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Un heredero bien alimentado (23 12 11)

Un heredero bien alimentado

por Nelson Gustavo Specchia

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La vida y la historia se encargan de recordárnoslo a cada paso: no hay dictadores eternos, y hasta el más férreo, aislado y cerrado sistema termina horadado por las mismas fuerzas centrípetas que intentaron hacerlo inmune al mundo exterior. Parecía eterno, pero, claro, Kim Jong-il no lo era. Y habrá que ver cuánto más puede resistir el régimen de Corea del Norte cerrado a cal y canto. Muerto el “amado líder” –como se hacía llamar con desparpajo oriental- presumiblemente de un ataque al corazón, tras los múltiples achaques y dolencias que la afición al cognac añejo le habían dejado, todos los símbolos de la dictadura se orientaron a minimizar el golpe y a intentar seguir creyendo que la burbuja norcoreana puede permanecer indeleble al tiempo y al espacio circundante.

Demoraron la noticia de la muerte del dictador durante horas, hasta que la camarilla en el vértice de la pirámide tuvo todas las seguridades; recién entonces vistieron al segundo Kim con el uniforme caqui que usó durante 17 años y lo cubrieron con una sábana roja dentro de un ataúd de cristal. Sin una distinción, una charretera, un bastón de mando ni ningún otro símbolo externo de poder: la fascinación de los autócratas de otras partes del mundo por los entorchados, como los coloridos uniformes de Khaddafi o del ugandés Idi Amín Dadá, o la colección maniática de ribetes, cintas y medallas que llegó a atesorar el dominicano Rafael Leonidas Trujillo, en Oriente mutan por el silencio indumentario. Mao impuso la tendencia: a mayor concentración de poder, la liturgia comunista impone un vestido escueto, amorfo, demodé.

Además del vestido, la élite norcoreana también cuidó el aposento final del “amado líder”. El catafalco transparente con su cadáver fue depositado en el palacio Kumsunsan, donde también reposa el otro féretro venerado: el que contiene la momia de su padre, Kim Il-sung, fundador de la nominalmente República Popular Democrática de Corea, y de la dinastía que la viene gobernando desde el fin de la segunda Guerra Mundial y la expulsión de los invasores japoneses.

Y el tercer símbolo de que el quiebre de la muerte del jefe no implicará ningún cambio en el sistema llegó con el heredero. Respaldado por la Comisión Militar Central; por los líderes del Partido del Trabajo; por su tío Jang Song-taek; por el mariscal jefe del Alto Estado Mayor de las fuerzas armadas, Ri Yong-ho; y por su tía Kim Kyong-hui (la hermana del difunto, y única mujer general del Ejército), el rollizo Kim Jong-un, de 29 años, llegó a los pies de la urna de cristal y rindió un tributo que fue, al mismo tiempo, la señal de la continuidad del régimen en su persona. Por cierto, el joven Kim no ha hecho ni el servicio militar, pero ante los achaques de su padre, también él este año ha sido rápidamente ascendido a general.

UN PAÍS, UNA PECERA

Mientras miraba por los canales internacionales los ceremoniosos símbolos con que la casta gobernante intenta fijar la perpetuación del régimen, pensaba que la urna de cristal en que pusieron a Kim Jong-il también podría funcionar como metáfora del país entero. Una metáfora de aislamiento enfermizo, que ha llevado a que todo un pueblo permanezca, generación a generación, encerrado en una pecera, como hoy el cadáver de su autócrata. En el terreno de las cuentas largas de la historia, la política coreana se ha desarrollado en una tradición inmovilista. El rey Silla unificó las diversas tribus de la península hacia el año 676, y le imprimió desde aquellos tiempos fundacionales una vocación de cierre, de claustro. Durante más de cinco siglos, la dinastía Joseon (1392-1910) mantuvo esa idea de pureza que vendría del aislamiento, que llevó a los viajeros europeos de los siglos XVIII y XIX hablar de Corea como el “reino ermitaño”. El Imperio del Japón invadió la península en su programa expansivo, y la dominación invasora mantuvo el aislamiento durante los 35 años que duró. Tras la derrota del Eje, en la división del nuevo mundo bipolar que aparecía y que dominaría toda la segunda mitad del siglo XX, Roosevelt acordó con Stalin la partición de la península en dos áreas de influencia, cortadas por el paralelo de 38º: en el norte los soviéticos y en el sur los estadounidenses.

En la mitad comunista, el primero de los Kim se fue haciendo fuerte desde 1945, generó un grupo de militares afines, y cinco años más tarde lanzó un ataque al sector sur, para terminar con la artificial partición en dos mitades y reunificar el país bajo su mando. La reacción norteamericana, con el apoyo de las Naciones Unidas, internacionalizó el conflicto. Y apareció China, como el gran valedor del régimen del norte, una posición que sigue manteniendo hasta hoy. La Guerra de Corea (aquella que popularizó la serie M.A.S.H., con Alan Alda) fue la primera gran experiencia de la tensión que generaba el mundo dividido en dos polos antagónicos: la Guerra Fría, que impedía el enfrentamiento directo entre soviéticos y norteamericanos, se calentaba en los bordes de la periferia. Más de dos millones de muertos y tres años después, se terminaban las hostilidades (aunque no la guerra, ya que nunca se ha firmado un armisticio), y todo volvía al paralelo de 38º. Y nuevamente los coreanos (sólo los del norte, esta vez) a aislarse más y más del mundo.

