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Los rebeldes matan a Khaddafi (21 10 11)

El ex dictador es apresado al intentar huir de Sirte. Imágenes de celulares lo muestran vivo y luego con dos disparos en la cabeza. El joven de 18 años que lo ultimó es entronizado como héroe. Uno de los hijos del coronel también acribillado.  

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Finalmente, la guerra civil que se había instalado en Libia tras el alzamiento insurgente de Misrata, a principios de año, comenzó ayer a terminar, con el apresamiento y la muerte del coronel Muhammar el Khaddafi.

El ex gobernante, que instaló en el país norafricano un régimen político sui generis, originariamente con pretensiones de revolución socialista pero que terminó decantándose en una autocracia personalista asociada a su figura, se mantenía como prófugo en escondites secretos desde que las tropas rebeldes, con apoyo aéreo y táctico de la Alianza Atlántica (OTAN) se hizo con el control de la mayor parte del territorio.

En ese escenario, se especuló sobre las posibles salidas de Khaddafi hacia el exilio –como efectivamente lo hizo parte de su familia y de su Estado Mayor- o sobre las posibilidades de que hubiera encontrado refugio entre su propia tribu, los Khaddafa, que tiene presencia mayoritaria en la ciudad de Sirte.

La resistencia que mostraba este enclave ante la avanzada rebelde fue apoyando esta posibilidad durante las últimas semanas, y quedó demostrada en la víspera.

El coronel, como había manifestado en algunos comunicados que logró filtrar hacia emisoras árabes extranjeras, permanecía en territorio libio y alentaba una reacción contra la insurgencia rebelde.

En la mañana del jueves, ante el estrecho cerco que los rebeldes mantenían sobre Sirte, el núcleo más cercano al ex mandatario decidió abandonar la ciudad y preparó una caravana de automóviles fuertemente pertrechada, para intentar romper el cerco rebelde y, se presume, que con la intención de tomar la ruta del desierto hacia los oasis del sur del país, desde donde podrían haber pasado a Níger, como lo hiciera un convoy con el alto mando militar khaddafista hace poco.

Sin embargo, a escasos tres kilómetros del borde de la ciudad, la caravana fue atacada por el aire (la OTAN confirmó que un “drone” no tripulado atacó a un convoy que abandonaba Sirte), que la desarticuló.

Muhammar el Khaddafi y algunos de sus allegados más cercanos, como el ex ministro de Defensa, Abu Bakr Yunis, huyeron a pie y se ocultaron en unas cañerías de desagües cercanas. Las tropas rebeldes, que habían presenciado el ataque aéreo, comenzaron a perseguirlos, y lograron dar con el grupo cuando de las tuberías salió un combatiente khaddafista denunciando a los gritos que el coronel se encontraba oculto allí. Las imágenes difundidas por la cadena Al Jazeera muestra al ex mandatario vivo, apresado por los rebeldes, cubierto por unas ropas marrones.

Las imágenes siguientes ya mostraban el cadáver del coronel, con impactos de bala en la cabeza, el cuerpo y las piernas. Otras imágenes de la misma cadena mostraron el cadáver de su hijo Mutassim, que supuestamente integraba el mismo convoy y fue ultimado por los rebeldes en las afueras de Sirte.

Los líderes del Consejo Nacional de Transición (CNT) confirmaron la muerte del ex mandatario, de 69 años, y el definitivo derrocamiento de su régimen autocrático, que se extendió por 42 años en Libia.

Cuando la noticia de la muerte del ex dictador fue confirmada, diversos líderes salieron a expresar el deseo de la comunidad internacional de que este hecho aporte a la pacificación de Libia, y al inicio de un auténtico proceso de institucionalización y democratización del país.

Obama ofrece “cooperación”

A media tarde de ayer, el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, convocó a una corta conferencia de prensa en los jardines de la Casa Blanca, para confirmar la muerte del coronel Khaddafi y para anunciar que la reconstrucción del país norafricano, tras el fin de lo que calificó como “un largo y doloroso capítulo”, contará con la cooperación de su gobierno.

Obama insistió en que los libios tienen ahora la oportunidad y la responsabilidad de construir un país “inclusivo, tolerante y democrático”, y pidió llevar adelante una “transición estable”.

El líder demócrata concluyó sosteniendo que los libios “ganaron su revolución, ahora nosotros seremos sus socios en la reconstrucción”, dijo.

Por su parte, la Alianza Atlántica (OTAN), que ha jugado un papel determinante en la caída del régimen de Khaddafi, ha convocado para hoy una reunión de embajadores, en la que tratará la nueva situación en el país tras la muerte del ex mandatario.

