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Obama y la bomba

Obama y la bomba

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por Nelson Gustavo Specchia

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Cuando ese político norteamericano tan inédito y sorprendente como su nombre, Barack Hussein Obama, cumplía su primer año al frente de la primera potencia mundial, en enero pasado, un coro uniforme de analistas arrugaba la frente y expresaba las dudas que teñían, como un manto traslúcido, los jardines de la Casa Blanca. Volvían a recordar aquel discurso machacón de la oposición republicana durante la campaña electoral, que insistía en la falta de experiencia y en la juventud del candidato afroamericano, y lo aplicaban a ese presidente que parecía no encontrar el rumbo, con una imagen pública que por momentos se difuminaba; con planes de reformas que no cuajaban en el Congreso, a pesar de la mayoría de escaños demócratas; y que a nivel internacional no alcanzaba la altura de las enormes expectativas despertadas por su llegada al poder. Por esas mismas fechas, una derrota electoral en la patria chica de los Kennedy, el feudo demócrata de Massachusetts, pareció que desequilibraba el escenario de una obra que no terminaba de comenzar.

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A poco andar, sin embargo, han cambiado los aires, y aquellos mismos analistas que arrugaban el ceño ante las supuestas idas y vueltas, han vuelto a reconocer que –como en los tramos finales de aquella campaña memorable- el encanto de la “obamanía” sigue dando frutos. Entre ambas percepciones media una recuperación de la iniciativa política por parte de Obama: a nivel interno, luego de haber obtenido el crítico triunfo en el Congreso para ampliar el sistema de cobertura sanitaria en los Estados Unidos; y, a nivel global, con el impulso de algunas políticas arriesgadas y de alto impacto, auténticas deudas históricas pendientes, entre las que destaca la agenda nuclear, que copó la actividad exterior del presidente.

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PONER COTO A LA CARRERA ATÓMICA

Barack Obama se ha propuesto desandar un camino corto, de 70 años, pero cuya andadura abrió la caja de los truenos en las hipótesis de conflicto armado, desembocando en esa tercera guerra mundial (atómica) que afortunadamente no estalló, aunque su amenaza tiñó el siglo. Y nadie más que el presidente norteamericano puede desandar este camino, que comenzó a trazar otro presidente, Franklin D. Roosevelt, un trazo originariamente planificado para vencer a Hitler, y que otro inquilino de la Casa Blanca, Harry Truman, utilizara para terminar la segunda guerra mundial, tras hacer explotar sobre Hiroshima y Nagasaki las dos únicas bombas atómicas efectivamente usadas en la historia, el 6 y el 9 de agosto de 1945, que dejaron un saldo de casi 220.000 víctimas entre muertos, heridos, o enfermos por las secuelas radioactivas. La bomba atómica terminó con la guerra mundial, pero inauguró la guerra fría, y una carrera que a punto estuvo de llevarse el planeta con ella.

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Porque quedó claro a partir de Hiroshima que quién dispusiese de la bomba, disponía de la actualizada versión de la soberanía, y de la capacidad de supremacía, del primus inter pares global. La dirigencia soviética, por ello, después de Hiroshima tardó apenas 48 meses en hacer estallar su primera bomba, en una prueba en las heladas estepas de Kazajstán. Y otro tanto ocurrió en Europa, que además de la devastación de la posguerra, había quedado estratégicamente apretada entre la Cortina de Hierro y el Pacto Atlántico, bajo la custodia de la OTAN. En 1952 el Reino Unido de Gran Bretaña (con la asistencia tecnológica norteamericana) anunció que se había hecho con la bomba; en 1960, y con desarrollos tecnológicos propios, Francia se sumó al club. La carrera, para entonces, ya era imparable.

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Durante esa primera década de posguerra, en todo caso, la obtención de la capacidad atómica operaba de una manera principalmente disuasoria. Pero la cuestión teórica estuvo a un pelo de convertirse en acto efectivo cuando la Unión Soviética, liderada por Nikita Kruschev, intentó instalar misiles con ojivas nucleares en la isla de Cuba, en octubre de 1962; y los Estados Unidos, con John F. Kennedy al frente, anunciaron que no iban a permitirlo. Fueron trece días al borde de la navaja, que se resolvieron cuando los barcos soviéticos que transportaban las armas dieron vuelta en mitad del Atlántico, retornando a los puertos de Odessa. Pero haber vivido tan cerca del estallido comenzó a calar en las conciencias políticas. Las Naciones Unidas crearon el Organismo Internacional para la Energía Atómica, en el viejo continente se organizó la Euratom, y en 1970 entró en vigor el primer Tratado de No Proliferación Nuclear. Para entonces, ya había nuevos jugadores en el club: China (sentada, además, como miembro permanente en el Consejo de Seguridad), India, Pakistán, Corea del Norte, Israel.

