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Europa, barbas en remojo (07 01 11)

Europa, barbas en remojo

por Nelson Gustavo Specchia

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Advertía el refranero de nuestras abuelas que cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar. Cuando los tiempos de las afeitadoras eléctricas y de las cuchillas descartables dejaron obsoleta la advertencia, el refrán popular se mantuvo, para aplicárselo a aquellas situaciones donde la precaución prima sobre la valentía y el arrojo, e inclusive para cuando el exceso de cuidado se acerca peligrosamente a la cobardía. En este último sentido, las barbas políticas europeas llevan meses humedeciéndose en las tibias aguas del remojo, y la situación es aún más sorprendente cuando lo que a todas luces exige el momento son actos de valentía cívica, de decisiones arriesgadas por parte de las élites y de las primeras líneas de los partidos políticos. En cambio, la actitud de inmovilismo y de precavida expectación de la sociedad política frente a la crisis económica termina otorgándole las mejores condiciones para perpetuarse. Nadie se mueve para que la crisis no llegue, y la crisis llega porque nadie se mueve.

NAVAJAS PROPIAS Y AJENAS

El primer vecino a quién afeitaron sin anestesia en el conjunto de países de la unión monetaria (la “eurozona”) fue Grecia. A comienzos de 2010, la economía helena comenzó a dar señales de que necesitaría medidas valientes y solidarias de los demás socios europeos. El gobierno socialdemócrata de Giorgios Papandreu, que había tomado las riendas de las islas en octubre del año anterior, anunció que las estadísticas oficiales estaban falseadas: el déficit público no era del 3,7 por ciento, como la administración anterior había informado a Bruselas (sede política y administrativa de la Unión Europa), sino del 13 por ciento. Y que Grecia no tenía recursos propios para hacer frente a ese agujero.

Y aquí apareció la sorpresa. En lugar del esperado rescate de la comunidad, que debería haber sido la respuesta natural, dados los objetivos fundacionales de la integración de Europa, cada país empezó a cerrarse en sí mismo y a poner las barbas en remojo. Desde los grandes –Alemania y Francia- salieron, inclusive, respuestas duras. Algunos diputados llegaron a sugerir que el gobierno griego vendiera alguna de las paradisíacas islas del Mediterráneo para juntar recursos y pagar sus deudas. Y entre los pequeños, los de economías intermedias que comparten algunas características estructurales con la griega –España, Irlanda y Portugal- cundió el pánico. Y sin esperar siquiera a los barberos del FMI, los gobiernos de estos países (a la sazón, también socialistas en la península ibérica) se largaron a la carrera de los ajustes, compitiendo a ver cuál es más liberal y ortodoxo, para alejarse cuanto fuera posible del “fantasma griego”: recesión, achicamiento del gasto social, ataque de los mercados que encarecen el endeudamiento público, y, por supuesto, las reacciones sociales a todo ello, que en Atenas ya llevaban varios muertos.

EL ESPÍRITU COMUNITARIO

La reacción de los Estados tomados individualmente, en todo caso, no es extraña. Tanto en los grandes como en los medianos el sentimiento “nacional” siempre prima sobre las concesiones parciales de soberanía que se hayan realizado al proceso de integración. En definitiva, como desde los albores de la modernidad occidental, la “raison d’Etat” sigue siendo la consideración principal de todo gobierno: los intereses del Estado sobre la moral individual y sobre cualquier instancia supranacional.

Pero si esta reacción cuidadosa y conservadora puede entenderse en el plano de actuación individual de los países que integran la Unión Europa, es más difícil explicarla en la actitud de los funcionarios y agentes superiores de la propia institución comunitaria.

La primitiva Comunidad del Carbón y del Acero, entre Francia y Alemania recién desmovilizadas después de la más grande y criminal guerra entre ambos ejércitos; la Declaración Schuman para impulsar la cooperación entre los antiguos enemigos; luego la Euratom en los inicios de la carrera nuclear y en plena Guerra Fría; la Comunidad Económica; los múltiples procesos de ampliación que fueron extendiendo las fronteras exteriores; la incorporación de la Europa del Este tras la disolución soviética; la constitución del Espacio Schengen con la eliminación de todos los controles fronterizos entre los países; y la propia instalación de la moneda única para la mayoría de los socios, fueron todos actos de gobierno de alto riesgo, impulsados y llevados adelante por una élite valiente y arrojada, que logró postergar los enconos históricos, nacionalistas, culturales, religiosos, regionales e ideológicos por la apuesta a un futuro común y superador.