Algunas fuentes diplomáticas aseguran que el presidente Obama no quiere extender la operación “Protector Unificado”, que dio cobertura militar y logística a los rebeldes del CNT, más allá de la desaparición del régimen y de la persona del coronel.

El secretario general de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, llamó ayer a la reconstrucción nacional libia y a la protección de la población civil, sin dar detalles sobre los plazos y fechas de culminación de la operación.

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Twitter:   @nspecchia

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Mujer, género y lapidaciones (20 08 10)

Mujer, género y lapidaciones

por Nelson Gustavo Specchia

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La globalización es un fenómeno de múltiples dimensiones. Si el realismo político veía al mundo como una mesa de billar, donde las bolas (los Estados) eran pocas y los bordes de la mesa estaban claros y definidos, la posmodernidad cambió todo eso. La imagen del mundo de nuestros días es la de una red neuronal, con múltiples centros interconectados por diversos canales. Lo que circula por ese sinfín de canales es información. Casi no quedan rincones del mundo –de pronto abierto y cercano- adonde no llegue esa impresionante red que crece a cada momento.

Así, aquellos ámbitos que los Estados se reservaban a su arbitrio soberano ahora son traspasados constantemente. La guerra es un fenómeno trasmitido en directo por CNN, los secretos –hasta los del primer ejército del mundo- son develados por la web y las tradiciones son puestas ante la escrutadora mirada de la globósfera, que por la misma red se moviliza, y logra –en algunos casos- torcer el duro brazo de los prejuicios y los tabúes. De momento, sólo en algunos casos.

SER MUJER EN IRÁN

Este cambio es el que ha enmarcado el caso de la mujer iraní Shakine Mohammadí Ahstiani, y ha logrado –aunque sólo sea de momento- detener su muerte, por la vía de golpearla con piedras hasta que se desangre, en una sádica agonía que busca defender principios culturales, pero que sólo es la manifestación de resabios de salvajismo e intolerancia machista. Le ejecución de Shakine por lapidación ha sido postergada por el régimen iraní, presionado por la inédita y masiva reacción mundial expresada en la red. Sólo postergada. Quizá las instancias judiciales sólo cambien la lapidación por la ejecución ordinaria: el ahorcamiento con soga desde el cuello del condenado.

Tomar el caso de Shakine como uno de los indicios de la nueva política internacional, también implica asumirlo desde una mirada puesta en el género, porque todo el proceso contra ella está teñido de elementos que sólo pueden explicarse desde allí, desde una perspectiva analítica que asuma las inequidades de género como criterio explicativo. Los análisis desde el género no se limitan a las discusiones sobre el uso del pañuelo en los edificios públicos por las mujeres turcas, la prohibición del “shador” a las niñas musulmanas en las escuelas españolas, o la prohibición del “burkha” en toda Francia. Mirar la realidad internacional desde la perspectiva de género va mucho más allá de las disposiciones políticas sobre la vestimenta. Porque Shakine está en vilo de ser muerta a pedradas (o colgada) por varias razones, pero por sobre todas las cosas, por el hecho de ser mujer.

Shakine Mohammadí Ahstiani tiene hoy 43 años, dos hijos, y está viuda. Forma parte de una minoría étnica en Irán, los azeríes, que habitan en zonas rurales poco desarrolladas y hablan un dialecto turcófono que tiene pocas similitudes con el persa oficial y mayoritario. En 2006 entró en prisión acusada de haber mantenido relaciones sexuales con el hombre que había matado a su marido. No se presentaron testigos, pero igual la mujer fue condenada a recibir 99 latigazos, que ya entonces estuvieron a punto de matarla. Aunque el juicio concluyó y la condena se cumplió, otro juez aún más riguroso decidió reabrir su caso, y consideró que aquella “relación ilícita” con el supuesto asesino de su marido se había dado ya en vida de éste, por lo cual el delito de Shakine era mucho más grave que el de complicidad en un asesinato: ahora se la acusaba de adúltera. Desde 2006 no deja la cárcel.

No importó que tampoco en este segundo juicio (sobre cosa juzgada) hubiera testigos, y que la mujer dijera que la confesión le había sido arrancada bajo tortura y negara todos los cargos. Tampoco importó que implorara clemencia. Los estrictos jueces apelaron a la “sharia” –las normativas judiciales islámicas de base religiosa- y la condenaron a morir a pedradas.