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A pesar de que el Tratado de No Proliferación detuvo en seco la carrera, por las grietas se siguió colando uranio enriquecido, porque continua siendo la herramienta más palpable de la soberanía. Hoy la República Islámica de Irán está decidida a recorrer el mismo camino, y entre nosotros, a Brasil (que también quiere sentarse en el Consejo de Seguridad) no le faltan ni intenciones ni recursos. Y está, además, todo el capítulo de las organizaciones insurgentes y los movimientos terroristas, fuera del control de los Estados. Si hay alguien que tiene la capacidad real de desandar este camino, y volver a tapar la caja de los truenos, ese es el presidente norteamericano.

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DECISIONES DE ALTO IMPACTO

Este abril, en apenas unos días Barack Obama reformuló la postura nuclear de los Estados Unidos, impulsando la autolimitación de su país en el desarrollo de nuevas armas atómicas, y dando seguridad a cualquiera que haya renunciado a la tecnología atómica para fines de defensa que Norteamérica no utilizará contra él armas de este tipo. Esta modificación de la postura militar del primer ejército del mundo reposicionará los balances estratégicos, al disminuir la amenaza de un ataque atómico en una guerra tradicional.

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Con esta reducción unilateral de capacidades ofensivas, a las pocas horas Obama viajó a Praga, y entre los espejos y los dorados barrocos del castillo que inspirara a Kafka, firmó un nuevo START con el presidente ruso, Dmitri Medvédev. Los START fueron la herramienta con que comenzó el deshielo entre ambos polos del siglo XX, dividido entre el Occidente “libre” y los espacios de hegemonía soviética tras la Cortina de Hierro.

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Cuando los historiadores del futuro tengan que cronicar aquel siglo sostenido en el equilibrio atómico, sin ningún eufemismo llamado de “destrucción mutua asegurada”, sin duda tendrán que hacer esfuerzos intelectuales para explicar cómo, en un momento en que la ciencia y la técnica vivían una expansión veloz y liberadora, el mundo entero pudo aceptar el hecho de vivir en la ignominia de la posibilidad de destrucción total por la vía de la bomba atómica. Cuando esa irracionalidad ya no pudo sostenerse, comenzaron los START. El que acordaron Obama Y Medvédev en Praga, aunque técnicamente no se trata de un tratado de desarme, asegura una reducción del treinta por ciento de los almacenes nucleares (vigentes, aunque obsoletos) de ambos países de aquí al 2017. De las 2.200 bombas atómicas registradas al día de hoy, deberían bajar a un techo de 1.550 en un par de décadas.

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Anunciados los compromisos de la Reformulación de la Política Nuclear, y con el START flamante bajo el brazo, el presidente Barack Obama mostró al mundo que sus intenciones de caminar hacia la desnuclearización de las relaciones internacionales se hacían política real, y desde esta posición de fuerza recibió en Washington esta semana pasada a 47 jefes de Estado y de gobierno, en la primera Cumbre sobre Seguridad Nuclear. La conferencia, formalmente reunida con el objetivo de aumentar la interacción y la cooperación mundial en torno a la seguridad del planeta, y más específicamente para controlar más estrechamente y reducir al mínimo las existencia de material atómico fisible, termina de instalar la agenda nuclear en el centro de la diplomacia, y se convierte en la antesala de la firma del nuevo Tratado de No Proliferación, cuyas deliberaciones comenzarán en mayo próximo.

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A 70 años del “Proyecto Manhattan”, con que se inicia la era nuclear, y tras las frías décadas de la destrucción asegurada, Barack Hussein Obama parece resulto a terminar de una vez por todas con la bomba atómica. A ver si lo consigue antes de que Al Qaeda se haga con una.

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Alta diplomacia en cumbre histórica (13 04 10)

ALTA DIPLOMACIA EN WASHINGTON EN UNA HISTÓRICA CUMBRE NUCLEAR

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Eliminar los riesgos de un ataque atómico, principal objetivo de la Cumbre

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Cuando el presidente norteamericano Barack Obama anunció el año pasado que trabajaría por “un mundo sin armas nucleares”, la declaración fue tomada más como una expresión de deseos que como un programa político.

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Sin embargo, las medidas impulsadas por la Casa Blanca colocan la agenda atómica en el centro de los acuerdos políticos internacionales al máximo nivel ejecutivo.

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En la capital norteamericana comenzó a deliberar ayer la Cumbre sobre Seguridad Nuclear, la mayor reunión sobre el tema de jefes de Estado y de gobierno, y altos representantes de 47 países de mundo, reunidos por el presidente Obama tras un objetivo doble: aumentar la cooperación mundial en el amplio abanico de temas que impactan en la seguridad global, y reducir al mínimo posible –y colocar ese mínimo bajo estrictos controles- la disponibilidad de material atómico factible de ser utilizado como armamento.

