FM 105.5 – «Cielo»
miércoles 22 de octubre, 2008
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FM 105.5 – «Cielo»
miércoles 22 de octubre, 2008
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Publicado en columnas radiales, Política Internacional
Etiquetado Brasil, Lula da silva, política exterior, Política Internacional
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por Nelson Gustavo Specchia
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Catedrático «Jean Monnet» de la Universidad Católica de Córdoba
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Desde los primeros tiempos de la recuperación de la democracia, luego del extenso interregno de la dictadura franquista, España ha definido como “política de Estado” las relaciones con sus antiguas colonias en el continente americano.
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Una “política de Estado” se entiende como aquellos acuerdos básicos, las grandes líneas de acción que las administraciones nacionales llevan adelante con continuidad en el tiempo, independientemente de los partidos políticos –o las figuras personales- que vayan sucediéndose en la titularidad del gobierno.
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La política exterior española hacia los países americanos –que mayormente se independizaron de la “madre patria” en el siglo XIX- ha intentado la construcción de un espacio común de diálogo, por la vía del encuentro de las primeras líneas gubernamentales, en base a un sustrato cultural común, y con el horizonte mediato de generar un bloque de opinión con peso específico en el concierto internacional.
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La idea no es del todo novedosa, ni ha sido la última en su tipo. Pareciera que las viejas metrópolis europeas no terminan de digerir el corte de los cordones umbilicales, esos lazos que las unen con los modernos países –casi todos en el sureño tercer mundo- que estuvieron alguna vez atados a sus destinos.
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La intuición original fue británica. Cuando el continuar administrando una colonia en forma directa comenzó a tener un costo relativo muy alto, la corona inglesa permitió (o favoreció) las “independencias” de los nuevos Estados, que a partir de allí disponían de todas las atribuciones que la soberanía y la no intervención externa les brindaban. Pero, al mismo tiempo, a medida que estos nuevos países iban surgiendo, se adherían a la “Commonwelth”, la comunidad británica de naciones, mediante la cual quedaban obligados, en forma preferente, a seguir comerciando con Londres. En algunos casos extremos, como en el continente australiano o en el Canadá, la pertenencia a la Commonwelth implica que Su Majestad británica continúe siendo, hasta hoy, la Jefa del Estado de esos países “independientes”.
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Desde otras perspectivas y en tiempos más recientes, otros viejos imperios europeos han planificado diversas formas para mantener lazos políticos con sus ex colonias, generando “comunidades culturales”, especialmente asentadas en la lengua común. Así, por ejemplo, las redes lingüísticas propiciadas por Portugal, o el proyecto de la “francofonía”, impulsada por París sobre los antiguos territorios en África, Asia, y las antillas americanas.
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Teniendo este panorama como telón de fondo, debe reconocerse que España, en el transcurso de estos 16 largos años que llevan las Cumbres Iberoamericanas, ha adoptado una posición sorprendentemente solidaria y generosa.
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Lejos de la mera formalidad superficial que suele caracterizar a estos encuentros internacionales, las agendas de las Cumbres han apuntado, de una manera respetuosa y propositiva, a ejes medulares de los problemas de la América hispana (que se reconvirtió en “ibero” al incorporar al Brasil, cuya presencia relativa en Suramérica es insoslayable).
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El rey Juan Carlos I de Borbón se ha involucrado con el proyecto de una manera personal, fomentando las reuniones y estando presente en todas, desde el primer momento; y las administraciones del gobierno español –tanto las de derechas como las socialistas- han financiado la continuidad de los encuentros, y aportado su colaboración estratégica, en un marco pluralista, en temas centrales de la política regional.
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España no sólo ha sido la vocera oficiosa de los países americanos en el contexto europeo, sino que ha convertido estas reuniones de los líderes en un verdadero foro de ideas y tendencias.
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Así, se han fortalecido desde las Cumbres procesos como el de Contadora o el Grupo de Río; se han abordado complejas transiciones hacia la paz, como los levantamientos guerrilleros y los movimientos insurgentes centroamericanos; se han discutido en forma conjunta las vías hacia el restablecimiento de regímenes democráticos estables y duraderos; se han acometido tragedias continentales como el narcotráfico, la deuda externa, las cuestiones indígenas y de las minorías; sin soslayar, cumbre a cumbre, los siempre vivos (o renacientes) contenciosos limítrofes y fronterizos entre los miembros de la “patria grande” latinoamericana.
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La apelación de Néstor Kirchner al monarca español en Montevideo, en el sentido de contar con sus “buenos oficios” para acercar posiciones en el tema de las papeleras, se ubica en esta línea.
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No sería realista esperar una mediación del Rey –creo que tampoco sería deseable-, pero en la dinámica y en la gimnasia dialogal que han propiciado las Cumbres Iberoamericanas, la vía escogida por el presidente argentino tiene muchas posibilidades de prender en terreno fértil.
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Publicado en Política Internacional
Etiquetado Commonwelth, Cumbres Iberoamericanas, diálogo, España, franquismo, Iberoamérica, Juan Carlos I, política de Estado, política exterior