La vieja foto de Konrad Adenauer, canciller de la Alemania derrotada, con medio país ocupado por la Unión Soviética y con Berlín saqueado, destruido y repartido entre las potencias vencedoras, y abrazando en aquel momento al general Charles de Gaulle, escribiendo la primera página de la nueva historia contemporánea de Europa, es de una generosidad y alcance de miras que las actuales conducciones políticas europeas no pueden ni aspirar.

Y, además, la construcción de la integración continental durante el último medio siglo no ha sido sólo discursiva y formalista, sino que se ha financiado mediante los fondos de compensación, donde los países ricos han solventado, con dinero de los impuestos de sus contribuyentes, el desarrollo de los Estados más pobres, para que éstos alcanzaran los estándares de homogeneización.

En síntesis: en el pasado los desafíos han sido sobradamente superiores a los que impone la actual crisis de los mercados financieros, y esos desafíos se han superado con valentía, asumiendo riesgos de largo plazo por parte de las élites gubernamentales. Y las herramientas de socorro económico y de redistribución de fondos entre los socios se han aplicado regularmente. Que no se apliquen ahora, o que nadie se atreva a tomar decisiones arriesgas y prefiera, en cambio, guardarse fronteras adentro poniendo las propias barbas en remojo, obedece a una crisis que supera lo económico, y alcanza la moral pública.

Y ENCIMA, HUNGRÍA

Dependiendo tanto los rumbos y las orientaciones del proceso de integración de las voluntades de los dirigentes, como acabamos de mostrar, el país que detente la presidencia rotatoria semestral del Consejo Europeo (la reunión de jefes de gobierno, donde reside efectivamente el poder decisional de la región) adquiere una importancia central.

Durante el agitado año 2010, la presidencia la ejerció España en el primer semestre, y Bélgica en la segunda mitad. José Luís Rodríguez Zapatero transitó su semestre tan mareado y confundido por la crisis, intentando por todos los medios que el “fantasma griego” no llegase a las costas catalanas, valencianas o andaluzas, que no tuvo tiempo de ocuparse de la Unión Europea; le dejó el trabajo a Herman Von Rumpuy, el conservador presidente permanente del Consejo. Luego, el segundo semestre le tocó a Bélgica, que pasa por un desgarrador momento de enfrentamiento entre las dos comunidades que integran el país, el norte flamenco y el sur francófono. Con los resultados electorales muy homogéneos, el jefe del Estado, el rey Alberto, no consigue desde hace meses que alguien se haga cargo de formar un gobierno que permanezca. ¿Quién, entonces, se ocuparía de dirigir los rumbos de la Unión Europea en un país que no logra ni siquiera definir su propio rumbo o formar su propio gobierno? Nadie, por supuesto. Y pasó otro medio año.

Desde el 1 de enero, las riendas de la Unión Europea han caído en manos del gobierno húngaro. En Budapest, el recién asumido gobierno de Viktor Orban, del partido de derecha Fidesz, ha asegurado que impulsará la prohibición del aborto, establecerá la definición del matrimonio como exclusiva unión entre hombre y mujer, reinstalará la censura sobre los medios de comunicación (con multas de más de 700.000 euros a diarios o webs que “ofendan la dignidad humana”), y aplicará un nuevo impuesto a las “empresas extranjeras” (esto es: europeas).

De un sólo golpe, Hungría –un socio reciente del proceso de integración, desde la ampliación de 2004- se carga el principio de igualdad de trato en el mercado interno de la Unión Europea, desconoce el acervo legislativo y judicial común, y se aparta de sus principales logros sociales y comunicacionales.

¿Podría esperarse de su semestre en la presidencia del Consejo Europeo decisiones valientes y arriesgadas para enfrentar la crisis que parece estancada en las tierras del Viejo Continente? Difícil.