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En un gesto dirigido a mostrar que su iniciativa de desarme atómico será aplicada antes que nadie por los Estados Unidos (después de todo, ha sido el único país del mundo que ha hecho estallar bombas atómicas en una guerra), Obama llegó a la Cumbre inaugurada ayer luego de lanzar la Revisión de la Postura Nuclear (RPN) estadounidense, y tras firmar el nuevo tratado START con Rusia.

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Con la RPN Estados Unidos se compromete a no utilizar armamento atómico contra países que hayan renunciado a ellos. El START, acordado con el presidente ruso Dimitri Medvédev, programa destruir cabezas nucleares, hasta un mínimo de 1.550 ojivas en 17 años.

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A pesar de la contundencia de los números, el START recibió críticas desde diversos ángulos, que adelantan el tenor de las posiciones de la Cumbre. Además de los conflictivos Irán, Corea del Norte y Siria, que siguen adelante con un declarado programa atómico propio, el presidente brasileño Lula da Silva relativizó el acuerdo firmado en Praga: «¿Desactivación de qué? Porque si estamos hablando de desactivar lo que ya estaba caduco no tiene sentido. O hablamos en serio de desarme o no podemos admitir que haya un grupo de países armados hasta los dientes y otros desarmados», dijo Lula, que mantiene en Brasil un plan de crecimiento nuclear de uso civil, y ha adquirido recientemente tecnología atómica francesa en submarinos, para defender el extenso litoral marítimo con ingentes reservas hidrocarburíferas.

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En la Cumbre de Washington, Obama plantea detener el tráfico de material atómico (que aumenta el riesgo de que sea apropiado por fuerzas irregulares) y poner bajo control todo el uranio enriquecido y plutonio que existe en el mundo.

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«El peligro de una guerra nuclear ha decrecido, pero el peligro de un ataque nuclear ha aumentado considerablemente», dijo el año pasado el presidente en Praga, al anunciar su proyecto de reducción progresiva, porque los grupos insurgentes, como los radicales islamistas de Al Qaeda, han manifestado reiteradamente su pretensión de hacerse con uranio enriquecido para aumentar su poder de ataque.

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Se calcula que con sólo 25 kilogramos de uranio enriquecido puede fabricarse una bomba atómica de alto poder destructor, y hay registrados alrededor de 1.600.000 kilos repartidos en más de 40 países; y a esta cantidad habría que agregar aquellas de las que no se tiene oficialmente registro. Obama está convencido de que sólo el control sobre este material, su almacenamiento, tráfico y destrucción programada, puede garantizar una reducción real del peligro atómico global.

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LOS LÍMITES DEL MONOPOLIO

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Obama quiere un mundo sin armas nucleares, pero su afirmación es engañosa. En realidad quiere que el “resto” del mundo no tenga más misiles con cabezas atómicas, y que éstas –disminuidas en número, porque sólo hacen falta unas pocas para disuadir mucho, o golpear fuerte si fuera el caso- sigan donde siempre: en el Pentágono norteamericano, por cierto, y en Rusia, Francia, China e Inglaterra, las cinco potencias que concentran los arsenales atómicos, y que impiden, mediante el Tratado de No Proliferación, que nuevos países entren al selecto club nuclear.

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¿Pero hasta cuándo puede sostenerse esta lógica de monopolio? Lula dijo que para hablar de desarme en serio, había que tocar los arsenales de los grandes, no se sostiene impedir que los desarmados se armen si los que se arrogan el monopolio persisten en mantenerlo. Mucho del apoyo de Lula a la postura recalcitrante del iraní Mahmmoud Ahmadinejad tiene que ver con esta lógica.

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Y si no se toca este núcleo, la cantidad de uranio enriquecido que anda disperso por zonas frágiles y de conflicto latente (principalmente las 200 bombas atómicas de Israel, y las que acumulan frente a frente Pakistán e India), o que puede llegar a manos de incontrolables grupos insurgentes, seguirá colgando como una espada de Damocles sobre la cabeza de los planes de seguridad global.

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N. G. S.

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Obama inaugura una nueva era atómica (12 04 10)

OBAMA INAUGURA EN WASHINGTON UNA NUEVA ERA ATOMICA MUNDIAL

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El presidente acelera la agenda de no proliferación y desarme nuclear

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En 2009, en Praga, el presidente norteamericano Barack Obama anunció que trabajaría para “un mundo sin armas nucleares”, unos meses después le fue otorgado el premio Nobel de la paz. Tanto la sorpresa del galardón al jefe de la primera potencia militar del mundo que tiene varios frentes activos en diferentes latitudes, como la radicalidad del anuncio, generaron reacciones escépticas sobre los efectos reales que podría tener en la actual coyuntura mundial.

