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Lula en el cambio de tercio (19 03 10)

LULA EN EL CAMBIO DE TERCIO

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por Nelson Gustavo Specchia

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Entre los elementos novedosos de la política latinoamericana en esta primera década del siglo XXI, se destaca un cambio sensible: las ciudadanías tienden a despedir con altos índices de aprobación popular a los líderes que cumplen su mandato. En la maraña de deficiencias que aún acumulan las democracias de la región, el hecho de que los ex gobernantes dejen su cargo con una buena imagen, constituye un elemento no menor en el avance de la calidad del sistema republicano. Parecen quedar en la historia de las transiciones las salidas apresuradas de ex mandatarios en helicóptero por los tejados de las casas de gobierno, las huidas a Miami o a Tokio, o la simple resignación –una vez jubilados- a la antipatía y a la malquerencia de sus pueblos, vegetando en el sopor de una siesta permanente.

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Ya fue perceptible este cambio de tendencia cuando Fernando Henrique Cardoso dejó la primera magistratura brasileña; antes sólo habían sido casos excepcionales (como el del colombiano Belisario Betancur, o el del uruguayo Julio María Sanguinetti), pero a Cardoso le siguieron otros signos de cambio de tendencia, como la culminación de la presidencia  exitosa del chileno Ricardo Lagos, las manifestaciones de apoyo tras un primer período presidencial con las reelecciones –dentro de la legalidad constitucional- de Evo Morales en Bolivia y de Rafael Correa en Ecuador. El médico Tabaré Vázquez dejó la jefatura del Poder Ejecutivo uruguayo con un alto índice de aprobación, y Michelle Bachelet tocó el techo de todo este conjunto al dejar la presidencia chilena. Una tendencia que inclusive puede advertirse en Argentina: esta semana, en un medio tan poco sospechoso de ser  condescendiente con el gobierno nacional, como es el diario La Nación, el periodista Fernando Laborda daba cuenta de cómo Cristina Fernández de Kirchner no deja de crecer paulatinamente en las encuestas que miden su imagen positiva, a medida que avanza el tiempo de su mandato. Y tal cambio de tendencia no se reduce a las administraciones de corte progresista, sino que alcanza también a la derecha: si la justicia no lo hubiera inhabilitado, el presidente colombiano Álvaro Uribe hubiera ganado con comodidad un tercer mando presidencial, y toda la campaña que acaba de empezar gira en torno a él, tan alta es la aceptación popular que tracciona su figura.

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En este marco, el período del brasileño Luiz Inacio da Silva, que transita ya las postrimerías, es ilustrativo. Lula se retira de la presidencia del coloso sudamericano con un índice de aprobación muy alto, y su decisión de no buscar argucias legales ni reformas constitucionales para perpetuarse en el poder tiene una doble lectura: es otro elemento de la consolidación del sistema a nivel regional; pero también es posible advertir en esa decisión las ambiciones del viejo gremialista a seguir jugando el juego del poder. Como los toreros en la plaza, cambiar de tercio para seguir la corrida.

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En este sentido deben analizarse las últimas –y arriesgadas y sorpresivas- acciones internacionales del líder carioca. Lula ha llenado su agenda exterior con hechos que van mucho más allá de las formalidades diplomáticas ordinarias: la organización en Brasilia de un foro permanente que reúne a los Estados árabes; las constantes visitas a los novísimos países de la periferia africana (fue una vez a Europa, en 2007, pero va visitando 16 países africanos en seis oportunidades); la invitación de honor al presidente francés para compartir el palco en el desfile del día de la independencia brasilera; el fomento a la creación de nuevas organizaciones regionales en América del Sur (la Unasur, con un consejo de seguridad propio, y la “OEA sin los yanquis” de la última cumbre de Cancún); el alojamiento de Manuel Zelaya en la embajada brasileña en Honduras; la recepción del presidente iraní en Brasilia en el momento de mayor tensión con Washington por el tema nuclear; la compra de tecnología militar atómica a Francia (evitando así la dependencia tecnológica norteamericana); la alianza con China para frenar las sanciones a Teherán en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas; la visita a La Habana y la foto abrazado con los Castro, en un momento en que arrecian las críticas por los derechos humanos en la isla; la presencia empresarial de la alianza de las potencias emergentes BRIC (Brasil – Rusia – India – China); el asiento en el G-20; el mando de las tropas de la ONU en Haití; o las funciones de árbitro entre Venezuela y Colombia, o en las tensiones entre el Beni y el Altiplano en Bolivia.