La pecera de los Kim ha mantenido a ese pueblo (se calculan unos 25 millones de personas) ignorantes de lo que haya más allá de la frontera, con la única excepción de las novedades provenientes de China, el gigante vecino y amigo. La filosofía del trabajo y de la resignación son la moneda corriente, sólo hay un canal de televisión, apenas algunas radios (que deben conectarse a una única estación central para pasar los noticieros), y aún menos diarios y revistas. Obviamente, no hay acceso a Internet, y los teléfonos celulares –además de estar estrictamente prohibidos- no tienen cobertura.

Pero esa pecera, ese territorio casi de ficción, además pasa hambre. Porque los terrenos ricos para la agricultura quedaron al sur del paralelo de 38º.

HERENCIA DE HAMBRE

El cierre a cal y canto del régimen no sólo es una ignominia jurídica. Además del derecho internacional, la situación humanitaria de Corea del Norte es crítica. Y ya que empecé esta columna hablando de símbolos contradictorios, lo bien alimentado que aparece el heredero de la dinastía Kim, con sus cachetes llenos y sus kilos de sobrepeso, es una cruel afrenta para un pueblo que pasa hambre, literalmente. Organizaciones no gubernamentales, como Amnistía Internacional, llevan años denunciando que a las torturas y a las ejecuciones extrajudiciales llevadas a cabo por el régimen de Pyongyang, se les suman las hambrunas crónicas como la principal causa de muerte en el país.

A principios de este mes de diciembre, Amnistía lanzó una campaña denunciando la existencia de seis campos de concentración en Corea del Norte, que alojan a más de 200.000 presos políticos, incluyendo niños, ya que la represión alcanza a toda la familia de los acusados. Los campos (oficialmente denominados “de reeducación”) son inmensas tumbas abiertas, donde han perecido más de 400.000 norcoreanos en los últimos 30 años, según un informe firmado en 2006 por el ex presidente checo Václav Havel. De una autoridad moral indiscutible, el dossier de Havel es una sucesión de narraciones de horror: de cómo el régimen mata a los presos de hambre, de cómo los torturan a golpes hasta que se le saltan los globos de los ojos, de cómo los utilizan para experimentos químicos en cámaras de gas, y otros detalles de tortura que serían poco creíbles inclusive en una novela de ficción.

La FAO, la organización de las Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura, calcula que desde mediados de los años noventa las hambrunas van matando a dos millones de norcoreanos, y entre este año y el que viene, otros cinco millones estarían en riesgo de grave escasez de comida.

Ese régimen es el que ha escenificado su continuidad contra cualquier alternativa de modificación, por mínima que fuera, en el libreto del aislamiento y la cerrazón. El presidente chino, Hu Jintao, siguiendo la tradicional línea estratégica de aseguramiento de fronteras del gigante asiático, se apresuró a saludar la llegada del gordo heredero Kim Jong-un, y de manifestar su respaldo a un gobierno presidido por él. Los norteamericanos no se atreverían a ir más allá de su apoyo al gobierno de Corea del Sur, con sus 28.000 “marines” estacionados en Seúl; se conforman con que Pyongyang acepte frenar su peligroso programa de enriquecimiento de uranio.

No hay dictadores eternos, pero por el momento, mientras los grandes juegan al TEG con los misiles y las fronteras, por debajo los coreanos seguirán muriendo de hambre, liderados por el gordo Kim.

 

[Hoy Día Córdoba – Periscopio  – Magazine – viernes 23 de diciembre de 2011]

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Merkel apaga las centrales nucleares (03 06 11)

Merkel apaga las centrales nucleares

Por Nelson Gustavo Specchia

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La canciller demócrata-cristiana alemana, Ángela Merkel, ha pegado una rotunda patada al tablero político internacional esta semana, al dar un giro a todo su gobierno y anunciar que su país, la locomotora económica y productiva de Europa, apagará todos los reactores y renunciará a la producción de energía nuclear antes de 2022.

La catástrofe provocada por el tsunami sobre la central nuclear japonesa de Fukushima, el pasado 11 de marzo, se cobra así la principal “victima” en Occidente, y vuelve a instalar, en el centro de análisis de las estrategias de crecimiento y desarrollo, el debate sobre la energía y sus relaciones con la seguridad, los costos económicos y los impactos medioambientales. Porque a la decisión de la señora Merkel le seguirán, en un seguro efecto de arrastre, las decisiones de muy diferentes gobiernos y administraciones, que estaban hasta esta semana pendientes de la decisión que finalmente adoptara Berlín en el tema nuclear. Este debate ya tradicional en los últimos años, además, volverá a instalarse con especial incidencia en los países periféricos, que fluctúan entre las consideraciones –generalmente opositoras- de sus sociedades civiles a la expansión de centrales atómicas, y la posibilidad de alimentar con energía barata y de simple producción los planes de desarrollo del país. Argentina no podrá escapar de la reinstalación del tema nuclear por parte de la Canciller alemana, y las voces –todavía débiles- que han comenzado a escucharse sobre las condiciones de seguridad de la central cordobesa de Embalse, tomarán seguramente fuerza en los próximos días.

La decisión de Merkel, anunciando ante el Parlamento Federal este lunes 30 de mayo, que Alemania se suma sin fisuras al apagón nuclear mundial, adquiere relevancia si se analiza el proceso que ha seguido esta decisión radical, y el clima de desconcierto que instala en sus principales socios. Porque Ángela Merkel llegó a la Cancillería de Berlín precisamente prometiendo lo contrario, esto es, que el gran país europeo no abandonaría la estrategia energética atómica. Quien había planteado originalmente la posibilidad de ir reemplazando los reactores nucleares, convertidos en el gran cuco tras el desastre humano de la explosión ucraniana de Chernobil en 1986, fue el gobierno de izquierdas presidido por Gerhard Schroder a principios de este nuevo siglo. Los socialdemócratas alemanes, muy condicionados en todas las políticas ambientales por sus socios de gobierno, Los Verdes, terminaron aprobando en 2002 una ley federal que trazaba una paulatina reconversión de las fuentes energéticas, hasta llegar a 2021, cuando se apagaría el último de los 17 reactores atómicos en actividad.