Sarkozy y el culebrón francés (16 07 10)

SARKOZY  y el culebrón francés

por Nelson Gustavo Specchia

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Los políticos de la moderna derecha europea, después de haber tenido que reinventarse tras el shock totalitario de los fascismos del siglo XX, encontraron en la exaltación prudente de los valores nacionales y en el respeto a la moral social –ventilada con mucha difusión- los pilares sobre los cuales volver a estructurar un discurso creíble. Luego, cuando en los movedizos años sesenta la revolución cubana, el “mayo francés”, el movimiento hippie y el recital de Woodstock expresaban las puntas más descollantes de un mundo en cambio, la derecha europea se reafirmó en aquellos pilares de posguerra: si los socialismos de cualquier tipo impulsaban los vientos de transformación social, ellos, por el contrario, con la referencia a los valores y a la moral serían la encarnación de la permanencia, de lo sólido: el cimiento de la sociedad.

En Francia, este arco ideológico abrevó en Charles De Gaulle. El viejo general comenzó su prédica desde el exilio de Londres contra el régimen filonazi de Vichy comandado por el mariscal Philippe Pétain, y luego de recuperada la República y la democracia, sus largos años al frente del ejecutivo imprimieron un sello propio, que lo trascendió largamente: el “gaullismo”. Esta tradición fue mutando a través de formaciones movimientistas. De Gaulle se oponía a los “partidos políticos”, y llamó “Unión por la Nueva República – UNR” a su movimiento. Este fue pasando por varias mutaciones, se convirtió en el “Rassemblement pour la République – PRP”, y llegó a la actual “Union pour un Mouvement Populaire – UPM”.

Siempre los valores y la moral fueron los pilares a los que cada generación de líderes se refería. Inclusive cuando el socialista François Mitterrand accedió a la presidencia de la República, la década y media que permaneció en ella fue hostigado por la derecha debido a su supuesto relativismo moral (se encarnizaron con la relación extramatrimonial del presidente con Anne Pingeot, y la hija nacida en esta relación paralela, Mazarine), y en el alejamiento de aquellos valores que habían llevado a Francia a “la Grandeur”.

La apelación a esa supuesta grandeza es la que vuelve a traer Nicolás Sarkozy. Su programa habla, precisamente, de una “refundación moral” de Francia, que presenta con elementos eclécticos: aumentar el peso de París en la nueva geopolítica global, revitalizar la Fracophonie (el conjunto de países y sociedades que comparten la lengua francesa), un liberalismo económico neoconservador, la defensa de las leyes y del orden interior, y la revitalización del poder presidencialista. Muy al estilo De Gaulle: con menos poder en los ministros y una permanente exposición pública de la persona del presidente como titular exclusivo de la iniciativa política. Esta fórmula, según Sarkozy, devolvería a Francia “la Grandeur” que tan ufanamente mostró en otros tiempos.

Pero para que la fórmula funcione, claro, los valores y la moral –aquellos pilares en que todo el discurso conservador se apoya- deben estar claros y evidentes. Por eso el escándalo que desde hace un mes atormenta al gobierno a golpes de titulares periodísticos y de investigaciones de los fiscales judiciales impacta tan directamente en el cuerpo del presidente. Porque si se comprueban las denuncias y el “affaire L’Oréal” destapa una combinación de ilícitos, prebendas, corruptelas, financiaciones ilegales, vista gorda y favores impositivos, dinero sucio, sobres abultados de efectivo que pagan campañas y trayectorias personales, y una estrecha y al mismo tiempo oscura relación del partido en el gobierno con las grandes fortunas de Francia, estaremos frente a una crisis moral. Y la derecha, sin poder apoyarse en el pilar de la ética de sus dirigentes, se queda sin la mitad de todo su discurso y su base histórica.

EL PERFUME DEL AMOR

Liliane Bettencourt, de soltera Shueller, tiene casi 90 años, está sorda, tiene unos 17.000 millones de euros de fortuna personal, y muchas ganas de divertirse. Una combinación riesgosa.  Madame Bettencourt enviudó hace años, y desde hace un tiempo un fotógrafo, François-Marie Banier, un señor de casi 70 años pero con fama de playboy y de advenedizo, vino a hacerle compañía. La millonaria, heredera del imperio de empresas de cosmética L’Oréal, comenzó a agradecerle a su nuevo amigo la compañía con regalos, pero cuando esos regalos alcanzaron la fantástica cifra de 1.000 millones de euros, la hija y sucesora de Madame, Françoise Bettencourt-Meyers, dijo basta. Planteó un juicio contencioso ante los tribunales, acusó a Banier de aprovecharse y abusar de su anciana madre, y a ésta de no estar en todos sus cabales al gastar esa enorme fortuna con el avivado fotógrafo. Todos los elementos de una tradicional telenovela venezolana estaban servidos a la mesa.

