El “fénix” Berlusconi
por Nelson Gustavo Specchia
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El griego Heródoto recogió una tradición oral –seguramente egipcia- que luego, por las crónicas latinas de Plinio el Viejo, Ovidio y Séneca, ha llegado hasta nosotros: la de ese ave, de plumaje rojizo o anaranjado, que cuando está a punto de cumplir su ciclo vital se consume entre las llamas, y después, desde esas mismas cenizas, resurge y alza vuelo. En las culturas orientales, el mito del ave Fénix simbolizaba el renacimiento, el Nilo que volvía a prodigar los sembradíos, la primavera. A Occidente pasaron algunas versiones menos bucólicas, que acentúan la obstinación y los intentos de permanecer más allá de la natural decadencia y finitud de las cosas, los plazos, y los períodos de cualquier tipo.
La política italiana, y su estrella protagónica, el primer ministro Silvio Berlusconi, han ofrecido en este año que termina una versión remozada del Fénix obstinado. Todos los elementos han confluido para señalar el ocaso de un tiempo y la necesidad de un cambio en el estado de las cosas. Sin embargo, a pesar de ello, una y otra vez el político al que propios y extraños denominan, significativamente, “Il Cavaliere”, vuelve desde sus cenizas y se mantiene en vuelo, planeando sobre las críticas, los escándalos, las movilizaciones multitudinarias, las recomposiciones partidarias, la huida de sus antiguos aliados, la censura de la jerarquía eclesiástica, el desbande moral de su entorno, los millonarios juicios de divorcio, las admoniciones del Presidente de la República, los estragos sexuales, las fiestas eróticas en la mansión de Cerdeña, las revelaciones de WikiLeaks que ventilan negociados con Vladimir Putin, la contratación de prostitutas de alto nivel en coches oficiales, las fiestas con menores y una ventilada relación íntima con una joven de 18 años. Y, en general, el estupor internacional frente a ese “César de carnaval” (como cuentan que decía Hitler del Duce), conservador y cortado a la moda neoliberal.
HILOS DE ALAMBRE
¿Qué sostiene a Silvio Berlusconi, tras una década y media en el ojo de tormenta, al frente de la política peninsular? Sería simplista quitarle méritos propios: el premier entendió la política como una extensión lógica de su larga trayectoria empresarial en los medios de comunicación, y construyó metódicamente su personaje, durante años, en ese sentido. Pero dos elementos externos a su persona vinieron a servirle como marco propicio para que se convierta en el hombre fuerte de la política italiana: el propio modelo italiano, caracterizado por una atomización en pequeñas y múltiples agrupaciones; y la extrema debilidad institucional. En un sistema con esas características, la capacidad de maniobra de un gerente hábil, sin anclas ideológicas de peso y con un imperio de medios de comunicación a su absoluto arbitrio, encuentra un terreno fértil para la formación de mayorías coyunturales capaces de alcanzar el Ejecutivo y mantenerse en él.
El otro elemento externo que ha contribuido enormemente a sostener a Berlusconi a pesar de todos los indicadores en contra, ha sido sin duda el rol de la oposición de izquierda, que ha perdido sistemáticamente una oportunidad tras otra para ofrecerse a la sociedad civil como una alternativa creíble a los manejos gerenciales de “Il Cavaliere”. Hasta los años ochenta del siglo XX, el Partido Comunista Italiano (PCI) era la formación marxista más grande del mundo fuera de la Unión Soviética, y los socialdemócratas del Partido Socialista (PSI) apenas le iban a la zaga. Esa izquierda estructural, fuerte y ordenada, tenía enfrente a una centroderecha de equivalente peso específico, la Democracia Cristiana (DC) fundada por Alcide de Gasperi en 1942, y que ejerció el gobierno durante casi toda la segunda mitad del siglo.
Pero este sistema, que a la manera moderna y occidental se orientaba hacia el afianzamiento de un bipartidismo estructural, con claras opciones democráticas a ambos lados del arco ideológico, se quebró hacia fines del siglo pasado, por cuestiones externas y por crisis internas. El largo ejercicio del poder de los demócrata cristianos los acercaron a la mafia y los invadió la corrupción, y el PCI y PSI no soportaron la desaparición soviética y la división bipolar del mundo. Todo el sistema entró en crisis, y de ese incendio, nuevamente, volvió a surgir el ave Fénix del magnate de las comunicaciones, con un discurso alejado de las seguridades ideológicas, cercano a las prácticas populistas, a las alianzas de coyuntura, y con una inmensa capacidad operística para poner en escena la política en clave teatral.
Ninguna de las otras fuerzas tradicionales, una vez hundido el proyecto bipartidista, tuvo una capacidad de reacción comparable. Los democristianos se redujeron a un partido menor tras sus escándalos internos, y los ex comunistas y ex socialistas andan intentando reaglutinar fuerzas en el nuevo Partido Democrático. Pero mientras unos y otros avanzan a tientas y dando bandazos, Berlusconi los mira por sobre el hombro con triunfal sonrisa sobradora.