Merkel, en cambio, basó una parte importante de su campaña electoral en criticar este planteo de la izquierda, sosteniendo que encarecería la energía, pondría palos en la rueda a la tasa de crecimiento productivo, y llevaría a la aplicación de mayores impuestos para financiar la instalación de energías alternativas (ya que la baja productividad de éstas conllevaría la necesidad de promoción oficial para subvencionarlas).

El sector empresarial germano cerró filas detrás de Merkel, y ésta obtuvo el gobierno. Inclusive en su segundo mandato, cuando pudo desprenderse del lastre de los sectores más progresistas con los que había tenido que pactar en el primer período y se asoció con los Liberales del FDP, impuso una moratoria en septiembre del año pasado para todas las centrales nucleares. Por esta moratoria, tan resistida por los activistas ambientales, la Canciller amplió en doce años –en promedio- la vida útil de todos los reactores en actividad. Con ello, ninguna usina atómica cerraría sus puertas antes de 2036. Miles de manifestantes salieron a la calle a protestar en las principales ciudades, pero las cámaras empresarias aplaudieron nuevamente la arriesgada apuesta de la mandataria.

VIENTOS DE ORIENTE

Pero entonces llegó el tsunami a las costas japonesas. La ola golpeó contra los reactores atómicos de Fukushima, que comenzaron a filtrar radioactividad hacia el aire y hacia el agua. Y una de las potencias más desarrolladas, organizadas y tecnificadas del mundo demostró que la capacidad de hacer frente a un desastre nuclear excede cualquier posibilidad de gestión política y estratégica. Dos de los reactores de Fukushima han logrado controlarse, al parecer, después de ingentes tareas que han involucrado recursos internacionales, ocasionado desplazamientos de población, y que posiblemente terminen tirando abajo al gobierno japonés: el primer ministro, Naoto Kan, logró ayer sortear por poco la moción de censura presentada en su contra.

Pero la historia no termina, y seguramente Naoto Kan tenga que volver en breve a dar explicaciones al Parlamento. Los responsables de Seguridad Nuclear del Organismo Internacional de Energía Atómica  (OIEA), advirtieron ayer desde Viena que Japón no podrá controlar la central atómica dañada, en el plazo de nueve meses que se propuso desde el gobierno de Tokyo. Los expertos del OIEA reconocieron que la situación general en Fukushima sigue siendo grave: han descubierto que el combustible del reactor 1, y posiblemente también el del 2 y el 3, se fundió en los primeros momentos de la crisis y se encuentra ahora en el fondo de la vasija del reactor, donde se han detectado fugas radioactivas. Las filtraciones y las fugas han afectado especialmente al mar, pero también podrían llegar a contaminar el subsuelo y las aguas subterráneas. Y como si fuera poco, parece que también hay un cuarto reactor con problemas.

Apenas un par de días después de la catástrofe japonesa, unas 60.000 personas salían a oponerse a Merkel y a su moratoria recientemente sancionada. La mayor concentración de protesta se registró en la región de Baden-Württemberg, un tradicional bastión de la derecha alemana, donde los demócrata-cristianos gobernaban sin interrupciones desde hace sesenta años. Merkel acusó el impacto, y al día siguiente de las movilizaciones decretó la paralización, durante al menos tres meses, de la prolongación de la vida útil de las 17 centrales nucleares. Pero la decisión no logró parar el descontento, que fue fogoneado a diario por las ONG y los activistas ambientales. En las elecciones regionales, el 27 de marzo, Merkel fue castigada por las urnas. Su partido, la Unión Demócrata Cristiana (CDU), perdió Baden-Württemberg después de medio siglo; mientras los ecologistas de Los Verdes y los socialdemócratas crecen en todas las circunscripciones electorales.

Contra todo pronóstico, y contra las promesas que ayudaron a instalarla en la Cancillería de Berlín, Ángela Merkel ha anunciado esta semana que apagará la energía nuclear en Alemania, y que comienza la transición hacia la era de las energías renovables en la economía que tracciona Europa, nada menos. El esfuerzo estructural de esta transición (principalmente hacia molinos eólicos, centrales de biomasa y solares) será inmenso; ya lo comparan con el esfuerzo desplegado por Alemania en 1990, cuando la reunificación. Las nucleares cubren hoy el 23 por ciento de las necesidades energéticas de las industrias y de los hogares; el costo de transformación del paradigma eléctrico (desde el tendido de cables hasta el aislamiento de las casas) será enorme.

Austria ya tiene vedado –y por disposición constitucional- la radicación de centrales atómicas en su suelo. Después de Fukushima, también Italia y Suiza han congelado cualquier proyecto de desarrollo energético en base al átomo. Los países subsidiarios de la tecnología alemana deberán, obligadamente, descartar los suyos. Las preguntas, ahora, se centran en qué rumbos tomarán Francia y Reino Unido, que disponen de tecnología propia, y los países en vías de desarrollo. China, especialmente. Pero también la Argentina.