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Más allá de las funciones propias del presidente de un país a escala continental, las prioridades de la agenda internacional de Lula han ido modelando una pista de despegue para proyectar su imagen a nivel global, en las arenas donde se cruzan los conflictos y las negociaciones que van dando forma al equilibrio del globo. En este camino, Lula dio esta semana un salto inesperado: ante la sorpresa de todos, llegó a Medio Oriente, expuso sin medias tintas sus criterios sobre una de las más álgidas crisis mundiales, criticó sin ambages los roles desempeñados hasta ahora por los grandes jugadores en las tierras palestinas (las Naciones Unidas, la Unión Europea, y los Estados Unidos), y se propuso a sí mismo como mediador para avanzar hacia la tan ansiada paz entre israelíes y palestinos. Un auténtico pase a las ligas mayores de la política.

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Ya la prensa brasileña venía dando señales sobre los rumbos que podría tomar Lula una vez pasado a retiro en el pico de su popularidad, tanto dentro del país como en el exterior. La revista brasileña Veja anunció a principios de marzo que Lula había sido sondeado para ser el próximo secretario general de la ONU, sucediendo al inocuo y decepcionante Ban ki Moon. Barack Obama, a pesar de que el brasileño ha puesto mucho empeño por despegarse todo lo posible de la Casa Blanca, dice que Lula es “el más popular del planeta”. Ya se sabe: O mais grande do mundo. Y está confirmado que Obama le cursó una invitación para dirigir el Banco Mundial, a la que Lula –al parecer- declinó argumentando que, con su pasado de militante gremial, no se veía dirigiendo a los banqueros del mundo. Tampoco quiere ir dando conferencias de cachet millonario, como Tony Blair, José María Aznar, o Bill Clinton.

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Pero parece que sí se ve a sí mismo como un árbitro, que puede aportar una mirada con sensibilidad social –pero también con un fuerte pragmatismo- a algunas cuestiones encalladas en el barro de la hipocresía y los juegos de poder. Eso dijo en la Knesset (el parlamento israelí) ante la mirada entre sorprendida e incrédula de los funcionarios del gobierno conservador de Benjamín Netanyahu. Afirmó que Israel debe terminar con los planes expansionistas sobre los territorios ocupados tras la guerra de 1967, y reconocer de una vez por todas los derechos a la autodeterminación de los palestinos, con la conformación de un Estado soberano, viable, seguro, y con las fronteras definidas en los tratados respaldados por la comunidad internacional. Volvió a decirlo frente a la tumba de Yasser Arafat, con una mantilla árabe sobre los hombros (la “kufiya” que el líder de la Organización para la Liberación de Palestina siempre llevaba). Dijo que a él no le haría ningún problema sentar a los islamistas de Hamas en la mesa del diálogo, y que la coexistencia de los dos Estados en la misma tierra es la única posibilidad de asegurar la paz para el propio Israel. Se cruzó a Jordania, a repetirle lo mismo al rey Abdallah, quien –participando del asombro general- lo recibió celebrando el nuevo rol de protagonista internacional de Luiz Inacio Lula da Silva.

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En un mundo que abandona aceleradamente los viejos paradigmas ideológicos, y que entierra a fuerza de crisis inéditas las teorías económicas que intentaban explicarlo todo, una figura que provoque confianza desde su propia biografía, y tenga el valor y el arrojo para crear nuevas interrelaciones entre los viejos actores, puede ser determinante en los escenarios internacionales. Lula lo ha intuido, y se prepara a cambiar de tercio, para seguir toreando.

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[ en HOY DÍA CÓRDOBA – suplemento Magazine – viernes 19 de marzo de 2010 ]

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Hillary, de gira (05 03 10)

HILLARY DE GIRA

por Nelson Gustavo Specchia

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Son tantos los elementos de política internacional que han cambiado en los últimos tiempos en la relación entre los países sudamericanos y los Estados Unidos de Norteamérica (elementos pequeños, de detalle diplomático; y elementos grandes, de estructura de las relaciones), que sin la perspectiva de las cuentas largas, de una mirada que atraviese este momento y lo ponga en relación, la magnitud de estos cambios y su importancia en la construcción de una nueva relación entre el sur y el norte de América serían difíciles de percibir.

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Así, hasta la última década del siglo XX, el hecho de que un secretario de Estado norteamericano, el funcionario de mayor nivel en el gabinete del jefe político de la potencia hegemónica, viajara a los países del sur constituía, sin duda, el hecho más importante en las agendas de política exterior de cualquier país latinoamericano. La influencia determinante del Departamento de Estado se arrastra desde aquel “América para los americanos” de la decimonónica Doctrina Monroe, y se acentuó tras la concepción del territorio sudamericano como “área de influencia estratégica” de los Estados Unidos durante la mayor parte del siglo (con la sola excepción de Cuba), mientras el globo permanecía divido en dos zonas gravitacionales dominadas por Moscú y Washington.

