El cumpleaños de la joven Europa (12 04 07)

Publicado en «Hoy Día Córdoba» (12 de abril, 2007)

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EL CUMPLEAÑOS DE LA JOVEN EUROPA

A fines de marzo, la Unión Europea celebró sus primeros cincuenta años, rodeada de críticas sobre el presente y de dudas sobre el futuro de la organización continental

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por Nelson Gustavo Specchia

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Catedrático «Jean Monnet» de la Universidad Católica de Córdoba

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El 25 de marzo pasado la canciller alemana Angela Merkel, que se proyecta como la figura lider del escenario europeo, convocó en Berlín a los jefes de Estado y de gobierno de los 27 países que conforman la actual Unión Europea. La cita estaba cargada de simbolismo: se cumplían los cincuenta años del Tratado de Roma, que dio orígen a la organización internacional. También estaba cargada de incertidumbres: Merkel se ha propuesto desatascar la actual parálisis institucional de la Unión luego del fracaso del proyecto constitucional. Las expectativas despertadas por la gran reunión de Berlín quedaron a medio camino: los ritos de cumpleaños pusieron nuevamente sobre el tapete los logros alcanzados en este medio siglo, pero en cuanto a acciones concretas, los líderes europeos no arribaron a más que una declaración de intenciones, y al compromiso de articular un nuevo tratado hacia el 2009.

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Aquella Europa de la posguerra logró, con los acuerdos de Roma, darse una estructura de organización acorde al tamaño y los alcances de ese momento fundacional, en una mesa donde se sentaban las dos grandes potencias continentales, Francia y Alemania, junto a Italia y los tres países del Benelux: Bélgica, Holanda y Luxemburgo. Estos acuerdos organizacionales fueron mutando a medida que la Unión Europea se ampliaba para acoger nuevos miembros, en las paulatinas ampliaciones del espacio común. Con la última ampliación de 2004, en la mesa común se sientan 27 Estados, y no hay habilitado ningún intrumento para hacer eficaz su gobierno y gestión desde el fracaso del proyecto constitucional.

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Para lograr este funcionamiento, así como para avanzar un paso más en las dimensiones de la integración política, los ideólogos europeístas concibieron un nuevo tratado, al que intentaron darle un cariz re-fundacional denominándolo “Constitución Europea”, cuando los acuerdos a nivel interno, en muchos de los Estados miembros, no estaban lo suficientemente maduros para ese paso. La nueva “Constitución” comenzó a ser sometida a la aprobación de los parlamentos nacionales, en algunos casos, o bien a la consulta plebiscitaria, en otros. Allí encontró los dos palos en la rueda que han conducido a este momento crítico: Francia y Holanda –dos países fundadores- rechazaron el proyecto en plebiscitos populares. Inmediatamente otros socios, que preveían un trámite muy difícil al interior de sus propias sociedades, decidieron suspender el proceso de ratificación: Gran Bretaña, Irlanda, Suecia, Chequia, Dinamarca, Polonia, y Portugal.

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El proyecto constitucional avanzaba en una multiplicidad de frentes, pero especialmente dotaba a la Unión Europea, tan osadamente ampliada en los últimos tiempos, de herramientas ágiles y representativas para la toma de decisiones entre 27 miembros (las actuales requieren de la unanimidad en las votaciones, lo que dificulta cualquier decisión estratégica al extender el poder de veto a todos). También proveía instrumentos para afirmar una acción uniforme en política exterior (Javier Solana pasaba de ser Alto Representante de la PESC, a un cargo equivalente al de Canciller de la UE), junto con herramientas para afrontar la crisis energética hacia la que Europea se dirige.

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El fracaso del proyecto constitucional ha supuesto dos años de marasmo institucional y de bloqueo comunitario. La intención de Merkel, en la reunión de cumpleaños de Berlín, ha sido terminar con esta parálisis, y volver a encarrilar un proyecto institucional para la Unión. Sin embargo, y a pesar de las declaraciones optimistas y de los titulares “europeístas” de la prensa, el resultado de la conferencia, a medio siglo de la creación de la Unión Europea, es pobre y endeble.

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El texto del comunicado final queda reducido a unos pocos tópicos generales, como comprometerse a superar la crisis sin decir cómo, o a poner plazos (“fundamentos comunes renovados de aquí a las elecciones al Parlamento Europeo de 2009”) que cuando se cumplan, la mayoría de los actuales jefes de gobierno habrán finalizado sus mandatos, y otros serán los actores. Además, y a pesar de su generalidad y vaguedad, no se ha alcanzado consenso entre todos los titulares de los ejecutivos para su firma.

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La Unión Europea ha avanzado, en su corta historia de medio siglo, a fuerza de dos empujes: la permanente creación de instituciones (como reaseguro para dificultar las vueltas atrás), y la superación de crisis. De hecho, algunas de las crisis pasadas pueden caracterizarse como más agudas y profundas que la que hoy atraviesa la organización. Pero el actual debilitamiento en la voluntad de integración, unido a nuevos factores políticos –como el despertar del viejo nacionalismo en todas partes, o las cruzadas revisionistas al estilo de los gemelos Kaczinski en Polonia- generan más dudas que certezas sobre el sano futuro de la Unión.

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Los “euroescépticos” tienen, lamentablemente, más de una razón para festejar.

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