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[publicado en HOY DÍA CÓRDOBA, viernes 3 de junio de 2011]

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Guerra sucia, negro petróleo

Guerra sucia, negro petróleo

Por Nelson Gustavo Specchia

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Durante dos días, en la luminosa París, las principales economías del mundo se reunieron, con la crisis política y humanitaria de Libia en el centro de sus agendas. De todas las opciones posibles, el Grupo de los Ocho eligió la peor de ellas: no hacer nada. No es la primera vez que las grandes potencias tienen en sus manos la ocasión de hacer realidad lo que pregonan, y la dejan pasar. La posibilidad de aunar el discurso de la solidaridad internacional con los pueblos oprimidos, la cooperación en el crecimiento de la libertad y en la profundización de la democracia, aunados a hechos concretos que demuestren que esos principios realmente configuran un embrión de comunidad internacional, en vez de ser una pantalla hueca que sólo sirve para adecentar la dura realidad del poder militar y los intereses económicos. Y también esta vez la dejaron pasar.

Los responsables de las políticas exteriores del Grupo de los Ocho (G-8), los cancilleres de los Estados Unidos, Rusia, Francia, Gran Bretaña, Alemania, Canadá, Italia y Japón, no lograron consensuar ninguna medida para intervenir en el territorio libio, en apoyo a la insurgencia popular alzada contra la tiranía del coronel Muhammar el Khaddafi. A pesar de ciertas posturas que, en los primeros momentos de la revuelta, hicieron suponer que los rebeldes podrían llegar a tener el apoyo de alguno de los miembros del selecto club de los poderosos del mundo, el contundente contraataque del régimen libio para recuperar posiciones sobre el terreno ocupado, la obvia superioridad militar, el respaldo de millones de todas las monedas de curso legal acumulados por el coronel durante los 41 años que ocupa el poder en Trípoli, y un escenario de aumento de la demanda de recursos energéticos tras el colapso japonés, modificaron rápidamente aquellas primeras señales esperanzadoras.

La administración norteamericana de Barack Obama, que había planteado originalmente el cerco aéreo de una zona de exclusión para la aviación militar de Khaddafi, y que inclusive había llegado a reacomodar parte de su flota de guerra en el Mediterráneo para acercarla a las costas libias, retrocedió hacia una posición de claroscuros para evitar mayores definiciones. Tras los primeros discursos de Hillary Clinton, amenazando a Trípoli con fuertes sanciones o directamente con una intervención, se pasó a condicionar ésta al acuerdo con los socios europeos de la OTAN. Pero cuando el francés Nicolás Sarkozy –en conjunto con el premier británico David Cameron- se sumó a la hipótesis de cerrar el cielo libio a través del bombardeo de sus defensas antiaéreas, Hillary dijo que se requería para llegar a eso la anuencia de los demás Estados árabes.

Los largos e intrincados pasillos diplomáticos seguían cruzándose, pero aún así se logró, en un tiempo breve, que la Liga Árabe, reunida en El Cairo, separara al gobierno de Libia de su seno y diera su consentimiento para bloquear el espacio aéreo; una medida que colaboraría con la oposición rebelde, pero que fundamentalmente protegería a la población civil contra los estragos de los bombardeos de la aviación militar del régimen. Pero tampoco el consentimiento de la mayoría de los países árabes fue suficiente ya para la secretaria de Estado de Obama; la nueva postura era que la decisión surgiera del pleno del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Pero mientas los laberintos diplomáticos se cruzaban y se enderezaban, el coronel no perdía ni un minuto, y ya había enviado mensajeros personales a El Cairo, para intentar quebrar la postura homogéneamente en su contra en el seno de la Liga Árabe; y otros emisarios a Bruselas, a hacer lobby en las diversas oficinas decisorias de la Unión Europea. Con la misma velocidad, había recibido en Trípoli a los embajadores de Rusia y de China. Todo el sistema informativo libio sigue cerrado a cal y canto desde que comenzó la insurrección rebelde, pero la cadena televisiva qatarí Al Jazeera publicó un trascendido que mostraba por dónde iría la estrategia del coronel: en las conversaciones con los embajadores, Khaddafi habría prometido a Rusia y a China sendos contratos de explotación petrolera en condiciones excepcionalmente ventajosas. Ambos países disponen de poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU. O, como mínimo, si no utilizan el veto, al menos se abstendrán de apoyar el cierre del cielo libio.

A PASO CAMBIADO

Cada vez más distante y distraída, Hillary Clinton llegó a la reunión del G-8 en París, y antes de ir a las sesiones se reunió con el presidente Nicolás Sarkozy. El francés es el que ha quedado peor parado en el veloz cambio de actitud de las potencias en la crisis Libia. Se jugó a apoyar la insurrección, rompió relaciones con Khaddafi, reconoció al Consejo Nacional opositor como su interlocutor legítimo, y mandó un nuevo embajador a Bengasi para que lo represente ante los insurgentes. Después de la entrevista con Hillary, el duro rostro del inquilino del Elíseo se mostraba preocupado; y al término de la reunión de cancilleres, cuando ya se sabía que nadie haría nada, y las tropas del régimen ya cercaban la capital de los rebeldes, Sarkozy mandó que su fútil y breve embajada vuelva a París, antes de que Bengasi termine de caer en las manos del sátrapa libio nuevamente.

El resto, por supuesto, fueron declaraciones y grandes discursos, como siempre. Todos los cancilleres coincidieron en pedir a Khaddafi que respete las legítimas reivindicaciones y aspiraciones del pueblo libio. Palabras que el coronel, seguramente, habrá recibido con una sonrisa irónica en Trípoli.

IMPUNIDAD ASEGURADA

Porque las declaraciones del G-8 en París dejan claro que los grandes principios sostenidos como valores morales universales por los poderosos de la tierra tienen, al menos al día de hoy, ese límite objetivo: su enunciación discursiva, pero no necesariamente su consecución material.

