incursionar, pero de todas ellas el petróleo es el más preciado.

Las exportaciones del crudo que sale de los pozos (es el tercer mayor productor de petróleo en el África subsahariana, y más del 80 por ciento de las reservas conocidas están en el Sur), cruza Sudán en los oleoductos hacia el Norte, y deja el país por los puertos del mar Rojo.

La mayor parte de esas exportaciones se dirigen a China y en barcos chinos.

Y además de ser el principal inversionista y socio comercial de Sudán, el régimen comunista de Pekín ha provisto de todas las armas que el gobierno de Omar al Bachir ha requerido en los últimos años.

Hillary Clinton ha dicho que Sudán es una bomba de tiempo. ¿Dónde estará guardado el detonador de esa bomba, que llevaría a una nueva guerra civil entre ambas comunidades? ¿En Khartum? ¿En Washington? ¿En Pekín?

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Se enfría el Mar Amarillo: no habrá guerra, por ahora (21 12 10)

SE DESCOMPRIME LA TENSIÓN MILITAR ENTRE COREA DEL NORTE Y DEL SUR

La amenaza norcoreana de represalias por las maniobras del Sur no se concreta

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La espiral de tensión creciente entre las dos Coreas parece haber frenado, luego de que Rusia y China convocaran a una reunión de emergencia del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (ONU), ayer en Nueva York. Si bien la sesión del alto cuerpo no se saldó con un documento de consenso entre las potencias globales, tal como pretendían los convocantes, la iniciativa de Moscú y Pekín –que en el fondo evidenciaba un respaldo tácito al régimen comunista del sector Norte de la península coreana- sirvió para descomprimir la situación.

Luego de la reunión del Consejo de Seguridad, China pidió públicamente que las partes implicadas en la cuestión de la península coreana (esto es, no solamente las dos Coreas, sino también los países aliados) “mantengan la máxima contención para evitar una escalada”, ya que “la paz y la estabilidad corresponden a los intereses de todas las partes concernientes”, según sostuvo la portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores chino, Jiang Yu.

Así, el ejército norcoreano no cumplió con su amenaza de utilizar fuerza de artillería contra las maniobras militares de Corea del Sur, en las que participaban también naves de guerra estadounidenses.

Tal como había adelantado el gobierno de Seúl, una acción de ese tipo hubiera significado el reinicio de las hostilidades, frágilmente suspendidas por el armisticio de 1953, con el bombardeo aéreo de Pyongyang.

Desde esta capital, el régimen comandado por Kim Sung-il y su familia anunció que “no valía la pena reaccionar a las provocaciones” del Sur, en declaraciones a la agencia estatal de prensa. Detrás de esta decisión militar puede apreciarse claramente la influencia de la diplomacia china, principal aliado y sostenedor económico del régimen norcoreano.

Los norteamericanos, por su parte, pueden haber alentado la finalización de las maniobras, que se habían anunciado de largo alcance pero Corea del Sur decidió concluirlas ayer mismo, tras una hora y media de pruebas con fuego real en la isla de Yeonpyeong, bombardeada el 23 de noviembre por los norcoreanos que reivindican su soberanía.

Las maniobras militares en la imprecisa frontera marítima entre ambos países se desarrollan, además, en las inmediaciones de las costas chinas del Mar Amarillo, lo que supone un riego adicional para el gigante asiático.

El ejército de los Estados Unidos de América posee una dotación de 28.500 soldados, en forma permanente, estacionados en Corea del Sur en carácter de “fuerza disuasoria”.

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Obama y el riesgo nuclear (14 04 10)

OBAMA ALERTA CONTRA POSIBLES ATAQUES ATÓMICOS DE REBELDES

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Resguardar y proteger el uranio disponible, una de las metas de la Cumbre

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El presidente norteamericano Barack Obama centró su discurso ante el pleno de la Cumbre sobre Seguridad Nuclear con una advertencia, “dos décadas después del final de la Guerra Fría, enfrentamos una cruel ironía de la historia: el riesgo de un enfrentamiento nuclear entre naciones disminuyó, pero aumentó el riesgo de un ataque nuclear” por parte de extremistas, dijo. “Redes terroristas como Al Qaeda han intentado adquirir material para crear un arma nuclear y, si alguna vez lo consiguen, con seguridad lo utilizarán”, puntualizó el presidente.

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La mayor reunión de líderes mundiales que ha acogido la capital norteamericana en su historia, cuyas sesiones finalizan hoy, fue convocada por la Administración Obama con el objetivo expreso de aumentar la cooperación en la agenda de seguridad global, y para reducir al mínimo la existencia y movilidad de uranio enriquecido, base del armamento atómico.

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Desde su apertura del lunes, las deliberaciones estuvieron orientadas hacia intensificar los cuidados frente a la amenaza que representan organizaciones, no países; sin embargo, la conferencia derivó hacia la consideración central de la crisis que enfrenta a la Casa Blanca con el gobierno iraní, al que los norteamericanos y sus aliados europeos acusan de querer dotarse de armas atómicas, e impulsan sanciones contra la República Islámica en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

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Desde Teherán, Mahmmoud Ahmadinejad se ha referido despectivamente a las deliberaciones de Washington, y ha adelantado que su gobierno no piensa acatar las resoluciones que se adopten en la Cumbre.

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En este sentido, una gran expectativa se había generado con la asistencia a la reunión del presidente chino, Hu Jintao. China tiene poder de veto en la ONU, y ha manifestado reiteradamente que su postura es seguir dialogando con Irán, antes de optar por la vía de la aplicación de sanciones económicas.

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El portavoz de la Administración norteamericana anunció ayer que en el encuentro de Obama con Hu, ambos líderes habían progresado en el entendimiento de la aplicación de sanciones, pero esta afirmación fue relativizada desde Pekín, “China siempre creyó en el diálogo y la negociación como la mejor manera de resolver ese asunto, la presión y las sanciones no pueden resolverlo”, aclaró el vocero del ministerio de Relaciones Exteriores chino, Jiang Yu.

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ACUERDOS BILATERALES

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Una intensa actividad paralela a la Cumbre sobre Seguridad Nuclear se ha vivido en la capital norteamericana, con encuentros bilaterales entre el presidente Obama y los jefes de Estado que asisten a la conferencia.

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Además del esperado encuentro con el líder chino Hu Jintao, Obama ha firmado con el presidente ruso Dmitri Medvédev un compromiso para destruir 34 toneladas métricas de plutonio altamente refinado de sus correspondientes programas de defensa.

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Además, en reuniones por separado con diversos mandatarios, se han producido acuerdos parciales en torno a la agenda de la Cumbre.

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Así, Ucrania anunció la eliminación total de sus reservas de uranio enriquecido, y los países del NAFTA -Estados Unidos, Canadá y México- acordaron reconvertir tecnológicamente el reactor nuclear de México, para que produzca energía eléctrica con combustible de uranio pobremente enriquecido, un material que no puede utilizarse para construir bombas atómicas.

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