SARKOZY y el culebrón francés
por Nelson Gustavo Specchia
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Los políticos de la moderna derecha europea, después de haber tenido que reinventarse tras el shock totalitario de los fascismos del siglo XX, encontraron en la exaltación prudente de los valores nacionales y en el respeto a la moral social –ventilada con mucha difusión- los pilares sobre los cuales volver a estructurar un discurso creíble. Luego, cuando en los movedizos años sesenta la revolución cubana, el “mayo francés”, el movimiento hippie y el recital de Woodstock expresaban las puntas más descollantes de un mundo en cambio, la derecha europea se reafirmó en aquellos pilares de posguerra: si los socialismos de cualquier tipo impulsaban los vientos de transformación social, ellos, por el contrario, con la referencia a los valores y a la moral serían la encarnación de la permanencia, de lo sólido: el cimiento de la sociedad.
En Francia, este arco ideológico abrevó en Charles De Gaulle. El viejo general comenzó su prédica desde el exilio de Londres contra el régimen filonazi de Vichy comandado por el mariscal Philippe Pétain, y luego de recuperada la República y la democracia, sus largos años al frente del ejecutivo imprimieron un sello propio, que lo trascendió largamente: el “gaullismo”. Esta tradición fue mutando a través de formaciones movimientistas. De Gaulle se oponía a los “partidos políticos”, y llamó “Unión por la Nueva República – UNR” a su movimiento. Este fue pasando por varias mutaciones, se convirtió en el “Rassemblement pour la République – PRP”, y llegó a la actual “Union pour un Mouvement Populaire – UPM”.
Siempre los valores y la moral fueron los pilares a los que cada generación de líderes se refería. Inclusive cuando el socialista François Mitterrand accedió a la presidencia de la República, la década y media que permaneció en ella fue hostigado por la derecha debido a su supuesto relativismo moral (se encarnizaron con la relación extramatrimonial del presidente con Anne Pingeot, y la hija nacida en esta relación paralela, Mazarine), y en el alejamiento de aquellos valores que habían llevado a Francia a “la Grandeur”.
La apelación a esa supuesta grandeza es la que vuelve a traer Nicolás Sarkozy. Su programa habla, precisamente, de una “refundación moral” de Francia, que presenta con elementos eclécticos: aumentar el peso de París en la nueva geopolítica global, revitalizar la Fracophonie (el conjunto de países y sociedades que comparten la lengua francesa), un liberalismo económico neoconservador, la defensa de las leyes y del orden interior, y la revitalización del poder presidencialista. Muy al estilo De Gaulle: con menos poder en los ministros y una permanente exposición pública de la persona del presidente como titular exclusivo de la iniciativa política. Esta fórmula, según Sarkozy, devolvería a Francia “la Grandeur” que tan ufanamente mostró en otros tiempos.
Pero para que la fórmula funcione, claro, los valores y la moral –aquellos pilares en que todo el discurso conservador se apoya- deben estar claros y evidentes. Por eso el escándalo que desde hace un mes atormenta al gobierno a golpes de titulares periodísticos y de investigaciones de los fiscales judiciales impacta tan directamente en el cuerpo del presidente. Porque si se comprueban las denuncias y el “affaire L’Oréal” destapa una combinación de ilícitos, prebendas, corruptelas, financiaciones ilegales, vista gorda y favores impositivos, dinero sucio, sobres abultados de efectivo que pagan campañas y trayectorias personales, y una estrecha y al mismo tiempo oscura relación del partido en el gobierno con las grandes fortunas de Francia, estaremos frente a una crisis moral. Y la derecha, sin poder apoyarse en el pilar de la ética de sus dirigentes, se queda sin la mitad de todo su discurso y su base histórica.
EL PERFUME DEL AMOR
Liliane Bettencourt, de soltera Shueller, tiene casi 90 años, está sorda, tiene unos 17.000 millones de euros de fortuna personal, y muchas ganas de divertirse. Una combinación riesgosa. Madame Bettencourt enviudó hace años, y desde hace un tiempo un fotógrafo, François-Marie Banier, un señor de casi 70 años pero con fama de playboy y de advenedizo, vino a hacerle compañía. La millonaria, heredera del imperio de empresas de cosmética L’Oréal, comenzó a agradecerle a su nuevo amigo la compañía con regalos, pero cuando esos regalos alcanzaron la fantástica cifra de 1.000 millones de euros, la hija y sucesora de Madame, Françoise Bettencourt-Meyers, dijo basta. Planteó un juicio contencioso ante los tribunales, acusó a Banier de aprovecharse y abusar de su anciana madre, y a ésta de no estar en todos sus cabales al gastar esa enorme fortuna con el avivado fotógrafo. Todos los elementos de una tradicional telenovela venezolana estaban servidos a la mesa.