Y los primeros en tomar nota de esta situación, además del propio Muhammar el Khaddafi, han sido las petrocracias del Golfo Pérsico, comenzando por el jefe de la casa reinante en Arabia Saudita, Abdallah bin Abdelaziz, y por el monarca del Estado insular de Bahrein, Hamad ibn Isa Al Khalifa.

Porque la inacción de las potencias, además de dejar pasar otra oportunidad para hacer realidad lo que pregonan sobre la libertad y la apertura democrática, está fijando el nivel de represión que las autocracias árabes pueden seguir ejerciendo contra sus pueblos, sin correr el riesgo de que los grandes poderes del globo vayan a impedirlo.

Así, el alzamiento popular en Bahrein, que desde mediados de febrero ocupaba las calles y la céntrica Plaza de la Perla del pequeño país, en demanda de una apertura democrática concreta, con elecciones para la constitución de un Ejecutivo y la integración de un Parlamento (instancias a las que hasta hoy nominan de manera feudal los Al Khalifa), fue aplastado por las tropas de Arabia Saudita. Al ver el modo en que las principales potencias trataban a Khaddafi, el sunnita rey Abdallah puso manos a la obra y mandó su gente a reprimir a los chiítas de las islas bahreníes, no vaya a ser que el proceso democratizador avance en el país vecino, y que desde allí luego se trasladase a las costas del gran reino petrolero.

En todo caso, debe ser la obvia lectura de Abdallah y de los Al Khalifa, si a Khaddafi le han permitido machacar sin piedad a los opositores rebeldes, reprimiendo el alzamiento con todo el peso de su aviación y artillería, la impunidad de los países del Golfo, donde las reservas del negro petróleo son sustantivamente más vastas, está garantizada.

Si Khaddafi termina finalmente tomando Bengasi este fin de semana, y desencadenando la persecución y represión sobre los civiles rebeldes que se vaticina, el idealismo diplomático europeo y los bellos discursos internacionales del gobierno demócrata estadounidense, habrán sufrido una profunda herida de credibilidad. Un descenso muy difícil de remontar.

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Agitadas aguas amarillas (07 12 10)

COREA DEL SUR VUELVE A LAS MANIOBRAS EN EL MAR AMARILLO

El régimen norcoreano considera una “provocación” los ejercicios militares

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Aumentando la tensión en lejano Oriente, Corea del Sur reinició ayer los ejercicios militares en el Mar Amarillo, en la misma zona donde el 23 de noviembre pasado Corea del Norte bombardeó la isla de Yeonpyeong, causando bajas mortales entre el personal militar y la población civil.

El gobierno norcoreano justificó entonces el ataque aduciendo que las maniobras del vecino del sur habían invadido aguas soberanas, en una zona donde la frontera marítima es extremadamente frágil y de trazado irregular. Los Estados Unidos de América apoyaron de inmediato a su aliado oriental, y anunciaron que participarían en la consecución de los ejercicios surcoreanos en el área.

El régimen de Pyongyang, por su parte, advirtió reiteradamente que si los coreanos del Sur volvían a intentar aproximarse al borde divisorio entre ambos países, el acercamiento sería considerado una “provocación” militar, incluyendo la velada amenaza de que “nadie podrá predecir las consecuencias” de nuevas maniobras en el mar que separa a la península de la República Popular China, histórico aliado y valedor del régimen norcoreano.

El líder chino, Hu Jintao, precisamente, se comunicó con la Casa Blanca, para expresarle al presidente Barack Obama la preocupación de Beijing por la “frágil situación de seguridad” entre ambas Coreas. Los norteamericanos sospechan que China alienta en secreto la escalada de tensión, como una estrategia para aumentar su influencia en toda la zona.

Inclusive se especula con un plan chino de reunificación de ambos Estados, con capital en Seúl, pero bajo la tutela del gigante asiático. La comunicación telefónica de Hu a Obama puede perseguir el objetivo que los norteamericanos no se involucren en forma decisiva, con armamento y naves de combate, en las maniobras surcoreanas.

La semana pasada, en el retorno a las conversaciones tras el ataque a la isla de Yeonpyeong, los delegados chinos advirtieron a Estados Unidos, Japón y Corea del Sur que permanecerían en la mesa de negociaciones a condición de que no se “intensificara la confrontación” entre el Sur y el Norte de la península.

Públicamente, la Casa Blanca ha aceptado la advertencia china, y manifiesta la necesidad de una “estrecha cooperación” entre las potencias para lograr la paz entre ambas mitades de la península y su desnuclearización. Sin embargo, a las negociaciones que comenzaron ayer en Washington, no fueron convocados los representantes chinos.

Además, Obama ha abierto un nuevo frente para apoyar al gobierno de Seúl, con la firma de un Tratado de Libre Comercio (TLC) que ampliará ambos mercados y abrirá el sector financiero estadounidense a los coreanos. Al afirmar que someterá el nuevo TLC –el mayor tratado comercial estadounidense desde el NAFTA de 1994- al Congreso, Barack Obama afirmó que con él “se profundiza la fuerte alianza y se refuerza el liderazgo estadounidense en el sureste asiático”.

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Obama, el amigo hindú (08 11 10)

OBAMA RESPALDA EL INGRESO DE LA INDIA AL CONSEJO DE SEGURIDAD

El fortalecimiento de las relaciones con India provocará un nuevo equilibrio global

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El presidente estadounidense, Barack Obama, produjo el más importante giro en la esperada reforma del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (ONU), al señalar ayer que su país –la principal potencia dominante en la organización multilateral- apoyará las aspiraciones de la India para integrarse como miembro permanente.