LA DEBACLE DEL 2010
Sin embargo, y a pesar de esa capacidad de aferrarse obstinadamente al poder con cualquier excusa, objetivo o alianza, tras una década y media en el centro del escenario, con el 2010 llegó el “annus horribilis” del premier.
A mediados de noviembre, y tras escenificar un divorcio progresivo desde principios de año, los dos líderes de la derecha italiana terminaron por separarse. Los ministros afines a Gianfranco Fini se retiraron del Ejecutivo de Silvio Berlusconi. La ruptura de la alianza que había logrado formar gobierno en 2008 generó una crisis que, según todos presagiaban, terminaría por hundir al primer ministro al dejar a su partido, Pueblo de la Libertad (PdL), en minoría en el Parlamento. Además, los disidentes de Fini –que, por cierto, ejerce la titularidad de la Cámara Baja- se aglutinaron en un nuevo partido, Futuro y Libertad (FyL), con el que Gianfranco Fini se propone alcanzar la primera magistratura y desplazar a Berlusconi de la conducción de la centroderecha peninsular.
El rompimiento de mediados de noviembre se venía anunciando desde el inicio del año legislativo, tanto por las permanentes menciones críticas entre ambos líderes, como a través de muy ajustadas votaciones legislativas, donde los diputados rebeldes le pusieron permanentemente palos en la rueda a los proyectos enviados por el Ejecutivo. A partir de la crisis de gabinete, con aquellos rebeldes ya abiertamente opositores, empezaron las quinielas para calcular cuánto tiempo resistiría Berlusconi con un gobierno en minoría. Al punto que el presidente de la República, el viejo comunista Giorgio Napolitano, comenzó a utilizar los recursos que le reserva la Constitución, y convocó a los dos jefes de las cámaras del Congreso, el propio Fini y el responsable del Senado, Renato Schifani. Tras el encuentro, el Jefe de Estado anunció que había consensuado con los dirigentes parlamentarios que el gobierno de Silvio Berlusconi se sometería al voto de confianza de los diputados y senadores el 14 de diciembre.
Napolitano, un político de la vieja guardia y una figura que impone respeto y consenso por su larga trayectoria, también creyó que los tiempos finales de Berlusconi habían llegado, y entre todas las opciones que le otorga la Constitución, decidió aguardar el trámite de votación de las dos mociones que Berlusconi tenía pendientes en el Congreso: una antigua de censura en Diputados (promovida originalmente por la oposición de izquierda, a la que se sumaron los nuevos rebeldes de Fini), y la de apoyo en el Senado. Tras esa votación, Napolitano preveía llamar a elecciones anticipadas.
Viendo cómo se preparaba el escenario, y atendiendo a los sondeos (que no le otorgan a su popularidad más que un 27 por ciento, uno de los mínimos históricos de su carrera), “Il Cavaliere” entró a remover las cenizas de la hoguera: se aseguró el respaldo del partido filofascista de la Liga Norte (LN), de Umberto Bossi. El dirigente del separatismo norteño, la región más rica e industrializada de la península, salió a pescar en el río revuelto, y respaldó al premier. Además, Berlusconi ofreció un nuevo pacto inmediatamente antes de la votación por la censura. A los diputados díscolos les ofreció cambiar todo lo que fuera necesario, especialmente los cargos ejecutivos. Incorporándolos a ellos, claro.
Y el Fénix llamó también a formar una nueva mayoría conservadora, a todos aquellos que se reconocen afines al Partido Popular Europeo. Y lo logró, alzó nuevamente el vuelo, contra todo pronóstico. Superó el voto de censura, aunque Fini y los demás líderes de la oposición contaban los votos hasta último momento y afirmaban que tenían las curules suficientes para enterrar de una vez por todas a este gobierno de “opera buffa” napolitana.
APOSTAR ALTO
Superada –casi por milagro- la moción de censura, cualquiera podría haber afirmado que el primer ministro se llamaría a silencio, terminaría con perfil bajo el peor año de su carrera política. Sin embargo Berlusconi no descansa, y apuesta siempre más y más alto. Antes de que termine este diciembre, volvió a enviar al Senado el proyecto de reforma educativa que cambiará estructuralmente la añeja tradición académica italiana.
La polémica norma, que ha volcado a la calle a cientos de miles de estudiantes, no deja títere con cabeza: se mete con la educación elemental y llega hasta la universitaria; reduce la inversión pública en 8.000 millones de euros entre 2009 y 2013; expulsa más de 130.000 maestros; reduce la jornada escolar primaria sólo a las mañanas; recorta 1.500 millones de euros a la docencia e investigación; impone que de cada cinco jubilaciones sólo se renueve un profesor; y habilita a que agentes privados entren en los consejos de dirección de las universidades. El Senado, afín a Berlusconi, aprobó la ley esta semana.
Como Nerón, otro romano innovador, “Il Cavaliere” pretende no dejar nada en pie.
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