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Leída con esos parámetros de referencia del pasado político reciente, la gira que la secretaria de Estado del presidente Barack Obama, Hillary Clinton, acaba de realizar por varios países del subcontinente, y las respuestas que cosechó en algunas de las capitales visitadas, tienen una nueva dimensión. Los modos en que este viaje se desarrolló, las motivaciones que llevaron a su realización, y los efectos cosechados en algunos de los encuentros con  los jefes de Estado anfitriones –especialmente el balde de agua fría con que la recibió Lula da Silva en Brasil-, marcan otra variante en los elementos de la nueva relación de América latina con el gobierno norteamericano.

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“Good by, my friends”

Michael Shifter, en una columna publicada el martes de esta semana en la revista Foreign Policy (“Adios, amigos”), da cuenta de la sorpresa –con una nota de desagrado y contrariedad- de Hillary ante la realidad americana que encontró en este viaje, en comparación con aquella –amena, obediente y homogénea- que había conocido en su recorrida como primera dama, en los años ’90 del siglo pasado. La señora Clinton comenzó este segundo periplo de cinco días con la intención de visitar cinco capitales del sur; a último momento incluyó también a Buenos Aires, que no estaba en agenda (prefirió dormir el domingo a la noche en la capital argentina, antes que en los inestables y movedizos hoteles de Santiago de Chile), lo que fue aprovechado por la presidenta Cristina Fernández para recibirla en la Casa Rosada, y plantearle la posible mediación norteamericana frente a Gran Bretaña, que Hillary Clinton no rechazó.

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Había llegado a Montevideo para asistir, en representación del presidente Obama, a la muy atípica asunción presidencial del ex guerrillero tupamaro Pepe Mujica, con quien se reunió durante una hora larga. Clinton le planteo a Mujica que con su antecesor, el también frenteamplista Tabaré Vázquez, tenían muy adelantadas las gestiones para negociar un tratado de libre comercio (TLC) con los Estados Unidos. Y Hillary recibió el primer elemento de ruptura de este viaje relámpago. Pepe Mujica le dijo que él tiene otra idea, un TLC entre el pequeño Uruguay y el gigante norteamericano no le atrae, prefiere privilegiar la unidad de Mercosur, con sus vecinos argentinos, brasileros y paraguayos; (“hasta que la muerte nos separe”, dijo unos momentos después, en el discurso de asunción). Hillary tragó saliva.

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Pasó a Buenos Aires, y aceptó la invitación de Cristina Fernández para que quedara la imagen fotográfica de la secretaria de Estado sentada a la derecha de la Presidenta, en su despacho. Clinton, en todo caso, y más allá de la cuestión Malvinas, no podía desconocer que apenas unos días antes, la señora Kirchner había hecho pública su opinión sobre la Administración Obama, en el sentido de que “no había cumplido con las expectativas de América latina”. Y Hillary tragó saliva.

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Recuperó un poco el talante al llegar a Santiago. Allí pudo conversar en inglés con Michelle Bachelet, y le aseguró la ayuda de su país, en insumos de urgencia y en metálico, para hacer frente a la situación de las víctimas del cataclismo y en la reconstrucción del país. Bachelet había dicho, en los primeros momentos tras el terremoto, que Chile no necesitaría la ayuda internacional, pero para el lunes de esta semana, con las dimensiones de los destrozos a la vista, agradeció a la enviada del presidente demócrata la concesión de créditos blandos para la reconstrucción, “que demandará muchos años y mucho dinero”, dijo la chilena. “Nos quedaremos aquí, como socios y como amigos, cuando todos se hayan ido”, le aseguró la norteamericana.

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La negativa brasileña

Desde Santiago, y antes de terminar el periplo en Costa Rica, Hillary Clinton aterrizó en Brasilia. En realidad, la principal preocupación y objetivo de este viaje de la secretaria de Estado estuvo aquí, en la reunión con Lula da Silva. Obama quiere que la potencia latinoamericana abandone los titubeos y el cortejo equívoco con el régimen de los ayatollah, y se sume a las sanciones que los Estados Unidos impulsan contra Irán en las Naciones Unidas, en virtud del programa nuclear que Mahmud Ahmadineyad ha convertido en el centro de su programa de gobierno, de sus intenciones de autonomía y de liderazgo regional en oriente próximo, y de punta de lanza en el acoso (de momento, sólo discursivo) al Estado de Israel, el gran aliado norteamericano en la zona.