El Consejo de Seguridad es el auténtico centro neurálgico de los equilibrios internacionales, está compuesto por solo cinco asientos permanentes (EE.UU., Gran Bretaña, Francia, Rusia y China), todos con poder de veto sobre las decisiones de la organización.

La aceptación por parte del líder norteamericano de las aspiraciones hindúes implica un reconocimiento al papel de creciente relevancia del país-continente como potencia emergente, y un nuevo equilibrio de poder frente al ascenso de China. Con 1.200 millones de habitantes, una economía en crecimiento permanente y una democracia de masas que funciona, India invoca su derecho a sentarse entre las naciones que gobiernan el mundo.

Obama, en su presentación, admitió que las nuevas realidades y equilibrios de fuerzas del mundo del siglo XXI debe tener un correlato en la reforma de las instituciones internacionales. Con esta misma argumentación, desde hace tiempo el presidente brasileño, Lula da Silva, viene bregando por un asiento permanente en el Consejo de Seguridad para Brasil; Alemania y Japón, que quedaron fuera de la arquitectura multilateral de la organización tras su derrota en la segunda Guerra Mundial, tienen las mismas pretensiones; pero de los diversos aspirantes, el jefe de la Casa Blanca ha decidido priorizar a la India.

El anuncio se enmarca en una serie de nuevas modalidades de relacionamiento bilateral entre los Estados Unidos y la India, que Barack Obama no ha dudado en definir como una relación que marcará el nuevo tiempo político global.

También para India implica un cambio sustantivo en su postura frente a las iniciativas de la potencia norteamericana, ya que en el pasado reciente ha estado lejos de alinearse con las políticas de Washington: durante una buena parte del siglo XX Nueva Delhi tuvo un diálogo especial con la Unión Soviética, mientras la estrategia norteamericana apoyaba de forma prioritaria su alianza con Pakistán, el histórico rival hindú.

El presidente norteamericano hizo pública su iniciativa frente al Parlamento hindú, en un discurso que fue interrumpido varias veces por los aplausos; en él Obama calificó a India de un «socio irrenunciable», además de «un actor clave en la escena mundial».

La escala en Nueva Delhi es la primera de una gira de Barack Obama por Oriente, en la cual visitará también Indonesia, Corea del Sur y Japón, justo antes de la apertura de la reunión del G-20 en Seúl, en la que participará también la presidenta argentina Cristina Fernández, y que se centrará en acordar medidas conjuntas que equilibren el nuevo proteccionismo de los grandes productores por vía de la devaluación unilateral de la moneda, como está haciendo China en estos días.

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Corea, «comunismo monárquico» (15 10 10)

Corea, “comunismo monárquico”

por Nelson Gustavo Specchia

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Corea del Norte es, en más de un sentido, un país a contramano de este tiempo y espacio histórico. Mientras el vector de la globalización política y económica achica la “aldea global”, el sector Norte de la península coreana se retrae en sí mismo y se cierra herméticamente a casi ningún contacto.

Cuando la revolución de las comunicaciones y de la información pone en tiempo real y a disposición de prácticamente cualquier usuario los detalles mínimos de la locación más remota, el régimen norcoreano cierra a cal y canto el acceso o la salida de cualquier tipo de información, desde las cifras demográficas hasta los indicadores más básicos para conocer la estructura y el desarrollo interno del país; de una manera tan obtusa que las únicas fotografías que circulan por la prensa internacional son las obtenidas por teleobjetivos potentes desde largas distancias (o desde el borde sur de la frontera que la separa del resto de la península), o los escuetos partes noticiosos gubernamentales –redactados en un léxico rimbombante y acartonado- que sólo dejan lugar a conjeturas.

También a contramano de la historia en lo que se refiere a las tendencias participativas. Cuando a nivel global se amplían la delegación de poderes concentrados, aumenta la participación de la sociedad civil en los asuntos públicos, y se observan mayores grados de democratización y horizontalidad en los procesos de toma de decisiones, el sistema norcoreano da un paso más en su tendencia hacia la concentración y establece, como los analistas internacionales han podido deducir estos días de una serie de indicios y sospechas, una sucesión dinástica del poder, retenido por la familia Kim desde hace más de medio siglo.

Corea del Norte, así, termina por plantear la difícil paradoja de ser el último Estado de ortodoxia comunista estalinista y, al mismo tiempo, una monarquía absoluta que reserva el ejercicio del poder a los miembros de una única familia, que lo trasmite de generación en generación por vía sanguínea.

EL MURO DEL PARALELO 38

Kim Jong-il, el actual líder, está gravemente enfermo, y el sistema ha dado en las últimas semanas señales de que la sucesión dinástica ha comenzado.

El actual mandatario recibió el poder de manos de su padre, Kim Il-sung, el jefe comunista que encabezó la revolución coreana tras la independencia de la península del dominio japonés, en 1945, y fundó el actual Estado, formalmente denominado República Popular Democrática de Corea. Kim Il-sung sigue siendo hoy presidente, aunque murió en 1994; la Constitución y las leyes lo designan como “Presidente Eterno”. La enfermedad de su hijo –que desde la desaparición física del “Presidente Eterno” ejerce autocráticamente el mando- ha llevado al régimen a presentar a su posible sucesor.

La elección ha recaído en Kim Jong-un, el tercero de los hijos del mandatario, un joven regordete (se estima que puede tener entre 25 y 27 años) que ha sido designado en pocos días como general de cuatro estrellas y colocado en los puestos clave para ocupar el lugar de su padre en cualquier momento. Dada su juventud y su falta de experiencia, la élite dirigente, en el mejor estilo de las monarquías absolutas del pasado, también ha elevado al generalato de cuatro estrellas a la hermana del presidente, la señora Kim Kyong-hui, que será la virtual regente e instructora del muchacho Jong-un ante una desaparición repentina de su padre, el dirigente socialista a quien la ley obliga a llamar “querido líder”.

