Archivo de la etiqueta: CEE

El retroceso socialdemócrata (24 09 10)

El retroceso socialdemócrata

por Nelson Gustavo Specchia

.

.

El domingo pasado, 19 de septiembre, una coalición de derechas ganó las elecciones en Suecia, un país que es símbolo de dos de los principales logros de la modernidad occidental: la convivencia entre socialismo y democracia, y el sostenimiento de un Estado de Bienestar de amplio alcance. La renuncia al marxismo revolucionario y su reemplazo por la gradualidad de instalar el socialismo por la vía representativa, llevó a que Suecia se identificara con la socialdemocracia: de las últimas ocho décadas, 65 años el Poder Ejecutivo ha sido ocupado por socialdemócratas.

Esos períodos tan extensos en el ejercicio del poder por parte de los progresistas, fueron extendiendo a las políticas sociales diversas estrategias de protección, primero a los sectores más vulnerables, luego a capas cada vez mayores de población. Esas políticas proteccionistas, claro está, debían financiarse con dinero público, por lo que la presión fiscal subió paulatinamente al tiempo que el Estado daba cobertura sanitaria, educación de calidad, ayudas para vivienda, para transportes y demás. Este crecimiento en los impuestos de los ciudadanos llegó en Suecia a significar el 52 por ciento del Producto Bruto Interno, un porcentaje sólo superado por los dinamarqueses. Así, durante años, la clase media y los trabajadores suecos asumieron que más de la mitad de sus ingresos fueran destinados a pagar impuestos al Estado, ya que éste, con una adecuada y transparente gestión gubernamental, los devolvía en servicios y en protección pública.

El éxito de la fórmula “socialdemocracia-bienestar” fue tan considerable, que el modelo comenzó a generar réplicas a lo largo del continente. Todos encontraban en ella una receta ajustada a ese tiempo histórico definido por la posguerra que había ensangrentado hasta la locura al Viejo Continente, y la nueva idea-fuerza de la integración tras los Tratados de Roma, de 1957, mediante los cuales la Comunidad del Carbón y del Acero (CECA) y la Euratom, junto a la Comunidad Económica Europea (CEE), dibujaban la arquitectura política que terminaría desembocando en la actual Unión Europea.

LA EUROPA DEL BIENESTAR

Independientemente de la forma de Estado que hubiera sobrevivido en cada país tras las dos guerras, tanto los electorados de las monarquías parlamentarias como los de las repúblicas de antiguo o nuevo cuño, se acercaron esperanzados a la socialdemocracia durante la segunda mitad del siglo XX, quitando la iniciativa política a los tradicionales partidos conservadores o nacionalistas. Supuestamente arrancada de raíz la extrema derecha filofascista y nazi, la nueva socialdemocracia se planteaba como una alternativa racional y moderna a la centroderecha populista o demócrata-cristiana.

La extensión de la socialdemocracia fue tan grande, que en la práctica cotidiana se la llegó a identificar con el propio modelo del Estado de Bienestar con el que había triunfado en la península escandinava. Y este impulso ideológico tiñó de rojo (aunque no del rojo revolucionario con la hoz y el martillo, que Europa terminó definitivamente de enterrar en 1989 con la caída del Muro de Berlín, pero rojo al fin y al cabo) el mapa político europeo. Cuando el siglo dio vuelta la página, casi tres cuartas partes de los Estados-Miembros de la Unión Europea estaban gobernados por partidos socialdemócratas.

EL MIEDO Y EL MORO

Pero entre las profundas transformaciones que ha vivido la política internacional durante esta primera década del siglo XXI, dos fenómenos han impactado en el corazón del modelo del Estado de Bienestar y, como se ha confirmado nuevamente este domingo en Suecia, en la propia concepción socialdemócrata. Me refiero al deseo de seguir profundizando en una sociedad abierta, tolerante, plural e integradora –características éstas que definieron a las ciudadanías escandinavas-, y el crecimiento exponencial de los colectivos de migrantes que terminan arribando a las proteccionistas sociedades nórdicas, empujados tanto por estos beneficios que encuentran en la nueva tierra de acogida como por los estropicios de la inseguridad y la inequidad de los lugares de origen de los que han decidido desarraigarse.