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Lula (que ha recibido al presidente iraní en Brasilia, y tiene previsto visitar Teherán en mayo próximo) ha dicho reiteradamente que Brasil alienta otro camino, e insiste en su postura de que el diálogo con Ahmadineyad no puede darse por concluido. “Es imprudente arrinconar a Irán”, dice el brasilero, argumentando que las mayores penurias de las sanciones económicas a Irán las sufrirán los sectores más humildes. China es de la misma opinión, y tiene un asiento permanente en el Consejo de Seguridad. En este período, Brasil tiene uno de los asientos transitorios; ya son dos votos. Hillary no estaba, en todo caso, dispuesta a volver a tragar saliva, no en este tema, y aumentó la presión: “El tiempo para la acción internacional ha llegado. Sólo cuando hayamos aprobado nuevas sanciones en el Consejo de Seguridad, Irán negociará de buena fe”, le dijo al presidente brasilero. Pero no logró mover a Lula de sus trece: “Brasil mantiene su posición”, fue la respuesta.

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No hay mucho para celebrar en Washington, tras la gira de la señora Clinton. La relación de los países de América latina con el gran vecino del norte está en construcción, nuevamente. Pero los parámetros –tanto los pequeños, de detalle, como los grandes- ahora son otros.

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nelson.specchia@gmail.com

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Hillary llega a Chile (03 03 10)

Gira por América del Sur

HILLARY CLINTON LLEGA A CHILE CON AYUDA HUMANITARIA URGENTE

La secretaria de Estado de Barack Obama promete apoyo económico

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La responsable de la política exterior de la administración norteamericana, Hillary Clinton, llegó ayer a Santiago de Chile, una parada planificada con anterioridad al sismo que ha comprometido el presente y el futuro político chileno. La funcionaria llegó a Santiago asegurando al gobierno de Michelle Bachelet que los EE.UU. asistirán a las víctimas del terremoto, y participarán –con divisas- en la reconstrucción del país.

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La ex primera dama, que viene acompañada del encargado para asuntos hemisféricos en Washington, el chileno Arturo Valenzuela, vinculó esta actitud con la rápida respuesta que Chile tuvo para con Haití, en el seísmo reciente que devastó la isla caribeña. En una conferencia de prensa conjunta, luego de entrevistarse con la presidenta Bachelet en el aeropuerto, Clinton afirmó que su gobierno está “dispuesto a ayudar como sea”, dijo que “cuando se vayan los últimos seguiremos aquí, como socios y como amigos de Chile». Esta declaración se cuenta entre las más rotundas realizadas en apoyo a un Estado aliado.

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Hillary Clinton llegó a Santiago procedente de Buenos Aires y Montevideo, en el marco de una gira de visitas a los países de América del Sur, y la presidenta Michelle Bachelet la recibió en la terminal aérea. La mandataria chilena habla un inglés fluido, lo que le permitió iniciar de inmediato un diálogo privado y sin traductores.

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Bachelet ya había adelantado que “la reconstrucción va a tomar tiempo y va a requerir mucho dinero, por lo que se estudiarán las formas para financiar ese gasto»; se supone que ambas mujeres acordaron en este primer encuentro los términos de la asistencia norteamericana, ya que al final de la reunión Bachelet admitió que evaluaron juntas «la posibilidad de contar con créditos en buenas condiciones para el proceso de reconstrucción, que va a tomar mucho tiempo y mucho dinero.»

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En la conferencia de prensa, anunciaron el inmediato envío a Chile de unidades de purificación de agua, equipos quirúrgicos y de diálisis, generadores portátiles de energía eléctrica e insumos médicos para atender a las víctimas más urgentes del terremoto. Ya se han contabilizado 750 muertes, miles de heridos, y la presidenta trasandina calculó en dos millones los afectados directos. Clinton también se reunirá con el presidente electo, Sebastián Piñera, que asumirá el próximo 11 de marzo.

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EL SUR BAJO MANDO MILITAR

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Mientras Hillary Clinton aterrizaba en Santiago, en el sur de Chile se veían escenas que no habían vuelto a repetirse desde la dictadura militar del general Augusto Pinochet. La ciudad de Concepción, una de las más afectadas por el terremoto del sábado pasado, se encuentra virtualmente bajo control militar, con tanquetas en las calles y un toque de queda de 18 horas diarias (entre las 6 de la tarde y el mediodía siguiente).

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La militarización fue ordenada por la presidenta Bachelet, como medida de contención a los violentos saqueos de los últimos días. El gobierno movilizó a la región del sur a unos 14.000 efectivos del ejército.

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La mayoría de los saqueos se han producido porque los pobladores de Concepción no disponen de agua para beber ni comida, a cuatro días del terremoto; pero el millón y medio de viviendas dañadas -y abiertas- son terreno fértil para el vandalismo.

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nelson.specchia@gmail.com

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