La anomalía coreana arraiga en la lógica bipolar surgida de las cenizas de la segunda Guerra Mundial. Cuando el Imperio del Sol Naciente cayó bajo las bombas de Hiroshima y Nagasaki, el ejército japonés abandonó la vecina península coreana, a la que había ocupado en 1910, como a la Manchuria china, en su avance expansionista hacia el Oeste. Retirados los japoneses, las tropas aliadas se encontraron frente a frente, en una situación similar a la de Berlín, a un lado y al otro del Paralelo de 38º de latitud Norte; y ninguno de los dos se movió un palmo hacia atrás.

El Ejército Rojo, con el apoyo de los “voluntarios chinos”, apoyó la creación de un nuevo Estado, con capital en Pyongyang y soberanía sobre toda la península, en 1948. Simultáneamente, el ejército estadounidense respaldó la creación de un nuevo país, con capital en Seúl y también pretensiones soberanistas sobre todo el territorio. Kim Il-sung, como secretario general del Partido de los Trabajadores Coreanos –con el pleno apoyo logístico de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas- se hizo con el puesto de presidente de la Comisión Nacional de Defensa, el cargo más alto de la nueva formación institucional. Desde su puesto de mando, el primer Kim ordenó la invasión de la parte Sur y la recuperación de la soberanía sobre todo el territorio de la península.

La invasión del Norte generó la Guerra de Corea, en 1950, que en Occidente se conoció y se popularizó a través de la serie televisiva M.A.S.H., con Alan Alda en el protagónico. Las Naciones Unidas lograron imponer un armisticio en 1953, que consagró al Paralelo 38 como la frontera entre ambos Estados, y disparó el proceso de clausura del régimen del Norte sobre sí mismo y el aislamiento internacional.

CAPARAZÓN CONTRA EL OTRO

Mientras el Sur caminaba a pasos largos para convertirse en la expresión ideal de un país capitalista, desarrollado y democrático (que los Juegos Olímpicos de 1988, y el campeonato mundial de futbol de 2002, mostraron como un gran escaparate al mundo), el Norte se cerraba, refugiándose en la filosofía denominada Juche.

La Juche es un sistema de ideas muy simples y terriblemente efectivas. Su autoría se le atribuye al “Presidente Eterno”, y ha sido ampliamente desarrollada por su hijo, Kim Jong-il, desde que ocupa el trono (asumió en 1997). La idea central de la Juche es que el hombre es responsable de su vida y destino individual, y por ello responsable de la revolución y del destino de la patria. De alguna manera, explican los profesores en Occidente, la Juche intenta enlazar marxismo teórico, estrategia leninista, capitalismo de Estado, y todo ello con notas propias de la cultura oriental. Esta intersección de fuerzas lleva a otorgar mucha importancia al proceder independiente, tanto a nivel individual como colectivo, y a adaptar las soluciones a las capacidades, sin depender de nadie.

La Juche ha sido el respaldo discursivo del régimen norcoreano para defender su independencia frente al mundo (aunque soslaye la central dependencia del apoyo chino, único valedor regional e internacional de Pyongyang); la centralidad de lo militar en la vida política (denominado “songun”: “los militares primero”); la exaltación nacionalista; y el voluntarismo frente a las adversidades.

En la práctica, este conjunto de ideas-fuerza ha conducido a Corea del Norte al aislamiento, a la provocación permanente a los vecinos, a la histeria de la seguridad (la frontera del Paralelo 38 es la más custodiada del planeta), a iniciativas agresivas (como las pruebas nucleares subterráneas, o el misil que hundió una corbeta surcoreana en marzo de este año), a un sobredimensionamiento de las fuerzas armadas (su ejército de cinco millones es el cuarto del mundo, se estima que tiene unos 45 soldados por cada 1.000 habitantes, la mayor tasa relativa del globo). Y a unos desequilibrios internos de desarrollo que han conducido a la pauperización de la sociedad, e inclusive a hambrunas, como la de 1995-1998, en la que se estima que entre 600.000 y un millón de coreanos murieron de hambre.

QUEDA EN FAMILIA

Pero a la familia Kim nada de esto parece afectarla demasiado, y el rumbo del régimen no se ha alterado ni en el menor detalle. En estos días, inclusive, el hijo mayor del “querido líder”, Kim Jong-nam, ha mostrado su malhumor en una entrevista para una radio japonesa. El primogénito habría perdido el favor del mandatario cuando, en 2001, fue detenido en el aeropuerto de Tokio con un pasaporte falso: el muchacho quería visitar Disneylandia. Su simpatía por ese símbolo del imperialismo capitalista le costó el trono, donde su hermano menor, Kim Jong-un, está presto a sentarse.

Estos enredos familiares de telenovela deberían estar destinados a las páginas de la prensa rosa y a los programas de chismes de la televisión de mediodía. Pero Corea del Norte es clave para la estabilidad en Oriente: su potencial nuclear, el aislamiento internacional, la histeria securatista, la economía desestabilizada y una población (quizá de unos 25 millones) en crónico estado de escases, conforman un abanico de factores que pueden poner en serio riesgo aquella estabilidad regional.

