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España al frente de Europea (05 11 09)

España al frente de Europa

por Nelson Gustavo Specchia

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Nélson Gustavo Specchia - Václav Klaus

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Euroescéptico y terco hasta el final, el presidente checo Václav Klaus, que venía frenando la ratificación del Tratado de Lisboa desde hacía meses, acató el mandato del mayor tribunal de su país, firmó el documento en un salón del castillo de Praga, y con su firma la Unión Europea despeja, por fin, una década de idas y vueltas en torno al futuro de la organización continental.

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Luego de los fallidos plebiscitos de Francia y Holanda en 2005, que tiraron abajo el proyecto de armar una Constitución europea, los líderes se pusieron a diseñar una estrategia alternativa, y gracias al empuje de Ángela Merkel y de Nicolás Sarkozy (cuando Alemania, y luego Francia, ocuparon sus turnos semestrales en la presidencia de la Unión), el Consejo de jefes de gobierno logró alcanzar un acuerdo en Lisboa, el 13 de diciembre de 2007.

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Entonces, de los 27 miembros, sólo quedaron tres díscolos: Irlanda, Polonia, y la República Checa. Los dos primeros se adhirieron tras nuevas negociaciones y concesiones. Los checos resistieron hasta el final, hasta esta misma semana. Encima, tuvieron que comandar la presidencia en el primer semestre de este año: una experiencia desastrosa, con el euroescéptico Klaus como jefe del Estado, un gobierno que se cayó a mitad del semestre, y un ex primer ministro, el conservador Mirek Topolánek, apareciendo en los diarios de todo el mundo desnudo y con su miembro viril enhiesto, a punto de lanzarse sobre una jovencita en una de las bacanales organizadas por Silvio Berlusconi en su mansión de Cerdeña.

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Ahora, con la discreta corona sueca presidiendo la organización continental y el presidente Václav Klaus obligado a firmar, la Unión Europea tiene el camino expedito para adaptar sus órganos de gobierno a las nuevas realidades políticas: un inmenso territorio de 27 Estados-miembros, una única frontera, una moneda común, y a partir de la entrada en vigor de este Tratado de Lisboa el próximo 1 de diciembre, un presidente y un ministro de relaciones exteriores para toda Europa.

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La semana pasada, en Luxemburgo, ya se dieron los inicios de esta nueva presencia y voz unificada de Europa en el concierto internacional, con la constitución de un Servicio Exterior que será el más grande del mundo, con unos 5.000 diplomáticos de carrera (la suma de las legaciones diplomáticas de los 27 países, que hoy funcionan por separado), y un presupuesto de unos 75.000 millones de dólares para sus primeros tres años de funcionamiento. Una auténtica “task force” continental.

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El paso siguiente, que presenciaremos durante este mes de noviembre, será la definición del líder que asumirá el nuevo cargo de presidente de Europa. Afortunadamente, la candidatura del ex primer ministro británico Tony Blair, que parecía tan firme, ha perdido fuerza los últimos días. A mi criterio, Blair no aportaría nada a la Europa política, y ahondaría la vía de libre comercio, que sólo concibe a la organización continental como un gran supermercado. El holandés Jan Peter Balkenende se mantiene en carrera, pero mi favorito –y el de todos aquellos, creo, que aspiran a una profundización del proceso político en la vieja Europa, y de que la Unión se convierta en una referencia de los procesos de integración en otras latitudes- es el primer ministro luxemburgués, Jean-Claude Juncker.

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La presidencia española

El Tratado de Lisboa, en todo caso, comenzará su andadura con la presidencia semestral rotatoria de España, que asumirá por cuarta vez este rol a partir del próximo 1 de enero, el año en que varios países sudamericanos –el nuestro entre ellos- comenzarán a festejar el bicentenario de las independencias de la “madre patria”.

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Precisamente la relación privilegiada de España con América latina es uno de los activos más potente que presenta la península, y que genera expectativas desde estas costas del Atlántico. Los americanos ven en la presidencia española una buena oportunidad para acercar posiciones con la organización continental.

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El canciller español, Miguel Ángel Moratinos, acaba de realizar una larga visita a Cuba, donde –presumiblemente- le trasladó a Raúl Castro varios mensajes del presidente Barack Obama. España pretende ser la bisagra de interlocución entre el régimen de la isla, la administración norteamericana, y lograr un «respeto mutuo» entre Cuba y la Unión Europea.

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Pero no lo va a tener fácil. Raúl Castro dejó claro que para hablar con Obama no necesita mensajeros. Y tanto los países del Este europeo, de la vieja órbita soviética, como los nórdicos, no son proclives a normalizar relaciones antes de que Cuba avance en su propia  democratización interna.

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Los latinoamericanos, además, esperan que el semestre de la presidencia española sea la oportunidad de flexibilizar las posturas de la Unión Europea frente a la inmigración y al empleo de los connacionales, que a pesar de aportar su fuerza de trabajo –y sus muchos hijos, en un continente envejecido- siguen siendo discriminados.

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Pero tampoco España tendrá fácil este capítulo, a pesar de ser la puerta de Europa para América latina, y de presentar en el tema de la inmigración extracomunitaria una cara más amable que sus colegas, más enfocados al control que a la integración. Pero es que la propia España está en la cabeza de la desocupación de toda la organización continental (con índices superiores al 20 por ciento de desocupados); es uno de los últimos países en innovación, desarrollo y competitividad; y está lejísimo de cumplir los objetivos de Kioto, de reducción de gases de efecto invernadero mediante tecnologías limpias.

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Habrá que ver si, con tamañas deudas internas, a España le quedará espacio en la agenda europea para las demandas de sus viejas y jóvenes colonias americanas.

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[publicado en HOY DÍA CÓRDOBA, suplemento Magazine, portada, viernes 6 de noviembre de 2009]

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nelson.specchia@gmail.com

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