Pero para agregar complejidad a la trama, porque la vida imita al arte y hasta en la culta París se cuecen habas, una parte del personal doméstico que sirve en el “petit hotel” de Neuilly donde vive la anciana tomó partido por su hija. Así, el tradicional y confiable mayordomo grabó subrepticiamente conversaciones para utilizarlas en el litigio familiar, y el culebrón de novela llegó, inesperadamente, al centro de la vida política. Porque en esas cintas grabadas debajo de las servilletas mientras servía el té y los bombones, aparecieron también datos sobre ciertos negociados del emporio L’Oréal, con referencia a presuntos delitos al fisco. Al parecer Madame tenía más millones en bancos suizos, sin declararlos a hacienda para evadir impuestos. También es propietaria de una isla en el archipiélago de las Seychelles (unos territorios de la Francophonie redescubierta por Sarkozy) que no incluyó en su declaración impositiva. Y la guinda: Madame no estaba para nada preocupada por todas estas evasiones, porque para eso aportaba, y mucho, al partido en el gobierno y a varios de sus principales dirigentes. Y ardió Troya.
Desde que aparecieron las grabaciones del mayordomo infiel, no ha habido día sin que nuevas sorpresas recalienten el verano francés, y el “affaire” al que Sarkozy se refería despectivamente como meras calumnias hace algunas semanas, se encamina rápidamente a convertirse en su Watergate privado.
DIGNIDAD, HONOR Y EUROS
Al mayordomo le sucedió la contadora Claire Thibout. Puesta a destapar entuertos, la ex empleada administrativa de Madame Bettencourt aseguró en una entrevista que el tesorero de la gubernamental UMP y actual ministro de Trabajo, Eric Woerth, cuya esposa también trabajaba en las oficinas de Madame hasta que estalló el escándalo, había recibido ilegalmente 150.000 euros en efectivo para sostener la campaña presidencial de Sarkozy en 2007. Dejó entrever, además, que los Bettencourt vienen financiando con dinero negro a los políticos de la derecha francesa desde hace años, como cualquier empleado superior de L’Oréal puede atestiguar. Y que el mismo Nicolás Sarkozy, en sus tiempos de alcalde de Neuilly, la elegante barriada parisina donde se ubica el “petit hotel” de Madame, habría sido receptor de generosos sobres llenos de efectivo para sufragar su carrera política. Siempre habría, luego, oportunidad de devolverlos en favores.
Woerth, en su papel de tesorero del partido gobernante y ex ministro de Presupuesto (la cartera que tiene a su cargo el control impositivo) se convirtió en una pieza clave. Es un hombre de la máxima confianza del presidente, y responsable de su principal emprendimiento gubernamental en estos días: la reforma de las jubilaciones, que extenderá la edad de retiro de los trabajadores franceses; con ese ahorro en derechos sociales Sarkozy espera achicar el déficit de las cuentas públicas jaqueadas por la crisis económica internacional. Si cae Woerth, es muy posible que todo el gobierno se derrumbe. Por eso, para sostener a su hombre de confianza, el presidente organizó esta semana una cuidada puesta en escena en los jardines del Elíseo, y frente a las cámaras de la televisión pública defendió su gestión, desechó las denuncias por infundadas, y ratificó a su ministro: “posee una dignidad que hace honor a la clase política”, dijo.
Pero apenas unas horas después de tan categórica afirmación, el periódico Le Nouvel Observateur publicó documentos originales donde Patrick de Maistre, el administrador de la fortuna Bettencourt, prueba el desvío de fondos hacia la UMP vía los buenos oficios de Eric Woerth. El semanario Le Canard Enchaine, en forma simultánea, hizo públicos otros favores de Woerth a las grandes fortunas desde sus puestos de gobierno: habría sido responsable de vender, como ministro de Presupuesto, 57 hectáreas en los alrededores de París a un empresario cercano a la UMP a 3,2 millones de dólares, alrededor de 25 millones de dólares por debajo del precio real de mercado.
Expuesta la falacia de la apelación a la moral, la derecha se queda muy vaciada de contenidos. Nicolás Sarkozy deberá sacar pronto un conejo de la galera para sostenerse en el gobierno, o resignarse a dejar el Elíseo, caminando con sus zapatos de plataforma y taco.
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nelson.specchia@gmail.com
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