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nelson.specchia@gmail.com

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Un tsunami en la política japonesa (03 09 09)

Yukio Hatoyama

Un tsunami en la política japonesa

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por Nelson-Gustavo Specchia

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Unos vientos aciclonados barrieron con fuerza el archipiélago japonés, pero un movimiento de dimensiones aún mayores sacudía su vetusta arquitectura política, que permanecía inmóvil desde la posguerra, fiel al talante de uno de los países más conservadores del planeta. El Partido Liberal Democrático (PLD), que ha retenido el gobierno en los últimos cincuenta años, acaba de caer derrotado por un discurso que viene a renovar generacional e ideológicamente el modelo de desarrollo, de la mano del Partido Demócrata del Japón (PDJ) y del futuro primer ministro, Yukio Hatoyama.

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La derrota del imperio japonés en la segunda guerra mundial tuvo consecuencias perecederas para su cultura política, y las deudas de aquella capitulación se siguen saldando en estos días. Las elecciones de esta semana no pueden entenderse sin el marco interpretativo que sugieren aquellas consecuencias.

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Las condiciones de posguerra dejaron a un Japón atado a las políticas del Departamento de Estado norteamericano, con una presencia importante de “marines”, unos 50.000 efectivos norteamericanos siguen operando en las islas japonesas, especialmente en la base de Okinawa. Los Estados Unidos impusieron a los derrotados, además, una Constitución pacifista, que se firmó en 1946, y en la que se renuncia –a perpetuidad- a disponer de un ejército propio. La seguridad de Japón depende por ello de la presencia efectiva de los “marines”, y de unas débiles Fuerzas de Defensa, de organización más policial que militar.

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Frente a estas limitaciones concretas a la soberanía, las élites derrotadas elaboraron una estrategia asentada sobre una formación política prácticamente monopólica –el Partido Liberal Democrático (PLD)-, con alianzas trazadas desde el poder con los principales grupos familiares, dueños, a su vez, de los más importantes consorcios empresarios. Esta estrategia generó un modelo económico basado en el crecimiento, el ahorro interno y la exportación masiva.

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Las grandes empresas establecían una relación de por vida con sus empleados, y con ese predicamento instaban a los trabajadores a apoyar electoralmente al partido gobernante, con el que, en su momento, pactaban la política económica, los subsidios, la estructura impositiva, y el aliento exportador.

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Tras medio siglo, y con una pirámide poblacional invertida (cada vez más viejos y menos nacimientos), el esquema político estructurado en la posguerra, que llevó a Japón a convertirse en una potencia, parece haberse agotado.

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Aquel esquema terminó favoreciendo la perpetuación de familias endogámicamente instaladas en los altos cargos de la Administración, un envejecimiento fuerte en los mandos, la captura electoral por un único partido (el PLD), el agrandamiento de la burocracia, la baja en los niveles de competitividad, muy pocas iniciativas de contención social hacia los colectivos menos favorecidos, y un desincentivo político creciente.

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Y encima, llegó la crisis global. Con la flexibilización y el empleo temporario las corporaciones dejaron de ser el “segundo hogar” del trabajador japonés, y el empuje de China desplazará en poco tiempo a Japón del segundo lugar entre las economías líderes.

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Teniendo en cuenta la combinación de estos dos factores, el agotamiento del viejo modelo y las nuevas condiciones internacionales, los japoneses han expulsado del gobierno al sempiterno PLD y al conservador primer ministro Taro Aso. Con la determinante participación de los jóvenes y de las mujeres (excluidas y relegadas en la cultura nipona, tan fuertemente patriarcal y masculina), han revertido la balanza de poder, y colocado en el futuro gobierno al Partido Demócrata del Japón, y al discurso renovador de Yukio Hatoyama.

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El salto del PDJ ha sido espectacular (de 115 diputados, a 308), como espectacular ha sido la caída de la vieja guardia del PLD (de 300 en la legislatura que ahora acaba, ha logrado retener sólo 119). Y entran mujeres al Parlamento: 52 diputadas, un 11,3 por ciento de los 480 escaños; muy poco todavía, pero es un cambio de la tendencia dominante, donde las mujeres prácticamente no existían, y la edad media de los representantes se acercaba a los 80 años.

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Las posturas renovadoras del líder del PDJ traen nuevo aire, y no sólo para las mujeres. Hatoyama ha prometido un subsidio de unos 3.000 dólares anuales por niño, para incentivar los nacimientos; ampliar los alcances de la educación escolar básica; atemperar los altísimos costes de la Universidad con políticas de becas; mejorar las condiciones de los jubilados japoneses; y atender a los campesinos y a los desempleados, cuyo número no deja de aumentar desde la crisis.

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La política exterior

Pero de las medidas anunciadas por el futuro primer ministro, las que pueden tener un impacto global más incisivo son las que apuntan a las relaciones exteriores. Yukio Hatoyama se propone rediseñar el mapa estratégico del Japón con una reforma constitucional, que retome la posibilidad de dotarse de unas fuerzas armadas para defender la seguridad de Japón por sus propios medios, y despegar de las prioridades del Departamento de Estado norteamericano.

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Al mismo tiempo, Hatoyama colocará a los vecinos asiáticos en los primeros planos del diálogo regional. Plantea un viraje hacia la reconciliación con China, y estudia una distribución de mercados internacionales en una perspectiva de complementación con sus vecinos, además de China, también con India, Australia, Nueva Zelandia, Vietnam, Malasia y Filipinas.

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En otras palabras, Hatoyama se propone desplazar el eje de la alianza occidental y redimensionar un polo de poder centrado en el sudeste asiático y el Pacífico sur. Semejante movimiento político puede tener los efectos de un tsunami, también en las costas americanas.
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Publicado en HOY DIA CÓRDOBA, viernes 4 de septiembre de 2009, suplemento MAGAZINE, portada.

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nelson.specchia@gmail.com