Radio – 105.4 FM – Cielo
Programa “Sin prejuicios”, con la conducción de Ricardo Fonseca
Columna de política internacional
miércoles 17 de diciembre de 2008
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EUROPA, UN NUEVO CAPÍTULO
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Por Nelson-Gustavo Specchia
Profesor de Política Internacional de la Universidad Católica de Córdoba
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Europa es un animal político particular, que parece sumar en los colores de su piel y en los caprichos de su temperamento, todas las tonalidades (superpuestas pero no mezcladas) de los caracteres y de las especificidades nacionales que la componen.
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La búsqueda de la paz fue, desde la segunda posguerra, el principal norte de la organización nacida de los Tratados de Roma. Y este objetivo se ha cumplido en una parte importante: el continente no ha vuelto a verse arrastrado a nuevos enfrentamientos armados entre los Estados europeos, la cooperación se ha impuesto, los ricos han ayudado al desarrollo de los más pequeños y atrasados, y han desaparecido las fronteras interiores, creándose un gran espacio continental que va desde Portugal a Polonia, desde Finlandia a Malta, desde Inglaterra a Chipre. Hasta la renuente Suiza –las últimas fronteras interiores europeas- ha terminado integrándose al “espacio Schengen” la semana pasada, el viernes 12 de diciembre.
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Estos logros a nivel político, social, y económico colocan a la Unión Europea como el paradigma de los procesos de integración continental, como el espejo donde todos quieren mirarse, pero tiene también sus bemoles. Las ampliaciones han terminado componiendo una organización de 27 miembros, pero el liderazgo europeo no logra dar con la metodología y con los instrumentos para gobernar eficazmente semejante animal político.
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El primer ensayo fue redactar un tratado que funcionara como una Constitución. El proyecto lo lideró el ex presidente francés Valéry Giscard d´Estaing, y su texto parecía abrir las puertas a la transformación de Europa en un Estado supranacional, con todos los símbolos de la soberanía territorial y política moderna. Sometido a referendum, fueron dos países fundadores de la organización comunitaria, Francia y Holanda, los encargados de echar por tierra el proyecto con su “no” mayoritario en los plebiscitos del 2005.
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Entonces, los líderes europeos, con la Canciller alemana Ángela Merkel en la presidencia de turno del Consejo, se lanzaron a rescatar la Constitución, y las herramientas que ésta disponía para gobernar la organización con 27 miembros, pero quitándole todos los símbolos (bandera, himno) que tantas alergias nacionalistas habían provocado. Así nació el Tratado de Lisboa en la cumbre portuguesa de diciembre de 2007, y fue presentado como un relanzamiento de la Unión Europea para encarar los nuevos tiempos.
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Básicamente, el Tratado de Lisboa achicaba la Comisión (el ejecutivo colegiado donde todos los países miembros disponen de un “comisario”); creaba la figura de Presidente de la Unión; daba más facultades al representante de la política exterior, para que Europa hable en el mundo con una sola voz; y potenciaba las funciones del Parlamento europeo, elegido por sufragio universal. Merkel se jugó entera por la herramienta de Lisboa, pero la sorpresa aguardaba en el único país que tiene la obligación de someter el tratado a plebiscito: Irlanda. El resultado de la votación popular realizada en junio de este año fue, otra vez, “no”. Y el proceso de integración volvió a encallar.
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La Unión Europea ha avanzado a fuerza de superar crisis tras crisis. El testigo de la presidencia semestral rotatoria llegó al hiperactivo Nicolás Sarkozy, que durante este año que termina ha hecho un esfuerzo superlativo para superar el frenazo irlandés. Y parece haberlo conseguido la semana pasada.
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El Consejo Europeo reunido en Bruselas el jueves 11 de diciembre, siguiendo la partitura escrita por el presidente francés, ha cambiado la estrategia: los líderes han decidido reducir las pretensiones de una Europa grande, fuerte, y con voz propia en el concierto internacional, y merced a este achicamiento de expectativas poner nuevamente en marcha el proceso.
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En síntesis, Sarkozy ha logrado que el premier irlandés, Brian Cowen, se comprometa a someter nuevamente el Tratado de Lisboa a referendum, a cambio de asegurarle que Irlanda mantendrá su “comisario” en la Comisión. Claro que para ello ha tenido que asegurárselo también a todos los restantes miembros, con lo que la Comisión seguirá siendo un ejecutivo colegiado y burocrático, con 27 “comisarios” o más, inmenso y pesado, y quizá cada vez más distante de los sentires y de las necesidades populares, del hombre y de la mujer del llano, que ven cómo este inmenso animal político se hace cada vez más grande, está cada vez más lejos, y es cada vez menos operativo en la resolución de las necesidades del día a día.
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Queda por ver, entonces, si el pragmatismo de Sarkozy logra encarrilar el proceso europeo, o si por desatascar la parálisis ha forzado unos compromisos que terminarán por reducir aun más los sueños europeístas.
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