En un primer momento, y por la misma lógica de temperamento acogedor y tolerante –esa calidez humana que tanto en Suecia, Dinamarca, Finlandia o Noruega contrasta tan fuertemente con la rigidez helada de su clima- estos países abrieron los brazos a la inmigración de cualquier tipo, tanto la motivada por razones ideológicas (nuestro país tiene una deuda histórica con ellos, que recibieron a centenas de compatriotas que tuvieron que exiliarse durante los años del terror), como aquellos empujados por el hambre y la miseria, especialmente provenientes del grueso cordón norafricano y del borde oriental europeo. Pero estos colectivos siguieron llegando durante años, y en este momento, de los casi diez millones de residentes en Suecia, dos millones son extranjeros o lo son sus padres.

La avalancha inmigratoria ha terminado por poner en cuestión la justicia de la inmensa presión impositiva, superior a la mitad del PBI. Porque los recién llegados gozan de la totalidad de los beneficios del Estado de Bienestar, pero no han aportado suficientemente a él. Y también, con la expansión de la base poblacional a atender, se resiente la calidad de los servicios prestados desde la órbita pública.

Con estos condicionantes haciendo su ingreso por las esquinas del sistema, están servidos los condimentos para la reaparición del discurso de derechas, agitando las banderas xenófobas del miedo al otro, de la inseguridad, de los riesgos de la inmigración para la tranquilidad ciudadana, de la disrupción cultural del Islam para las iglesias cristianas reformadas nórdicas, y de la disminución de los impuestos para no financiar con el esfuerzo de algunos la buena vida de todos.

GIRAR A LA DERECHA

Así como a principios de siglo tres cuartas partes de la Unión Europea estaba gobernada por coaliciones socialdemócratas, en el fulminante retroceso de una década hoy apenas el cinturón mediterráneo (los últimos en ingresar al club europeo, y también los más pobres y menos desarrollados) conserva gobiernos socialistas: España, Grecia, Portugal y Chipre, con el agregado de Austria y Eslovenia. Apenas un veinte y algo por ciento del total de los Estados-Miembros del proceso de integración continental.

En los grandes países europeos, la sangría de votos desde la socialdemocracia a las diversas opciones de la derecha política parece ser una ruta homogénea y sin fisuras. La socialdemocracia alemana le entregó el bastón de mando a la demócrata-cristiana Ángela Merkel; las temporadas rojas del mitterrandismo francés dieron paso a la populista UMP de Jacques Chirac y de Nicolás Sarkozy; las grandes coaliciones de la centroizquierda italiana de Sandro Pertini, Bettino Craxi o Romano Prodi, terminaron en el circo conservador y mediático de Silvio Berlusconi.

Una lectura superficial de este fenómeno podría concluir que la alternancia entre fases históricas aglutinadas por el arco progresista, a las que se suceden otras fases más escoradas hacia un pensamiento conservador o económicamente liberal, harían a la normalidad democrática y a la buena salud del sistema. Pero hay, además, otros elementos que no abonan una lectura tan inocente y formalista: el retroceso de la socialdemocracia no está implicando sólo la vuelta conservadora en los gobiernos europeos, sino también la irrupción –ésta sí inesperada y contracultural- de partidos de extrema derecha, que tras el horror de la segunda posguerra se creía desterrados del escenario político continental para siempre. Pero los partidos xenófobos, anti-inmigración, anti-musulmanes, cercanos a tendencias neonazis, con discursos reivindicadores de la supremacía cultural y de la identidad nacional, han logrado acceder a los recintos parlamentarios en las últimas elecciones de Holanda y de Bélgica.

Desde el domingo pasado, la extrema derecha xenófoba también ocupará veinte escaños en el Riksdag, el parlamento de Estocolmo que fuera un ejemplo de hospitalidad y tolerancia, y de donde saliera el modelo del Estado de Bienestar. Ese que parece encaminarse, a pasos rápidos, a ocupar un lugar en el museo de las experiencias políticas terminadas.