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Sin embargo, Obama parece dispuesto a cumplir con hechos concretos, y en los últimos días se han tomado una serie de decisiones específicas en el terreno atómico absolutamente inéditas.

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La cumbre que hoy comienza en Washington viene a ratificar este nuevo rumbo, comprometiendo a una parte importante de la más alta instancia de la élite política mundial tras el mismo objetivo.

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La Cumbre sobre Seguridad Nuclear, que reúne en la capital norteamericana a 46 Estados –en su mayoría representados por los jefes del poder ejecutivo- comienza luego de que Obama lanzara, el 6 de abril, la Revisión de la Postura Nuclear (RPN, por sus siglas en inglés), y tras la firma, dos días más tarde, del nuevo tratado START con Rusia, también en el simbólico entorno de la capital checa.

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La RPN auto limita a los EE.UU. a no desarrollar armas, misiones o capacidades nucleares nuevas, e incluye la seguridad de no usar armas atómicas contra países que hayan renunciado a ellas. Mientras que el START (Tratado de Reducción de Armas Nucleares Estratégicas) firmado con Dimitri Medvédev el 8 de abril, reduce drásticamente la cantidad de ojivas atómicas en el mundo, hasta llegar a un techo de 1.550 en el lapso de 17 años.

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La Cumbre de Seguridad Nuclear que comienza hoy, y a la que asiste la presidenta Cristina Fernández -junto a los mandatarios de Brasil, Chile y México- intentará aumentar la cooperación mundial en los temas de seguridad global.

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Aún así, no todo será protocolo y fotos de familia: Turquía y Egipto han adelantado que plantearán el asunto de Israel (que mantiene un arsenal de cerca de 200 bombas atómicas), lo que ha llevado a que el primer ministro Benjamín Netanyahu desista de acudir a Washington. Las posibles sanciones a Irán por su plan de desarrollo nuclear también estarán en el centro de la agenda.

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Una nueva relación atómica mundial (09 04 10)

OBAMA Y MEDVEDEV ACUERDAN UNA NUEVA RELACIÓN ATÓMICA MUNDIAL

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El nuevo START se erige como certificado de defunción de la guerra fría

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En el simbólico entorno de la capital checa, los presidentes de Estados Unidos, Barack Obama, y Rusia, Dmitri Medvédev, firmaron ayer los documentos del nuevo acuerdo START (Tratado de Reducción de Armas Nucleares Estratégicas, por sus siglas en inglés), que supone el comienzo de un capítulo superador de la era nuclear.

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En Praga, donde se diera en plena guerra fría uno de los más importantes levantamientos contra la dominación soviética, y donde el presidente George W. Bush proponía instalar un sistema de misiles a escasos kilómetros de la frontera rusa –una iniciativa que amenazó con retrotraer la confrontación entre ambas potencias a los peligrosos tiempos de la disuasión nuclear-, ayer los líderes de ambos países manifestaron la decisión política conjunta de avanzar hacia la reducción drástica de la cantidad de bombas atómicas en el mundo.

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El acuerdo alcanzado reemplaza al vigente desde 1991, y asegura una reducción del 30 por ciento de los arsenales nucleares de ambos países de aquí al 2017. De las 2.200 cabezas nucleares hoy existentes, el nuevo pacto estipula un descenso a 1.500. La estrategia de Obama, más allá de la reducción del stock ruso (remanente aún, en gran parte, de los poblados arsenales de la época soviética), que desde una perspectiva realista no representa una amenaza real a la seguridad norteamericana, apunta a limitar, con esta medida, la circulación general de armamento atómico, que podría facilitar su alcance por parte de grupos extremistas, o fundamentalistas religiosos que han planteado abiertamente una yihad (guerra santa) al poder de Washington.

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Al acuerdo de Praga se llegó dos días después que el presidente Obama hiciera pública la nueva estrategia nuclear de su gobierno, que incluye la seguridad de no usar armas atómicas contra países que hayan renunciado a ellas. Aún así, en esa postura militar explicitada, el Pentágono se reserva la posibilidad de la utilización de armamento atómico contra potenciales enemigos donde se sospeche que existen armas de estas características; los analistas interpretaron que este mensaje iba dirigido principalmente a Irán y a Corea del Norte, que se resisten a abandonar sus planes de desarrollo nuclear.

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El presidente Barack Obama recibirá, con la puesta en vigencia del nuevo START, a las delegaciones de 47 países en Washington, en la Cumbre de Seguridad Nuclear, a partir del lunes de la semana que viene, y a la que asistirá la presidenta Cristina Fernández. La Cumbre de la capital norteamericana se convoca con el objetivo de aumentar la cooperación internacional para la seguridad global.

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