Pero para agregar complejidad a la trama, porque la vida imita al arte y hasta en la culta París se cuecen habas, una parte del personal doméstico que sirve en el “petit hotel” de Neuilly donde vive la anciana tomó partido por su hija. Así, el tradicional y confiable mayordomo grabó subrepticiamente conversaciones para utilizarlas en el litigio familiar, y el culebrón de novela llegó, inesperadamente, al centro de la vida política. Porque en esas cintas grabadas debajo de las servilletas mientras servía el té y los bombones, aparecieron también datos sobre ciertos negociados del emporio L’Oréal, con referencia a presuntos delitos al fisco. Al parecer Madame tenía más millones en bancos suizos, sin declararlos a hacienda para evadir impuestos. También es propietaria de una isla en el archipiélago de las Seychelles (unos territorios de la Francophonie redescubierta por Sarkozy) que no incluyó en su declaración impositiva. Y la guinda: Madame no estaba para nada preocupada por todas estas evasiones, porque para eso aportaba, y mucho, al partido en el gobierno y a varios de sus principales dirigentes. Y ardió Troya.

Desde que aparecieron las grabaciones del mayordomo infiel, no ha habido día sin que nuevas sorpresas recalienten el verano francés, y el “affaire” al que Sarkozy se refería despectivamente como meras calumnias hace algunas semanas, se encamina rápidamente a convertirse en su Watergate privado.

DIGNIDAD, HONOR Y EUROS

Al mayordomo le sucedió la contadora Claire Thibout. Puesta a destapar entuertos, la ex empleada administrativa de Madame Bettencourt aseguró en una entrevista que el tesorero de la gubernamental UMP y actual ministro de Trabajo, Eric Woerth, cuya esposa también trabajaba en las oficinas de Madame hasta que estalló el escándalo, había recibido ilegalmente 150.000 euros en efectivo para sostener la campaña presidencial de Sarkozy en 2007. Dejó entrever, además, que los Bettencourt vienen financiando con dinero negro a los políticos de la derecha francesa desde hace años, como cualquier empleado superior de L’Oréal puede atestiguar. Y que el mismo Nicolás Sarkozy, en sus tiempos de alcalde de Neuilly, la elegante barriada parisina donde se ubica el “petit hotel” de Madame, habría sido receptor de generosos sobres llenos de efectivo para sufragar su carrera política. Siempre habría, luego, oportunidad de devolverlos en favores.

Woerth, en su papel de tesorero del partido gobernante y ex ministro de Presupuesto (la cartera que tiene a su cargo el control impositivo) se convirtió en una pieza clave. Es un hombre de la máxima confianza del presidente, y responsable de su principal emprendimiento gubernamental en estos días: la reforma de las jubilaciones, que extenderá la edad de retiro de los trabajadores franceses; con ese ahorro en derechos sociales Sarkozy espera achicar el déficit de las cuentas públicas jaqueadas por la crisis económica internacional. Si cae Woerth, es muy posible que todo el gobierno se derrumbe. Por eso, para sostener a su hombre de confianza, el presidente organizó esta semana una cuidada puesta en escena en los jardines del Elíseo, y frente a las cámaras de la televisión pública defendió su gestión, desechó las denuncias por infundadas, y ratificó a su ministro: “posee una dignidad que hace honor a la clase política”, dijo.

Pero apenas unas horas después de tan categórica afirmación, el periódico Le Nouvel Observateur publicó documentos originales donde Patrick de Maistre, el administrador de la fortuna Bettencourt, prueba el desvío de fondos hacia la UMP vía los buenos oficios de Eric Woerth. El semanario Le Canard Enchaine, en forma simultánea, hizo públicos otros favores de Woerth a las grandes fortunas desde sus puestos de gobierno: habría sido responsable de vender, como ministro de Presupuesto, 57 hectáreas en los alrededores de París a un empresario cercano a la UMP a 3,2 millones de dólares, alrededor de 25 millones de dólares por debajo del precio real de mercado.

Expuesta la falacia de la apelación a la moral, la derecha se queda muy vaciada de contenidos. Nicolás Sarkozy deberá sacar pronto un conejo de la galera para sostenerse en el gobierno, o resignarse a dejar el Elíseo, caminando con sus zapatos de plataforma y taco.

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nelson.specchia@gmail.com

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