LEY E INTERESES

Cuando el ayatollah Ruhollah Khomeini regresó desde su exilio francés y encabezó la revolución islámica que derrocó al sha de Persia, Mohammed Reza Pahlevi, entre las novedades del nuevo régimen figuró el reemplazo del moderno código penal persa por un conjunto de normas directamente vinculas a la tradición jurídica musulmana. Una tradición inspirada –aunque este sea uno de los puntos más conflictivos- en el Corán. Toda una corriente interpretativa dentro del Islam niega que castigos como los impuestos a Shakine puedan tener asidero en ninguna de las “azoras” del libro sagrado, y achacan esa lectura rigorista del texto divino revelado a Mahoma al carácter conservador de la versión chiíta del régimen iraní.

Más allá de estos debates, objetivamente el código penal vigente en la República Islámica de Irán desde 1979 regula, como castigo del delito de adulterio, la muerte por lapidación. Aunque toma algunas precauciones, tales como que el adulterio debe probarse por el testimonio de cuatro testigos (hombres que tendrían que haber presenciado el acto, viendo el coito “hasta el punto de que no se pudiese pasar un hilo” entre los presuntos adúlteros), el código penal avanza en detalle sobre las maneras en que la adúltera debe morir. Entre los artículos 98 al 107, indica que se debe enterrar a la condenada en un pozo cavado en el suelo, cubriendo su cuerpo con tierra hasta por encima de los senos; y en el artículo 104 se regula el tamaño de los proyectiles: las piedras deben ser medianas, ni tan grandes como para que la maten rápido, ni tan pequeñas como para que no le causen heridas.

Y aquella imagen de “que quien esté libre de culpa arroje la primera piedra” no tiene lugar aquí. El código penal es preciso hasta en ese sentido: los testigos que presenciaron el adulterio deben arrojar las primeras piedras, el juez que dictó la condena a muerte, las segundas. Tras ellos, los demás varones del público presente (el código establece que, como mínimo, debe haber tres apedreadores entre los espectadores). Los sucesivos y lentos golpes en el pecho, cuello y cabeza de la mujer causarán una lerda agonía, hasta que la hemorragia de las heridas provoque su muerte.

LA TRADICIÓN Y LA RED

Cuando ya se le habían acabado todas las instancias de apelación, Mohammad Mostafaeí, el abogado de Shakine, subió el caso a la red. Y esta nueva herramienta planetaria respondió masivamente. Las organizaciones defensoras de derechos humanos generaron campañas, pero además de ellas, múltiples organizaciones no gubernamentales y particulares integraron espontáneamente un movimiento de presión que llegó a las máximas instancias políticas, diplomáticas y religiosas.

El abogado tuvo que huir y pedir asilo en Europa. Al mismo tiempo, la televisión pública iraní organizó una poco sutil auto acusación de Shakine, donde la mujer dijo frente a las cámaras desconocer a su abogado, reconoció su culpa en todos los delitos por los que se la acusa, y criticó la “injerencia occidental” en su causa. Pero tan grotesca puesta en escena no frenó la avalancha. Al contrario, sacó a la luz mayores precisiones, como la existencia de un “corredor de la muerte”, donde al menos otras ocho mujeres esperan su turno para ser lapidadas; o que los jueces más conservadores sigan ejecutando este tipo de condenas, a pesar del compromiso en sentido contrario del gobierno de Mahmmoud Ahmadinejad con sus socios occidentales. Este mismo año, en enero, una mujer habría muerto lapidada en la ciudad de Mashhad.

El presidente brasileño Lula da Silva sufrió en carne propia la presión de la red global. Los internaturas le pedían que, dada su relación de especial cercanía con Ahmadinejad y su gobierno, intercediera por Shakine. En un primer momento Lula se negó, dijo que no podía solicitar a otros líderes que ignoren las leyes de sus países. Pero luego, cuando la avalancha ya era imparable en todo el mundo, utilizó unas declaraciones a una radio en Curitiba para “apelar a su amigo” Ahmadinejad, y le solicitó que le permitiera que Brasil le concediese asilo político a la mujer. La cancillería brasileña entera, con Celso Amorín a la cabeza, se puso en movimiento en ese sentido. En cambio, el presidente de Irán cortó por lo sano, le respondió a Lula por televisión: Shakine no irá a Brasil, ni a ningún lado.

El gobierno de Mahmmoud Ahmadinejad y todo el régimen de los ayatollahs iraníes se asienta en la tradición. El caso de Shakine Mohammadí Ahstiani pone en evidencia la puja entre aquellos principios tradicionales asegurados por la antigua soberanía de los Estados, y el control y la capacidad de influencia de la sociedad civil mundial en un escenario de alta interconectividad. La manera en que el caso se resuelva también mostrará las tendencias de este nuevo tiempo internacional.

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nelson.specchia@gmail.com

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